4. "Tocando el cielo,... en tus manos" [Editado]
El viento fuerte y una enorme luna al fondo de la noche. Estrellas impartiendo cada palabra que desea salir de sus bocas, suspiros que desean nacer el deseo de sus cuerpos.
La carroza se detiene frente a un pequeño establecimiento a las orillas de Londres. Las hermosas luciérnagas, que vagan por el vecindario casi desértico, añaden un toque fantasioso a la realidad.
Nadie sería testigo de todo el amor derramado en una sola gota de felicidad.
—¡Estás hermosa!—susurra esbozando una sonrisa risueña.
El suave sonido de su voz produce rápidamente el cierre inconsciente de los ojos. Toma sus manos y las acaricia suavemente depositado en ellas, aquella rosa roja que guardó como fiel compañera en sus delirios.
>>Necesitaba verte...—pronuncia en un hilo de voz; de forma consciente, toma su mentón y la acerca a su rostro.
—¿Por qué me dejaste sola cuando más te necesitaba?—indaga obviando completamente lo que dijo el muchacho. Prácticamente le estaba reclamando.—¿Por qué dejaste que llegue a casa sin ti?
Habla nuevamente mientras detiene su vista en él, tratando de saber la respuesta más coherente.
—¿Acaso tú querías a alguien junto a ti?—Alex niega completamente—Ves a lo que me refiero. Tú crees que evitando a la gente tendrás más apoyo de ellos, pero no es así, solo los ahuyentas y prácticamente los eliminas de tu vida. Ellos no te rogaran. Nadie lo hará. Debes darle la oportunidad a alguien para que pueda ayudarte a encontrar lo que tanto deseas.
Alex gira su vista para observar un punto fijo, pensando en las circunstancias y las razones obvias de la gente.
Ella es muy difícil, es muy complicado sobrellevarla, darle por su lado. Un suave lamento escapa de sus labios, ahora respira con más tranquilidad y menos pesar. Un fuerte estornudo toma su atención nuevamente.
Joseph hace ese gesto para tenerla concentrada en lo que dijo hace unos segundos: ligeramente esboza una sonrisa.
—Quiero que seas tú, entonces, el que me haga dar cuenta de lo maravillosa que es la vida.
El moreno, con la poca conciencia que le queda, la toma de la cintura, enredando sus brazos alrededor de todo su cuerpo, sintiendo su calor, palpando como la mirada neutra y vacía desaparece de sus ojos, dejando en ellos, un brillo muy celestial.
El avellana se iluminaba dejando pequeños rastros de lágrimas amargas.
Para Joseph, el simple hecho de tenerla en frente, verla a los ojos y respirar entrecortadamente por su culpa, era motivo suficiente para asegurar todo lo que se prometió a si mismo antes de volverla a ver.
«Cuando vives, cuando amas, cuando les das a los demás tu todo. Siempre se puede dar un poco más».
—Ya había decidido eso, antes de que me lo pidas.—dice a medida que se dedica dejar pequeños besos encima la piel de su cuello, tan dulces y húmedos como una enorme oleada de fuego consumiendo su cuerpo, haciéndolo cenizas cuando cae rendida a sus labios.
—Pues no es la primera cosa que decides por mí,—suspira llevando ambas manos a las mejillas de Joseph.
Como la miraba, como la sentía en su presencia al tan solo un roce; tanta era la necesidad de extrañarla. Ella nunca sospechó encontrar al hombre de su existencia.
—Ya no quiero verte triste, quiero que seas feliz...—la atrae a él recostándola en su pecho. Caricias suaves y tiernas, miradas directas y un adiós que está por venir.
—Lo soy, porque estoy contigo.
Impresionado, eleva su mentón para observarla fijamente, una vez más. Su rostro conserva aquel semblante maravillado y es que, aún no puede creer lo que escuchaba.
Ambos sonríen abrazándose uno con el otro. Joseph y Alex se disponen a bajar de la carroza para así, adentrarse a aquella casa abandonada donde el muchacho la llevó por primera vez.
Él sale primero extendiendo su mano para ayudarla a descender. En su detrás, la cierra caminando sin preocupación.
El gran portón principal es abierto por ambas personas, con el nerviosismo y las ganas infinitas de restregar al mundo entero todo su amor.
Recorren entre la oscuridad y el frio que imparte la madrugada, tres horas habían transcurrido para llegar hasta ahí. Joseph, enciende una vela para observar donde se dirigen; tomándola de la cintura, recorren pasillos con el poco reflejo de la luz, a lo lejos se pueden observar pequeños objetos en el piso.
