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Capítulo 8

Pequeños charcos de felicidad, en un pueblo que tiene mucho que aparentar.

Cuando tan solo tenía cuatro años, según mi abuela, me encantaba salir a jugar a la calle.

Ella decía que agarraba mis peluches y me aseguraba de llevarlos a todos, porque no quería que ninguno se sintiera inferior.

Hasta el día de hoy, sigo haciendo lo mismo, o eso creo.

Me aferro a los que quiero e intento tenerlos por igual. Como si yo supiera que se podrían cansar de no recibir atención e irse.

Y volvería a quedarme sola, otra vez.

Esto no viene al caso ahora, quedémonos con el saber que yo jugaba y me alegraba un poco.

Lo que realmente importa es el simple hecho de pensar en que mi infancia, y la de bastantes personas, no hubiera sido la misma; sin las sonrisas, las risas, los momentos para recordar...

A veces me cuestionaba un tema del cual no se hablaba mucho y era realmente importante.

La diversión se está acabando.

Sí, sé que parece un tanto exagerado decir que está en un punto en donde puede dejar de existir, pero es la verdad.

Nosotros los humanos hemos acabado con ello, junto con más cosas, tan solo sal a la calle y mira a tu alrededor.

¿Por qué ya no hay tantas caras alegres?

¿Por qué ya no se oyen estúpidas risas o se ven sonrisas empalagosas?

¿Por qué la gente se sienta a comer con alguien y pasan todo el rato pegados al teléfono?

Yo solo notaba amargura, estrés y móviles por doquier.

No digo que tenerlos sea malo. Sin embargo, ver a niños de seis años, sustituyendo sus muñecos o pelotas por videojuegos, te deja pensando.

Sé que poner a Vendonia de ejemplo no tiene sentido, puesto que ahí nadie sonríe, no obstante...¿Qué pasa con Dounville?

Porque sí, estaba pasando algo.

No existía la sonrisa, nadie era feliz.

Sinceramente, se podía observar como todo el mundo se moría por dentro, poco a poco, como una muerte lenta y dolorosa.

Además, de que es muchas veces peor esconder tu tristeza que mostrarla, por lo cual los entendía.

Eso era en lo único en lo que Vendonia era mejor que Dounville.

Por lo demás seguía siendo un asco.

De igual forma Dounville no se quedaba atrás.

Lo que también me hacía imaginar que Paulette, Joe y mi padre no fueron felices alguna vez.

No tenía pruebas, aunque algo me decía que no era un simple pueblo encantador.

Puede que yo también haya creído que era radiante y me hubiera dejado llevar por su perfección. Aunque era inevitable, su apariencia engañaba.

Era como conocer al típico chico guapo, pero fuckboy, que sabes que algo malo hará y como es obvio lo hace.

Tú terminas lastimada, sin embargo sigues enamorada.

Das y no recibes.

Así es un engaño, así es el amor. En menos de dos segundos pueden fastidiarte por completo.

Así era Dounville y yo lo iba a desenmascarar.

Resumiendo, ahí no existía la felicidad.

Eso lo descubrimos Rodrigo y yo en aquel local tan "limpio y puro".

****

Cien elefantes se balanceaban, sobre la tela de una araña, como veían que resistía fueron a...

¿Qué estoy haciendo?

¡Cien elefantes no pueden estar sobre la tela de una araña!

—Debo estar a punto de colisionar...—murmuré para mí misma.

Llevaba ya una hora acostada, envuelta en una suave manta, en el sofá de la casa del amigo de Paulette. Ya que después de mi "casi desmayo" o mareo, se preocupó tanto, que me ofreció quedarme esa noche.

Al principio me negué rotundamente, no obstante, al ver como hablaba sobre lo que me tenía que enseñar, decidí replantear mi respuesta.

Necesitaba que alguien me explicara unas cuantas dudas, ese alguien era él.

Y me daba igual quedarme allí, tenía la opción de escapar...

—¿Al final dormirás aquí, Julieta?— cuestiono brindándome un vaso de agua con unos extraños polvos mezclados con el líquido.

—¿Qué es?— me apresure a preguntar, así podía evadir la respuesta un poco más.

—Agua con una pastilla para el dolor de cabeza.

—No me duele la cabeza.

—Está bien, te traeré solo agua.

—Gracias...

Me enfoqué de nuevo en mis pensamientos, esta vez sin cantar músicas infantiles, y ordené piezas sobre lo que había estado pasando aquellos últimos días.

James me odia, Charly también.

Rodrigo se encuentra muy cerca de Claire.

