Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 34.

Antes que nada, quiero agradecerte si estás leyendo esto, y al mismo tiempo ofrecerte una enorme disculpa por el tiempo que tardé en actualizar.

Ustedes se merecen lo mejor, y es por eso que tuve que abrir mi mente para continuar y acabar la historia de mis dos personajes favoritos♡.

En fin, no pondré escusas, no me gusta hacerlo. Muchas gracias por estar aún aquí conmigo, por leer, por todo.

¡Las he extrañado demasiado!
Espero que estos capítulos puedan envolverlas y hacerles querer más a cada personita que creé en torno a esta historia.

Este capítulo va dedicado a cada una de ustedes, ya que sin su apoyo, no sería posible todo esto♡ ¡Las adoro!

•°*°•°*°•°*°•°*°•

❝Cuando Dios creó al hombre y la mujer, de seguro nunca pensó que ambos se enamorarían a tal punto de cometer el peor de los pecados para ser expulsados del edén. Pero, tampoco creyó que de ese mismo amor se construirían caminos para seguir adelante, en medio de un mundo que recién comenzaría gracias a ellos.

Un amor de espíritu que cada ser humano busca en otra alma, casi idéntica a la suya. Sublime sensación que fácilmente se reconoce gracias a los ojos abiertos de nuestro corazón...❞

Alex podía recordar exactamente esas palabras. Michael solía susurrar ese pequeño fragmento cada noche, con un brazo alrededor de su cuello y el otro con un libro de un autor desconocido.

"Es así como nosotros nos reencontramos..."─le decía, mirándole a los ojos─"Mi corazón llamó al tuyo, y por suerte me respondiste con amor"

La vieja Los Ángeles no era la misma de antes. El verano se despedía, las hojas de los árboles caían y se amontonaban entre sí. Todos podían ver que las cosas cambian, que no todo será malo, que se puede mejorar.

Michael y Alex sabían que si estaban juntos nada podría salir mal. Tal vez ese fue su error cuando ellos quisieron luchar por su amor, pero cada uno por su lado. Buscando protección para esa mitad de corazón que ellos llevaban entre las manos.

—¿Michael llamó?—le preguntó impaciente a Bill.

—No. De seguro sigue en el estudio. Esperemos a que llegue, ¿Te parece?—ella asintió no tan segura—quizás ya está de camino para acá.

El 1 de agosto, Frank DiLeo hizo una llamada a la casa de Encino. Katherine la recibió, enterándose de que su muchacho haría un nuevo disco. Ya las esperanzas de que vuelva junto a sus hermanos eran casi nulas. Michael no paraba en casa, nadie sabía exactamente de su paradero ni de las ideas sobre un amor oculto, mucho menos de un nuevo álbum.

Todo estaba en completa discreción y misterio.

Porqué Bad ya era un hecho, y consigo traía la toma de decisiones que redirigiría el comienzo de un ascenso hacia la fama.

Quincy ya le había advertido sobre dos cosas: no se puede mezclar el amor y el trabajo, nunca se lograría un equilibrio estable entre ambos.

Y eso significaba elegir entre dos opciones: la música o Alex.

Una de dos.

Ahora ella se encuentra frente a la ventana que da hacia la ciudad, viendo hacia la nada, con los brazos cruzados y el cabello enmarañado.

Los sueros ya habían dejado su cuerpo, ahora solo esperaba la llegada de su amado, para marcharse a un nuevo hogar. Sólo los dos.

Y es que Michael despertó ese día mucho más antes que ella, dejándole un beso en los labios mientras aún estaba dormida. Bill llegó cuando despertó, y desde entonces lo único que ha dicho es "Ya llegará, Alex. Tranquila".

Un delicado suspiro salió de sus labios cuando con cuidado, hicieron dos toquecitos en la puerta de su habitación. Se sobresaltó pensando que era Michael el que llegaba, aunque para mala suerte, solo era una enfermera que traía consigo una enorme bandeja con dos platillos y tenedores al lado de una taza. Una rosa roja relucía a un lado junto a media hoja de papel.

La mujer dejó dicha charola encima de la cama, retirándose inmediatamente.

—Ya llegó tu desayuno.—dijo Bill.

Pero Alex aún no daba la vuelta.

Cuatro semanas. Esa fue la cantidad de días que estuvo postrada en cama tras el ataque repentino de Esteban, que le dejó más de medio cuerpo sin movimiento.

