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Capítulo 11

El castaño de ojos misteriosos y de alas manchadas de misterios

Cuando los niños son pequeños probablemente lo único que buscan es felicidad, amor, diversión, juguetes (obviamente), etc. Sobre todo creer en aquello que los hace únicos y algo que les ayude a crear poco a poco su yo interior, para poder volar con sus alas propias. Después llega la hora de crecer y se transforman en adolescentes que desean independencia. Además de bienestar, amistad, comerse el mundo, encontrar a alguien con quien poder encajar y disfrutar de sus alas que ya comienzan a alejarse poco a poco del nido.

Aunque, algunas veces regalamos plumas a otros o las perdemos por el camino, te quedas sin aquello que te ayudaba a volar y te carcome el miedo. No sabes que hacer y te hundes de temores y tristezas, sientes que necesitas que alguien te levante para ayudarte a conseguir que vuelvas a creer en ti.

La pregunta es...¿Qué pasa cuando la primera etapa está incompleta? ¿Puedes regresar hacia atrás? O...¿Sigues corriendo por ti solo, aún perdiendo partes de ti?

¿Qué pasa si necesitas el apoyo de quien en un principio te ayudó a propulsarte? Por ejemplo, tu madre o padre...

¿Y si en vez de ellos regalarte abrazos te regalan días de soledad?

Para algunos será la mayor libertad del mundo, para ese pequeño castaño solo era estar en una jaula disfrazada de felicidad.

¿Qué hacer cuando tu niño interno está encerrado y tú mismo perdido?

Uno de nosotros estalló antes de tiempo, para su salvación, solo que no supo como manejarlo con control.

****

Estaba en el punto del no retorno, entre la vida y la libertad. Comenzaba a sentir como el ardor se apoderaba de mi piel y me impedía la movilidad de las manos. Rodrigo se mantenía intacto dándome la espalda mientras con los puños se aferraba duramente al vidrio del cubo.

—¿Qué haces?— pregunté tiritando levemente, yo parecía poseída por el frío.

—El dolor no existe, es psicológico...— repitió en voz baja.

—Es obvio que...

Él no me escuchaba, seguía en su mundo relajado a pesar de estar a punto de morir por falta de aire y de calor. Yo quise razonar e idear un plan, algo bien pensado e incluso poder liberarnos, así que grité pidiendo ayuda. Lo hice con gran fuerza, exclamando para conseguir huir. Había pasado de sentir el agua en los muslos a notarla por la mitad del cuerpo, consiguiendo que me empape el vestido.

—Frío...— susurré dándome por vencida, entonces, una mano agarró mi hombro.

—Cierra tus ojos y nubla tu mente, el dolor es...— intentó decir Rodrigo.

—¡Ayuda! ¡Hace frío!— grité evitando su "consejo".

—¡Julieta!— exclamó—. No gastes tu energía, tranquila.

Me abrazó fuertemente acariciando mi cabeza para relajarme. Cerré los ojos por unos segundos y me transporté a una noche de verano, en la cual James me calmaba después de lo ocurrido, porque él siempre me había protegido.

Los volví a abrir, la helada agua estaba a escasos centímetros de mi barbilla y solo recordé unas palabras, las de Andy.

"La puerta de las profundidades es el toque rojo, habrá un pasadizo, dará miedo...Tú solo debes seguir corriendo, no pares nunca. Y no dejes que te lleven..."

La puerta de las profundidades era la profundidad de la pecera, se refería a la parte de abajo. El toque rojo era algún pulsador escondido, que al tocarlo, te abriría la puerta del cubo. Luego, solo tenías que seguir un pasadizo y no dejar de correr.

Con la ayuda de la planta de mi pie, busqué el tacto de algo redondo, hasta que lo encontré. Me separé de Rodrigo y lo miré directamente a los ojos. Él se veía ido, pero tenía que despertar de alguna manera, sabía que lo haría cuando yo hiciera lo que tenía en mente.

—Corre, ni se te ocurra esperar.

Me preparé agarrando aire y hundí mi cuerpo en el agua. Nadé con las fuerzas que aún mantenía y abrí los ojos cuando noté el pulsador, llevé mi mano a él y apreté intentando que se abra. Sin embargo, era imposible, con la desilusión en el pecho aparté la mano.