El abuelo del castaño seguro que conocía a Paulette.

Joe fue "amigo especial" de Paulette.

Y así de repente habían venido los problemas a mi vida...

¡En menos de dos semanas!

Nuevo récord.

Noté la presencia de Joe sin necesidad de mirarlo, es de esas personas que nacen con esa chispa llamativa. Se acercó con prudencia hacía mí y yo le cedí un puesto a mi lado.

—Esta noche vendrán unos antiguos amigos del instituto y antiguas conocidas, si no te incomoda...

—Por supuesto que no, es tu casa.

—Es que esos compañeros conocían a tu madre, no quiero que te molestes por algún comentario que hagan...

Me importan muy poco sus comentarios, puede que hasta esté de acuerdo con ellos.

Pensé, pero no lo dije por la situación tensa en la que nos encontrábamos.

—Tranquilo, me he acostumbrado a escuchar críticas sobre mi familia...

—Entonces, ¿Te gustaría quedarte en la mini fiesta?

—Sí, será genial— sonreí ampliamente esmerando que no notará mi falsedad.

¡Deja de mentir Juliette!

—Te dejaré un vestido que tengo de tu madre.

—¡No!— grité y luego me di cuenta de mi error—. Estoy bien así.

—¿Segura?

—Segurísima.

Las siguientes dos horas el misterioso adulto que me había invitado, se encargó de organizar su casa y decorarla. Se veía estresado, así que me ofrecí a ayudarlo, no entendía como podía sentirse tan nervioso.

A la gente no les suele importar que la casa estuviera intacta, incluso nadie se daría cuenta del estado en el que se encontraba.

Además eran convivientes de Dounville, eso les convertía en amigables, ¿no?

—Voy a necesitar tu ayuda— me pidió con un cierto desespero en su voz.

—¿Mi ayuda?

—Sí, todos tienen hijos e incluso mascotas...Yo no tengo a nadie...

—Ve directo al grano.

—-¿Podrías hacerte pasar por mi hija? Solo por esta noche...

Ni lo sueñes.

—Acepto.

¿De verdad acabo de aceptar?

Bueno...puedo sacarle provecho...

—Tan solo debes enseñarme eso tan importante sobre mi madre y que me cuentes cómo eran mis abuelos.

—Trato hecho.

Él no sabía que estaba tendiéndole una trampa.

No lo sabía ni yo.

Juntamos nuestras manos como símbolo de promesa. Para mí fingir ser su hija sería fácil, tan solo tenía que comportarme como una niña educada y un tanto mimada.

¡Imitaré a Claire!

—Iré a arreglarme, si tocan la puerta, ¿Podrías recibirlos?

—Claro, yo me encargo.

Sin más salió del cuarto dejándome sola.

¿Conoces la sensación de no saber qué hacer en una casa ajena?

Porque yo lo estaba viviendo, era horrible.

Me sentía presa entre las paredes, aunque era más bien, porque estaba más mareada que un niño pequeño después de dar vueltas alrededor de sí mismo.

Me paré a pensar en aquel señor, que hoy había vuelto a ver y en nuestra relación "tío y sobrina", que realmente no éramos.

A los ojos del pueblo Pau y él fueron como hermanos.

A mis ojos, hubo algo más.

En un principio lo recordaba como "tío Joe" y él, por suerte, no lo sabía.

Ni yo quería hacérselo saber.

Por ahora.

Tras dos minutos reflexionando, unas fotos enmarcadas llamaron mi atención. En una de ellas, se apreciaban tres jóvenes de bonitas caras; una rubia feliz, un castaño sonriente y un pelinegro casi castaño con ilusión en los ojos, con amor.

Papá...

Me apresuré en agarrarla y sonreí al ver más de cerca quien fue mi padre.

Mordí mi labio cuando noté como una llama en mi interior me animaba a derramar lágrimas, esas que aún no había soltado.

—Te extraño mucho, te necesito conmigo— hablé con la voz a punto de romperse y convertirse en llanto.

No puedo llorar, aquí no.

—Te las puedes quedar...

Una voz no tan lejana siseó cerca de mí, por lo asombrada que me encontraba, casi grité al encontrarme con Joe.

—No, no me pertenece.

—Son tus padres, si quieres puedes llevarla.

—Insisto, es mejor que estén lejos de mí.

—El día que logre entenderte lloverán caramelos de chocolate— me contestó intentando animar el ambiente.

—Mejor de menta, están más buenos.

Él sonrió con ternura y yo agaché mi mirada, avergonzada. Me había pillado husmeando entre sus objetos personales, eso no estaba bien.

Tengo que dar a entender que soy una muchacha decente.

—Deja de hacerlo.

—¿El que?

—Lo mismo que hacía tu madre cuando se arrepentía de algo.

—Es inevitable.

Ya no lo haré jamás. No si Paulette también lo hacía.

El amigo de mi madre quiso responderme, pero el timbre ya estaba sonando descontroladamente.

¡Qué pesados!

Parecen mis vecinos cuando avisan que hay una nueva relación en el pueblo.

Con rapidez abrió la puerta, observé desde una esquina a los invitados y procuré no asombrarme demasiado al ver las joyas que llevaban.

Decidí acomodarme como una persona educada, ya que quería causar buena impresión. Luego me percaté que no estaba vestida para la ocasión.

Bueno, la ropa no era lo más importante.

—¡Tienes una hija!

—¡Es guapísima!

Escuché chillar a unas señoras con entusiasmo, acercándose a mí como si fuera una especie de animal zoológico.

—¿Cuál es tu nombre, pequeña?

Pequeña...rubia...Rodrigo.

¡Mierda, Rodrigo!

Me había olvidado de él.

¿Dónde estará?

—¿Hola? Te estamos hablando— chasqueo los dedos una anciana cerca de mi cara.

—Me llamo Julieta.

—Gusto en conocerte, espera...¡Eres la viva copia de la señorita Paulette!

—¡Joe, no me digas que tuviste una hija con Paulette!— gritó una de ellas.

—Sí— contestó el susodicho.

¿¡Sí!?

Yo no soy su hija.

Solo iba a ser hija de Joe, no de mi madre. Ni mucho menos de los dos.

Esto es muy raro.

—Te lo dije Joe, eres mejor que el vago de David.

—Totalmente de acuerdo, ese lo único que sabía hacer era beber y beber.

Ahí derramaron el vaso.

Pero este no estaba rellenado de agua, sino de ira.

Y la ira conllevaba al odio.

Y el odio...

El odio me llevaba a mi lado incontrolable.

Apreté mis puños con rabia, ese paripé se había acabado.

—Escuchen muy bien señoras igno...— no logré acabar, ya que fui interrumpida por Joe, quien me agarró de la mano para llevarme a la cocina.

—Lamento eso...

—Me voy.

—Julieta por favor...

—No, me voy.

—Necesito que estés aquí.

Están hablando mal de mi padre, no quiero estar aquí.

Me sentí débil, no supe el motivo. Miraba a Joe y su cara me animaba a tranquilizarme.

Era...¿Mi calma?

—Está bien, pero antes debo ir al lavabo— avisé relajando mi postura.

Cortando totalmente la conversación y con la ira en mis venas entré al cuarto de baño.

—Detesto esto...

Intenté controlar mi respiración con la ayuda de mi reflejo. Siempre me ha servido para momentos como ese, para situaciones que no estoy dispuesta a vivir.

El mareo se adueñó de mí y me apoyé sobre el lavamanos.

Debo quedarme.

No debo. Necesito quedarme.

Maté mis ganas de mandar todo a la basura y me peiné con los dedos, para poder salir algo arreglada.

Después me eché otra ojeada y me sentí lista para volver.

Paz Juli, paz.

Tú puedes.

****

Una vez tranquila, salí e indagué por los pasillos del apartamento.

Moderno y limpio.

A mi abuela Margareth le encantaría esto.

Casi entré a la sala, hasta que el timbre sonó de nuevo revolviendo mi interior.

¡Oh no! Más señoras.

Al ver que nadie se acercaba a la puerta, porque la música se hacía cada vez más fuerte, me atreví a recibir al invitado.

—Adivina quien soy...Por cierto, me alegra saber que estás viva.

Un castaño con mirada despreocupada y sonrisa deslumbrante estaba ante mí, de nuevo.

—¿Qué haces aquí?

—Venir a comprobar que estás bien.

—¿Cómo llegaste o cómo sabías...?

—En Dounville no dejan de hablar del regreso de Joe Porter, así que investigué y supe que era el viejo que estaba contigo. Después vi a unas señoras acercarse y decidí entrar.

—Rodrigo, estás loco.

—No, estoy preocupado. No puedes irte con un señor desconocido.

—Y tú no puedes seguirme.

—No te seguí, yo solo quise...

Y nos interrumpieron.

¿En esta casa nadie puede hablar tranquilamente?

—¡No sabía que tu niñita tenía novio!— gritó una voz, avisando a todo el mundo, que vengan a ver a la "parejita".

—Rodrigo no es...

—Niña no le hagas el feo, ven entra— hicieron señas con la mano a mi amigo.