Para cualquier persona que estuviera con pequeños traumas de momentos exactos, sería difícil vivir. Porqué están atrapados entre la diminuta línea que los separa de la vida y la muerte.

Por las noches, Michael solía quedarse a su lado; alimentándola, cuidándola y protegiéndola de esas pesadillas que le venían de repente. Despertándola con amor para que trate de olvidar. «No estás sola, estoy aquí contigo» le decía cada vez que abría los ojos llorando, «Todo pasará, corazón» repetía mientras ambos se fundían en un abrazo tan puro, que la dejaba totalmente renovada para seguir.

Un beso en la frente la tranquilizaba por completo.

Entonces, ¿Qué papel tomó Bill en todo esto?

Él también fue una parte muy fundamental para la recuperación de Alex. Velaba por ella cuando Michael se iba muy angustiado al estudio, porque luego de cada revisión matutina, los médicos no daban esperanza de que ella pudiera ser madre, tal y como el muchacho lo anhelaba.

—"Ese podría ser un gran peligro para su vida"—decía el médico de cabecera—"Su vientre tiene desgarros muy severos. El simple hecho de pensar que ella pueda llevar un niño en él, es una locura. Puede matarlo, e incluso, matarla"

Aquellas cuantas palabras hicieron que todo lo que tanto había anhelado, quede en cenizas que debían ser enterradas por el silencio. Porqué Michael nunca le comentó nada a Alex. Era un pecado que estaba dispuesto a cargar.

—Adelante—le animó Bill de nuevo—tu desayuno se enfriará.

De pronto, entre toda esa neblina que aparentaba afuera de las ventanas, Alex dio un giro lento, sosteniéndose de las paredes. Era un gran espacio el que la separaba de la cama. Pero no le importó, continuó caminando con el dolor en su espalda y las pantuflas siendo arrastradas.

Cuando llegó frente al guardaespaldas, tomó asiento en la angosta cama, frente a su desayuno. Su mente se abrió como dos grandes ojos dilatados, en medio de una penumbra casi eterna. Con el platillo entre sus manos, Alex le sonrió dirigiendo la cucharilla hacia sus labios.

Bill sólo observaba cada movimiento que realizaba; aquella seguridad entre-mezclada con una sensación que no podía distinguir, lo tenía confundido. Toda ella era un misterio. Era intimidante. Un punto ciego sin una ida ni una vuelta; solo secretos. Ese poder autodestructivo que la obligaba  ir a la orilla de la perdición.

«Está muy dolida por lo que sucedió, aún cree que Esteban volverá por ella» escuchó decir una noche a Michael, minutos antes de subir a la limusina en camino al hospital.

Bill sacudió la cabeza tras recordar aquellos últimos días con ellos, 'dulces y serenos en su totalidad'. Sarcasmo entre la frase.

—¿Cómo has estado?—el cuerpo de la muchacha se tensó.

Nadie más le supo preguntar cómo se sentía, claro, aparte de Michael.

—A ti no puedo mentirte, Bill—dirigió su vista aquel hombre que cerraba las ventanas—no digo que lo haga con Michael, pero...—él asintió, sabía a lo que se refería—Tengo mucho miedo.

Sus ojos se entreabrieron confundidos; «Miedo» aquella palabra no la había escuchado en un largo tiempo. Solo la decía Michael, cuando se encontraba asustado en su camerino, al lado de Joseph, su padre.

—¿Miedo?—repitió la palabra. Sus manos soltaron aquella tela áspera que cubría las lumbreras. No pudo evitar girar—¿Miedo?—dijo de nuevo sin creerlo.

Ella asintió tímidamente con la cabeza.

—Tengo miedo de perder todo lo que tengo, Bill—sus ojos se dilataron como dos grandes luciérnagas en una noche profunda—...creo que volverá.—se lamentó, deshaciendo el pan tostado entre sus manos.

Era claro que se refería a Esteban. Sus recuerdos estaban tan enfrascados en aquella última vez que lo vio, que ahora, su mente no podía fijarse más en el futuro.

Y aún, todos se preguntan cómo la prensa no se enteró del accidente. Como una chica misteriosa fue a parar a un nosocomio de la mano del gran Michael Jackson. La superestrella que hizo un récord Guinness con el álbum Thriller. La persona que está aterrado con su fama, la persona que quiere comprar los restos del hombre elefante. Aunque, lamentablemente, señoras y señores, no hablamos de la misma persona.