Otra mano apareció en mi campo de visión agarrando la mía para pulsar juntos el botón rojo. Sin más, las paredes acristaladas se abrieron soltándonos a nosotros y al agua que se esparció por todo el sótano. Casi caí por el impacto entre esos movimientos, pero unos brazos fuertes me sostenían con seguridad.

—¿De verdad creías que harías todo tú sola?— preguntó bajándonos a los dos de lo que quedaba de cubo.—¿Cuál es el siguiente paso?

—Llegar a la salida— le expliqué antes de comenzar con la huida.

Él asintió, nuestras manos entrelazadas no se separaron al empezar a correr. Solo teníamos que seguir antes de que...

—Seguidlos.

No, no.

Miré hacia atrás encontrándome la cara de desaprobación de Carolina, una escena llegó a mí. Una Carolina de hace un año, confesando algo impactante, algo que sirvió para la investigación que después se cerró, la investigación de Vanessa Leons.

Una Carolina que solo se podía alimentar de odio y envidia, porque alguien le había arrebatado algo importante.

—La DOD no olvida Juliette— sonrió con malicia.

Tragué saliva e inmediatamente corrí como si el mismísimo diablo estuviera a punto de atacarme. El suelo se mojaba cada vez más cuando las gotas de mi húmedo vestido se hacían presentes junto con la sudadera de Rodrigo. Me sentí aliviada al visualizar de lejos unas escaleras que seguro eran la salida, no teníamos tiempo que perder, subimos a trote y sin revisar lo que habría en su final.

Estábamos en una nueva planta, parecía una sala familiar, pero era todo lo contrario. Las luces comenzaron a encenderse y a apagarse, como si no se decidieran entre ellas cuál era el turno de cada una. Mientras el castaño llevaba la delantera, yo me encontré con un niño con los ojos rojos e hinchados junto a un adolescente dando vueltas en círculo y a un adulto llorando en el suelo.

No solo estaban ellos, eso era seguro.

Una chica, a lo lejos, con un traje elegante y de color azul marino bailaba moviendo sus caderas mientras bebía una botella de vodka.

—¡Juliette! Soy yo, ¡Vanessa!— gritó mirándome.

Mi corazón dejó de latir, o eso sentí, ella no podía ser Vanessa. Mi amiga estaba muerta, llevaba desaparecida un año, era imposible verla viva.

Volví a mirarla, pero ya no estaba. Y luego, ya no se veía nada. Habíamos llegado a la salida que curiosamente era la entrada de la cabaña.

—Salimos...—susurró Rodrigo sin terminárselo de creer.

—Necesito entrar, hay alguien importante— dije acercándome a la puerta.

—¿Qué?— abrió los ojos como platos—. Julieta no te atrevas, te van a matar cuando regreses. Vámonos, ya.

Me sostuvo de la muñeca sin hacerme daño del todo. Algo dentro de mí quería empujarlo para poder ir a comprobar si no estaba loca, pero otra me decía que solo había sido un recuerdo o algo parecido. No obstante, no hice caso a ninguna de las dos. Entré en razón y me acerqué a Rodrigo lo más rápido que pude.

—Lo que ha pasado aquí, no saldrá de aquí. ¿De acuerdo? No queremos problemas, Rodrigo repite conmigo— le obligue a que me mire a los ojos—. Repite conmigo...

—¿De verdad, Julieta?— me miró con sorpresa—. ¿Sabes cuánta gente inocente hay allí dentro?

—¿Sabes a cuanta mataran si tú hablas?— le respondí.

—¡Casi me matan a mí!

—¡Tú quisiste entrar!— le reproché—. Yo no sabía que en Dounville obligaban a la gente a ser infeliz y a no llorar, ¡Yo vivo en Vendonia! ¿Te acuerdas?

—¡Quería investigar, joder!— gritó tirando un jersey blanco al suelo. Los dos dejamos de discutir y miramos el objeto caído.

—¿Y eso?— susurré apartando mi mirada en él.

—Lo agarré para ti, mientras corríamos. Sé que debes estar muerta de frío como yo ahora mismo.

