Capítulo 4.
La sirena de la ambulancia sonaba intensamente a medida que llegaban a su destino, Brooke seguía inconsciente en mano de los paramédicos, Michael se encontraba al lado de ella, viéndola fijamente con preocupación. Eran las cuatro de la tarde, ni un segundo más ni uno menos, se respiraba un aire de preocupación en la ambulancia, ¿Qué más podía esperarse? Una vida estaba en juego.
Habían llegado a su destino, la bajaron rápidamente en la camilla, la prensa ya se encontraba presente a las afueras del establecimiento. Ahora vendrá una historia falsa, acompañada de mentiras creadas por tabloides.
El simple hecho de tener a una estrella en problemas era tema de noticias, no importaba crear mentiras, destruir personas, en este ámbito sólo importaba el dinero. Michael era consiente, ya que a lo largo de su carrera sufrió abuso de estos, empezando con el supuesto Romance con Brooke. A ellos no les importaba mucho las mentiras que inventaban, porque en cierto modo todo era mentira por un lado, y por el otro podía haber sido verdad. Los familiares de Brooke estaban presentes en el hospital, su madre estaba sumamente angustiada clamando por su única hija, mientras Michael, solo esperaba en silencio.
— Familiares de la señorita Shields— se hizo presente un hombre con aspecto longevo, una barba blanca y el típico traje de un doctor.
— Soy su madre— dijo la mujer que se encontraba al lado del moreno.— ¿Cómo está mi hija, Doctor?
— Ahora está estable. Deberá de quedarse por lo menos una semana internada.— la miró fijamente— Sus nervios han estado muy alterados últimamente, ¿La señorita ha estado bajo presión las últimas semanas?— preguntó.
— Su boda— dijo su madre con frialdad y recelo.— ha estado nerviosa por su boda.
— Eso explica todo— replicó — pronto traeremos noticias de su hija. Por el momento debe estar bajo cuidado intensivo, buenas noches— se retiró. La Madre de Brooke se dirigió a Michael, quien tenía la mirada fija en el suelo.
— Muchacho deberías ir a descansar, Brooke está estable no hay porqué preocuparse.— lo miró con ternura.— Te avisaré de cualquier inconveniente que suceda, ve a descansar.— El moreno solamente asintió y salió despacio al lado de su guardaespaldas.
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Se situaba nuevamente en el lugar de siempre, sus ojos fríos iluminaban el sendero que recorría, la mujer de la máscara bajó con cierto poder asiendo su presencia algo tenaz. Todo estaba muy claro, ambos tenían una misión demasiado complicada, llena de trampas del uno y el otro, desvirtudes y virtudes, calidez y frialdad, amor y odio. Él la observaba fijamente, descubriendo con tan solo una mirada la persona que estaba escondida, pero era casi imposible deducir quién era, saber cómo actuaba o actuaría.
Al igual que él, ella lo analizaba, buscando el porqué sería el encargado de librarla de todo lo que la condenaba, cadenas de odio y amargura, presa de su propia nitidez.
— Nuevamente estoy frente a ti.— le dijo el moreno de una forma tranquila.
— Nuevamente te odio aún más— le respondió— ¿Por qué no te largas de una vez? Déjame en paz.
— Y tú... ¿Por qué no comprendes que quiero ayudarte? — replicó. La mujer lo miro nuevamente, conservando su frialdad a flote y la tristeza a un lado. Ella necesitaba su ayuda, pero su orgullo era más grande que su petición.
— No necesito la ayuda de nadie, sola puedo salir de aquí.— dio media vuelta caminando al sendero que la llevaría al túnel. Michael fue tras ella, sin hacer el mínimo ruido, pues quería saber qué podía tramar aquella mujer.
Llegaron frente al túnel, la mujer suspiró y caminó queriendo traspasarla, él sólo la observó con cierta confusión. Una fuerza tridimensional acompañaba la puerta, ella no podía traspasarla, ya que fueron órdenes del señor de arriba. Cayó a un lado al ser derribada por la fuerza que esta llevaba. Michael la levantó, consiguiendo fijarse perdidamente en sus ojos avellanas, a lo que ella, hizo lo mismo con el marrón.
— ¡Suéltame! Estoy bien.— gritó safandose de sus brazos. Caminó dirigiéndose nuevamente al túnel, tocando con sus dedos el extremo de este. En ese instante un viento fuerte empezó a sacudir los árboles de aquella pradera, y una voz que le decía.
— No seas testaruda, si quieres pasar el túnel debes hacerlo con alguien.— El moreno entendió el presagio que dio la voz del cielo, posandose al lado de ella tomándola firmemente de la cintura; la miró una vez más caminando despacio hacia el túnel. La tomó de la mano entrando en esta, ella se asustó al saber que podía llegar a una realidad verdadera, así que, retrocedió rápidamente soltandose del moreno, el cual se asustó.
— ¿Por qué te vas? Vuelve.— gritó haciendo señas con las manos.
— No es aún el momento.— le contestó asustada.
— ¿Por qué no lo es? Vuelve, te necesito.— suplicaba con necesidad en la boca.