Sino de Michael, sólo Michael. El hombre que ama locamente a Alex.

En un rápido efecto, Bill corrió a ella, tomando sus manos frías y pálidas como campos desérticos que erosionaron por el dolor. Sollozaba mordiéndose los labios, descargando toda su impotencia hasta hacerlos sangrar. No levantaba su mirada, estaba fija en el suelo. Y es que...«Ella no lloraba delante de Michael, se contenía. Porque cuando salía, caía derrumbada en los brazos del infierno. Dulces y cálidos. Un beso que la dejaba fresca en el mundo de Dios».

—¡No lo hará!—titubeó Bill, sin tener la certeza de lo que dijo—¿Por qué dices eso?

No quiso responder, pero lo hizo.

—Ayer, mientras sentía que Michael me cantaba al oído, quedé profundamente dormida—guardó silencio, tomando un corto sorbo de su mate de manzanilla—Desperté en un campo de girasoles, brillantes como su sonrisa. Él estaba ahí en medio, esperándome con los brazos extendidos. Me veía bailar, reír...—tapó su boca con la servilleta—y llorar abrazados.

Los ojos de Bill se abrieron muy despacio, percatándose de que Alex había dejado de hablar:—¿Y?

—De repente, todo se tornó oscuro. Sentía que sus manos me soltaban torpemente y,...—suspiró—me soltó. Siempre despierto ante esa escena, no puedo ver más.

—Solo son sueños, Alex.

—Sueños que me trajeron a él, Bill.

Eso lo dejó desconcertado.

Estamos rodeados de pulsaciones de corazón, llamadas del universo, experimentos de la mente humana, masoquismos en su totalidad. Pero nada se compara a los sueños. El peor enemigo de la conciencia. Brutal realidad que se te presenta cuando quieres una vida paralela, crear ilusiones majestuosas, sublimes vistas distópicas a un imposible cuento de hadas.

Cuando Michael conoció a Alex, no solo vio unos ojos fríos que lo conducían a la perdición, sino más bien, vio su futuro, uno en el que encajaba él, siendo tal y como es. Aceptación que no muchos saben distinguir cuando están enamorados.

—¡Alex, Alex!—repetía él, acariciando sus mejillas—Michael te ama mucho, ¿Comprendes eso? No pasará nada entre ustedes, son inseparables. Sé que todos esos sueños son trampas de tu mente. No les hagas caso, solo quieren confundirte, ¿Está bien?

—No permitiré que alguien nos separe, Bill. No lo permitiré...

Él le acarició los hombros, dándole fuerza. Mientras que ella sorbía su nariz viendo sus ojos cálidos y paternales.

—Quiero escuchar a Michael... ¿Podrías llamarle, por favor?

—Claro, querida.

Solo tardó unos cuantos segundos para llegar frente al teléfono. Marcó los diez dígitos mientras en su oído sonaban los distintos sonidos de cada tecla. Tres pitidos de espera y aún no contestaba.

A sus espaldas, Alex seguía sentada, disfrutando de su taza de mate y unas pocas galletas de maíz. Aquella rosa, que está al costado del platillo llama su atención. Solo la observa sin tomarla. Pero, lo que su mano no puede evitar tocar es aquella nota arrugada como parte del desayuno. La levanta y de inmediato su corazón empieza a saltar.

"Lo siento por no despertar
junto a ti hoy, cielo.
No te preocupes, volveré ni bien
me deshaga de este contratiempo.
Te amo demasiado".

-Michael.

—Alex, no contesta.—dice Bill. 

Ambos suspiraron.

—Déjalo, Bill. Tal vez esté tardando por el tráfico.—sonríe observando aún aquel papel—Ayúdame a guardar algunas cosas, ¿Está bien? Cuando llegue Michael al fin podremos salir de aquí.

***

Se encontraba sentado, con las piernas cruzadas y las manos llenas de papeles que debía revisar para luego firmar. A su costado yacía una mujer morena, con trenzas menudas y gruesas, ojos deslumbrantes y labios color carmesí.

Un porte que a cualquier hombre le encantaría.

El Westlake se convertía poco a poco en una monotonía muy sublime. Necesidad de tocar el micrófono para entonar una canción, satisfacción mutua para alcanzar la fama de la mano del hombre al que admira.

