
❈•≪18. Conexiones y celebraciones≫•❈
Parpadeando varias veces, Mingi giró sobre su eje y abrió los ojos, enfocando la ventana de su habitación de buenas a primeras y se fijó en el exterior, el cual todavía se mantenía oscuro por la penumbra de la madrugada. Bostezando de manera sonora, pasó a mirar por encima de su hombro y visualizar su reloj de pared, el cual, luego de agudizar la visión, pudo notar que marcaba las cuatro de la mañana.
Aún le quedaba tiempo para descansar, si quería hacerlo, pero la cosa allí es que ya se sentía recargado, con la energía suficiente como para salir de la cama. El día anterior no habían hecho más que práctica de tiro con arco, otra vez, principalmente por Hongjoong, para ayudarlo a detallar sus falencias.
Lo que había resultado en algo bueno, porque el felino más joven aprendió de manera intuitiva y después de tres rondas, a cómo sostener el arco sin temblar o que las manos le suden por el nerviosismo. Una emoción que no podían controlar, pero los ejercicios de respiración de la vez anterior le sirvieron bastante bien.
En cuanto a su puntería, seguía siendo cuestionable, pero nada que no se pudiera mejorar. Eso sí, seguía errando en una misma cosa, preparar el arco. En lugar de hacerlo con la punta en dirección hacia el suelo, lo hacía directamente hacia arriba. Lo que era un peligro. Y seguía diciéndoselo, no obstante, los malos hábitos eran difíciles de corregir.
Porque era evidente para él como entrenador y líder, que esa costumbre procedía de su manada. Asimismo, era notorio como nadie se había molestado en repararla. O quizás, podía ser el caso de que no lo habían intentado lo suficiente.
Cualquier opción era válida en esta situación hipotética de la cual no podía hacer otra cosa más que sacar conclusiones en base a lo que observaba.
Pasándose una mano por la cabellera, Mingi suspiró con profundidad, todavía incrédulo de que los dos se hubieran confesado hace tres días. A pesar de que estuviera seguro de que sus sentimientos eran correspondidos por la forma en la que Hongjoong parecía anhelarlo, no pudo evitar tener uno que otro pensamiento negativo con respecto a que no fuera el caso. Después de todo, como el ser complejo que era, el pesimismo era un compañero invisible que podía aparecer en los momentos menos esperados y causar un desastre en el ánimo y la mente, principalmente.
Por suerte, fue algo insustancial y momentáneo. Ya que había ocasiones en la que su mente se volvía un caos incontenible que lo llevaba al borde de la extenuación.
Lo que no era para nada sano y lo sabía, por eso se encontraba trabajando en esa falla, como él lo llamaba, para lograr superarse a sí mismo y ser una mejor versión de su persona.
Porque al final del día, eso era lo que todos deseaban.
Pero si le preguntaban a él qué es lo que quería en ese preciso instante, es que Aila dejara de competir por su atención. No había nada qué ganar, al final del día, su corazón estaba en manos de otra persona y eso no podía cambiarlo. Tampoco tenía las ganas ni el poder de hacerlo.
Y de tener la habilidad de decidir a quién entregar sus sentimientos, no sería a Aila bajo ninguna circunstancia. Por más que fuera su amiga y la conociera a la perfección desde que eran jóvenes, sabía que la chica era demasiado celosa al punto de lo tóxico. Y aunque él podía llegar a ser algo sobre-protector, no pasaba de eso: sobre-protección. Entendía sus límites, algunas veces más que otras, pero no abusaba de su voluntad ni la imponía a otros.
Por esa razón es que nunca pudo sentir nada más allá de lo platónico por Aila, seguro, la chica era linda y encantadora, con una sonrisa que podía parar más de un corazón, sin embargo, ante su mirada siempre fue una persona determinada que buscaba ser su amiga. Y en eso se quedó: su amiga.
Aunque últimamente comenzaba a causarle dolores de cabeza, y no de aquellos que solía obtener de cuando eran jóvenes y curiosos. Todo lo contrario, de esos que le incitaban a querer callarla de una manera muy poco apropiada.
Lo que no sabía cómo afrontar para ser sincero, de lo único que tenía certeza, es que empezaba a colmarle la paciencia.