Oh no.

En los siguientes segundos, nos explotaron de preguntas a medida que la gente iba llegando. Realmente estaba agotada, lo único que quería era llegar a casa.

Me sentía como si verdaderamente fuera hija de Joe. Eso era detestable e insoportable.

No me malinterpretes, él era bastante amigable y cercano. Si bien, no era un oso de peluche, sabía tratar con educación.

Eso sí, las demás no.

Me decían "bonita" y "guapa", pese a que en el fondo me miraban con desconcierto, al ver que yo solo vestía con una sudadera negra y un simple pantalón.

Como sigan criticando la sudadera que James me regaló, las empujaré a todas a la puerta de salida.

¡Basta Julieta!

Deja de pensar en ese imbécil.

—Menos mal que solo veníamos por unas simples telas...—susurró Rodrigo que se encontraba sentado en el sillón.

—Estoy harta de esto.

Me levanté y me acerqué a la mesa principal.

Iba a desaparecer de aquí, bueno íbamos.

—Papá...estamos exhaustos, ¿Podemos ir a dormir?— pedí haciendo ojitos al anfitrión de la fiesta.

—Sí...—contestó él con extrañez.

Lo había llamado papá.

Pero no por querer, porque tenía que huir.

Y eso iba a desconcentrar a Joe.

Además había una señora alrededor de nosotros.

—Os llevaré a unas habitaciones.

—Está bien.

Sin preámbulos nos acompañó a distintos cuartos, no muy separados el uno del otro.

El castaño excitante entró al suyo y yo al mío.

—No es mi novio— aclaré cuando Joe cerró la puerta.

—Pensé que sí, por esa razón les puse los cuartos casi juntos.

—No pensarás que...

—No, aún sois pequeños.

Díselo a James.

Agh, otra vez.

—¿Te gusta? Aquí dormía tu madre.

Parece la típica habitación de niña creída, mimada y egoísta. Además, no es agradable dormir cerca de centenares de peluches con ojos brillantes.

Una palabra: terrorífico.

—Es...bonito.

—¿En serio? Paulette lo odiaba, mi madre se lo decoró y ella no quiso hacer que se sienta mal, así que dormía aquí.

—Ah.

Oh, vaya.

—Tienes un pijama en el armario.

—Gracias por dejarnos dormir aquí.

Él solo sonrió y se fue en cuanto le pedí privacidad.

Una vez ya estaba cómoda, miré las vistas para asegurarme de como salir y supe que hacer en seguida.

****

"—Buenas noches Julise despidió mi padre mientras acariciaba mi mejilla.

Yo agarré su mano y la acaricié.

Ten dulces sueños, mi pequeña guerrera. Mañana será otro día, en el que podamos ser felices."

Salí de mi lapso mental en cuanto la luz del pasillo se encendió.

Joe me miraba desde la puerta.

—Buenas noches, que descanses y...

—Buenas noches— respondí secamente recostándome en la cama.

Desapareció y yo esperé impaciente poder salir. Tras un largo rato decidí ir a ver como se encontraba Rodrigo, quería irme con él.

Caminé en silencio para llegar a la habitación. Lo único que se escuchaba era como aún bebían, pasé de ellos olímpicamente.

Toqué la puerta delicadamente esperando una respuesta para entrar.

—Pasa pequeña rubia.

¿Él sabía que yo...?

Al entrar me llevé una gran sorpresa y no pude evitar admirarlo, se veía tan tierno.

Y tan...¿seductor?

Su cabello estaba despeinado, llevaba aún sus pantalones rasgados, muy bonitos por cierto. No sé si fue por querer o sin querer, pero me dejó contemplar su abdomen definido, debido a que ya se había quitado la sudadera.

—¿No puedes dormir?— pregunté tragando saliva.

—No, me resulta un poco difícil...nunca había dormido en un cuarto lleno de peluches y no puedo descansar como quiero...

Cierto, el castaño duerme desnudo.

—Nos tenemos que ir, siento algo malo por aquí— exageré saliendo de mis fantasías.

—¿Cómo que?

Unos sonidos de tacones se escucharon provenientes del pasillo junto con unas risitas.

—Como eso, hay...fantasmas.

—Son personas, Ju.

—Son...está bien, tú ganas— admití dándome por vencida.

—¿Quieres hablar un rato en la cama?

—Eh, sí. Estaría bien, muy bien— casi tartamudeé, incluso me sentí un poco tonta por ponerme así.

Rodrigo y yo.

En una cama.

Los dos solos.

¿Esto está sucediendo?