Eran las cinco de la tarde y el reloj aún no daba el aviso. La luz entraba incandescente hacia sus rostros, alumbrándolos como el pecado mortal que Frank había tenido planeado desde hace mucho tiempo.

Al hombre robusto no le agradaba para nada la «Famosa Alex» de la que tanto hablaba el muchacho. Es más, repudiaba ese nombre cada vez que escuchaba decirlo a cualquier persona. La odiaba por el simple hecho de tener a su muchacho en estúpidas ideas de una vida a su lado. Porqué él, más que nadie, sabía lo que "tramaba" junto al señor Esteban, que para Frank, era la única víctima en todo esto.

El estudio está vacío. Sólo son ellos dos. Ninguno dice nada. Siedah mantiene la cabeza agachada, cruzada de piernas entre esa diminuta minifalda de color violeta. Y Michael, Michael solo porta su chaqueta de cuero y su clásica gorra deportiva azul, manteniendo su vista en aquellos documentos, releyéndolos una y otra vez, palabra por palabra.

—¿Tienes hambre?—titubeó Siedah, produciendo chasquidos con sus dedos para llamar su atención.

—No.—dijo a través de aquellos papeles. El cansancio se hizo notar en su voz.

—¿Michael?

—¿Hummm,...?—respondió de nuevo, sin mirarla a los ojos.

Siedah estaba inquieta, deseaba verlo de frente sin que nada se interpusiera, deseaba que por lo menos le dedicara una de esas sonrisas que muchas veces se le salían al cantar. Deseaba todo lo que él tenía para entregar. Anhelaba lo prohibido, porque su mente le decía cada vez que soñaba con un delirio como éste, las posibilidades de fracasar por mendigar amor a un hombre que ya conserva el corazón de otra mujer en su pecho. 

Y a ella le molestaban aquellos negativismos. Toda esta situación en sí. Frank no los dejó a solas por casualidad. No. Todo era planeado por su astuta mente de hombre intranquilo, aunque, había algo con lo que no contaba. Él no sabía que Michael estaría dispuesto a rechazarla porque no la considera algo más que su colega, pero ella, Siedah, lo tenía en un pedestal mental que le hacía ver a Michael como el hombre perfecto para ella, y tal vez, para nadie más.

—¡Michael, no me ignores!—gritó con todas sus fuerzas.

—¡No te ignoro, Siedah!—retiró los papeles que le impedían verla a la cara.

Parecía estar irritado.

>>No tengo cabeza para nada en este momento. Estoy preocupado, ¿Por qué crees que me paso leyendo este documento? Esta mañana me informaron que Alex saldría del hospital. ¡Solo quiero salir de aquí! Espero que Frank llegue pronto.

Lanzó un chillido para luego suspirar, acomodándose en el respaldar del angosto asiento al lado del teléfono.

Ese ha sido su lugar de descanso desde ya varias semanas. Esperando un llamado o él hacerla para saber cómo se encontraba su amada.

También se la pasaba leyendo periódicos de noticias reales y libros de anatomía, todo lo que un hombre corriente hace a la hora de un respiro. Era normal, tal y como los demás.

Algo que a muchos se nos olvida hasta ahora.

«Pase lo que pase, no dejes que se vaya. Háblale, bésalo, acarícialo. Él ya sabrá como corresponderte»

La morena comenzaba a tener grandes y profundos remordimientos. De esos que te hacen ceder hasta de tus sueños. Y concebía tantas razones para sentirse de esa manera. Sus piernas tiemblan mientras recuerda todo lo que Frank planeó en contra de aquella pareja tan misteriosa como la de Michael y Alex. Mujer que hasta ahora, nadie ha visto en persona.

"Todos creen que está loco"—pensaba.

Siedah conoció a Frank en el 84'. Cuando él aún seguía en trámites y propuestas del nuevo álbum de la estrella pop que estaba catalogado como el mejor de los 80's.

Ella, en esos momentos, iba de aquí para allá buscando ser escuchada como todas las personas que desean alcanzar sus sueños. Y el suyo era ser cantante.

Un día como cualquiera, llegó a la disquera nombrada Epic-Récords, la central y cuna de varios cantautores que triunfaron en todo el mundo. Desde Sammy Davis hasta, claro, Michael Jackson.

En ese entonces, era la muchachita ingenua que portaba varias canciones en un libro y muchas hojas arrancadas. Ninguna que sobresalga dentro de una industria tan superficial.

