Capítulo 35.
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¡Las adoro! De verdad,
estoy llorando al escribir esto♡
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Alex iba perdida en sus palabras. Disfrutaba de la brisa que rozaba su piel descubierta, observándolo fijamente mientras a su mente iban imágenes de lugares a los que posiblemente su amado la llevaría. Era agosto, el mes donde las hojas de los árboles caen y las mariposas revolotean pasándose de flor en flor. Un idóneo compás entre el verano y el otoño, hermosa canción improvisada por sus labios acompañada del viento y los gloriosos sonidos de la naturaleza.
Él; Michael, iba con una mano en el volante, los ojos fijos en la carretera, y su diestra sobrante sobre la mano de ella. Acariciándola como si de algo sagrado se tratase.
La advertencia de Siedah hizo que Michael tomara una decisión apresurada, e irremediablemente un viaje fue la primera opción que se le pasó por la cabeza. <<Aunque eso implicara enfrentarse a conducir un convertible por muchas horas en la carretera>> Así que, tres horas antes se encontraban en el hospital, recibiendo indicaciones que el doctor les dio para que pueda evitarse una complicación con el estado de salud de Alex y muchas más cosas que dejaban entreabierta la decisión que habían tomado para estar, ahora, en la carretera. A miles de kilómetros de la ciudad, con solo colinas y arbustos entre ellos. Escapando hacia la libertad, que por alguna vez, estaba de su lado.
«Quiero que nos alejemos de todo. Solo seamos nosotros. Viviendo el presente como si el pasado y el futuro no existieran».
─Cielo...
Su suave voz se oyó al costado.
─¿Sí?
Alex movió la cabeza, acomodándose un poco más cerca a su cuerpo, sintiendo su calor varonil que de alguna manera la hacía sentir segura.
─Te adoro, Alex...
La manera en que lo decía. Como sus ojos se iluminaban cuando le hablaba. Sin duda, es así como muchas mujeres quieren que les hablen, las miren y las acaricien. Con palabras dulces que hasta tu piel se estremece al escucharlas.
Michael giró su rostro una vez más, dedicándole una amplia sonrisa brillante mientras hacía una maniobra rápida con el auto para bajar ese tramo tan empinado. Orlando se veía a lo lejos con sus árboles frondosos y casas de piso con personas caminando alrededor. Era un ambiente familiar muy placentero, acogedor y futurista, algo que Michael y Alex quieren sentir como propio.
Llegaron hasta aquel lugar. Dejaron el auto estacionado en el primer espacio vacío que vieron y como si de dos niños estuviésemos hablando, ambos comenzaron a correr tomados de la mano, viendo a su alrededor cómo miles de personas disfrutaban de las distintas atracciones que ofrecía el parque.
Por supuesto, Jackson iba disfrazado, deseaba disfrutar sin interrupciones ese momento acogedor y aunque eso implicara dejar al famoso hombre de los calcetines blancos en el anonimato, valdría la pena cada segundo porque su amada lo tendría tomado de la mano.
Algodón de azúcar, globos de colores, risas y gritos, una que otra persona disfrazada de los característicos personajes de Mickey Mouse. Alex no lo sabía, pero Michael la había llevado a su pequeño lugar especial.
Disneyland.
Alex no dejaba de sonreír y apreciar cada una de las cosas que le ofrecía el mundo, colores inimaginables que sus ojos nunca pensaron ver, sensaciones de alegría al esbozar una sonrisa por lo maravilloso que es estar al lado del hombre que te ama en uno de los lugares más mágicos del mundo. Las adorables siluetas de dos personas caminando en Disneyland en medio de tanta gente le era muy reconfortable a la vida, que veía con mucha atención el mundo real que se le presentaba.
Ambos parecían una parejita de recién casados, en su luna de miel, saltando de aquí para allá tomados de la mano.
-¡Corramos!-le animó.
-¿Puedes hacerlo?
-Me siento capaz de todo si estoy de tu mano.
Tres horas, cuarenta y cinco minutos, dos bolsas de caramelos y miles de risas alrededor era el escenario para dos enamorados como ellos. Alex no podía parar de reír frente a su desconocido hombre que le hacía caras graciosas entre todo ese maquillaje improvisado, pronto un poco de algodón de azúcar quedó entre sus labios por el beso repentino que Alex le dio.
-¿Te estás divirtiendo, corazón?-susurró entre sus labios rosas llenos de azúcar.
-Como no tienes idea.
Entre toda esa cercanía finita, divina y misericordiosa, Alex se apoyó en los hombros de su amado, viendo el cielo azul entre todas aquellas atracciones que Disney les ofrecía. La banca en la que ellos estaban sentados fue el punto de inicio al final del día con el cansancio.
