034
No editado.
El ambiente de la sala se sentía pesado. Krista y Jane ayudaban a Sophie a colgar las luces navideñas en el adorno de la chimenea, mientras Vladimir terminaba de cocinar la cena en un silencio sepulcral.
Con tres hijas y unos padres terriblemente extrovertidos, la casa de los Romanov solía estar inundada de risas, discusiones o pláticas cotidianas. Sin embargo, aquellos tiempos habían llegado a su fin, Sophie ya no vivía junto con su familia, y lo más notorio era que su madre ya no estaba.
Krista y Jane susurraban animadamente entre ellas comentando lo emocionadas que estaban por conocer a Emmet y a su familia. La menor de las Romanova no paraba de hacerle preguntas a Jane, quien ya había coincidido con Emmet en una ocasión, y Sophie las ignoraba ya que no podía despegarle la vista a su padre.
Vladimir Romanov ahora sólo era una sombra del hombre que alguna vez había sido. Él normalmente habría estado en la sala junto a sus hijas bromeando y riendo, pero ahora se había encerrado en la cocina luciendo apagado y un tanto desconsolado.
—Papá no la está pasando nada bien —comentó expresando la conclusión a la que había llegado en cuanto vio las profundas líneas entre las cejas de su procreador mientras revolvía la salsa con una cuchara de palo.
—Oh, lleva así toda la mañana —murmuró Krista con pocos ánimos.
Ahora la atención de las tres hermanas estaba sobre el hombre que observaba la cuchara en su mano como si fuera la culpable de toda la miseria del mundo.
—¿No creen que deberíamos hablar con él? No soporto verlo así —sugirió Sophie sintiéndose aún más preocupada.
Jane puso una mano sobre el hombro de la mayor llamando su atención.
—Vamos —alentó agarrando a su otra hermana del mismo modo para empujarlas ligeramente hacia la cocina.
La mirada ensombrecida de Vladimir se enfocó en sus tres hijas en cuando la puerta de la cocina se abrió. Sophie no pudo contenerse y saltó a los brazos de su padre, quien se tambaleó ante el repentino gesto.
—Pa, no hagas esto —le pidió en un susurro sintiendo cómo sus ojos se llenaron de lágrimas al notar la forma de que los brazos de su padre se aferraron a ella como si su vida dependiese de ello.
Vladimir soltó un trémulo jadeo y apoyó su frente sobre el hombro de Sophie en tanto sus otras dos hijas se unieron al abrazo. El hombre abrió sus brazos para envolver los delgados cuerpos de sus hijas y juntos, lloraron la pérdida que los aquejaba.
Sophie sintió aquel vacío en el pecho que se hacia notar cada que pensaba en su madre, y por primera vez en meses simplemente se dejó llevar por el dolor. Silenciosamente, envolvió sus brazos alrededor de su familia y lloro esperando que algún día lograra poder recordar a su madre con nostalgia, y no con esa aguda pesadumbre que parecía querer ahogarla en un mar de lágrimas.
—Está bien mis niñas. Es sólo que...—suspiró—. La extraño —confesó dificultosamente.
Las tres hermanas le hicieron saber a su padre que él no era el único que extrañaba la dulce presencia de su madre en esas fechas, y tras otro instante en el que se permitieron ceder ante la vulnerabilidad, Vladimir rompió el abrazo.
—Bueno, no deberíamos quedarnos acá todo el día. ¡En cualquier momento llegarán nuestros invitados y no hay nada listo! —alardeó observando el reloj de muñeca al tiempo que secó la humedad bajo sus ojos con discreción.
Sophie sonrió al ver que su padre lucía mucho más animado, y fue al comedor para terminar de poner la mesa junto a sus hermanas.
Acababa de ordenar el último plato cuando alguien tocó el timbre, y todo su cuerpo se puso alerta al saber de quien se trataba. Aunque Emmet ya conocía a Jane, y a Becca era imposible no amarla a primera vista, Sophie se sentía ligeramente nerviosa por el encuentro.
—Yo abro —anunció a su familia encaminándose a la puerta que abrió de un solo tirón.
A pesar de que había visto a Emmet hacía poco menos de un día, Sophie no pudo controlar el frenético latir de su corazón cuando divisó al hombre que sostenía a su hija entre brazos mientras le regalaba una de esas sonrisas que sacaba a relucir esos hoyuelos que ella tanto amaba.