Aquella tarde, fresca como el helado en un día caluroso, corría por los pasillos para llegar justo a tiempo y presentarse frente al director ejecutivo de la disquera. Sus piernas corrían como dos grandes cometas, y sus ojos tenían aquel titilo de esperanza, tan grande como el golpe que sintió con un hombre de baja estatura, robusto y con un traje a rayas color marengo.

¿Estás bien?; le dijo esperando alguna respuesta, pero no había ninguna, pues trataba de recoger todas sus hojas esparcidas por el suelo.

Después de varios segundos, ella negó con lágrimas en los ojos. Ya era muy tarde para el encuentro que había planeado.

Lo siento; dijo él de nuevo.

No, está bien; vaciló, levantándose torpemente entre esos tacones negros.
Dio la vuelta, dirigiéndose al lado opuesto de sus ilusiones.

Pero aún no acababa todo. Una hoja yacía botada en el suelo, arrugada, llena de borrones y manchas a su alrededor. Frank la levantó y enseguida se dirigió tras de ella.

¡Señorita, olvidó uno de sus papeles!; gritó corriendo el riesgo de ver como las personas se molestaban ante el estruendoso escándalo.

Siedah giró en sus talones, llorando sin consuelo. De inmediato, sus ojos se enfocaron en las manos de aquel desconocido, <<Mi canción>>.

Las mismas energías con las que corrió, estremecieron a su cuerpo para que en un vaivén, estuviera en frente suyo y retomará la hoja que contenía las palabras más puras que haya escrito hasta ese momento.

Frank, antes de entregárselo, quiso leerlo con detenimiento; y mientras fumaba de su típico habano, una idea perturbadora aterrizó en su mente.

Le pidió que volviera dentro de dos semanas, solo que esa vez, la llevaría a un estudio para que cantase la canción a él y a una persona más.

Y así lo hizo. Volvió y se llevó una enorme sorpresa: la otra persona que la escucharía sería Michael. El mismísimo hombre que causa furor entre las jovencitas y las revistas de la farándula. Solo que en ese momento, parecía no estar muy concentrado en el trabajo. Sino más bien, preocupado.

Esa es la historia de una de las canciones que trabajan juntos. Man in The Mirror también sería parte de Bad.

—¿Estás ahí?—ahora fue él quien habló. La morena sacudió la cabeza, tratando de recomponerse.

Nerviosa, trató de acercarse a él, pero sus impulsos le jugaron mal y solo pudo quedar a varios centímetros de su cuerpo.

—¿Qué dice ese papel que tanto vas leyendo? ¿Eh?

Michael le extendió el papel para que lo leyera.

"Se certifica que, en agosto de 1985, está registrada la canción <I Just Can't Stop Loving You> bajo la autoría del señor Michael Joseph Jackson. Cualquier fragmento utilizado de esta melodía sin el permiso del autor, podría ser considerado como plagio".

Retiró la hoja de su vista para ahora verlo a los ojos.

—Todo esto lo hice por ella, ¿Sabes?—dijo mirando a un punto no especifico—quiero que el mundo tenga una parte mía para que la recuerde. Para que todos sepan que ella es la mujer que amo.

Siedah abrió los ojos desilusionada. Sabiendo muy bien que no hablaba de ella.

>>Quisiera que fueras tú la que cante esa canción conmigo. Claro, si tú aceptas—continuó sonriéndole—Alex nunca se atrevería a cantar.

Su rostro femenino hizo una mueca de preocupación. Esto le dolía más de lo que pensaba.

—Ya lo pensaremos, Michael. Ya lo pensaremos. Ahora, si deseas, podrías dormir. Yo te avisaré cuando Frank haya llegado.

—¿Crees que tarde?

Negó:—No lo creo.

—Está bien.

Lo vio entonces, recostarse en aquel sofá que no le favorecía para nada a su estatura, cerrando los ojos mientras acunaba su cuerpo entre sus brazos.

Siedah le observó durante algunos minutos, presenciando como sus facciones se relajaban indicando que ya había quedado dormido.

Fue entonces cuando supo lo que debía hacer.

Hace ya varios días, un hombre ha estado llamándola. Alguien que deseaba más que a nada separar a Michael y Alex. Siedah se enteró de varias situaciones que involucraba al muchacho; un contrato con Pepsi que no había sido firmado y ganancias que le darían si ésta lograba ayudarlos.