— ¡Vete!— gritó— no necesitas a un demonio cerca tuyo.
Cerró los ojos, esperando que no estuviera nuevamente, llegando a suplicar de no verlo al frente suyo. Se cumplió, pues la magia había ocurrido nuevamente dejándola sola como siempre debió ser.
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*•●•*•●•*
—¡No te vayas!—gritaba entre sueños— déjame estar contigo...— suplicaba moviéndose en el colchón con los ojos cerrados y el pensamiento en sus sueños. Elizabeth entró junto a Bill, tratando de levantarlo suavemente, sobando su hombro le gritaban pero no despertaba. Recurrieron al último recurso, llevando a la habitación un vaso de agua fría el cual lo derramaron suavemente en su rostro.
— ¡¡¡Bill!!!— gritó sobresaltado, secándose el rostro con su mano derecha y el ceño fruncido. Líz lo miro con un gesto gracioso y a la vez confusa, acomodó su falda verde que le llegaba unos cuantos dedos antes de la rodilla, se aproximó hasta él dedicándole una sonrisa fugaz.
— Michael, ¿estás bien? ¿Que pasó para que gritaras de esa manera?— le preguntó acariciando su suave mejilla.
— Nada importante, Líz. Solo esas pesadillas que volvieron.— tomó su cabeza debido al fuerte dolor. Ella solo le dedicó nuevamente otra sonrisa. Levantó las cobijas que lo cubrían del frío que ambientaba la habitación. Caminó al baño viendo su reflejo una vez más, abriendo el grifo con delicadeza vio salir el agua cristalina en sus manos, pensado en la mujer que veía entre sueños y pesadillas. En ese momento vio fijamente la palma de su mano observando la mancha blanca que se expandía poco a poco, su exasperación y desconfianza que transmitían aquella enfermedad crecía, su miedo lo intimidaba llenando su razón de hechos aún no acontecidos, pero próximos.
— Michael.— gritó Líz, entrando a la habitación observándolo fijamente. Él se encontraba anonadado viendo su mano, ella lo abrazó fuertemente cubriendo su miedo con la ternura que le transmitía. Aún no reaccionaba, llenaba su corazón de tristeza conservando la poca cordura que le quedaba.
— No te preocupes.— lo miró tomándolo de sus dos manos.— Desaparecerá, vencerás la enfermedad. No quedará nada, ya lo verás.
— Líz, necesito que llames al médico.— lo dijo frío agachado la cabeza.— Quiero hablar cuanto antes con él.— La mujer de ojos violeta asintió suavemente retirándose de la habitación, tomó el teléfono con delicadeza marcando el número del dermatólogo.
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—Michael, debes calmarte.— le ordenó el médico, el rizado caminaba alrededor de la habitación, nervioso, pues la noticia que escuchó no era la que esperaba.
—Cómo me pide que me calme. Creí que con el tratamiento desaparecería por completo— gritó. Cada vez su semblante se tornaba más triste, destapando la preocupación que llevaba dentro.— ¿Qué más hay por hacer?
—Nada.— respondió acercadose a él.—Michael debes saber que la enfermedad nunca desaparecerá, el vitiligo seguirá atacando tu piel, podremos retrasarlo, pero no eliminarlo.
Ningún dolor tenía cura, ninguna pasión podía ser eliminada de repente, debía haber una explicación para el mal que venía en camino. El médico le otorgó nuevamente las pastillas que debería consumir a causa del tratamiento. Su piel se volvería rosácea, desapareciendo el pigmento de cada capa de su cuerpo, el aspecto tal vez no sería el mismo, pero conservaría el corazón de un humano dolido. Los meses pasarían, la vida continuaría, el mismo cielo tenue lo seguía a todas partes, su corazón seguiría perteneciendo a la única mujer que ama, a la persona la cual también sufrió por amor. Brooke, había sido dada de alta con una rigurosa pero entendible medicación, nunca volvió a saber nada de Dodi, pues pareciera que la misma tierra se lo hubiera tragado vivo.
El camino a verla cada vez se hacía más corto, eliminando el nerviosismo de tenerla en frente de nuevo. Se encontraba en Encino junto a sus padres, recibiendo la llamada de su querida amiga, informándole que quería verlo pues debía contarle una decisión que llegaría a separarlos comúnmente.
—Llegaste— caminó enseguida hacia él, abrió sus brazos en gesto de un pequeño y caluroso abrazo. La pequeña casona en la que se encontraban, era el fino retrato de un escondite para dos enamorados.— Toma asiento.— le indicó haciendo el gesto. Él correspondió.
—¿Qué noticia debes darme, Brooke? —preguntó con las manos entrelazadas.
—Michael, me iré de los ángeles — miró al suelo, desviando su mirada hacia él.
—¿Por qué te irás? No hay razones, Brooke.— la tomó de las manos. Derramó unas cuantas lágrimas a causa de lo que el moreno le decía, habían muchas razones para abandonar Los Ángeles. Su mano derecha limpió con cierto cuidado las dolorosas lágrimas que caían en su mejilla fría. Él, en cambio la miraba con mucha tristeza, no quería dejar de verla, quererla y sentirla.