—Gracias.

—De nada.

En cuanto nos dimos cuenta ya habíamos recorrido unos pasos, estábamos lejos del principio. Él seguía callado, no parecía tener ganas de hablarme. Yo no dejaba de pensar, quería poder olvidarme de todo por una vez.

—Entonces quieres que finjamos que no ha pasado nada.

—Algo así, son muy astutos si decimos algo sobre ellos sabrán que fuimos nosotros— expliqué.

—¿Y la gente que estaba allí?

—No creo que podríamos hacer nada, algo me dice que no es un secreto, por lo menos para el alcalde. Creo que saben a qué se dedican, creo que la gente va a desahogarse.

—No podemos dejarnos llevar por suposiciones— habló él.

—Déjame pensar qué haremos y el lunes veremos qué hacemos.

—Si así lo quieres— contestó fríamente—. Quítate el vestido, agarra el jersey y póntelo, no quiero que te enfermes.

—¿Y tú?— pregunté en cuanto lo recogí del suelo.

—Yo no miraré.

—Me refería a...

Decidí dejarlo pasar y me fui detrás de un arbusto para poder quitarme el vestido. Agradecí internamente el que no fuera difícil de quitarlo y volví a aparecer a su lado.

—Vaya, eres rápida, ¿el vestido?

—Tirado, no quiero verlo nunca más.

No dijo nada y seguimos caminando. A veces lo miraba de reojo y veía como temblaba del frío, el pobre seguía empapado y la brisa fresca no era de ayuda. Asumí que no quería decir que se estaba congelando para que solo yo me abrigue con el jersey.

Entonces tuve una idea, una muy buena idea.

—¿Podemos parar? Mi cabeza da tantas vueltas que en cuanto menos te lo esperes me habré perdido y seguramente me secuestrarían los pitufos— dije deteniendo el paso. En cierta parte era cierto, no lo iba a negar, seguía un poco mareada por el alcohol.

—Apóyate ahí— señaló un enorme árbol.

—No, seguro está sucio y...¡Mira, una hormiga!— me agaché para acariciarla, algo muy tonto de mi parte, y caí—. Definitivamente el alcohol me hace mal.

—¿Estás bien?— preguntó agachándose.

—Claro, lo que pasa es que me gusta besar al suelo— respondí, a continuación me recosté sobre el árbol.

—Pues supongo que a mí también me gusta— repitió mi movimiento.

Ya lo tenía junto a mí, cara a cara, solo nos separaban unos cuantos centímetros que los dos nos habíamos indicado a crear. Me gustaba la distancia que podía crear con él, llamaba a mis ganas de acercarme.

—Juguemos a un juego— propuse cambiando mi postura para ponerme delante de él. Sus ojos seguían cada uno de mis pasos, él estaba poniendo toda su atención en mí.

—¿A qué?

—Verdad, reto... o vestimenta— sonreí con malicia, me iba a divertir mucho.

—De acuerdo, quiero ver como intentas lo que estoy pensando.

—¿Qué te hace pensar que quiero hacer lo que crees?

—Tus ojos me lo dicen— sonrió de lado.

—¿Verdad o reto?— empecé el juego.

—Verdad.

—¿Es verdad que viniste a Vendonia porque querías?

—No, no es verdad— me miró directamente a los ojos—. ¿Verdad o reto?

—Reto— me animé a llevarlo a otro nivel.

—Te reto a que te acerques un poco más.

Me puse nerviosa al instante, no esperaba eso de su parte, de igual forma me acerqué.

—¿Verdad, reto o...?

—Vestimenta— se atrevió a decir.

—Quítate la sudadera.

Él no sonrió ni siguió con el juego, su expresión cambió y quiso hacer como si yo no hubiera dicho nada.

—Reto— susurró cambiando lo dicho.

—No se puede cambiar...

Rodrigo se levantó de su puesto, me analizó profundamente y se quitó la sudadera húmeda que mojaba su piel. Recorrí toda mi vista por su abdomen, no aparté la mirada en ningún momento, entonces me di cuenta de un pequeño detalle que no me había fijado en la casa de Joe.

—Bonito rayo, es un buen tatuaje— hablé con sinceridad centrando mi atención en el pequeño rayo que se encontraba en sus costillas.

—Acto de rebeldía y necesidad de buscar la atención— explicó.

Sin más, levanté el jersey mostrando mi cicatriz en la costilla derecha.

—Acto de rebeldía— murmuré imitándolo.

—Bonita cicatriz.

—Gracias— sonreí a medias.

—Mis padres no se han enterado aún de que estoy en Vendonia, ellos creen que sigo en casa— susurró sentándose de nuevo.

El ambiente después de que ambos mostráramos algo que escondíamos se había tensado un poco, aunque para los dos significaba un montón. Sin saberlo, estábamos sincerándonos de algún momento o situación que nos conllevó a estar sentados ahí mismo.

—Siempre ha sido así, yo hago algo y ellos se dan cuenta después de varias semanas.

Por ese pequeño (casi invisible) segundo afirmé que Rodrigo se abrió a mí, soltando así lo que llevaba días dentro de su cabeza. Confió plenamente en Julieta Brown, en una chica imperfecta, tal vez, no era mala idea charlar del pasado.

—Si estoy aquí es para poder liberarme de ellos, de sus falsas promesas y poder volar solo de una maldita vez, no por nada más.

Seguí en silencio, ya llegaría el momento de reaccionar. Por ahora solo tenía que permanecer quieta y dejar que el castaño suelte todo aquello retenido.

—Sería un tonto si me quedara aquí por otra cosa.

—Así que también odias Vendonia— solté segundos después.

—Sí, es una mierda.

—Bonita descripción— comenté con gracia.

—Desde que era un niño mis padres han pasado olímpicamente de mí. Un día llegaba con un dibujo para ellos y no se daban cuenta en su momento...¿Sabes algo gracioso? Muchas veces los encontraba en la basura, me decían que hasta que no dibuje como mi apellido corresponde no me atreva a seguir con esas mierdas, tenía siete puñeteros años. ¡¿Quién le dice eso a un niño?!

Yo solo observaba como mi amigo empezaba a desmoronarse lentamente, la infancia es un golpe bajo para los que batallan con la aceptación por parte de los padres. Yo lo entendía, lo escuchaba y me dolía.

—Mi padre estaba casado con el trabajo, se pasaba las veinticuatro horas dentro de su maldito despacho. No pedía jamás vacaciones, ¡Y él era el jefe!— soltó agarrando una piedra y tirándola lejos con rabia—. Le importaba más verle las piernas a su secretaria que ir al partido de su hijo. Pero creo que recibió una cucharada de su propia medicina cuando vio que su querida amante estaba acostándose con su heredero, no sabes lo que disfrute verle la cara de dolido.

Moví mis manos nerviosamente, eso era mucha información. Su padre era un imbécil y él se había...¿vengado?

—¿Te acostaste con ella para hacerle sufrir?

—Sí, no fue difícil— confesó—. Su amante era demasiado joven y cayó fácilmente, de igual manera no sirvió de nada, a la semana tuvo otra.

—¿Cuántos años tenías, Rodrigo?

—Casi dieciséis, era un niñato, pero al parecer eso le gustaba.

—Oh— balbuceé—. ¿Y tu madre...?

—Mi madre era una pobre adicta, le daba igual con cuantas se acostaba mi padre, siempre acababa ella gastándose el dinero en zapatos de marca o en el mejor vino. Recuerdo cuando le dije lo de mi padre, ella se burló de mí— describió a su manera a su mamá—. Ella fue la primera en darme alcohol, exactamente al cumplir los quince años, luego hice lo que yo quise y montaba fiestas cada semana.

—¿Por qué hablas de tus padres en pasado?

—Porque yo ya no tengo padres— aseguró con odio—. Solo son dos desconocidos que estuvieron de viaje la semana en la que yo cumplía años y que ahora ni deben querer saber de mí.

—A veces solo hay que seguir adelante y tragarse todos esos recuerdos, porque así es la vida— comenté amargamente—. ¿No es como la de los demás? Pues no, pero hay algo llamado futuro que te brinda el poder de cambiar y ser tú...Solo que ellos esperan que tú solo puedas, cuando solo eres un niño que juega a intentar vivir en un mundo de mierda.

