Capítulo 19. [Editado]
—¿Quién soy, Venus? ¿Qué acaso no me recuerdas?
Acaricio sus manos, estoy asustado. Sus ojos se abren dándome la intuición de que está sorprendida, asustada al igual que yo, desesperada.
—¿Quién es Venus?—susurra dirigiendo su mirada hacia nuestras manos entrelazadas—Yo soy Alex.— completa soltando su agarre conmigo. Su respiración es tranquila, la mía es agitada; sus ojos me iluminan, los míos la opacan.
¿Quién era Alex? Ese nombre me había confundido en tan solo segundos.
No habían respuestas, estaba perdido.
—¿Alex?—pregunté, mis manos empezaron a temblar—Venus, no estás bien.—me lamento acariciando su frente, había despertado, pero no sabía en realidad quién era.
—Tú eres el que no está bien.—asegura moviendo la cabeza a ambos lados, evitando que acaricie su rostro.—¿Quién eres?—interroga una vez más. El silencio se apodera de mí impidiendo dar una respuesta, no quería o no debía hacerlo. No lo sabía.—¡Responde!—grita fuerte mirándome a los ojos.
No sé qué hacer, tirarme al piso, o simplemente salir corriendo. Lo estaba perdiendo todo en el mismo momento. Subo la mirada hacia el techo, cierro los ojos e inhalo suavemente. De un momento a otro, todo se derrumbaba.
—Venus, ¿Qué pasó? ¿Porqué no me recuerdas?—regreso frente a ella.
Ningún doctor se manifestó en la habitación hasta ahora, eso no importaba, solo quería respuestas.
—¡Que no soy Venus!—gruñe nuevamente entrecerrando los ojos. Llevo ambas manos a mi frente, exhalo y miro el piso con la mano derecha en mi rostro.
—¡Está bien, está bien!—suspiro exasperado.—Alex, ¿Qué paso?— pregunto una vez más.
Su mirada me examinaba de una manera intimidante, cierro los ojos llevando ambas manos a mi rostro. Me estaba avergonzando. Mis mejillas me ardían, muerdo mi labio inferior esperando abrir los ojos y no ver su mirada clavada en mí. Nunca acabaría esta sensación, seguiría intimidándome.
—Yo debería preguntar eso.
Un silencio cortante está entre el espacio que nos separa, mis labios tiemblan y mi corazón acelera su velocidad. Puedo apostar a que ella está igual.
>>¿Qué paso con todo lo que me prometiste?
No trato de entender lo que me dice, lo que reclama. Mi mente está en blanco, mi vida se detiene; la razón y mi corazón debaten, ninguno gana, el miedo es el campeón. Las ventanas sudan, la noche cae como un telón imprevisto, las estrellas se esconden, pues el dolor había vuelto con fuerza.
Bajo mis manos hasta la altura de mis labios, tengo miedo de abrir los ojos. Un susurro, un toque, una caricia, no había nada, solo el crudo silencio de una realidad que fue destruida con los planes futuros. Estoy vacío.
—¿Por qué me dices eso?—retrocedo instantáneamente, un nudo en la garganta me impide respirar, mi debilidad se presenta, estoy temblando.
Mi tacto comienza a estar frio, mi sonrisa es una mueca, mi felicidad es un sufrimiento. Mis manos bajan completamente tocando los bolsillos de mi pantalón, abro los ojos topándome con su sonrisa, es falsa al igual que su mirada. Aún no comprendo porqué estoy totalmente a sus pies.
Camino lentamente ese pequeño espacio que nos separa, sus brazos pálidos llenos de sondas y agujas extrayendo el suero hacia su cuerpo me estremecen, cuchillas filosas me hieren viendo el estado en el que se encuentra. Recorro su piel suave y tersa, rozo sus mejillas, sus labios. Rozo su alma entera, escondida entre la pelea del amor y el rencor.
—¡Suéltame!—grita en el momento que rozo sus labios, estoy con ella atascado en el tiempo, le doy gracias por cada herida en mi pecho, por cada espada que me apuñala una y otra vez. Hago caso omiso a todo lo que reclama entre mis labios, solo me concentro en sentir esta felicidad que me destruye poco a poco.—¡Basta!—muerde mi labio inferior, inmediatamente retrocedo tocando aquella parte, estaba sangrando.—¡Entiende, no sé quién eres!—completa mirándome asustada. La sangre no paraba de correr entre mis labios, mi mano se inundaba de ésta.
—Pero lo que dijiste hace un momento...—susurro suavemente, el ardor se hace presente entre cada palabra que pronuncio.
"¿Porqué es tan difícil poder entenderte, poder acercarme a ti? Tomaría el riesgo de rescatarte de tus sufrimientos".
—¡Escuchamos gritos!—entra curiosamente a interrumpir la pregunta que había lanzado hace unos segundos atrás.
Un hombre longevo con la postura cansada, entra con varias personas detrás suyo. Empieza a tomar su pulso, escucha su corazón, cuanto quisiera estar en su lugar.
—Debe salir, vamos a examinarla.— me mira entre sus peculiares lentes, sus cabellos blancos se iluminan con la luz artificial de la habitación.
—¿Estará bien?—pregunto preocupado, me acerco un poco más a ellos.
Recojo el lápiz y la hoja de papel, recorro un pequeño espacio y tomo mi chaqueta que está colgada en aquella silla tan incómoda. El hombre de bata blanca tiene la intención de responder pero la voz de aquella mujer lo interrumpe torpemente.
—Lo estaré.—pronuncia firme.
Ese altruismo tan característico en ella me tenía dando vueltas, su sonrisa, su mirada tan penetrante; estaba a sus pies siendo un esclavo con las heridas abiertas y las llagas hirientes.
—Te amo.—susurro delante de todas esas personas. Solo me mira, no dice nada. Agacho la cabeza y camino lentamente hacia la puerta.
Llevo mi mano hacia el bolsillo de la chaqueta que está entre mis brazos, saco el pañuelo blanco y lo poso encima de mis labios. Cierro la puerta a mis espaldas. Tenía tanto que decir, pero solo callaba, el tiempo en contra venía, y no me importaba.
Un amanecer más o uno menos, no eran nada, ella siempre estaría sentada en aquella habitación tan extraña.
Mi corazón.
○*•○•*•○•*○
La puerta del estudio sonó de repente asustando a la persona dentro de la cabina.
En altas horas de la noche, un hombre de baja estatura y su típico abano en la mano, se presentó frente a aquel hombre moreno. Exhaló el humo y lo miró fijamente. De un momento a otro, una enorme sonrisa se depositó entre sus labios.
Frank Di leo, había regresado.
—¡Quincy!—exclamó abriendo sus brazos para un cálido abrazo—¿Cómo has estado?
—¡Frank!—respondió correspondiendo al abrazo.—hemos estado bien, pero ajetreados.
—Siempre es así en este ámbito.—sonrió llevando nuevamente su abano a la boca. Dio una bocanada y exhaló el humo nuevamente—¿Dónde está mi muchacho? ¿Dónde está Michael? ¿Está por aquí?—preguntó examinado el lugar. Quincy hizo una señal para que tomara asiento junto a él. Acepto cortésmente.
—Michael no volvió por aquí desde hace un mes y medio.—dijo serio. Arregló sus lentes a la rectura de su vista. El hombre a su lado lo miró confundido. Eso no era lo que había acordado con él.—Tuvo un percance por estos días o eso me informó Bill, no me dio muchos detalles...— suspiró. Su semblante cambió de repente.—Me tiene muy preocupado, debíamos de empezar con las grabaciones hace mucho tiempo atrás. Estamos retrasándonos demasiado.
—¿Ya fue al Westlake?—preguntó enderezando su cuerpo. Estaba molesto, de eso no había duda, esto no había acordado con Michael por teléfono.
—Fuimos unas cuantas veces para que se acostumbre al ambiente,— explicó levantándose del sillón él también. El ambiente se ponía tenso.—...ensayamos algunas maquetas que él tenía.
—¡No es lo que acordé con Michael, Quincy!—resopla molesto, lleva una mano a su frente. Suspira ligero pensando en una solución.—¿Qué demonios pasó en realidad con él?
—No lo sé...—eleva los hombros. Era verdad, en realidad no sabía nada, y fue que, Michael pidió a su guardaespaldas tener la mayor discreción en el asunto. Luego contaría la verdad más estúpida que podría interrumpir el contrato que tenía en sus manos.
—Debo llamar a Bill.—retrocede unos cuantos pasos merodeando preocupado por el estudio casero que Quincy tenía en su casa.—Esto no puede quedarse así, debemos empezar de nuevo. No puede haber algún retraso que interrumpa.— empezaba a hablar rápido, sus manos le temblaban. Perder aquel contrato tan importante no se lo perdonaría, era demasiado dinero invertido en él.
En el artista que vendió más copias que ningún otro.
Debían entregar en el lapso de seis meses los demos, para armar el rompecabezas que sería ese nuevo impacto. Estaba claro que ninguno de los dos estaba informado sobre la situación tan confusa y enamoradiza que Michael pasaba.
—¿Tienes algún teléfono para prestarme? Debo llamarle urgente.
—Claro, tengo uno fuera de la cabina—llevó ambas manos a los bolsillos traseros saliendo del ambiente tan tenso que habían producido. El semblante de Frank seguía serio y preocupado, su mirada estaba perdida, él lo estaba. Quincy dio media vuelta para cerciorar sus sospechas. No había porque preocuparse, Michael solía ser siempre de esa manera; desaparecer y luego volver más animado que nunca por hacer música.
>>Aquí esta. Trata de no tardar mucho.—rió a carcajadas, Frank no estaba para reír junto a él—Michael estará bien, todo saldrá bien, Frank...deja de tener esa cara.—dio una fuerte palmada en su espalda, no le dio importancia y siguió marcando en el teléfono.—Estás más preocupado que yo...y créeme, yo estoy muy preocupado.—solo asintió llevando el objeto a su oído, no prestaba atención a nada.
Los sonidos tan molestos del pitido de espera lo tenían más nervioso, empezaba a morder el abano dentro su boca. Quincy tomó asiento cerca suyo, quería escuchar todo lo que diría y así, tal vez, interceder por el muchacho.
A veces solía ser muy duro.
—¿Hola?
—Bien Bill, habla Frank. Debo hablar urgentemente contigo...
***
—There we are as cold as ice, asking me to love you...
Suspiro viendo mis manos, observando cada mancha que empezaba a brotar cada vez más.
Mi cabeza está agachada, mi cuerpo mantiene una postura cansada; el ambiente frío y el olor a medicamentos del hospital me ponían más ansioso sobre la respuesta que el doctor daría al salir de la habitación.
La chaqueta café que está sobre mis hombros, no me protege del potente frío que avalancha mi cuerpo a medida que pasa el tiempo. He estado repitiendo aquella frase por varios minutos, pensando en todo el tiempo transcurrido y tal vez, desperdiciado.
¿Michael, aún la amas, aún estarías dispuesto a estar junto a ella pese al rechazo?
No lo sé...
—¡Michael!—alguien grita a lo lejos llamando mi atención, giro mi rostro y me percato de que es Bill quién viene presuroso. Suspiro cansado y agacho nuevamente mi mirada al suelo.—¿Estás bien?—pregunta sentándose junto a mí, no respondo, quedo callado—¡Michael, contesta!—me toma de los hombros tratando de que lo mire a los ojos, no quiero hacerlo, tenían razón.
—Bill, no quiero volver a sufrir...—susurro inaudible, no lo miro a los ojos, me limito a agachar aún más la cabeza. Lamo mis labios sobresaltándome por el ardor.
—¿Tienes el labio sangrando?—me mira con detenimiento. Trata de elevar mi rostro, me alejo más.
—No pasó nada.
—¿Cómo que no pasó nada?—dice molesto, muerdo mis labios tratando de encubrir la sangre que brotaba. Ella tenía mucho odio hacia mí.— Katherine se molestará por no haber cuidado bien de su hijo.
—No exageres, sabes que no es así...—muestro una pequeña sonrisa entre mis labios, miro hacia el techo, reímos juntos.
Bill era el único que me avergonzaba nombrando las pequeñas ocurrencias y sobreprotecciones de mi madre.
—¿Cómo te fue hoy con ella?—codea mi costado izquierdo, abro mis piernas poniendo entre ellas mis manos entrelazadas. Seguía nervioso.
—¿Quieres saber la verdad o lo que pienso?—digo respondiendo, una mala educación por mi parte.
Enderezo mi espalda observando los gestos graciosos que hacía, no había porqué preguntarlo, él de todos modos ya sabía la respuesta.
—¿Cuál debería saber primero? —cruza los brazos mirando hacia el frente. Esboza una pequeña sonrisa viendo pasar a una de las enfermeras.
—Ninguno, los dos son negativos.—respondo siguiendo la mirada también, sacudo mi cabeza soltando una carcajada.—¿Bill?—pregunto observando como mi zapato ensucia el suyo. No prestaba atención a nada.—¿Bill estás escuchándome?—paso una mano por su vista. Nada.—Bueno... creo que iré al auto y conduciré a casa.—enderezo mi cuerpo empezando a caminar.