Un cansancio en los pies la obligan a parar de forma repentina. Se zafa del agarre en su cintura quedando atrás en el recorrido que imparten hacia el último piso. Resopla cansada mientras de cuclillas, espera que pase el ardor que siente en los tobillos y la planta de sus pies.
—¿Alex, estás bien?—pregunta Joseph mientras vuelve hacia ella, con la vela en manos y los ojos iluminados.
Aquel marrón que se dilataba poco a poco cuando la veía.
Ella asiente soltando una pequeña carcajada, la cera caliente empieza a caer en las manos del muchacho, provocándole un salto momentáneo por el dolor.
—¡No ayudas mucho burlándote!—dice otra vez mientras lame suavemente la parte afectada. Tres carcajadas más se oyen recorriendo el ambiente, haciendo eco entre todo el lugar—¿Puedes levantarte?—le pregunta estirándole la mano izquierda. Niega completamente.—creo que tu lengua se la comió el gato.
—Pero si no hay ningún gato.—ríe sonoramente mientras Joseph deposita la vela encima un taburete roto.
—¡Ahí está tu voz!—exclama agachándose a su altura, la toma de las caderas llevándola entre sus brazos hacia los pisos restantes antes de llegar a su destino. Diez, veinte, treinta, y cincuenta escalones recorren para llegar a la que fue, la habitación principal de aquel hogar.
Sillones tapados por telas blancas, cuadros rotos y pequeños trozos de vidrio esparcidos en una esquina. Al centro, una enorme cama intacta, con las sábanas de color crema; en su detrás, un enorme balcón que deja entrar claramente las luces del amanecer con la luna a punto de esconderse. Alex, produce un pequeño escalofrió al ver las sábanas limpias; Joseph, la baja suavemente evitando lastimarla. Ambos recorren lentamente el lugar, observando cada detalle que tal vez, tiene un por qué.
—No sé si estoy preparada para esto.—ambos están frente uno del otro, con los ojos cerrados y la respiración pausada. Están nerviosos, tiritando contra la mirada del otro, sintiendo su piel arder por la sensación de vergüenza.
Joseph no entiende a que se refiere Alex. Debería demostrar de una vez por todas, la fortaleza que se haya dentro su ser.
—¿A qué te refieres?
Es bastante obvio, ella está nerviosa y él, reclamando una respuesta que no tiene un inicio relativo.
—Tengo miedo de herirte, de no poder corresponder de la forma que esperas.
Tal vez lo lastimaría como toda la gente que estuvo junto a ella, tal vez cometería el mismo error y terminaría por alejarlo por completo o, quizás, dejaría todo en manos del amor, para curar por completo todo su dolor y las ganas de seguir el recorrido sola.
Ojalá fuera más directo el camino de llegada.
—Solo quiero que recuerdes esto, ¿Está bien?—asiente ligeramente mientras muestra una sonrisa ladeada.—Nuestro amor es sagrado. Nada ni nadie podrá detener este sentimiento. Si yo me voy o tú te vas, nada cambiará. Solo reforzará esta unión que poco a poco se fue formando, y entrelazaré mi vida con la tuya, porque así será el comienzo de un futuro y un pasado vivido contigo.
Está demás decir que ambos se ven de una forma delicada y amorosa, como si solo pudiesen observarse por ese momento, sin alguna esperanza de un mañana. Nadie creería lo que ocurre, ambos le dan una oportunidad a la vida de una forma inexplicable. Él, la toma suavemente de la cintura, con miedo y el corazón acelerado. Produce una sonrisa mientras toma su mano y la entrelaza para no soltarla jamás.
—Quiero que recuerdes el momento conmigo.—toma su rostro mirándola con tanta devoción, susurrando con tanto querer aquellas palabras divinas.
❝La luna brilla esta noche, un beso caliente en el aire frio. Por este amor voy a ir a ninguna parte con tal de que estés allí conmigo.
Quizás estas palabras puedan mantenerte feliz, haré cualquier cosa por que sea así.
Y si te sientes sola, voy a ser tu hombro; con un toque tan tierno que me conoces tan bien. Alguien dijo una vez: "Es el alma lo que importa".
Nena, que realmente se puede decir cuando dos corazones pertenecen tan bien.
Tal vez las paredes se derrumbarán, y el cielo pueda negarse a brillar.
Pero cuando digo: "Te Amo", tienes que saber que esto es para todos los tiempos.
Pero cuando susurro: "Te Necesito" ... tienes que entender que esto será para todos los tiempos.
Oh...todas estas palabras que se dicen los jóvenes amantes. Yo siento que te conozco mucho tiempo, muchos años, muchas vidas, quizás.
Te conozco siempre...❞
Con timidez, roza sus labios con los suyos, es la primera vez que roba un beso de aquel Edén tan sublime.
Poco a poco van impartiendo caricias precipitadas y llenas de necesidad.
Joseph la toma firme recorriendo su cuerpo por completo, dejando besos en su piel suave y tersa. Rinde tributo a cada centímetro de su ser, llevándola a lo más alto dentro de un arranque de pasión. Ambos gimen, aferrándose al otro mediante susurros y caricias bruscas. Ambos están en los brazos del otro, impartiendo roces que tatúan la piel con tanto amor y dolor. Joseph la toma firme, dejando de lado la razón para dar paso aquel toque embriagador y cegador de los sentidos negativos y ocultos.
Las prendas del muchacho quedan en el suelo de un momento a otro, dejando a la vista un Joseph de torso desnudo. La eleva a su altura posicionándola en frente suyo, tocando sus mejillas frías y llenas del rubor visible en su piel pálida.
Sus ojos añejos se dilatan al chocar miradas otra vez, porqué las pupilas solo se dilatan con el dueño de tu mirar.
Ahora Joseph se detiene en aquel vestido de encaje color blanco, contemplando con devoción todo lo que es su ser. Su mano se posiciona en el pequeño corsé que sujeta su fina cintura y la desnudez virginal de Alex.
—Tengo miedo.—lo detiene antes de bajar por completo el vestido. La impresión de sus instintos lo tiene confundido.
—No te lastimaré...—susurra con una mirada espontánea, de esas que te enamoran una vez más y te ayudan a ceder lentamente.
—Te amo...—dice audible para los dos, cerca su oído y los ojos derramando pequeñas lágrimas parecidas a la escarcha. Además de aguantar las ganas de refugiarse en el dolor, algo propiamente masoquista.
«No soy de éste mundo, eso es lo que pasa».
—Yo te amo aún más de lo que crees.—la ve atónito, limpiando su mejilla.
El silencio fugaz cede a medida que sus pensamientos quedan conectados rápidamente. El sonido del corazón es aquel que te dicta la vida.
—Tu amor me hace sentir especial.
El amor es para las personas totalmente imperfectas, personas que son incompletas desde la vivencia de sus días. La necesidad de compartir algo con alguien, sentir que eres querido y protegido, pensar que todo tu corazón late por alguna razón.
Eso te hace sentir vivo.
Golpear tus sentidos al solo recordar su nombre o mantener recuerdos que estarán ahí, para toda tu existencia. Cuando se pierde a alguien, se pierde ese cariño que se necesita para vivir. Toda persona tiene ese miedo, toda persona encuentra la necesidad de su respirar. Y ellos la hallaron, pese a todas las adversidades impartidas por el maldito dolor.
Lentamente, retira aquel enorme vestido de su cuerpo; una desnudes atrapada por la vergüenza sale detallando cada centímetro de divinidad. El muchacho sonríe observándola fijamente, descifrando todas las sombras ocultas en un alma tan pura e inocente, buscando el porqué de sus sufrimientos. La sostiene nuevamente de la cintura, dirigiéndola con miradas cómplices hacia aquella cama que traería consigo recuerdos inolvidables.
Acaricia su espalda baja mientras deposita un beso en sus labios, incitándola por el viejo camino de la pasión y el éxtasis mutuo. La recuesta con delicadeza, posicionándose encima suyo para observarla con más claridad. Un beso en el cuello con caricias impartidas desde el alma.
Las gotas de rocío comienzan a caer encima las flores, dejándolas frescas para la llegada del viejo sol. El cielo queda despejado despidiendo a la luna que iluminó sus pasos toda la noche. Al igual que Alex, compartiendo por primera vez el arte de hacer el amor.
Los rayos solares se posan después de mucho tiempo, irradiando la luz que solo se puede obtener en su presencia, y todo se debe a tal unión en la tierra, que desata consigo la alegría de ver la mañana llegar.
Alex, gime elocuentemente su nombre, sosteniéndose a lo imperdonable y limítrofe, solo su encuentro con la reconciliación de su alma y el alma de Joseph. Arquea la espalda mientras con más fuerza, sujeta las sábanas aferrándose a su cuerpo; como si bailara en el cielo junto a las estrellas, al sonido de la lluvia y la entrega mutua a algo que siempre sintió y sentiría para siempre. Curando todas las heridas abiertas y las que se abrirían sin cesar, cerrando remordimientos, abriendo anhelos, pensando en el futuro y eliminando el pasado.
Joseph, renació en ella como tanto tiempo lo añoró en sus sueños.
Sin pensarlo, la hizo suya para toda la eternidad...
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