Capítulo 9
El silencio incómodo se prolongó mucho más de lo que le hubiese gustado.
Jimin mantenía una posición recta, intentando no mirar al mayor. Sus ojos se encontraban clavados en el suelo, intranquilo y nervioso.
—¿Y bien, Park? —preguntó el profesor, esperando de forma paciente una respuesta—. ¿Cómo se ha lesionado la espalda?
Jimin se sonrojó, de pronto se sintió estúpidamente pequeño y vulnerable.
—Solo fue un accidente, no debería prestarle mucha atención —era un pésimo mentiroso, era consciente de eso, pero al menos podría intentarlo.
Min enarcó una ceja, recargándose contra el respaldo del acolchado sofá.
—Para ser heridas provocadas por un accidente lucen demasiado exactas —ladeó levemente la cabeza hacia la derecha—. ¿No debería "preocuparme", dice? ¿Acaso se ha visto? ¡Lucen terribles!
Una sensación cálida se extendió por el pecho de Jimin, en verdad su profesor se preocupaba por él.
—Soy un poco torpe, eso es todo —se carcajeó de forma nerviosa—. Agradezco que se preocupe, pero por favor olvídelo.
Tras largos segundos de silencio, el profesor exclamó:
—Sabe Park, usted es tan fácil de leer como un libro abierto.
La sonrisa del joven rubio se desvaneció, bajo la atenta y penetrante mirada de Min apretó los puños contra sus muslos, tratando de no verse demasiado afectado por esas palabras, fracasando en el intento.
—No entiendo.
—En tan solo poco más de media hora he podido descubrir mucho sobre usted, ¿sabe? Tal vez es por los años que he pasado impartiendo clases a jovencitos que, como usted, acuden a mí porque saben que podré ayudarlos en lo que pueda.
Jimin frunció el entrecejo, de pronto sintiéndose extraño ante la afirmación de que él no había sido el único al que Min le había ofrecido ayuda. Aunque eso fuera obvio, era extraño escucharlo de forma indirecta por parte del mayor.
—¿Pero eso qué tiene que ver con-?
—Tu padre fue el responsable de esas heridas, ¿verdad?
Jimin se estremeció, ¿en realidad había sido así de obvio?
Trató de encontrar la fuerza para hablar y buscar cualquier excusa para desviar la atención del tema, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Era inútil tratar de mentirle a su profesor, estaba consciente de que tarde o temprano terminaría por confesarle todo como si de un Padre se tratara.
Y la peor parte era que al final no se arrepentiría de ello, de confiarle toda su vida a ese hombre.
—¿Park?
—Sí, fue él.
El profesor Min se quedó callado durante unos momentos, mirando fijamente a Jimin. El rubio se preguntaba qué estaría pasando por la mente de Min, su rostro estoico no parecía querer reflejar ninguna de las emociones que se esperaría, sus ojos no gritaban enojo, desagrado, sorpresa... nada.
Solo ese mismo brillo que solía destellar cuando estaban juntos.
—Vamos a ocuparnos de sus heridas —exclamó Min de forma pacífica, levantándose del sofá sin mirar a su alumno, ¿en verdad solo diría eso?—. Necesito que se quite la camisa o que se la levante para poder curarlo, como se le haga más cómodo.
Jimin estaba incrédulo, juraría que su profesor estaría preocupado o cuando menos, molesto. Sin embargo, el mayor solo se dedicó a traer un botiquín de primeros auxilios mientras le indicaba que se recostara en el lujoso mueble. Creyó que mencionaría el tema después de eso, pero no sucedió.
Y el que su profesor siguiera con ese mismo rostro en blanco comenzaba a preocuparlo, aunque no estaba seguro de porqué exactamente. Jimin no quiso hacer las cosas más incómodas así que simplemente se levantó la camisa de tal modo que solo su espalda quedó descubierta lo más que se pudo; después se recostó boca abajo, tal como se le había indicado.
Sintió a Min colocarse detrás de él y por el rabillo del ojo notó que comenzó a arremangarse las mangas de su camisa blanca, dejando a la vista sus brazos y un reloj de plata que adornaba su muñeca izquierda.
La vista le hizo sentir una extraña sensación en el estómago; era difícil para Jimin no quedarse mirando, el profesor parecía ejercitarse pues esos bíceps seguro no se ganaban solo por respirar.
Mientras permanecía mirando furtivamente, Jimin notó que su profesor se dio cuenta de sus miradas y en respuesta, le sonrió. Sonrojándose, el menor volvió la vista al frente, ignorando la risita que escuchó detrás de él.
—Lo siento, quizás le arda un poco —dijo Min, aunque Jimin no entendió al principio de qué hablaba.
—¿Arder? Oh.
Un gemido (penosamente) ruidoso de dolor combinado con sorpresa salió de sus labios, el profesor Min había comenzado a aplicar una especie de pomada sobre las heridas. Sus manos eran suaves y delicadas, sintiéndose extrañamente grandes sobre su diminuta espalda.
Los movimientos del mayor eran cuidadosos mientras continuaba masajeando la piel dañada; Jimin no pudo evitar cerrar los ojos gustoso, dejando que el profesor Min continuara envolviendo su piel con una sensación mágica, agradable.
—Parece que está a punto de ronronear —se burló el mayor, continuando con los masajes.
—¿Lo estoy? Seguro que es por lo bien que lo hace —suspiró, ya importándole poco quedar (aún más si es que eso era posible) en ridículo.
