—Y eso fue lo que no sabías de la directora Lee. Ahora, no olviden enviar sus preguntas anónimas al buzón del tercer piso. Con ustedes estuvo su locutor favorito, V, ¡hasta la próxima, chismosos escolares! —La voz de Taehyung se esparció por los altavoces como perfume dulce y escandaloso.

Con un gesto ensayado, apagó el micrófono, se quitó los auriculares y dejó escapar un suspiro satisfecho. La cabina estaba llena de papeles garabateados, una taza de café frío y su entusiasmo pegado en cada rincón.

Pero la puerta se abrió con ese chirrido odioso que anunciaba que alguien venía con malas noticias.

—Taehyung —dijo su compañero Nam desde el umbral, con el ceño arrugado como papel mojado—. Tenemos que hablar del club.

Taehyung parpadeó. Ya sabía que nada bueno salía de una frase como esa.

—¿Es por lo del rumor del señor Han y la enfermera Kim? Porque nunca confirmé que se vieran fuera del horario escolar. Solo lo insinué.

Namjoon suspiró, entrando con pasos pesados. Sabía que Kim era muy elocuente y comunicativo, por lo cual, trajo algunos problemas al inicio.

—No, no es eso. Es algo más oficial. El consejo estudiantil... ha decidido revisar los clubes activos. Y el nuestro, Taehyung, no cumple con los requisitos.

—¿Cuáles requisitos?

—Cinco miembros activos. Y ahora mismo somos tú y yo.

Un silencio cayó tan rápido que ni siquiera el ventilador logró llenarlo. Taehyung se quedó mirando los botones de la consola de audio, como si alguno tuviera una solución mágica.

—Cinco... miembros —repitió en voz baja—. ¿Y cuánto tiempo tenemos?

—Tres semanas —dijo Nam, serio—. O se cierra.

Taehyung pasó el resto del día sin rumbo, caminando por los pasillos como quien espera que las ideas caigan del techo. Pensó en reclutar a los del club de literatura, pero ya estaban fusionados con el de poesía. Luego pensó en los del club de cine, pero solo se reunían para comer palomitas y hablar de Marvel.

Nadie quería trabajar. Y mucho menos en un club donde se hablaba a un micrófono invisible, sin aplausos, sin cámaras, sin likes.

Cuando dobló la esquina que daba a la cancha techada, vio al equipo de hockey recoger su equipo. Entre ellos, con una camiseta negra y el cabello húmedo por el entrenamiento, estaba Jeon Jungkook.

Callado. Siempre al margen. Y aun así, imposible de ignorar. Una idea fugaz cruzó su mente y como un niño pequeño salió corriendo, con aquel plan que debía saber su mejor amigo.

—¿Tú quieres que Jungkook se una al club de radio? —preguntó Jimin con una expresión entre risa nerviosa y preocupación real.

Estaban sentados en la cafetería, en la mesa que daba justo frente al ventanal del patio. Taehyung jugaba con la pajilla de su jugo de durazno, evitando parecer demasiado desesperado.

—No "se una". Solo que aparezca por ahí. Una o dos veces. Es como decoración de lujo. Si él entra, otros vendrán detrás. Es un imán social, aunque no lo quiera.

—Tae —empezó Jimin con tono bajo—. Jungkook no es ese tipo de persona. Es diferente. No habla con casi nadie. De hecho, creo que solo le habla con normalidad a Yoongi, su primo. Al entrenador. Y a veces a sus compañeros de equipo. Una vez intenté hablarle, solo me miró y siguió derecho, creí que era sordo pero metros después lo vi hablando con alguien. Creeme, él absolutamente no repara en nadie.

—¿Pero por qué? ¿Le pasa algo? —preguntó Taehyung, genuinamente curioso.

—No lo sé —Jimin se encogió de hombros—. Nunca lo he escuchado contar nada sobre su vida personal. Ni sobre su infancia. Ni sobre sus gustos. Y eso que he salido con Yoongi desde hace más de un año. Jungkook es reservado. Silencioso. Pero no en un mal sentido. Es muy respetuoso, educado incluso. Saluda a los profesores, se inclina con una reverencia perfecta, ayuda a limpiar después de los entrenamientos. Solo que... no habla. No busca conexión.

—¿Y cómo se las arregla para tener las mejores notas del curso si nunca participa en clases? —Taehyung frunció el ceño, pensativo—. Nunca levanta la mano, nunca lo he oído leer en voz alta. Hemos compartido algunas clases y es el único que no participa.

—Eso me lo he preguntado mil veces —dijo Jimin—. Hay rumores de que tiene memoria fotográfica. O que estudia por su cuenta. A veces Yoongi me dice que pasa las noches enteras revisando libros o videos en su laptop, incluso después del entrenamiento. Pero no lo presume. Nunca. Solo llega con todo hecho y perfecto.

Taehyung se apoyó contra la mesa, entrecerrando los ojos como si estudiara una obra de arte abstracta.

—¿Y tú crees que hay alguna forma de hacerlo entrar a la cabina?

Jimin lo miró con media sonrisa. —¿Tú crees que puedes meter a un chico que odia el ruido en el cuarto más ruidoso de todo el colegio?

—No lo sé. Pero algo me dice que le gustaría estar en un lugar donde nadie le pida que hable, pero todos lo escuchen sin decir una palabra.

—Eso suena poético. Y peligroso —Jimin suspiró—. Mira, puedo hablar con Yoongi. Tal vez él sepa cómo empujarlo un poco. Pero Tae, no lo fuerces. Jungkook no es una persona que se deja arrastrar.

—No lo voy a forzar —dijo Taehyung, con una sonrisa suave—. Solo tenemos que convencer a Yoongi para invitarlo al escenario más silencioso que tengo: la cabina, cuando está apagado el micrófono.

Desde ese día, Taehyung empezó a observar. No acosar —se repetía mentalmente—, observar con fines investigativos. Anotaba en su libreta mental cada detalle: a qué hora llegaba, con quién hablaba, cuántas veces se reía (respuesta: ninguna). Una vez lo vio leyendo un libro de física avanzada mientras se cambiaba los botines. Otra vez, sacando fotos del cielo con una cámara antigua en el patio trasero.

No hablaba. No miraba. No buscaba nada.

Y sin embargo, Taehyung no podía dejar de mirar.

—Tres semanas —se dijo en voz baja, viendo a Jungkook pasar frente a la biblioteca con los auriculares puestos y una expresión neutral—. Solo necesito tres semanas.

Y un milagro.