Intruso
El día frío y lluvioso no ayudaba para nada a su estado de ánimo.
Sentado en las escalinatas de su nueva casa viendo cómo, los empleados encargados de la mudanza, descargaban muebles y cajas dentro del hogar.
Sus padres decidieron mudarse a Francia por trabajo. Al griego eso le daba igual.
Ya no le quedaba nada en Grecia. Hace poco tiempo se había separado de su novio y despedido de su trabajo tras hundirse en una depresión por lo mismo.
Miró al cielo, las nubes se tornaron amenazantes, pronto llovería. Decidió entrar antes de mojarse. Desempacar se tornaría su entretenimiento durante el resto de la tarde.
Afuera el cielo estaba mas que gris. Le parecía que el clima de Francia era deprimente, tanto que podría competir con su estado de ánimo.
La lluvia no cesaba y eso lo fastidiaba. Si este clima seguía de esta manera, no tardaría mucho en extrañar las bellas playas de Grecia.
Aburrido de desempacar las pocas cosas que había traído de su antiguo hogar, decidió a dar una vuelta por la ciudad en su coche.
Sus padres habían salido para organizar la oficina de su nuevo trabajo.
Estaba aburrido, y eso le pasaba con facilidad, el clima no ayudaba. Maldecía su suerte y a sus padres por mudarse a un lugar como esté.
Tomó su abrigo y las llaves del auto. Buscaría una cafetería tranquila y degustaría algún postre local.
Manejaba bajo la lluvia torrencial mientras agudizaba su sentido de la vista buscando, entre las gotas que caían del cielo sin parar, alguna cafetería donde sentarse a gusto.
La luz roja del semáforo paró su marcha. Mientas golpeaba sus dedos contra el volante impaciente, un cartel luminoso en forma de taza de café llamó su atención. Supuso que ese sería su destino. Era mejor entrar y esperar que la tediosa lluvia parase.
Estacionó el auto lo más cerca que pudo de la cafetería. Maldecía no haber traído un paraguas.
Bajó rápido y corrió con cuidado se no caerse en el camino y montar un espectáculo en la calle.
Una vez que cruzó la puerta de vidrio del local, volvió a maldecir. El lugar estaba lleno, ni una maldita mesa libre. Bufó frustrado, nada le salía bien.
Parado como un idiota en la puerta de la cafetería, miraba todo y cada una de las personas que estaban allí.
Tenían entre 20 y 25 años. La mayoría leía libros o escribía en cuadernillos. Parecían estar estudiando.
Bufó frustrado otra vez. Le hubiese encantado terminar su carrera universitaria. Culpó a su ex pareja por ello, no lo dejo estudiar una vez que se mudaron juntos.
Estaba por irse hasta que una voz grave pero armoniosa le hablo.
- Puedes sentarte aquí en mí mesa - señaló con su mano la silla libre frente a él - no me molesta tener compañía y a esta hora la cafetería estará llena por un largo rato.
El joven de unos 35 años aproximadamente le sonrió amable, invitándolo a sentarse. El griego no lo pensó dos veces. Aunque no había entendido todo lo que había dicho ese bello hombre en francés, supuso que al señalar la silla lo estaría invitando a acompañarlo.
Sus padres le habían aconsejado estudiar francés para que pudiera comunicarse. Él no le dio importancia. Se consideraba un ermitaño, que a pesar que se aburría con facilidad, nunca salía de su casa. Era bastante solitario.
La intriga de conocer un poco la nueva ciudad, que lo acogería por un buen tiempo, lo obligó a salir de su burbuja.
En un francés torpe y con acento griego, logró comunicarle a ese galo, de ojos penetrantes, que no hablaba correctamente su idioma.
El galo al lograr descifrar lo que el heleno le había tratado de decir, sacó su celular y entro a la muy útil aplicación del traductor.
Tecleo rápidamente una pregunta en su teléfono y lo extendió en dirección al peliazul para que la viera.