—Bienvenidos.
Abrió la puerta de par en par y saludó a Linda recibiendo su abrigo y la botella de vino espumoso que dejó sobre la mesa antes de ir a saludar a Emmet.
Él acababa de dejar a Becca en el suelo, y como era de esperarse, la pequeña no tardó en correr a los brazos de Sophie, quien la recibió dándole un enorme beso en cada mejilla.
—Wow, Sophie, pareces una princesa —susurró Becca observándola con admiración destellando en su mirada, y Sophie no pudo evitar sonrojarse ante el comentario de la pequeña.
—Tú también lo haces. En verdad luces preciosa —comentó alisando el tul del vestido blanco que la hacía lucir como un pequeño copo de nieve.
—¡Gracias! —Replicó con emoción antes de dar una pequeña vuelta para enseñarle todo su atuendo.
—Parece que mi hija me está robando a mi novia —se quejó Emmet agachándose junto a Becca.
Sus labios estaban fruncidos en un puchero fingido, pero sus ojos brillaban divertidos causando que Sophie riera antes de envolver los brazos en torno a su cuello para saludarlo como era debido.
—Estás muy linda esta noche, muñeca —susurró él para luego unir sus labios en un rápido beso que la hizo desear encerrarlo en una habitación a solas para poder seguir probando sus labios hasta saciarse.
—Tú estás muy guapo —dijo pasando las manos por su nuca suavemente.
—¡Dios, parece un copito de nieve!
El grito entusiasmado de Krista causó que ambos se separaran de golpe, y Sophie soltó a reír al ver la expresión en el rostro de su hermana menor que al parecer no podía quitar los ojos de Becca. La niña le sonrió apenada y corrió a esconderse en medio de Emmet y Sophie, ocultándose de la mirada de la adolescente.
Sophie se agachó para estar a la altura de Becca y la tomó de la mano, incitándola a salir de su escondite para presentarla a su hermana, quien no dejaba de observar a la pequeña esbozando una sonrisa bobalicona.
—Becca, te presento a Krista. Ella es mi hermana menor, cariño.
La manita de la pequeña se apretó en torno a la de Sophie, pero sólo bastó una sonrisa y un pequeño por parte de la mujer, para que la niña se acercara a Krista.
—Hola, soy Rebecca Park —pronunció orgullosamente al tiempo que Jane y Vladimir salieron de la cocina.
Ambos centraron su atención en la pequeña y por primera vez en meses la sonrisa de Vladimir parecía ser completamente genuina.
—Y tengo cuatro años —prosiguió mostrando cuatro dedos de su mano que agitó en el aire para enseñárselos a Krista, inadvertida de la llegada del resto de los Romanov.
—Pero que ternurita.
Los ojos de la pequeña se desviaron hacía la entrada de la cocina dónde se topó con la mirada enternecida de Jane quien no se pudo contener y salió corriendo hasta Becca para envolverla en un abrazo.
—Soy Jane, ¿me recuerdas, Becca? Nos conocimos aquel día en el restaurante —habló emocionada, pero la mirada tímida de Becca la delataba.
—La verdad es que no lo recuerdo —murmuró cabizbaja y todos soltaron a reír al ver el notable puchero en el rostro de la joven.
Sophie le dio un par de golpecitos en la espalda a su hermana y Becca aprovechó para ir a presentarse con Vladimir, ofreciéndole su mano junto con una hermosa sonrisa que contagió a todos los presentes.
El hombre se agachó ligeramente para tomar la pequeña mano y sus ojos se iluminaron cuando la niña volvió a hablar.
—Me llamo Rebecca Park.
—Yo soy Vladimir. Es un gusto conocerte princesa —saludó el hombre antes de levantar la mirada para presentarse a sus otros invitados.
—Pasen, pasen que la comida se enfría —exclamó Sophie, interrumpiendo las presentaciones cuando los dos mayores se quedaron hablando de sus hijos.
*******
La cena había sido todo un éxito, los Park y los Romanov congeniaron a la perfección y no hubo ni un solo momento de silencio, pues todos querían conocerse entre sí. Para el gran alivio de Sophie, Emmet y su padre habían pasado una gran parte del tiempo inmiscuidos en una conversación en la cual ambos estuvieron muy a gusto.
