Escena 10:
Toman asiento en una banca de piedra. La superficie esta tibia por el sol.
—¿Cómo te llamas? —Pregunta Francesca, sus manos descansan sobre su larga falda blanca.
Dices tus nombres y apellido.
—Matamoros... ¿Y tu padre?
Gabriel. Preguntas la razón de ese interés repentino, pero ella no responde en el apto, en vez se queda mirando la nada como buscando hilos de éter. Preocupado, la llamas. Francesca reacciona, te mira, y te sorprende al hablar de la ocupación de tu padre como combatiente de la Falange Española, además de factores sobre su muerte en la rebelión de Salamanca contra el Matriarcado, incluyendo el día y la forma, datos que incluso tú desconocías. Empiezas a mirarla como si fuese un espectro. Ella, dándose cuenta de tu recelo, posa su pequeña mano sobre tus dedos en la banca para hacerte saber que es de carne y hueso.
—Te avergüenzas de él.
¿Cómo no estarlo? Era buen soldado, y un gran padre, enseñó a Isaac y a ti cómo defenderse. Pero su causa era proscrita, además de concluir fracasada. Por algo les tocó escapar de España. 10 años de huída y ya ni te queda el acento. Tu jaspanglishinese es neutral, aséptico.
—Todo aquel que quema su vida en la guerra divina, se eleva al cielo. Los bandos, los métodos, hasta el resultado, eso no importa.
Todavía no tienes claro si su serenidad te relaja o te incomoda todavía más.
—Cada hombre, o mujer, o niño que fallece con un arma en las manos, gana su marca en El Mortuorio. No exagero con la inmortalidad. Es vital para la gran misión que recordemos los costos y lecciones de la guerra.
El Mortuorio, el libro negro de los muertos, una de las insignias del culto a la belicología. En el instituto tenías una novia gótica que te habló de su existencia. Se rumorea que los integrantes del culto se lo conocen de memoria, millones de nombres, millones de líneas. Preguntas a Francesca sobre la autenticidad del mito. Ella sonríe y asiente.
—Es simple. Solo hago amago de pequeños trucos mentales. Como abrir un archivero de oficina, o usar atajos para una serie de carpetas en un ordenador... Pero en tu cabeza. Podría enseñarte.
Te tensas. Ahora la invitación es aún más obvia. ¿Pero de verdad te interesaría dejar el cuerpo y el alma en un culto? Tendrías que abandonar la universidad. Decepcionarías a tu madre. Isaac, bueno, a Isaac le daría igual.
Unirte a la belicología (Escena 17)
Despedirte y alcanzar a Isaac para ir a la universidad (Escena 11)
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