La sensación era agradable, aunque no duró por mucho.
—¿Profesor? Eso... ¡Ah!
Jimin sintió una intensa punzada de dolor cuando el profesor Min presionó sus pulgares contra la espalda lastimada; gimió sonoramente cuando Min presionó más profundo, una y otra vez, causando que el cuerpo de Jimin comenzara a temblar levemente.
—¡D-duele, profesor! —entre jadeos lastimeros trató de llamar al mayor, pero al mirarlo por encima del hombro... la imagen que presenció le hizo estremecerse.
Unos ojos sin vida y completamente oscurecidos, concentrados en lo que estaba haciendo.
La imagen provocó que sintiera deseos de mantenerse lo más quieto posible y simplemente dejarlo hacer, aún si el dolor era casi insoportable.
—Profesor ¡por favor! —llamó nuevamente, unas pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos.
Escuchar al más joven sollozar pareció ser lo que Min necesitaba pues volvió en sí, deteniéndose casi en un santiamén.
—Ah... —jadeando completamente sorprendido, Min tomó un paso atrás, alejándose, dejando a Jimin temblando y con la piel ardiendo.
Jimin se quedó allí bajo la atenta mirada del mayor, trató de templar su aliento y calmarse a sí mismo. El dolor se había disipado, pero el ardor seguía ahí.
—Perdóneme, no sé que fue... en serio yo... —el mayor lucía exasperado, como si estuviera a punto de tener un ataque de nervios.
Como pudo, Jimin logró sentarse a pesar de los pequeños tiembles en su cuerpo. No dijo nada, absteniéndose a solo observar a su profesor peinar hacia atrás sus hebras oscuras.
—Realmente no sé qué me sucedió, en serio lo lamento.
Aún jadeando, Jimin se obligó a sonreír.
—Los accidentes ocurren, no se preocupe.
—Me siento mal con usted, Park —confesó, tomando asiento en el sofá frente al menor—. Por favor no piense que también quiero hacerle daño, yo solo–.
—No se preocupe —repitió, aún con esa sonrisa extraña en sus labios—. Todo quedará olvidado, olvidémoslo.
—¿En verdad? —alzó ambas cejas, incrédulo.
—Le prometo no mencionar nada si usted me da algo a cambio.
Min rió, ¿ahora iba a ser chantajeado por un niño?
—¿Y qué es lo que quiere a cambio? ¿Buenas notas en mi materia? —Jimin negó.
—Quiero que usted tampoco diga nada sobre mi padre.
—Park, no puedo prometerle eso, la situación es–.
—Se lo suplico, por favor —con sus mejores ojos de cachorro abandonado, Jimin logró dar en el blanco.
El profesor dudó, sabía perfectamente que no debía cumplir aquello. Su deber como docente era alertar a las autoridades correspondientes lo que acababa de descubrir y sin embargo, había algo en su alumno que logró hipnotizarlo para obligarle a ceder.
—De acuerdo, tiene mi palabra —bufó al notar cómo el cuerpo de Jimin se destensaba en forma de alivio—. Pero usted debe prometerme que si de nuevo la situación se pone insoportable en su casa me buscará, sea la hora que sea.
Jimin asintió un poco (demasiado) eufórico, podía cumplir eso.
—Ya es muy tarde —murmuró el profesor, quien se encontraba revisando la hora en su reloj—. Son casi las dos de la madrugada, quizás lo mejor sea que duerma aquí.
Jimin se sonrojó, ¿en verdad había dicho eso?
—P-puedo ir a casa de un amigo y ya m-más tarde...
—¿Irse solo a estas horas? No, definitivamente no.
—Pero...
—Sé que puede serle muy incómodo, pero por favor no insista —con una sonrisa, Min lo observó fijamente a los ojos—. Me sentiré más tranquilo si pasa aquí la madrugada, más tarde me encargaré de dejarlo en su casa. Sano y salvo.
Ahora fue Jimin el que no pudo negarse a los ojos suplicantes de su profesor.
Media hora más tarde y ya con las luces apagadas, el menor yacía acostado en medio de la gigantesca sala. Min le había ofrecido dormir en una de las habitaciones pero Jimin se negó rotundamente a eso, accediendo únicamente a la oportunidad de dormir sobre un colchón inflable que aunque a los ojos del profesor no parecía, sí era cómodo.
—Dios... —Jimin suspiró, frotándose el rostro. Todavía no podía creer lo que vivió en el transcurso de unas cuantas horas.
Continuó observando el techo sintiéndose frustrado por no poder conciliar el sueño. Respiró profundamente y trató de relajarse, pero sus pensamientos volvieron a su profesor, justo como había sido durante los últimos días. Pero peor.
A pesar de haberle prometido a Min que olvidaría el incidente de hace un rato, no podía. Aún tenía el nítido recuerdo de las manos del mayor sobre su espalda, masajeándole de forma deliciosa hasta que unas punzadas de dolor arruinaron el momento.
Antes de irse a dormir, Min le había hecho una pregunta que no pudo responderle de forma cien por ciento honesta:
«¿Por qué sugirió que olvidáramos lo que sucedió?»
Después de eso, solo pudo responder con un tímido: "porque sé que fue un accidente" y aunque había algo de verdad en esas palabras, iba más allá de eso.
Era una verdad que quiso ignorar durante mucho tiempo, pero que cada vez se hacía más clara.
«¡No es mi culpa que tu novio sea una zorrita masoquista, Kim!»
Y la verdad era, que ese dolor le había gustado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro