Escena 21:
Sales de la universidad junto a las juventudes. Tomas la calle principal, pasas por el mercado, la ferretería, la panadería, los restaurantes, y alcanzas un bar. Entras, y descubres un espacio que huye de los metales y el cristal. La madera y las velas ofrecen un ambiente cómodo e incluso hogareño donde relajarse. El sonido de los altavoces es latoso, incluso barato, pero el instrumental de alguna salsa de hace siglos armoniza a la perfección.
Se acomodan en la barra. Al otro extremo una panda de huelguistas clama y discute a la vez que miran en el televisor del techo la trasmisión en vivo de un partido de béisbol. Leones contra Magallanes... Los Leones van ganando.
—¿Qué quieren beber, muchachos? —Pregunta la buena moza encargada del lugar. Tiene una sonrisa atrevida, que ataca. Parece que conoce a Gustavo y al resto de chicos, de ahí que te vea a ti, el factor discordante, con interés—. Un nuevo fichaje, imagino.
—Un compañero de clases, trato de hacer buenas migas. Y no sé, Andreina, ¿todavía guardas esos meados de zambo al que llaman cocuy?
—No seas agarrado. ¿Quieres buenas migas? Compra algo de nivel. Me llegó una caja de ron Carúpano que te vendrá de perlas.
Gustavo se mira el pecho.
—Por lo que veo, sigo sin estar hecho de oro.
Andreina esgrime una media sonrisa.
—Les traeré la botella.
Los amigos de Gustavo le dan palmadas de consuelo en los hombros y la espalda. Aunque por las risas y chascarrillos que comparten, se ven bastante contesto de que Gustavo "se baje de la mula" para darles una huelga como Dios manda. Tú te les unes, primero con duda y cautela, pero pronto el ron inhibe tus reservas, y te encuentras bromeando y riendo con Gustavo y sus amigos como si se conociesen de toda la vida. Te enteraste que Gustavo tiene una linda prometida. Que Rodolfo canta en el coro de la escuela. Que Daniel desea ser veterinario. Y Michael, bueno, Michael parece que olvidó su propio nombre.
Comparten en el bar hasta que Andreina los saca para cerrar (Está prohibido vender licor más allá de las 10 PM), y bajan por la calle, yendo en hilera agarrados de los hombros, cantando himnos y marchas militares.
—¡Cuando muramos seremos inmortales! —Gritan en unísono.
Gustavo, a pesar de su profundo estado de ebriedad, conservaba la templanza para escribir con un rotulador/marcador en tu brazo, los ingredientes de su súper-anti-resaca del abuelo, antídoto que necesitarías la mañana siguiente para asistir a clases sin ser un desastre inoperante.
Ir a tu dormitorio y descansar. Lo necesitas (Escena 16)
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