Resoplando por lo bajo, se giró por segunda vez, enfrentando la espalda de Hongjoong. Sin poder resistir la tentación que trepaba por sus nervios y los enredaba de una calidez que ardía, se arrimó contra el felino más pequeño hasta que su pecho estuvo pegado a su espalda y sin reparos de por medio, Mingi ajustó sus manos alrededor de la cintura ajena.
La sensación de confort fue inmediata. Como un abrigo de seda en la primavera.
Cerrando los ojos, apretó su agarre y suspiró al mismo tiempo, sin tener idea de cómo hizo revolotear la cabellera contraria de forma superficial.
—Refunfuñas mucho —murmuró Hongjoong, claramente somnoliento.
Abriendo los ojos de golpe, Mingi levantó la cabeza, viendo su perfil cincelado—. ¿Te desperté?
—Podría decirse —respondió en medio de un bostezo—. ¿Qué te tiene tan inquieto?
—Muchas cosas, para serte honesto, pero no creo que sean lo suficientemente relevantes para conversar de ellas ahora. Deberías aprovechar a dormir. Aún no es la hora de levantarnos.
—¿Así que quieres mandarme a dormir y dejarte solo con tus pensamientos? —preguntó el felino del sur con tintes de diversión. Mirándolo a través de su hombro. Pestañas largas y tupidas, junto a unos ojos ámbar que competían con el brillo de la luna.
Picoteando sus labios, el moreno no pudo evitar sonreír—. No es eso, creo que es demasiado como para dedicarle tiempo ahora.
Girándose en sus brazos, Hongjoong lo enfrentó, una mirada empañada por los rastros de la somnolencia. Mejillas hinchadas y la derecha marcada por la superficie de la almohada. A sus ojos era una imagen encantadora.
—¿Y a qué le quieres dedicar el tiempo? —preguntó con un indicio de sonrisa en la comisura de sus labios.
Entendiendo el mensaje, Mingi apretó su agarre entorno a la cintura ajena y lo acercó más a su cuerpo, hasta que sus pechos se tocaron y sus labios se encontraron a centímetros peligrosos de rozarse.
—A ti, ¿no te suena mejor plan?
Con sus piernas ya entrelazadas, el más joven tuvo la osadía de levantar la rodilla y presionar su entrepierna. Inevitablemente, eso provocó que un jadeo escapara de sus labios por la vaga estimulación. E incitado por ese primer paso, el felino más grande llevó sus labios a la garganta ajena y comenzó a dejar un sendero de besos superficiales. Tomando, de vez en cuando, trozos de piel entre sus dientes y haciendo jadear al más bajo.
Fascinado por los sonidos que podía producir, puso más empeño en sus administraciones y procedió a usar sus manos, arrastrándolas hacia la parte delantera del cuerpo del más bajo, pasando de sentir sus costados a sus abdominales sutiles. Eran apenas unos relieves perceptibles pero firmes, a gusto con la sensación y hundimiento de su abdomen. Mingi ascendió por aquel lienzo a medio pintar, y tan pronto llegó a sus pezones, se puso a jugar con ellos.
En un inicio fue generoso, besando su manzana de Adán al mismo tiempo que lo estimulaba en el área de sus pezones, haciéndolos salir a flote con caricias constantes y presiones destacadas. Pero no fue hasta que tiró de la areola que los rodeaba, que no se pusieron duros. Y la reacción fue inmediata, lo que lo dejó sin aliento. Consumido por la sensualidad que emanaba.
Presionando su nariz contra la garganta de Hongjoong, Mingi tomó una profunda inhalación. Llenándose los pulmones con la fragancia ajena.
—¿Tanto me deseas? —preguntó el pelinegro al alejarse, tironeando de su piel en el proceso.
—¿No es evidente? —replicó el de cabellera cobrizo, alejándose para verlo directo a los ojos. Encontrándose con unas pupilas expandidas y consumidas por la lascivia. Era espesa y oscura. Trepidante.
—Dios.
Fue lo único que llegó a exclamar antes de presionar su boca en la contraria, devorándola por completa. Siendo tomado por sorpresa, el más joven apenas tuvo unos segundos de reacción para poder igualar su ritmo y corresponder como era debido.
A la par que se besaban, Mingi seguía jugando y tironeando de los pezones de Hongjoong. Arrebatando uno que otro gemido de su persona. Lo que fue música para sus oídos.
Sintiéndose satisfecho de estar realizando un buen trabajo al complacer a su compañero, el moreno procedió a deshacerse de las prendas que los cubrían. Iniciando por las de arriba y continuando con las de abajo.