—¿Aló?

—¿Señor?—susurró temerosa, aún no sabía su nombre.

—Siedah, que agradable sorpresa. ¿Pasó algo?

—Michael...—se limitó.

—¿Sabes algo sobre ellos?

—Sólo sé que Alex...—paró, Michael comenzaba a moverse en el sillón. Suspiró, pues sólo fue una falsa alarma—...A esa tal Alex le darán de alta hoy.

—¡Excelente!—exclamó. Podía sentir su amplia sonrisa al otro lado del teléfono—¿Estás con él? ¿En qué hospital está internada ella?

—Señor, sólo cumplo con decirle lo que sé.—un resoplido de enojo se escuchó—Pero... debe saber que no permitiré que Michael pierda de nuevo a la mujer que ama. Adiós.

Estuvo a punto de finalizar la llamada, pero la insistente pregunta del hombre al otro lado de la línea la hizo esperar.

—¿Siedah, porqué haces esto?

Tenía razón. Ella decía amar mucho más a Michael que esa extraña. Ni ella sabía porqué le daba la oportunidad a Alex en vez de tomarla por sí misma.

Suspiró:—No se trata de porqué lo hago, sino que precio estaría dispuesta a pagar si él se entera que yo también quiero separarlos... Porqué cuando cierras tu corazón, no puedes cerrar tu alma.

—¡No me vengas con tus malditas poesías, Siedah! ¡Sólo detén a Jackson!

—¡No lo haré!

—Si no lo haces...—le interrumpió.

—¡No me amenace!

—Yo no te amenazo a ti, sino a tu querido "esposito". Ya sabes. Sino lo detienes, Michael pagará las consecuencias, o será Alex, que terminaría siendo lo mismo. Porqué él quedará muerto en vida.

Colgó.

Eso la preocupó bastante. Si ese hombre se llevaba a Alex y Michael se enteraba de que esa "supuesta reunión en sábado" planeada por Frank y Siedah eran solo para separarlos. Los odiaría. Y eso es lo que ahora puede evitar.

—¡Michael, debes salir de aquí!—comenzó a dar golpes en su espalda y hombros.

—¿Si...?—dijo aún dormido.

—Debes salir de aquí, es-to...—tartamudeó—es-to solo fue una trampa para que puedas perder a Alex.

Pero el muchacho seguía muy dormido, parecía no escuchar.

—Mike, no habrá reunión. Todo fue una mentira.

Sus ojos comenzaron a abrirse de repente, procesando cada una de las palabras que escuchaba.

—¡Está muy cerca!—dijo asustada—no parará hasta verte a ti o a ella muertos. ¡Vete! ¡Vete, por favor!

—Pero Siedah, ¿De qué me hablas? Tranquilízate.

—Michael...—él le prestaba atención. No podía decirle la verdad—me amenazaron. Llamaron acá y... y me dijeron que quieren llevarse a Alex.

—¿Qué?—dijo con un grito ahogado.

—Así es, debes irte. Por favor, hazlo.

—Pero, Siedah. ¿Y el disco?

—Bad deberá esperar Michael. No puedes continuar si todo esto se descontrola. Frank deberá entenderlo.

—Frank...—susurró.

—Sí, Frank.

—Tengo que hablar con él.

—¡No te creerá!—lanzó un grito exuberante, como si eso le diera seguridad de lo que dijo—Él no entenderá. Creerá que sólo es una excusa más. Mike, déjame ayudarte. ¡Sólo sal de la ciudad! Y si es posible, llevatela a ella.

—Eso es lo primero que voy a hacer.

—¡Entonces hazlo! ¡Sal de una maldita vez pero rápido!

Él enderezó su cuerpo de inmediato, tensando sus facciones a medida que caminaba alrededor de los sillones y el pequeño espacio entre la puerta de salida.

 —Siedah...—giró en sus talones—gracias—limitó su respuesta.

Una sonrisa le fue dedicada antes de salir por la puerta principal que tenía como ocho llaves encima. Después de todo, esa sonrisa hacía que valiera la pena el sacrificio. Aunque, esto solo aumentaba más y más las ganas de desearlo solo para ella.

A veces, las mujeres son tan indecisas.

Tomó su teléfono de nuevo, marcando al mismo número.

—¿Estás ahí? Bien, escucha. Te ayudaré a recuperarla. Sólo tenemos que armar un buen plan...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro