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Capítulo 16. [Editado]

Calma, era lo que tal vez mis sentidos necesitaban en algún otro momento, pues más antes, la desesperación y el miedo se apoderaron de mis ilusiones.

Vida, todos la sobrevivimos y buscamos alguna razón para resistir a tan sólo existir.

Aquellas cuatro palabras, sin más, destruyeron mis sueños depositándome en la realidad que tal vez sería un presagio próximo. Los susurros que impone mi mente son inaudibles, son lamentos que sólo yo puedo escuchar. La luz que ilumina la habitación se hace opaca debido a la mirada que mi madre posa sobre mí.

No quiero sobrevivir, no quiero ser parte de ellos, quiero luchar por algo real, por algo mío.

—No te entiendo.—respondo confundido.

El fuerte dolor en mi espalda aumenta debido a mi nerviosismo, me retuerzo en la cama con sábanas blancas. Mi mente no procesa aún esta respuesta.

En realidad todo había pasado en mis pesadillas.

>>¿Cómo que no despertó?—indago una vez más esperando haber escuchado algo equivocado. Mis sentidos están apagados, mi mente se encuentra cerrada a cualquier respuesta negativa, solo deseo verla a ella.

Solo a ella.

—¡Michael, cálmate!—implora mi madre tomándome de los hombros. Mi cuerpo se sacude fuertemente dando la intuición de estar desquiciado, ¿Cómo no estarlo? Toda la razón se me iba por el simple hecho de estar en una oscuridad poco legible para la gente. Pero, mi corazón lo sentía.

—¿Qué le pasó?

Veo sus ojos fijamente, como si al hacerlo pudiera encontrar alguna respuesta. Mi reflejo en ellos es deplorable por el hecho de no encontrarla junto a mí.

—¡Responde, madre!—grito muy fuerte asustándola. Es una pena la persona en la que me estoy convirtiendo.

Lágrimas dolorosas salen de sus ojos, una pequeña gota parte mi corazón por completo, nunca la vi de esa manera, era la primera vez. Y por mi culpa.

Intento débilmente levantar mi brazo para secar sus lágrimas. Al rozar su piel suave y morena, me percato de que la tonalidad de ambos es igual, la diferencia son solo pequeñas manchas, casi innotorias. Una confusión más para mi conciencia.

La realidad golpeaba de una forma indiferente; yo no sabía o no aprendí como sobrellevar mis emociones, mis miedos, mis pesadillas que intuían en mi vida hallando un sentido que perdí para luego recuperarlo.

"Nada tiene sentido
en este momento.
Nada lo tendrá si
buscas explicación."

Esa pequeña frase retumba en mi cabeza una y otra vez. No había explicación para nada y nunca lo habría pero, ¿Era mejor seguir en el camino comenzado?

Debo saber que le pasó. Qué nos pasó a ambos para cruzar de perspectivas diferentes y unirnos como uno solo, y luego... separarnos. Debía haber una explicación concreta.

Ella hacía que esas palabras sin significado sean algo coherentes.

—Madre, ¿En qué fecha estamos?—pregunto en un susurro inseguro y ceñil. Mis piernas ahora empezaban a tener calambres. Una sensación peculiar envolvía a mi cuerpo, fuego invisible quemaba mis adentros haciendo cenizas todo el negativismo que podía influir en mis decisiones.

25 de Junio de 1985.—secó sus lágrimas con un pañuelo de seda que  sacó de su bolsillo de aquel conjunto café que Rebbie le había obsequiado.

No sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido, un punto y coma llenó de nebulosas mis recuerdos.

—¿Cuánto tiempo estoy aquí?—le digo una vez más en una pregunta. Mi subconsciente trataba de procesarlo todo, era un rompecabezas con piezas pérdidas.

—¡Eso no importa!—replicó de una forma firme, como la madre que es—Michael, cariño, debes tranquilizarte.
—acercó su rostro al mío depositando un beso en mi mejilla. Toda la ternura estaba reflejada en el amor que derramaba sin algo a cambio, este era un verdadero amor.—¡Cálmate! No interesa lo que ocurrió, estás bien y eso se lo agradezco al cielo.

—Debes decirme lo que me pasó. Debo saber que nos pasó para entender por qué estamos en este lugar.—comenzaba a hablar débilmente a la vez que veía cada cable que rodeaba mi cuerpo y mis brazos.

Sangre transitaba por pequeñas sondas hacia una máquina. No me asusta nada ahora, todo lo malo me prepara para llegar a ser invencible, tener esa fortaleza que era muy escasa antes en mí.

—No habrá necesidad de decírtelo, tú te darás cuenta por sí solo.—tomó asiento en el sillón que se encontraba justo frente a mí.

Estoy débil y eso se refleja en el tono de voz y mi mirada que según yo, es perdida.

—Ella estará bien, ¿Cierto?—
asiente.

Se acerca un poco más a mí, acariciando suavemente mi nuca. Empiezo a cerrar levemente los ojos.