Para cuando quedaron únicamente al desnudo, ambos comenzaron un vaivén de sus caderas, frotándose entre sí y sintiendo el aliento caliente del otro en sus rostros. Manos que se deslizaban por cada curva que encontraban y bocas que se demolían entre sí con una pasión desaforada.
Y siguiendo las artimañas de la lujuria, ambos acabaron con sus erecciones mojadas y pegadas.
Pero con el calor de la habitación y de sus cuerpos subiendo a sus cabezas, actuaron de forma irreflexiva y en un arranque de impulsividad, Hongjoong se apartó de golpe, desconcertando a Mingi y con una de sus manos, empujó al más alto hacia atrás, haciéndolo caer sobre su espalda. El sonido que se produjo fue uno seco, apenas audible en comparación de sus voces.
Sin entender qué se hallaba sucediendo, el pelinegro sólo se quedó observando cómo el más bajo tomaba cartas en el asunto y se trepaba a su cuerpo, sentándose en su regazo, para acto seguido, pasar a colocarse de espaldas a él. Fascinado por la estructura que se encontraba creando el gato dorado, la pantera no pudo evitar estirar una mano y deslizarla por su espalda. Sintiendo los músculos que la componían tensarse y moverse bajo su tacto amoroso.
—¿Qué haces? —preguntó en medio del desconcierto, una voz agitada y ronca. Una voz que le causó escalofríos al otro hombre.
—Una vez —empezó diciendo Hongjoong, tan afectado como Mingi en sus palabras—, vi esta posición..., en una revista —comentó con el cuello enrojecido. No sabía el moreno si por la actividad acalorada y frenética, o si por la vergüenza—. Quiero intentarlo contigo —continuó—. ¿No quieres?
Sin poder controlarse, el moreno nalgueó al más joven. El sonido retumbó por la habitación e hizo brincar al receptor, de igual forma como sus pequeños labios produjeron un sonido suave pero similar a un jadeo ahogado.
Fue tan estimulante, que el líder de caza creyó ponerse más duro de lo que ya estaba. Sus venas resaltando entremedio de las nalgas del príncipe del sur. Una imagen obscena que aludía a la lujuria y sus juegos.
—Por supuesto que quiero.
Y al parecer, esa fue toda la respuesta que el más joven y aventurero necesitó, porque de repente, se encontró apoyando su mano izquierda en su muslo, a su vez que, llevaba su mano derecha a su entrada. Por un segundo pensó en detenerlo, pensando que iba a estimularse en seco, no obstante, y tras agudizar la vista, no demoró en percatarse que ya tenía dos dedos húmedos. Probablemente con su saliva.
Lo que no era muy recomendable.
Pero para cuando él se halló dispuesto a hacérselo saber y aconsejarle que mejor usara el lubricante que tenían allí, el príncipe proveniente del sur, ya había ingresado dos de sus tres falanges. Dejándolo completamente anonadado.
Y la estimulación visual fue tal, que su propio miembro se sacudió con la imagen. Produciendo más líquido seminal del que alguna vez se creyó capaz. Su erección se encontraba tan brillante y resbaladiza que era de no creer. Era la primera vez que le sucedía algo semejante.
Estaba fascinado y al mismo tiempo desconcertado.
¿Cómo se podía desear tanto a alguien, al punto de sentirse como si ardiera?
Y cuando visualizó a los dedos empezar entrar y salir de aquel estrecho agujero, Mingi no pudo resistir la urgencia de volver a nalguear a Hongjoong, esta vez siendo más sentido en su acción y provocando que el más joven gruña. Sus caderas por otro lado, se mecieron con el impacto. Fue fascinante de ver, al igual que la forma en la que la carne regordeta se movió bajo su mano.
Amasando la zona agraviada, no pudo evitar presionar sus uñas en la piel y marcarla. Fueron apenas unas líneas imperceptibles que no destacaban para nada. No obstante, allí estaban. En una señal de posesión de la que sólo ellos dos sería conscientes.
Pero la parte más difícil, fue observar cómo, lentamente, Hongjoong se hacía camino en su erección. Centímetro por centímetro, con una lentitud dolorosa. Haciéndolo percibir la resistencia de sus nervios y alrededores. Apretándolo de una forma considerable. Lo que provocó que se aferrara a sus caderas con fuerza, hasta marcar sus dedos con la finalidad de contenerse y no dar la estocada que tanto deseaba.