- Hola, mí nombre en Camus y sería un gusto invitarte un café.
Los ojos turquesas de Milo se abrieron grandes. Su instinto ermitaño le dijo que se fuera, que no era necesario interactuar con gente. Pero la verdad era que aquel hombre, de ojos y sonrisa amable, le había atraído bastante. Y eso era algo que no sucedía a menudo.
Quizás era por qué tenía un gran parecido con su ex pareja Degel. La que le había roto el corazón.
Tomo el celular de su acompañante y tecleo su respuesta.
-Seria un placer acompañarte, mí nombre es Milo y soy griego. Pidamos un café y un postre francés.
Milo devolvió el teléfono a su dueño. Esté miró la respuesta en su celular y sonrío aún más amablemente.
En un griego casi perfecto, solo por el acento francés, le hablo, dejando al heleno sorprendido. Camus sabía hablar varios idiomas a la perfección.
- Pediré un crème brulee, aquí lo hacen exquisito ¿Estás en Francia de paseo?
Preguntó Camus, retirándose sus lentes que usaba para leer y dejando a un costado el libro de psicología.
- No, de echo vine a vivir aquí con mis padres, por trabajo.
- ¿ A qué te decidas tú?
Camus no podía evitar estudiar a la gente. Cómo buen psicólogo se le hacía natural prestarle atención al lenguaje corporal de Milo. El cuál ahora se removía incómodo en su silla.
- No, yo no, mis padres trabajarán aquí. Yo solo terminaré mis estudios.
- Interesante, soy profesor en la universidad ubicada a dos cuadras ¿ Que estudias?
Milo miro con recelo al francés. El ermitaño dentro le susurraba otra vez. Se preguntaba por qué tanto interés en su vida y de este en contar la propia. Haciendo a un lado lado la voz en su cabeza contestó. Quizás no era tan malo socializar de vez en cuando.
- Arquitectura - contestó con simpleza - me quedan dos años.
La charla siguió mientras tomaban café y desgastaban ese postre francés. Milo estaba encantado con Camus, le inspiraba confianza y le parecía una persona muy tranquila y fácil de llevar.
Cómo Degel.
Intercambiaron números y ambos se despidieron con la promesa de volverse a ver.
Apenas subió a su auto, un mensaje de su padre Kardia le había llegado.
- Milo ¿ Donde estas? Sabes que no puedes salir solo de casa y menos sin avisar.
Leyó con fastidio el mensaje. Su padre lo exasperaba, lo trababa como a un niño indefenso y frágil. No necesitaba que lo cuiden.
Él ya estaba mejor...
Si bien había intentado suicidarse cuando todo terminó con Degel. Él ya había dejado todo eso atrás.
Por fin el Sol se había apoderado del cielo y lo envolvía cálidamente.
Estaba sentado en un camastro justo a lado piscina disfrutando del día soleado.
Miraba la forma edilicia de su nuevo hogar. Le parecía tétrica y lúgubre. Digna de una película de terror.
Era un casa enorme de piedras grises a la vista, demasiado grande para los 3.
Siguió mirándola casi con asco, de verdad le parecía horrenda con las enredaderas verdes, que cubría la mayoría se las paredes, y el musgo. Estaba ubicada en un terreno enorme lejos de la ciudad.
Sus ojos turquesas se posaron en la ventana de su habitación. Vio un hombre parado en la ventana. Se reincorporo asustado del camastro y volvió a mirar.
Efectivamente ahí había un hombre mirándolo fijo. Tenía cabellos violetas obscuros y ojos rojos.
Cuando la figura desconocida se dio cuenta que era observaba le regaló una sonrisa, la sonrisa más perversa y sádica que había visto y luego desapareció.
Shockeado parado junto a la piscina, no para de mirar a la ventana. Sintió unas manos tenebrosas recorrer su espalda y un escalofrío se apoderado de todo su cuerpo.
Volteó instintivamente y se topo con la imagen sádica de aquél hombre, que de un movimiento brusco lo empujó hacia el agua cayendo juntos.