Nos acostamos nerviosos, sin saber qué decir o cómo actuar. Así que empezamos a jugar a una especie de concurso de miradas.

Lo cual fue más incómodo.

—¿Es impresión mía o estamos mirándonos más de lo normal?

Me quedé perpleja al escuchar a Rodrigo, él se había dado cuenta de que estaba, literalmente, envuelta entre su bella silueta.

No era mi culpa, él se ponía más guapo de noche.

—Qué cosas dices...Solo estamos hablando.

—Hablando sin decir nada, claro.

—No hace falta hablar para mantener una conversación.

—Ajá.

—¿Crees que siguen fuera?— le pregunté refiriéndome a las señoras que estaban antes.

—Creo que sí.

—No tenemos tiempo que perder. Nos vamos.

—¿A dónde? ¿Por qué?

—Porque debemos huir.

—¿Huir? ¿De quién?

—Si dejas de hacer tantas preguntas, te invitaré a comer en un buen restaurante cuando volvamos.

—Perfecto, me gusta.

—Bien.

—¿Irás así?— preguntó señalando el pijama que había escogido para "dormir".

—No puedo regresar, dejé mi ropa en el otro cuarto y puedo llamar su atención saliendo de aquí.

¡La sudadera de James!

Me mata, fijo.

—Voy a buscar algo en el armario— hablé para mi misma.

—No quieres ir a por tu ropa, pero si estás dispuesta a encontrar otra, haciendo ruido también.

—Shh, nos van a oír...¡Encontré algo!— dije enseñando un vestido negro algo escotado.

—Es una camiseta muy bonita.

—Es un vestido— afirmé y él frunció el ceño.

—No tengo nada en contra de él, aunque si vas con eso tendrás frío— me avisó dándose la vuelta para no mirarme.

—He pasado por situaciones peores.

—Si tú lo dices...¿Estás lista?

—Sí, ya puedes mirar— le informé—. Ahora paso dos, escapar.

—No me digas que vamos a pasar por ahí— señaló la ventana.

Asentí con la cabeza dirigiéndome a nuestra salida. Agradecía el hecho de que hubiera escaleras exteriores de emergencia, con forma de caracol, que nos ayudarían a escapar.

Por suerte, nosotros estábamos en la habitación correcta. 

—¿Qué hubieras hecho si no hubieran estado?

—Teníamos otra opción— le respondí.

—¿Cuál?

—Llamar a Spider-man.

Él sonrió mientras me sujetaba fuertemente para bajar juntos.

No mires a abajo, Ju.

¡Mierda, qué alto estaba!

Una vez llegamos a la entrada, solté su mano para pensar con mayor claridad nuestra próxima parada.

—¿A dónde vamos?

—Tú solo deja que tus pies te guíen al paraíso.

—Mis pies me guían a la cama, donde debería estar.

—Pues ahora nos dicen que sigamos más adelante— hablé emocionada, mi plan había salido a la perfección.

****

Una hora después, teníamos en frente de nosotros, un increíble local decorado con luces neón.

Me pareció increíble hasta que una chica vestida de abeja, llegó a presentarse.

—¡Hola, personas nuevas! Sois bienvenidos a esta increíble fiesta de disfraces.

—Oh, que bien.

—Podéis entrar, pero recordad...Aquí todos tenemos que tener una increíble sonrisa— unió sus dedos sobre sus labios, indicando una expresión demasiado amplia.

—Perfecto, ¿Vamos pequeña rubia?

—No sé...

—Es un simple local, ¿Qué cosa desastrosa puede haber?

Y sí que la hubo, obviamente que la iba a ver.

Y se resumieron en tres palabras: Salgamos de aquí. 

****

Hola, ¿cómo están? ¿Se sienten bien o mal?

Espero que bien :)

Lo primero que diré es que puede parecer mucha información no importante, pero lo entenderán cuando yo se los explique, bueno la que cuenta la historia es Julieta.

Ustedes me entienden.

En fin, que se vieneeee.

(Nota de Anahy del futuro: Algunos lo recordarán como cap 8 parte uno, pero al final he decidido hacer dos partes del 9, porque se me alargó demasiado y eso, ya lo verán)

Y si se puede, saldrá el domingo o el lunes.

Espero y no hayan confiado en que la fiesta va a ser muy bonita que digamos...

Díganme de donde son, me gustaría saber desde donde me leen :D

Yo por ejemplo, escribo desde mi portátil, en mi pequeña habitación, en mi pueblo, que se sitúa en España 💖

¡Tengan un muy bonito día, tarde o noche!

—Anahy🌹

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