-¿Te sientes bien?-preguntó él, tocando su frente con algo de fiebre.
-Sí, claro que lo estoy.
-¿Segura? Estás con algo de... fiebre.
Asintió sin decir nada esta vez.
─Vámonos, cielo...
Y sin más, comenzó a cargarla entre sus brazos, recorriendo los verdes prados para llegar a la salida del lugar.
Orlando no solo es conocida por sus hermosas playas y verdes campos para descansar, sino también, por la gran atención que brinda a sus huéspedes los días que se quedan en la ciudad. Como el caso de un hotel a las afueras de la ciudad, con poca gente hospedada; algunas con maletas en las manos volviendo de donde vinieron, y otros recién llegando con sus equipajes puestos en ese carrito que es empujado por un botones con su típico uniforme formal de color entero.
El sonido de las llaves, la campana que da aviso de un nuevo huésped, varias palabras cruzadas entre las personas, una puerta giratoria que deja impresionado a más de uno por ver tan maravillosa escena; un hombre al que no se le calculaba menos de cincuenta años, se hizo presente con una mujer en brazos, corriendo hacia el ascensor mientras parecía lucir cansado. El personal estaba confundido, esas personas podían tener o no reservación, pero ¿A quién le importa?, después de todo la gente solo se preocupa por sí misma sin pensar en los demás.
―Último piso.―dijo aquel hombre canoso.
La persona que se encargaba de apretar los botones del ascensor los miraba impresionado.
―Bájame, Micha...―dijo la mujer de manera entrecortada, lanzando una risita traviesa entre ese pequeño espacio del ascensor.
El botones enarcó una ceja confundido, y entonces fue ahora el "viejo" que rió.
―¿Nos descubrieron?―susurró en su oído.
―No, cielo. Solo se dio cuenta de cuanto te amo.-le besó la frente.
Llegaron al último piso, y en lugar de caminar rápidamente por los pasillos para llegar a su habitación, sus pasos lentos se detenían conforme los besos que se daban en el trayecto. Fue allí, en medio de unos rayos de sol efervescentes y una puerta de entrada con su apellido, que decidieron parar no sin antes darse la vuelta una vez más para agradecer al botones.
Un enorme balcón, sillones y una pequeña nota al lado de la bandeja de comida, todo era encantador para su vista. Alex decidió avanzar primero, no sin antes sacarse los zapatos para continuar descalza.
Michael, por su parte, sacó la peluca de su cabeza y fue al pequeño lavaplatos de la cocina también en la sala de estar, para quitarse los restos de maquillaje. Tomó una toalla del lugar para luego leer esa pequeña nota junto a la comida.
-Michael...-susurró ella, aún viendo por el balcón.
-Ya voy, cariño.
Terminó de marcar los nueve dígitos del teléfono para llamar a Bill y agradecerle por aquel favor que le había hecho.
-¿Cómo te la estás pasando, muchacho?
-Acabamos de llegar, Bill. Muchas gracias por la ayuda.
-No agradezcas, Michael, sino ¿Para qué somos los amigos?
-Cuando volvamos a Los Ángeles tal vez todo cambie un poco, Bill.
-¿A qué te refieres, muchacho?
-Cuando regrese lo verás.-lanzó una risita-Cuídate, ¿Si? Y también cuida de mi madre.
-Claro que sí. Hasta pronto, Michael.
Colgó.
Michael se quedó recargado en la pared, colocando el teléfono a su lugar para después cruzar lentamente los brazos mientras observaba como Alex miraba todo el paisaje a su alrededor. Pero su inquietud no lo dejó esperar ni un segundo más. Se sacó los zapatos y caminó de puntitas para no producir ningún sonido entre el choque de sus pies con el suelo.
Sonriendo, con sus manos aún detrás, tímido y ansioso, acortó los pocos pasos que le faltaban para estar cerca de Alex, que solo pudo hundirse en el café de sus ojos.
─Este lugar es muy hermoso, ¿Cierto?
─dijo ella, con una sonrisa.
─Tú eres más hermosa, Alex.
Sus ojos comenzaron a lanzar destellos mientras conectaba aún más su mirada con la suya, y es que no podía apartar sus ojos de los suyos, era una necesidad que te hace perder los sentidos para dejarte en una locura máxima extasiante. Y él la sentía en ese momento. No era una corriente eléctrica ni un cosquilleo el que paseaba por todo su cuerpo; era necesidad. Necesidad de sentirse vivo en los brazos de su amada, sentirse completo mientras roba un beso lento tomándola de la cintura, cerrando los ojos, acercando su cuerpo al suyo. Imaginando hacerle el amor mientras todo carece de sentido...