Inmediatamente gira su rostro observándome con el ceño fruncido.
—¡Ohhh... no! ¡No irás a ningún lado!—corre detrás mío persiguiéndome por el enorme pasillo, era tarde y no había gente por ningún lado, todos se encontraban durmiendo o tal vez no. No lo sabía.—¡No sabes cuánto me costó arreglar el otro auto que te preste, no entiendo porqué sacaste permiso de conducir!—gritaba a medida que aumento la velocidad.
Suelto una muy sonora risa que hace eco por todo el pasillo. Un sonido familiar me detiene de repente. El doctor estaba saliendo de la habitación de Venus.
Corro lo más rápido que puedo al cerciorarme de que es él quien sale, dejo atrás a Bill y me paro justo delante del doctor. Debía saber si estaba bien.
—¿Cómo está ella?—me limito a decir, toco mi pecho tratando de recuperar el aire.
—Ella...—alarga la frase rascando su nuca, está nervioso y yo empezaba a estarlo.
—¿Ella...?—hago gestos con mis manos para que prosiga.
—Lo siento señor, ella me dio órdenes de no informarle nada a usted.—responde mirando a otro lado, enarco una ceja confundido, ¿Hasta dónde llegaría esto?
—¿Está hablando en serio?—susurro débilmente, Bill camina hacia nosotros con las facciones serias.
—Así es. Lo siento mucho, señor.
El mismo nudo en la garganta se deposita en su lugar, mis sentidos están en alerta, mis ojos están listos para botar lagrimas sin remedio. Asiento débilmente dando la vuelta, Bill se encontraba detrás viéndome asustado.
—Cálmate Michael, todo estará bien—susurra en mi oído izquierdo, mis ojos se abren más al ver al hombre que se encontraba corriendo hacia aquí.
Esteban se presentó con su peculiar traje negro y sus ojos claros. Enderezo mi postura ocultando toda clase de debilidad.
—Disculpe, ¿La señorita Alex?— interroga al mismo hombre de cabellos blancos, estoy de espaldas. No quiero ver lo que pasará después.
Pero, ¿Cómo sabia que se llamaba Alex?
—Está en esta habitación, puede pasar.
Cuando siento que ya no está tras mío, doy media vuelta observando como la abraza, como la toca, como siente en su mayor esplendor a la mujer que yo quiero.
—No sabes cuánto espere a que despertaras...—escucho a medida que me acerco más a la puerta, la había dejado abierta—No sabes cuantas noches estuve en vela contemplando tus sueños...—continúa, me confunde a cada palabra que susurra. Todo lo que le decía eran mentiras.
No era él quien estuvo junto a ella.
Fui yo.
—Michael, no lo hagas. No te acerques más.—Bill, susurra a mis espaldas, no hago caso. Tengo que seguir escuchando todo lo que le dice.
Camino más tratando de no llamar su atención, mi corazón se acelera, mis manos empiezan a temblar. Es como si al acercarme, una fuerza diferente me controle.
—No sabes cuánto te amo...—escucho una vez más mirando cómo se acerca peligrosamente a ella.
—Yo también te amo.—lo empuja, logro mirarla a los ojos, ambos estábamos conectados por la mirada.
Muerdo mi labio inferior apreciando la belleza de su rostro, de su voz, de su vida misma en un solo parpadeo. El reloj se atasca, las mismas ganas de poder tenerla nuevamente entre mis brazos me orillan al infierno que tal vez no quiero pisar todavía. Noto su miedo, noto las mismas ganas de entregarse a todo el amor que siendo por ella.
Pero no lo haría. Me odiaba más que a nada y ese rencor ganaba a todo el amor que siente por mí.
—Ven acá Esteban, quiero besar tus labios.—dice aún con la mirada fija en mí. Una lágrima se escapa de sus ojos.
De pronto ya no hay nada, todo desaparece con tan solo un beso junto a él, ella lo acerca un poco más, lo toma sin más de su cuello. Él la deseaba tanto o más como yo a ella. Cierro mis ojos sujetándome de la puerta, tarde o temprano debería caer, debería entender...pero no lo hago. Solo me empeño en tener algo que no es para mí.
—Michael vámonos, no tienes nada que hacer aquí.—toca mi hombro, asiento sujetándome del dolor, doy media vuelta con pesadez, cuanto quisiera estar en su lugar. ¿Qué mal hice para merecer solo su rechazo? Nada o tal vez mucho.
Camino lentamente con los ojos cerrados—: El auto está afuera, ven con calma si gustas.—suspiro limpiando las lágrimas que brotan sin cesar de mis ojos.
Él la hará feliz, Michael. Ya no te preocupes más por ella.
—Bill, llévame al estudio.—digo de repente, si iba a desmoronarme en algún lugar, quisiera que fuera ese.
—Pero Mike, es tarde. Está cerrado ahora.
—Yo sé por dónde entrar, solo llévame.—concluyo.
Meto ambas manos a los bolsillos de mi chaqueta, solo veo el piso que está con ligeras manchas de suciedad. No digo nada en el trayecto, solo suspiro tratando de olvidar todo lo que paso por un momento. Todo lo que añore antes de verla despertar.
(•••)
Su rostro era sinónimo de sufrimiento, sus ojos eran lagunas profundas hacía el abismo de la tristeza. Su vida no tenía sentido, nada lo tenía ahora.
El auto fue en silencio, como si solo se encontrara el conductor. Estaba recostado en el asiento trasero, tal y como la primera vez pasó, pero había una diferencia, esto se sintió más real que todo el sentido de la vida.
Al llegar, solo se dispuso a agradecer y salir lo más rápido que pudo. Eran las doce horas del día siguiente, nadie, sin pensarlo dos veces, estaría merodeando por ahí.
Se abrazó a sí mismo por el viento helado que soplaba, su cabello rizado había crecido un poco desde la última vez que sufrió.
Agachó un poco su cuerpo para levantar el tapete que los zapatos pisaban antes de entrar al estudio, bajó de ella, relucía una pequeña llave plateada que habría la única puerta de entrada. Quincy la dejó unos meses antes bajo una recomendación: "Cuando sientas que sea necesario venir por acá, hazlo, tal vez es la respuesta a tus problemas".
Abrió la puerta y al instante las luces se encendieron, un ambiente acogedor y lleno de paz lo incitaron a adentrarse más. Cerró la puerta a sus espaldas, suspiro y comenzó a caminar hacia la gran sala, donde los músicos y artistas construían la magia para el mundo.
Un pequeño piano de cola estaba a un lado de los micrófonos, al frente se situaba la cabina que los separaba con tan solo una pared de vidrio. Siguió observando todo lo que había en el lugar; cables y parlantes de un tamaño considerable completaban el ambiente que se necesita para poder crear una pieza maravillosa.
Todo estaba iluminado, no había ni un solo lugar donde pudiera encontrar la oscuridad que su corazón quiere ocupar, o al menos, eso pensó hasta encontrar un pequeño pasadizo. Ahí la luz era menos clara, ahí sentía todo lo que quería lograr, sentirse protegido. Porqué eso quería él, sentirse protegido, sentirse alguien en los brazos de alguna persona.
Pero no había nadie, solo un espejo que le mostraba a la perfección el reflejo de un hombre totalmente abatido por la tristeza y el desamor.
Tomó asiento en el piso de madera lustrada, cruzó los pies y apoyó su cabeza en la pared de color blanco, viendo su reflejo y analizando sus errores. Aún no entendía como podía conseguir hacer algo, hacer el bien o simplemente cambiar el mundo. Porqué ella representaba todo el odio y rencor que puede haber en la tierra.
—But she left me for another man...—tartamuedeaba, analizando en lo más profundo del alma misma que encarnó.—And I'm singing to keep from feelin' blue...—susurraba con las pocas fuerzas que le quedaba, con el último suspiro que desecharía pensado en la misma monotonía.— Set me free...
Esa fue la noche más larga de su existir, de la penuria que sufriría hasta el amanecer, del amor que juraba sentir por una persona que lo único que hacía era rechazarlo e implantarle el pasado que él había recordado.
Faltaba mucho, tenía que comprender de alguna manera que en la vida no hay que ser concretos, debemos desatar cierto misterio para saber el final o el comienzo de un sin fin de deseos destapados por la mentira y el frío deseo de querer conservarla entre sus brazos. Entre la espada y la pared de un mundo lleno de prejuicios.
<<Él la ama, ella lo rechaza; ambos están sufriendo por una felicidad prohibida, ¿Por qué no lo quieres, porqué no lo añoras? No vez que él daría hasta su ultimo suspiro por ti, una mujer que no vale nada hasta ahora>>.
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