El intruso lo mantenía sumergido bajo el agua ahogándolo. Desesperado trababa de zafarse del fuerte agarré sin éxito.
El hombre que lo mantenía cautivo entre sus brazos lo miraba tranquilo, como si la falta de aire y el agua a su alrededor no le afectará.
De golpe sintió como era arrastrado a la superficie por su padre.
- Milo, hijo ¿Estás bien? - le pregunto su progenitor una vez fuera - ¿Qué intentabas hacer?
Su padre lo miraba preocupado, temía que su hijo intentara atentar contra su vida nuevamente.
Milo no contesto, con el horror pintado en su rostro, dirigió su mirada al agua nuevamente buscando al intruso.
No había rastro de él. Se esfumó como un fantasma.
Esa noche no logró dormir.
Había gritos de agonía por toda la casa.
Su rostro se notaba cansado, las ojeras por no dormir por la noche eran notorias.
Pensó que una ducha sería reconfortante.
Quizás su estado depresivo le había echó alucinar aquello o había sido un mal sueño.
Un mensaje de Camus llego a su celular
Hola Milo ¿Estás libre para tomar un café hoy?
Su voz interior dijo un cortante NO, el ermitaño volvía a expresarse.
Pero tal vez alejarse un rato de la lúgubre casa le haría bien.
Te veo en la cafetería en 30 minutos.
Fue su respuesta.
La tarde junto al francés de bellos ojos fue reconfortante. Tomaron café y caminaron por el parque, donde Milo tomando su mano, le robó un beso que Camus correspondió.
Dormía plácidamente en su cama, había salido al cine con Camus y luego a su departamento en el centro de la cuidad.
La sesión de sexo que tuvieron en el hogar del francés consiguió drenarle la energía en su totalidad.
La forma en la que el francés lo besaba y lo penetraba lo volvía loco. Jamás había experimentado el sexo de esa forma tan placentera.
Se removía contento debajo de las sábanas soñando con su hermoso galo.
De pronto el colchón de su cama empezó a hundirse en la parte de los pies. Cómo si alguien muy pesado se subiera sobre el.
Estaba tan profundamente dormido que no sintió como aquel cuerpo se deslizaba encima del suyo.
Con sus ojos rojos y su sonrisa maliciosa tomo ambas manos y lo agarró con fuerza, lastimando sus muñecas.
- Eres mío.
La voz ronca del intruso logró despertar a Milo, qué atemorizado no lograba reaccionar.
- ¡Suéltame!
Milo gritaba pero le era imposible mover al hombre extraño que tenía sobre él. Era demasiado fuerte y pesado.
- Eres mío y estoy dentro de ti - luego se decir eso lo mordió en ambas muñecas provocando que Milo sangrara.
Se despertó de golpe asustado y sudado.
- Maldita sea, estaba soñando.
Miró sus muñecas para comprobar si en verdad que se tratará de un simple y aterrador sueño.
Estaban sanas...
De la mesita junto a su cama tomo unos tranquilizantes, los necesitaba. Su mente estaba atormentándolo como hacia años que no le sucedía.
Después de 5 meses el francés se había convertido en el alivió que él necesitaba.
Pasaban mucho tiempo juntos disfrutando de la compañía mutua. Camus le enseñaba francés y la hermosa ciudad, que era testigo de su creciente amor.
Pero no todo era feliz en su vida.
La aparición del hombre de ojos rojos fue el principio de muchos sucesos extraños, que parecían afectarle solo a él. Sus padres tenían un vida normal, como si lo que sucedía en esa casa no les afectará.
Milo escondía muy bien el terror que solía vivir.
Hubo noches con gritos, otra con apariciones del intruso irrumpiendo su habitación, reflejado en los espejos y ventanas.
Pero la peor de todas ocurriría esa misma noche.
Una que lo cambiaría todo.
Hola bellos lectores .
Está mini historia está echa para el Milofest.
Gracias por leer.
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