Por otro lado, Krista y Jane no pararon de interrogar a Becca acerca de sus princesas preferidas, consiguiendo que la pequeña se mantuviera entretenía la mayor parte del tiempo. Sin embargo, la charla se había extendido y después de terminar con su comida, la pequeña se quedó dormida con la cabeza apoyada sobre el pecho de su padre.
Hubo un momento en el que Sophie se aisló de todo. Sus ojos simplemente se pasearon por el comedor, observando a sus hermanas murmurando y susurrando entre risas, a Linda y a Vladimir hablando acerca de lo tierna que era Becca, y a Emmet, quien no le había despegado la mirada en toda la velada.
El ambiente era cálido a pesar de que estaban en el pico más alto del invierno, y fue por ello por lo que Sophie supo que no cambiaría ese momento por nada. La dicha la había invadido y a pesar de que aún se encontraba afectada por lo sucedido con su padre antes de la llegada de sus invitados, la tranquilidad de tener a sus seres más queridos reunidos opacaba cualquier rastro de malestar.
—¿En qué piensas? —Susurró Emmet acercándose a su oído para que no ser escuchado por los demás.
Sophie fijó su mirada en la pequeña durmiente y peinó su cabello distraídamente, evadiendo la mirada de Emmet.
—Estoy feliz. Hacía mucho no me sentía así —se sinceró.
Pálidos dedos tomaron su barbilla guiando su rostro hasta que estuvo alineado con el de él.
—Me alegra —dijo acercándose para darle un pequeño beso en la frene.
Sophie se derritió bajó el tacto de Emmet y entrelazó sus manos, dejándolas sobre la mesa consiguiendo que las miradas de sus padres se centrasen en el gesto. La sonrisa en el rostro de Vladimir decía más que mil palabras y el cariño con el que Linda los observó le calentó el pecho.
—Tengo algo para ti, Linda —anunció después de un rato causando que las mejillas de la mujer se enrojecieran.
—No debiste molestarte.
Ella simplemente le dedicó una sonrisa traviesa y se levantó excusándose antes de ir a la sala dónde se encontraba la pequeña bolsa que contenía el regalo.
—Feliz navidad, Linda. Espero te guste, me tardé casi seis meses en conseguirlo —aseguró haciendo que los ojos de Linda se abrieran de manera desmesurada.
Rápidamente, la mujer soltó el moño que ataba ambos lados de la bolsa y sacó el marco digital que de momento se encontraba apagado. Su boca se estiró en una sonrisa, y ayudó a Linda a encender el dispositivo que se había asegurado de cargar antes de empacar para poder ver su reacción.
—¡Es precioso! —Vociferó con a mirada enrojecida tan pronto el vídeo comenzó a reproducirse.
Todos en la mesa cesaron sus conversaciones y escucharon la dulce melodía acompañada de las sonoras carcajadas de Becca en el vídeo.
—Me alegra mucho que te haya gustado. Hay más fotos y vídeos. Casi lleno la memoria de mi cámara con Beca, así que tienes para rato —comentó sintiendo la mirada agradecida tanto de Linda, como de Emmet sobre ella.
—También tengo algo para Becca, pero tendremos que esperar a que despierte —añadió esperando dispersar la atención que había sido puesta sobre ella.
—No tenías que hacerlo, Sophie —murmuró Emmet volviendo a tomar su mano entre la suya bajo la mesa.
Sophie simplemente levantó los hombros y le dio un diminuto beso en los labios para callar sus quejas.
—Lo hice con todo el cariño del mundo.
—Te quiero —le dijo el hombre devolviéndole el beso.
—Mejor vamos a la sala. No quiero imaginar lo que está pasando debajo de la mesa —anunció Krista consiguiendo que Emmet y Sophie se separaran de golpe, ambos con los rostros completamente enrojecidos debido al comentario de la menor.
Linda y Vladimir soltaron a reír y pronto todos se levantaron para ir a la sala dónde pasaron otro rato hablando, hasta que las dos menores decidieron que era demasiado tarde para ellas y se despidieron de todos antes de ir a sus cuartos.
Tan pronto las dos abandonaron la sala, Sophie sintió la mano de Emmet asentarse sobre su muslo, desviando su atención de la conversación.
—Necesito un minuto contigo a solas —le dijo.
Sophie lo ayudó a dejar a Becca acomodada en el sofá y ambos se excusaron, dejando que los dos mayores siguieran con su animada conversación.
—Noté que estabas un poco mal cuando llegamos. ¿Todo está bien? —Indagó Emmet tan pronto como la puerta del estudio se cerró a sus espaldas.
La mujer juraría que moriría de amor por el hombre frente a ella. El que se hubiese percatado de su estado de ánimo y tuviera la delicadeza de preguntarle al respecto la enamoraba aún más.
—Es sólo que nos hace falta mamá. Esta es la primera navidad que pasamos sin ella, y mi papá estaba... —dudó—, mal. En general todos estábamos tristes, pero tan pronto ustedes llegaron nos distrajimos. Supongo que todo hace parte del proceso de aceptación.
Emmet la envolvió en sus brazos y besó su coronilla con delicadeza.
—Lo siento tanto, muñeca.
Sophie se aferró a su espalda y respiró hondo, disfrutando del leve aroma a colonia y... A él.
—Tengo esto para ti —murmuró él de repente.
Ambos se separaron y Emmet le ofreció la pequeña caja que abrió con cuidado.
—Yo que pensaba que eras normal, pero saliste posesivo —articuló sacando la cadena dorada de la cual colgaba un pequeño dije en forma de "E".
—Tenía que marcar territorio —bromeó tomando el accesorio de entre sus manos, para luego correr su cabello hacía un lado.
—Gracias.
Él terminó de abrochar el seguro de metal en su nuca y asentó ambas manos en sus mejillas. Ambos se perdieron en la mirada del otro, y fue Sophie quien rompió el momento, dando un par de pasos hacía atrás.
—Yo también te compré algo.
Rápidamente le pasó dos bolsas de regalo y Emmet las recibió elevando las cejas en un gesto de sorpresa.
—Vaya, dos regalos. Me vas a malcriar —comentó hurgando en la primera bolsa.
—En verdad uno de ellos es para los dos —dijo Sophie sintiendo las mejillas acaloradas, nada más al recordar lo que había empacado.
Emmet sacó la libreta de cuero junto con el esfero de plata y Sophie le enseñó que ambos tenían su nombre inscrito causando que los hoyuelos por los que se derretía hicieran una aparición junto con la sonrisa que achicaba sus ojos a tal punto que casi se cerraban.
—Supongo que eso es para mí. Veamos que nos conseguiste, entonces.
Ella bajó la mirada apenada por ver la reacción, pero tan pronto escuchó el jadeo que abandonó los labios le hombre, sus ojos se centraron en él.
—Me vas a matar Sophie —dijo elevando el conjunto de encaje rojo al aire.
La rubia le regaló una sonrisa avergonzada, y se llevó una gran sorpresa cuando Emmet soltó las prendas dejándolas en la bolsa que cayó al suelo al tiempo que sus brazos se envolvieron en su cintura, atrayéndola hacia él.
—No veo la hora de que usemos mi regalo —murmuró descaradamente, antes de envolver una mano en su nuca para luego tomar sus labios en un beso desenfrenado.
La respiración se quedó atascada en la garganta de la mujer, y un diminuto gemido se le escapó cuando la mano libre de Emmet bajó por toda su espalda hasta asentarse en su trasero. La presión de su caricia se tornó más demandante a tal punto que sus cuerpos quedaron completamente fundidos en unos sólo. Sophie podía sentir cada musculo bajo su sensible cuerpo, y no pudo evitar deslizar las manos bajo el abrigo del hombre, deleitándose con el contacto de sus pieles.
Una de sus manos comenzó a adentrarse en el pantalón del hombre cuando al puerta se abrió, causando que ambos se separaran de golpe.
—Papi.
Ambos adultos fijaron sus miradas en la inocente niña y Emmet le lanzó una mirada fulminante a Sophie quien mordió su labio inferior para contener la risa.
—¿Qué pasó princesa?
—La abuela me dijo que Sophie tenía un regalo para mí, así que vine a buscarla —le dijo la pequeña y Sophie notó cómo se acomodó el pantalón con discreción antes de caminar hacia la puerta.
—A la próxima cierras con seguro —amonestó cuando pasó junto a Sophie quien no pudo evitarlo, y soltó a reír.
Emmet hundió su cabeza entre las almohadas cuando el timbre volvió a sonar, esa vez con más insistencia y a regañadientes, se levantó esperando que el molesto sonido no hubiere irrumpido en el sueño de su hija.
Sólo Dios sabría lo loco que se volvería si Becca despertara a las seis de la mañana justo el día después de navidad. Además, el hecho de que tan sólo hubiese dormido cuatro horas no ayudaba a mitigar su mal humor.
La noche anterior la habían pasado increíble, y le habría encantado poder llevar a Sophie con él a su casa, pero ella había insistido en quedarse en casa de su padre, pues no quería que su familia estuviera sola en esas fechas.
—Hay un paquete a nombre de Emmet Park.
Sus ojos apenas lograban mantenerse abiertos debido al sueño, así que firmó sin detallar muy bien los papeles rutinarios de envío, y cerró la puerta antes de dejar la caja mediana sobre la mesa de la cocina.
Perezosamente se fijó en los datos del destinatario impresos sobre el registro de la caja, pero no halló nada de ayuda, así que optó por abrirla, convencido de que se trataba de algún regalo proveniente de su familia lejana.
Rápidamente descartó el trozo de papel acomodado sobre la tela rosa, y sacó el vestido para niña que por alguna razón no le causaba una sensación muy agradable.
Se volvió a fijar en el papel que había dejado en el fondo de la caja, y lo tomó apresurándose en leer el contenido en una caligrafía que le resultó peculiarmente familiar.
—¡Maldición! —exclamó al leer las primeras frases.
Sus puños se cernieron con fuerza en torno al papel, arruinándolo bajo el agresivo agarre, y el sueño se disipó por completo cuando terminó de leer.
—Esto no puede estar pasando —murmuró soltando la carta para volver a leer la estampa con los datos del envío sobre la caja.
Filadelfia.
Sólo con eso supo que se trataba de aquella mujer. Su estómago se revolvió y una arcada amenazó con hacerlo vomitar sobre la mesa de su cocina, pero se obligó a mantener la calma.
Con manos temblorosas volvió a tomar el papel arrugado y releyó sus contenidos una vez más.
Querido,
Espero se encuentren de maravilla. No sabes la falta que me hacen, pero estoy tranquila por que sé que no falta mucho para volverlos a ver.
Hace poco vi este vestido y supe que era el ideal para que Rebecca se ponga el día que me vea por primera vez. Seguro le gustará, parecerá una princesa.
Con cariño,
-E.
Su cabeza estaba hecha un lío. No tenía idea de qué hacer, y lo único que se le ocurrió fue llamar a Sophie.
Cada parte de su cuerpo temblaba, además se sentía fatal y necesitaba hablar con ella lo más pronto posible. Esperó impacientemente a que Sophie le contestara y en cuanto escuchó su voz al otro lado de la línea, una inmensurable cantidad de tensión dejó su cuerpo.
—Sophie —fue lo único que pudo decir antes de que el nudo en su garganta ele cortara la voz.
—¿Qué pasó? Emmet, ¿todo está bien? ¿Por qué me llamas a esta hora? —La preocupación era casi palpable en su tono.
—Necesito que vengas —le pidió ignorando sus preguntas.
Sabía que no era bueno hacer que creyera que había sucedido algo fatal, y aunque, en algún sentido, lo que había sucedido si erra horrible, no era motivo para asustarla.
—No te preocupes. No es nada demasiado grave... Sólo me tomó por sorpresa.
Escuchó movimiento al otro lado de la línea y supo que a pesar de haber asegurado que no era una emergencia, ella ya se había alterado.
—Llego en veinte minutos.
—No te apures mucho. Maneja con cuidado —se apresuró en decir justo antes de que Sophie colgara.
Suspiro con pesadez y dejó el teléfono sobre la mesa, volviendo a centrarse en la caja. No sabía que debía hacer con ella, si debía darle el vestido a la niña, o si era mejor donarlo, así que desechó la caja y tomó la prenda junto a la carta para llevarla a su cuarto, pero se tomó con Becca en el pasillo.
Sus ojitos adormilados divisaron la vistosa tela, y Emmet supo que ya no había vuelta atrás, así que con algo de recelo soltó el vestido en cuanto la pequeña tiró de él.
—Es muy lindo papi. Gracias —dijo sonriéndole con emoción.