Cuando finalmente estuvieron conectados, el más bajo no le dio tiempo a acostumbrarse a la sensación de opresión y comenzó a moverse. Al principio fue de manera lenta y tentativa. Meciendo sus caderas de forma pausada, pero luego de un rato, cuando su estabilidad pareció asentarse, empezó un ritmo constante y acompasado. Robándole el aliento.
Y eso que lo único que podía observar del más joven era su espalda y su cintura pequeña. Nada más.
Sin embargo, ese era el estímulo suficiente que necesitaba para encontrarse respirando de forma irregular.
Y Mingi lo dejó hacer lo qué quisiera, porque mientras Hongjoong dictaba su propio ritmo y se balanceaba sobre su erección con movimientos circulares, él aprovechaba para enderezarse y besuquear su cuello. Llenándolo de marcas de diversas proporciones.
Tiñendo su lienzo de tonalidades rojizas profundas y algunas más moradas.
Por otro lado, sus manos pasaron a continuar con su actividad pausada, estimulando los pezones del gato dorado con la derecha y acariciando de forma calculada su erección hinchada y resbaladiza con la izquierda. Escuchándolo soltar algunos quejidos y viendo sus caderas tartamudear por las atenciones.
Fue asombroso y una pena al mismo tiempo por no poder ver qué clase de expresiones se encontraba haciendo.
Sin embargo, se conformó con el placer que se hallaba recibiendo y no exigió de más por esta ocasión. Porque las cosas se pusieron realmente interesantes, en el momento que el ritmo se volvió uno más acelerado y torpe, producto de la satisfacción personal que comenzaba a tomar control de las acciones de Hongjoong. Mingi no estaba mejor, sus embistes eran erráticos y desorganizados.
Ambos iban fuera de tiempo, pero eso no estaba mal tampoco, sólo significaba una cosa: se encontraban cerca de que su orgasmo se los comiera por completo. La tensión en sus músculos era pesada y sus respiraciones, trabajosas.
A pesar de ellos, cuando pudo sentir la entrada del más joven apretarse de una manera abrasadora en un indicativo de que se encontraba cerca de venirse, pasó lo impensado para ambos, y de repente, el mayor de los dos veía cómo el chico perdía el equilibro y su mano se zafaba de su muslo, ocasionando así, que se cayera de cara sobre las sábanas. El culo empinado y un quejido adolorido escapando de sus labios.
Mingi no entendió lo qué pasó de inmediato, cegado por la nube de placer, no obstante, a medida que espabilaba, logró observar a Hongjoong sosteniéndose la pierna derecha con la manos mientras que su rostro se descomponía en una mueca grotesca de dolor.
Actuando más por inercia que por otra cosa, él fue rápido para enderezarse y acercarse al contrario. Temiendo tocarlo, sus manos flotaron por encima de su silueta menuda y definida.
—¿Qué sucede? —preguntó con la voz alterada.
—Calambre —consiguió susurrar el de cabellera cobrizo. Las comisuras de los ojos humedecidas y el flequillo sudado.
Apresurándose en actuar, el moreno comenzó a frotar la área afectada del más bajo con las manos, de forma suave y circular, creando así calor. No sabe cuántos minutos pasaron, pero sabe qué fueron los suficientes como para que el cielo empezara a aclararse y los pájaros comenzaran a cantar por entre los árboles.
—¿Te siente mejor?
Girando la cara, Hongjoong asintió—. Creo que la posición no fue la más indicada —dijo entre risas—. Aunque fue divertido.
Exhalando profundo, Mingi se alegró de que su ánimo no hubiera decaído—. La siguiente vez seamos más cuidadosos y tengamos en cuenta tu lesión. Ponerla en tensión no pienso que sea de lo más beneficioso.
—Tampoco es algo que se pueda controlar —replicó Hongjoong al enderezarse, tomando asiento frente a él—. Si por cuestiones naturales los músculos deben contraerse, ¿qué más podemos hacer?
—No exigirle demasiado a tu pierna, estaría bien.
—Suerte con eso —le dijo el más joven, riéndose.
Rodeando sus hombros, Mingi lo atrajo hacia él—. Sólo vistámonos y vayamos a tomar una ducha tibia, eso te ayudara a perder tensión.