—Así es cariño. Estará bien. Ambos lo estarán.—susurra en mi oído. Me convence, creo en sus palabras y sé que todo volverá a ser real.

Tan sólo es una subida y bajada sin control, que luego me hará llegar a la salida.

*°•°*°•°*°•°*

El irreversible tic tac del reloj ambientaba la salida de su madre, se dirigía a aquella habitación que nadie se dignó a entrar, ni Esteban se hizo presente hasta entonces. El pasillo que conectaba a varias habitaciones cercanas, tenía una en particular.

Una máquina junto a una máscara de oxígeno estaban atadas a la mujer que nadie visitó, hasta el momento ni siquiera sabían de su nombre.

La manija dio la vuelta apreciando la soledad que transmitían los tonos grisáceos de las paredes. Sus ojos cerrados y la paz que transmitía verla, dicen lo contrario a la opinión del muchacho. Una mano fue a parar en su cabello castaño, sus facciones eran relajadas como cual bella durmiente.

—¿Qué le hiciste a mi hijo?—susurró la mujer de ojos marrones frente aquel cuerpo que solo respiraba, tratando de existir sin ningún propósito a vista ajena, que solo llenaba de misterio la existencia.—¿Qué hiciste para que reclame tanto por ti?

Un chirrido en la puerta le ocasionó dar vuelta la cabeza, de repente, con movimientos secos.

—¿Ella es la mujer de la que tanto habla?—una silueta peculiar se hizo presente tomando por sorpresa a la madre de Michael.

La fuerza y el ímpetu con el que pronunció cada palabra, confundió a la morena presente.

No la conocía de aquella manera.

Su cabellera castaña era más larga de lo que recordaba, aquel vestido rojo acentuaba su cintura dando un toque delicado. Sus ojos verdes brillaban debido a la iluminación del sol. Sin duda, un aire de guerra y reclamos consumía la gran soledad que tanto redundaron los desconocidos. Hasta se podría cerciorar que la mujer inconsciente abrió los ojos para ver a su contrincante, para tan solo sentir su presencia y estudiar como era por dentro. Sin ningún remordimiento, porqué ambas sabían quién era la culpable del dolor que agobiaba a aquel hombre.

Ambas eran muy buenas para ello.

—¿Cómo sabes que es ella?—firme. Su cuerpo estaba erguido sobre el bastón de madera—. Michael siempre te recordó e imploró un poco de interés,
—caminaba lentamente alejándose de Venus—,...siempre quiso estar al lado tuyo, siempre fuiste tú y solo tú para él.

Brooke agachó la cabeza.

—Créame que estoy arrepentida.—susurró tomando con fuerza su bolso. Katherine quedó frente a ella elevando su rostro, pequeñas lágrimas caían sobre su mejilla; todos lloraban y se lamentaban en el mismo día.

No había tranquilidad .

—Buenas Tardes, ¿Quienes son ustedes?

De manera fresca, tranquila y  despreocupada, se hizo presente un hombre de ojos azules, el mismo que llevaba por nombre Esteban Holtein.

Su terno marengo y la camisa desabotonada daban mucho que desear. El hombre galante sabía aprovechar muy bien a sus armas.

—Soy Katherine Jackson, madre de Michael.—responde dulce. Él, toma su mano entre las suyas con caballerismo.

—¡Oh! Es un gusto conocer a la madre del Señor Jackson.—besa su mano en gesto educado. Su vista ahora es fija en la mujer de bellos ojos verdes—Soy Esteban Holtein—dijo—Es un placer.

Esas palabras las dijo con tanta sencillez, y no la típica sencillez de humildad. Estas eran muy diferentes, porque las decía con atrevimiento.

—Es un gusto, yo soy Brooke Shields.—extendió su mano e inmediatamente la besó. Enderezó su cuerpo dedicándole una mirada instantánea.

Él sabía perfectamente quién era ella.

—Es un honor conocer a dos mujeres tan preciosas.—sonrió mostrando una hermosa hilera de dientes blancos.

Katherine y Brooke se sonrojaron al escuchar esas palabras. Satisfecho, abotonó los puños de su camisa. Pero, cuando todos parpadearon al mismo tiempo, un grito desolador se escuchó fuera de la habitación en la que se situaban. Era un lamento y a la vez una alegría, aquella voz tan suave había gritado sin la preocupación de asustar o dar un paro cardíaco a quién lo escuchase.

Sólo un simple impacto de sorpresa para los nervios.

Ambas salieron dirigiéndose a su habitación, Esteban las vio irse confundido e olvido el tema por completo. No le importaba lo que había pasado. Y no le importaría tampoco.

Solo giró comenzando a caminar hacia aquella camilla donde se situaba la mujer que él deseaba. La mujer que había llegado a sus manos para hacerlo infeliz el resto de sus días y el resto de las noches que él piense en ella.

Nunca la correspondencia.




—¡Madre! ¡Madre! Ella está aquí.





No podía ser cierto...

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