Emmet abrió la boca para decirle algo, pero su cerebro parecía no querer coordinar con el resto de su cuerpo, así que al final no le dijo nada. En primer lugar, no tenía idea de si debía decirle de parte de quien era el vestido, así que prefirió ahorrarse el tener que mentirle y se quedó callado.
*******
Estaban terminando de desayunar cuando el timbre volvió a sonar, y Becca se apresuró en ir a abrir, pues Emmet ya le había dicho que Sophie iría a visitarlos.
Todos sabían que Becca amaba a Sophie, y cada que la veía se emocionaba quizás un poco de más, así que la rubia no se sorprendió cuando fue recibida por la pequeña, quien saltó a sus brazos, eufórica.
Por más de que ambos quisieran pasar el resto de la mañana en paz, jugando y pasando el tiempo junto a Becca, era importante que primero hablaran. Sophie lucia terriblemente preocupada, y Emmet... Bueno, Emmet estaba a punto de perder la cordura, y estaba haciendo su mayor esfuerzo por disimularlo ya que estaba frente a su hija.
—Nena, Soph y yo tenemos que hablar de cosas de adultos, ¿te parece si te pongo la película que quieras mientras hablamos?
Lo bello de los niños, es que muchas veces son ignorantes a la negatividad que los rodea, así que fue fácil para ambos esconderlo hasta que por fin estuvieron solos y las preocupaciones se volvieron a hacer presentes.
Sophie se sentó en el sofá junto a él y tomó su mano entre las suyas, dándole el tiempo y espacio para hablar cuando él quisiera.
Un gesto de amargura atravesó el rostro de Emmet. Con tan solo contemplar la idea de lo que esa carta insinuaba el estómago se le revolvió y la ira lo inundó.
—Es ella, Sophie. Dice que quiere conocer a Becca —dijo al fin notando cómo Sophie abrió su boca sorprendida.
—¿Elena? —Preguntó en un susurró para cerciorarse de que la niña no fuera a escuchar nada.
—Sí, y no tengo idea de que hacer. Mira lo que mandó esta mañana —le pasó el papel arrugado.
La expresión de Sophie al leer aquella carta asemejó la suya cuando él lo hizo. Ambos estaban estupefactos.
—Te dije que debiste contactarte con ella...— Comenzó a hablar, pero al percatarse del cambio en la expresión de Emmet, se detuvo. —Lo siento mucho Emmet, debes sentirte fatal, no era mi intención...
Él se quedó callado. No sabía que decir ni que pensar. Simplemente tomó su mano y la llevó a su pecho, esperando poder controlar el frenético retumbar de su corazón.
—No pasa nada. Sólo, necesito que me ayudes. Estoy aterrado, Sophie, no me parece justo que Elena regrese como si nada hubiera pasado —dijo apretando sus manos en torno a la de ella.
—¿Pero? —Lo alentó Sophie al notar que no había terminado de hablar.
—Pero ella es su madre. Supongo que tarde o temprano esto tenía que pasar —admitió sintiéndose derrotado.
Sophie elevó sus manos entrelazadas y depositó un casto beso sobre ellas.
—Sólo tú sabes que es lo correcto. Te apoyaré en cada momento.
Emmet sintió como si por fin sus pulmones pudieran funcionar con normalidad, y el latir de su corazón de estabilizó como si acabaran de inyectarle algún tipo de calmante. Se percató de que todo era por Sophie, ella tenía la capacidad de curar la más profunda de las heridas con una sonrisa y no podría estar más agradecido con ella por estar ahí con él en ese preciso instante.
—Esperaré a que se contacte conmigo directamente. Lo más justo es que sea ella la que lo haga —decidió al fin.
—Lo que tú digas, amor —lo apoyó ella dándole un beso que sellaba la promesa que acababa de hacerle.
—Gracias —dijo él.
—Te amo —contestó ella.
Se dieron otro beso y Emmet sólo podía pensar en una cosa...
Una cosa que podría cambiarlo todo.
Holaa, una vez más siento muchísimo la demora, pero como dije, la universidad me está matando. Además ando un poco distraída con un nuevo proyecto que tenía en pausa desde hacía un tiempo y que por fin me animé a retomar.
Gracias por tenerme paciencia.
Los amo,
-Vale🤍
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