─Ven,─tomó su mano─recostémonos. ¿Te parece? Quiero ver el atardecer junto a ti.
Alex hizo un gesto positivo con la cabeza y de inmediato retrocedió unos cuantos pasos junto a él hasta recostarse en la gran cama que se encontraba frente al balcón.
Se desvanecieron entre sus cuerpos, abrazándose el uno al otro mientras veían como lentamente el sol se ocultaba detrás de las colinas que parecían estar tan lejos y a la vez tan cerca de sus manos. Como el futuro incierto de un amor que puede ser prohibido o hecho a la medida de sus sentidos.
La luna y sus rayos abrazadores ya casi se hacían presentes entre sus latidos descontrolados y miradas cómplices de salvación. Alex observaba al frente, mientras que Michael solo podía contemplar a tal obra de arte que tenía entre sus brazos. <<Yo solo puedo preguntarme como me haría sentir el tocarte...>>
-¿Quieres saber que soñaba de niño?-le preguntó, rozándole los labios. Ella asintió.-Antes que nada, hacer de nuestra familia la mejor de todas. También componer algo... tomar todos los sueños de la gente que quiero y convertirlos en realidad.
-¿Y luego?
Michael la tomó de la cintura para girarla un poco y dejarla encima su pecho.
Suspiró:-Otro de mis sueños era encontrar a alguien a quien amara más que a mi mismo.-pasó un mechón de cabello tras la oreja de Alex-Y estoy dispuesto a renunciar a todo. A todos esos sueños contar de cumplir el último.
La voz se le desvaneció, devolviéndole la mirada a sus ojos llenos de lágrimas. Alex lo abrazó, sin pensarlo siquiera. Escondió su rostro entre su cuello mientras respiraba de su olor que para ella era el cielo. <<Y esto es todo lo que tengo, me sostengo a tu vida que ahora, en este preciso instante, es mía también.>>
-Te adoro, Michael...-susurró con suavidad.
Parpadeo para limpiarse los ojos llenos de lágrimas.
-Oh, corazón...
-Cuéntamelo, Michael. ¿Qué sucede?-suplicó con los ojos tristes por la preocupación que le provocaba la pena que destilaba su voz.
Pero él no podía. En vez de eso, enroscó sus brazos de nuevo en torno a su cintura y unió su boca en la suya con un afán casi al borde de la locura. No era deseo en absoluto, era pura necesidad, agudizada por el amor. Su respuesta fue instantánea, pero seguida a continuación por la pérdida de los sentidos. Sus dedos iban desabrochando cada uno de los botones de su camisa, mientras que él, trataba con todas sus fuerzas sacarle aquel vestido crema que tenía encima su cuerpo. Los besos, las caricias misericordiosas que los devolvían a la vida, cada uno de los movimientos lentos de sus caderas que les obligaban a seguir en medio de esa penumbra encendida conocida como pasión.
-No, Alex.-de repente se detuvo él, mirándole como si le preocupara que hubiera perdido la cabeza.
Ambos se miraron con los ojos confusos, llenos de angustia.
-Lo si-siento-tartamudeó ella, abrazándole de nuevo, apretando con fuerza su cuerpo dulce y moreno.
-¡No puedo, cielo, no puedo!-su gemido sonaba lleno de angustia.
-Por favor-suplicó con la voz sofocada contra su piel-, por favor, Michael...
No sabía en realidad si fueron las lágrimas que temblaban en su voz lo que le conmovió, o que no estaba preparado para resistirse a lo repentino de su ataque, o simplemente, que su necesidad era tan insoportable en ese momento como la suya. Fuera cual fuera la razón, presionó sus labios contra los de Alex, rindiéndose con un gemido.
Sus manos, grandes y firmes pasaban por su espalda como grandes redes que atrapaban sus miedos, dejándolos a un lado. Estrechó sus manos entre las suyas, besando cada centímetro de su piel entre la poca ropa que les quedaba. Se sentó sobre su cintura, dejando sus brazos entre sus rizos chocolate que habían crecido durante todo ese tiempo. Acariciaba su pecho, besaba sus labios, movía dulcemente su cuerpo junto al suyo entre gemidos ahogados que llegaban al cielo para hacer eco en el infierno. Un para siempre traspasando las constelaciones y un tiempo remoto que los llevaría nuevamente al comienzo. Donde todos los corazones laten al son del amanecer.
─Te amo, Alex...─dijo en proveniente perdición. Texturas vocales que como pólvora extasiada en el momento, saltaron en sus adentros.