—No puedo, Michael. La situación se me sale de las manos, debo irme. Volveré, lo prometo.— respondió mirándolo con sus ojos llorosos. El aire frío que entraba por la ventana abierta, no era más que un ingrediente fundamental en aquella terrible noticia. Michael asintió, reflejándose en sus ojos verdes, concluyendo aquella etapa que estaba cerrándose.
—No te vayas, no dejes a los que en verdad te quieren por algo que no valió la pena. Fíjate a tu alrededor, ve en cada uno y encontrarás a gente que en verdad te quiere.— acarició su mano suavemente mientras la miraba con melancolía.
—No me iré, solo quiero alejarme por unos meses de las promesas falsas que dijo. De las palabras falsas que susurró su boca.— cerró sus ojos conteniendo el llanto.— Quiero darme un descanso. Un punto y coma a mi historia. Volveré.— vio sus ojos desbordados totalmente en lágrimas de dolor, lágrimas de desamor, lágrimas que él mismo derramó por ella.
—Te esperaré.— la abrazó fuertemente entre sollozos.— Sólo no tardes, ¿está bien?.— movió su rostro en señal de aprobación.
Salió de aquella casa que fue testigo de despedidas, llanto mezclado con amor y pérdidas inseparables. Una tormenta vecina completaba el mal día que tuvo, cerrando los ojos y deseado que esto acabará en unos meses. Unos largos meses.
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Too bad, forget it,
cause there's Al Capone in it, so sad, you regret, cause the man is out tonight.
—Muy bien, Michael, ¿Si subes tu tono un poco, en la última palabra? Llenarás expectativas, muchacho.
John Barnes, era el coautor de la nueva pieza Al Capone, produciendo una vez más, una de las tantas canciones que Michael escribió. Una renovación era lo que buscaba, una nueva identidad y camino fijo para su carrera artística, un nuevo rumbo para su vida y por supuesto, su corazón.
—Estoy de acuerdo, John.— decía el moreno con el lápiz en su mano derecha, pensando cómo acomodar su voz a la melodía. ¿Qué te parece si lo hago así?— preguntó.— Too bad, forget it, cause there's Al Capone in it, so sad, you regret, cause the man is out tonight .— cantó y tarareo la melodía, subiendo de nota en nota hasta llegar a un punto clave. John, hizo una señal de aprobación a la acción que hizo el rizado.
—Subiste muy bien de nota, Michael. Solo si trataras de calmar tus nervios.—carcajeó mirando al moreno con gesto gracioso.— Era una broma, muchacho. Vamos por buen camino. Le llamaré a Quincy esta noche para ver cuándo podemos grabar ...— se vio interrumpido por un sonido que provino de la puerta del estudio. Un hombre de mediana edad se hizo presente ante ellos. Quince había llegado.
—¿Qué deben de informarme, muchachos? — pronunció Quince estrechando la mano con cada uno. John sólo miro a Michael algo inquieto haciendo señas para que él fuera quien informara lo sucedido. Sólo asintió.
—Quincy...— pronunció. Mordió su labio inferior tratando de calmar sus nervios.— Estoy trabajando en una nueva canción. Y, no sé... — rasco su nuca.— Quisiera saber cuándo podemos grabarla.— Quince lo miró sonriente, asintiendo por completo.
—Cuando quieras, Michael.— aclaró.—¿Cuándo quieres empezar?
—Cuando tú puedas, claro.
—Entonces que sea ahora mismo, porque estoy con tiempo. ¡Empecemos!— gritó emocionado— ¿Has pensado en sacar un nuevo álbum? — preguntó prendiendo la consola y conectando ciertos cables de colores. El rizado asintió.
—Quiero hacerlo. Quiero un nuevo reto para mi carrera, una nueva meta, un nuevo cielo.— dijo emocionado alzando las manos.— Quince, quiero tocar el cielo y quedarme ahí. Quiero superarme a mí mismo.
—Y lo harás, muchacho.— pronunció por fin John, quien se mantenía escuchando la conversación.— Lo harás, serás uno de los más grandes del mundo.
—Él tiene razón, Michael. Serás uno de los más grandes. Ya lo eres en realidad. Tienes uno de los álbumes más vendidos de la historia. Harás una nueva meta y te quedaras arriba, muy arriba.— aclaró.
Todo lo que cada uno le deseaba era muy cierto, todas las expectativas que tiene llegarán, todas las metas y sueños que tiene surgirán a lo más alto; tocaría el cielo como él tanto anhela, pero también bajaría al mismo infierno por su corazón rebelde, al querer tratar de liberar un alma pérdida y moribunda. Cedería ante la tentación de una mujer sacada desde las más profundas pesadillas. Cedería ante la lujuria que lo sacaría desde lo más íntimo de si mismo. Cedería ante esos ojos avellanas consiguiendo verlos en su realidad, una realidad creada por su mente y sobre todo del destino ya marcado de por vida.
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