—¿Qué hay sobre...?
—Podemos divertirnos bajo el agua —comentó con una sonrisa torcida, viendo como el otro hombre se carcajeaba mientras se alejaba suyo—. ¿Cuál fue el chiste? —preguntó—. Hablo en serio.
Y no obtuvo respuesta, sólo un sonido melodioso que era distinguido por la alegría en su estado más puro.
Que siendo objetivos, no debería de sonar a esas horas con tanta libertad cuando no eran los únicos viviendo en la cabaña. Sin embargo, no le importó demasiado. Era algo precioso que no escuchaba con regularidad.
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—Tus amigos están aquí —susurró Mingi de repente, haciéndolo fruncir el ceño.
—Te dije que te volveríamos a visitar pronto.
Llevándose un susto de muerte, Hongjoong se soltó de la mano del pelinegro y se la llevó al pecho, girándose sobre sus talones, sólo para encontrarse con las siluetas sonrientes de Wooyoung y San, acompañados por Yunho que parecía igual de divertido. No obstante, era difícil de estar seguros.
Y en el segundo que la distancia se redujo, la primera reacción del más bajo, fue golpear al rubio en le pecho. El sonido tosco que produjo dejó en claro que no fue juguetón en sus acciones, por el contrario, hubo un tinte de irritación en ellas. Y saña, principalmente. Quería que le doliera. Y lo consiguió por la mueca que hicieron sus labios finos.
—No vuelvas a asustarme de ese modo, bastardo —farfulló entre dientes, sin un resentimiento real.
—Si no le estuvieras haciendo ojos a la pantera, habrías notado nuestras presencias —replicó Wooyoung, sobándose la zona afectada con el entrecejo arrugado. Realmente le había dolido.
—¿Disculpa? —cuestionó con incredulidad, parpadeando repetidas veces.
—Los vimos de la mano —acotó San, una sonrisa tenue y ojos brillantes. Típicos de su persona.
Desviando la mirada, Hongjoong sintió como sus mejillas enrojecieron. El rubor se expandió por su piel y la profundidad de su color lo hizo notorio a los ojos de todos. En una revelación implícita.
—¿Y qué tiene de raro eso? —murmuró por lo bajo, avergonzado—. Ustedes también se toman de la mano.
—Tenemos privilegios, aparte de eso, somos mejores amigos y almas gemelas. ¿Qué hay de ustedes? —replicó el rubio como si fuera una competencia.
—¿Nos gustamos? —contestó indeciso, mirando hacia el alto en busca de aprobación.
—Cuéntame otro chiste —resopló Wooyoung, brazos cruzados y expresión divertida. Su ignorancia hizo reír a Mingi—. Por todos los dioses, es en serio.
—¿Está prohibido? —preguntó el moreno con una ceja enarcada.
—No, no es eso, sólo que...— interrumpió San con nerviosismo, sacudiendo las manos—. Eres una pantera, ¿no deberías odiarnos?
—¿Bajo qué motivos? —preguntó el pelinegro de regreso. Sinceramente curioso. Podía darse cuenta por su cadencia suave que rozaba lo gentil.
—No lo sé —espetó San, confundido—. La causa que llevó a la muerte de la madre de Hongjoong, la historia de nuestras especies o la reticencia de tu líder...
—En ninguna de ellas me vi involucrada —interrumpió Mingi con calma—. La historia de nuestras especies, antecede a mi existencia, la causa que llevó a la muerte de la madre de Hongjoong, aunque es lamentable, no estuve presente y el recelo de mi líder, es cosa suya. No tiene porqué influir en mi concepción hacia las demás cosas o personas. Tengo criterio propio y sé que no todos en el sur son unos seres ilógicos y embusteros.
—¿Y qué tan creíble puede ser tu criterio cuando es evidente que te acuestas con uno de ellos?
Hongjoong no tuvo que voltear para saber quién era esa persona indeseada, el tono agudo y dulce como la miel, eran datos suficientes para decírselo.
—Aila —masculló Mingi de repente, sin girarse tampoco. Dedos en el puente de la nariz y expresión, repentinamente, cansada—. Hablemos. Ahora.
Eso fue una orden, contundente e irreprochable. Todos lo supieron, incluida la chica rubia, a la cual le temblaron las pupilas. Arrepentida.