La amaba, y lo sabía. Solamente los pensamientos que revoloteaban por su mente de consumar el sagrado acto entre dos amantes, le hacía perder la cordura. Pero eso no importó, porque una vez más la besó de nuevo. Suave e iluminado, acercándola a su cuerpo con las manos en su cintura, firme como el camino que recorren los enamorados cuando recuerdan todo lo que vivieron, un poco oníricas, voces que suenan en su cabeza al compás de dos cuerpos remotos; almas que saltan en cada caricia recibida.
Guardó un momento de silencio, admirando cómo sus grandes ojos no dejaban de emanar tanta ternura y pasión, pequeñas risitas que salían de sus labios sin querer a medida que sus labios pasaban por su cuello. Se fueron desprendiendo de las vestimentas poco a poco. No quedó espacio para ninguna prenda en la habitación. Michael la tocaba como si fuese lo más frágil del mundo; como una rosa de cristal que debía ser acariciada con delicadeza, sin dejar algún rasguño en ella. Sus dedos rendían tributo a su piel; locura química y anhelo de corazón que explota como pólvora ardiente entre sus cuerpos desnudos. Sentía que, con ese detalle de afecto, tan significativo a pesar de ser leve y efímero, le decía más de lo que las palabras podían expresar.
Ese "te amo" no bastaba.
―Te deseo...―su respiración era muy acelerada―pero no puedo hacerlo,―suspiró alejando sus labios lentamente―...sin antes... hacerte mi esposa.
Se separó entonces de su cuerpo, dejándola con los ojos cerrados y el sabor de sus labios aún en su piel.
De pronto, entre toda esa pasión brincando en sus poros, Michael tomó las dos manos de su amada, dejando entre ellas una caja aterciopelada. Su altura poco a poco disminuía, quedando de rodillas en el colchón.
―No necesito que alguna persona me diga que eres mi esposa, tampoco deseo que una multitud de gente venga y nos felicite porque vistamos de blanco. Alex, lo único que en realidad quiero es que seas la mujer de mi vida, aquella con la que despierte y lo primero que vea sean sus ojos, la fragilidad de su desnudez que me vuelva loco... Una persona que esté dispuesta a cargar mis miedos como yo los suyos...
La mujer de ojos avellanas vio impresionada aquel objeto que tenía entre sus manos, no era un sueño en absoluto, esta vez era su realidad.
>>Alex, cielo─tomó sus manos enderezando su cuerpo―Yo, Michael, prometo hacerte la mujer más feliz del mundo. Quiero estar en tus tristezas, en tu alegría, en todo momento de nuestra existencia. ¿Aceptas?
-Mi-Michael...-asintió con lágrimas en los ojos-Acepto, Michael.
Lo tomó de las mejillas dejando un beso en sus labios. El Moreno tenía una sonrisa de lo más resplandeciente, y sin decir una sola palabra más, tomó su mano izquierda para dejar en ella aquel anillo que sellaria su amor por el resto de la eternidad.
La abrazó de nuevo entre sus brazos, y antes de que la luna cayera junto a la noche, ellos se comenzaban a entregar al amor. Un amor misericordioso que es capaz de curar heridas y hacer que cualquier ser humano, por más cuerdo que esté, olvide su existencia y ceda a sus deseos más profundos. Los latidos, que son controlados por el placer y la entrega celestial a un mundo desconocido por los humanos, eran suficientemente audibles. Era como si estuviesen bombeando justamente en sus cabezas; sus respiraciones a medias, entre beso y beso, caricia y caricia...
«Déjame que te dé calor entre las sombras de la noche. Déjame tocarte con mi amor y hacer que te sientas a gusto. Solo ven a mis brazos mientras el mundo sigue girando. Y a la luz de una vela, te demostraré que eres la mujer de mi vida»
Al recorrer su cuerpo con los labios, un suave diapasón hizo eco en las estrellas, y fue ahí, bajo la luz de la luna, que ella se abrió a él como una flor, dejando que el niño se hiciera hombre, reencarnación divina entre su piel. Alex se desvaneció entre sus brazos, estridentes gemidos al rasgar las sábanas, inagotable variedad de vida, íntima creación de un pequeño ser humano.
-No me sueltes, por favor-gimió contra sus labios.
─No lo haré.─susurró dejando otro beso entre sus labios─Para siempre, Alex... te amaré para siempre...
Un placer paradisiaco se sentía encima las sábanas, roces y besos fugaces, palabras entre suspiros ahogados y sus manos entrelazadas.
Las horas pasaron y aunque el cansancio se hizo notar en medio de tanto amor, ninguno de los dos paró siquiera para rendirse entre los brazos del otro, sino que en medio de caricias dejaban que los minutos pasaran y así, lograrían ver la luz del sol salir cuando sus manos estén tocando sus cuerpos mientras hacen el amor para renacer una vez más...
Siempre tuyo,
siempre mía,
siempre nuestro...
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