Sin embargo, Hongjoong apenas sintió pena por ella al verla marchar cabizbaja y con un Mingi liderando el camino con pisadas firmes y una espalda recta.
—¿Qué sucede con esa chica? —preguntó Wooyoung luego de un rato, apuntando en la dirección que se fueron.
—Sólo es una malcriada sin moderación —respondió Yunho, pasándose una mano por la cabellera—. Sus padres nunca le pusieron límites y heredó la personalidad de su madre. Es un desastre. Nada más.
—Y está enamorada de su guardián —agregó el rubio con astucia—. Demasiado obvio que me dan asco. Los dos. Tú y ella.
Poniéndole una mano en la cara, Hongjoong lo empujó—. Mejor cállate y no me hagas hablar —le advirtió de la manera menos intimidante posible, haciendo que San se ría, conocedor—. Después de todo, ¿qué hacen ustedes aquí? ¿Cómo llegaron?
—Hacíamos nuestras rondas normales y nos decidimos por pasar a visitarte, de antemano, hablamos con el líder de la manada y unos centinelas nos acompañaron.
—Así que, ¿esta vez no se escabulleron como ratas? —preguntó a modo de broma, recibiendo un par de golpes por parte del dúo, haciéndolo reír. Extrañaba su dinámica.
—¿Por qué no celebramos el reencuentro? —sugirió San con una sonrisa ladeada—. De seguro hay algún bar abierto a esta hora. No pasan de las cinco.
El más bajo quería abogar porque era demasiado tarde para comenzar a beber cuando tenía un par de actividades designadas, sin embargo, Yunho se mostró predispuesto de llevarlos a uno. Viéndose arrastrado por la mayoría, el joven gato dorado cedió. Riéndose de las ocurrencias de sus amigos y adentrándose a un bar de buena pinta y apariencia rústica, no dudó en aceptar la cerveza de raíz que se le sirvió luego de que Wooyoung ordenara por todos.
El centinela alto y delgado pero bien proporcionado, se negó a beber, usando como excusa que estaba de guardia. Cuidándolos a ellos. Lo que, en realidad, no era del todo mentira.
Era una verdad bastante cierta, de hecho.
—¿Todavía no tienen ninguna pista? —fue una de las primeras preguntas del curioso de San.
—No, realmente es el caso más serio que hemos tenido que manejar hasta ahora —respondió Yunho con seriedad—. Los rastros han sido borrados, sin contar que ya ha pasado más de un mes desde que ocurrió el hecho, nuestra curandera sugiere que eliminaron las muestras a propósito.
—La única manera de hacerlo, sería o con un curandero desertor o con un aprendiz de uno.
—Está la posibilidad de que algún curandero de otra manada se halla prestado para el complot contra el príncipe. Las opciones son tan diversas como ilimitadas en este punto. No descartamos nada.
—Realmente están trabajando duro, ¿eh? —reconoció Wooyoung, bebiendo con moderación a diferencia de él.
—Bueno, Mingi se lo tomó bastante personal al caso y nuestros centinelas son conocidos por el esfuerzo y la tenacidad. No dejamos nada a medias.
E inesperadamente, recibió un beso en la mejilla izquierda, llevándose una mano a esta, miró en esa dirección, encontrándose con unos ojos brillantes y suavizados por la compasión.
—Me alegra que hayas encontrado personas que se preocupen por tu bienestar.
—Oh San —exclamó con una sonrisa amorosa, rodeando su cuello con los brazos—. Es temprano para llorar, mejor bebamos.
—De acuerdo —dijo el centinela mayor a las risas.
Y quizás su idea no fue tan buena, porque de alguna manera, acabó excediéndose y con un dolor de cabeza insoportable. Tirándose sobre la cama que ocupaba con Mingi, escuchó la risa distorsionada de quien creía, era Wooyoung.
—Siempre fuiste malo para beber —escuchó a alguien comentar.
Sacudiendo la mano en un ademán indiferente, se giró sobre su eje, dándole la espalda a esa persona. Quién quiera que sea y cerró los ojos. Sintiéndose cansado. La cabeza le pesaba y los músculos le dolían.
Había sido un día emocionante, pero esos dos le habían drenado la energía como dos garrapatas. Quería dormir y nada más.
No daba para nada más, de hecho.
Era tal el cansancio que se olvidó del tema de Mingi y su ausencia.
El Hongjoong de mañana lo resolvería, de eso no cabían dudas.
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