Él solo se mantiene mirando a la nada, en ese segundo noté que estaba pálido y temblaba demasiado. Llevé mi mano a su hombro y lo acaricié, compartimos contacto visual y él se abalanzó sobre mí dispuesto a abrazarme con fuerza. Él lo necesitaba y yo también, era tan triste haber estado reflejada en alguna parte de su relato, lo comprendí enseguida, ambos estábamos rotos.

Rodrigo tembló sobre mi regazo, le acaricié intentando que entrara en calor, estaba preocupándome por su estado. Cuando su piel y la mía se mostraron cómodas al contacto entre ellas, supe que él había venido para cambiar algo en mí. Sus mágicos ojos se fijaron en los míos, esos mismos que consiguieron despertar una chispa entre nosotros.

—Rodrigo....— susurré sobre su cabeza—. Voy a mover mi pierna porque creo que...

Sin embargo, él no contestó. Seguí insistiendo en que me deje ponerme más cómoda, al ver que ni se inmutaba me puse nerviosa y lo moví como un muñeco.

—Escúchame muy bien Rodrigo Wall, ni soy Rose ni tú eres Jack Dawson, no pienso dejar que te conviertas en un cubito de hielo— lo señalé con el dedo a pesar de que él ni me miraba.

Necesito que entres en calor.

Lo acurruqué sobre mi pecho, teniendo todo su peso sobre mí. De inmediato lo acaricié para que se caliente con el jersey, verlo tan cerca y tenerlo así me ponía rara. Sus labios llamaban a los míos, tragué saliva y acerqué mi boca a la suya. Él se removió y terminó juntándolos, nuestros labios se rozaron dos segundos. Solo fueron dos maravillosos segundos porque algo me separó de Rodrigo, más bien alguien.

—¡Aléjate de mi nieto! ¿Crees que no sé lo de tu familia?

El señor Ernesto Wall estaba delante de nosotros con una furia evidente, su mirada quemaba cada parte de mi ser. No pude ni reaccionar cuando levanté a mi amigo para llevarlo hacia una esquina, donde se encontraba su antiguo coche. Lo subió con rapidez, me sorprendió su fuerza, se puso en su asiento y se detuvo en seco al verme parada en medio de la oscura noche.

—Sube niña, ya llamaré a Joe.

Lo mejor era no protestar, subí al coche y me quedé callada durante todo el viaje a la clínica más cercana. En cuanto llegamos el abuelo llevó a Rodrigo con unos enfermeros, ya que durante el recorrido no había despertado y su pulso se había debilitado.

—Julieta, me recuerdas tanto a tu madre...

Al darme la vuelta observé a Joe sentado en la sala de espera. Parecía que se hubiera puesto cualquier cosa para llegar a recogerme.

—¿Y la fiesta?

—Eso no era una fiesta, era una reunión de hipócritas.

—¿Qué hace aquí?— le interrogué, él no tenía ninguna obligación sobre mí, no era mi padre.

—¿Cómo se te ocurre escaparte? Podías haberte ido como cualquier persona— me regañó de una manera extraña.

—Repito de nuevo, ¿Qué hace aquí?

—Intentar que me hagas caso, no puedes ir por la vida haciendo tonterías.

—Yo no hago tonterías, no soy mi madre.

—Tu madre no...

—Mi madre hacía lo que le daba la gana— dije con la verdad.

—¿Y por eso lo haces tú también?

—¡Yo no soy como mi madre! ¿Tanto le cuesta aceptar que su amor de la infancia está muerto?— le ataque, estaba harta de su comparatismo.

—Tienes razón, no eres como tu madre, lamentablemente eres el vivo retrato de tu padre.

Eso hirió una parte dentro de mí, me resultó extraño, mi padre era lo mejor. No debía sentirme mal, tal vez algo me decía que estaba fallando a alguien. Pero no sabía a quién.

—Me cansé de usted— di un último vistazo a la habitación donde se encontraba Rodrigo y caminé hasta la salida, solo que Joe me detuvo.

—Esto es tuyo, o eso creo...

En sus manos poseía la sudadera de James, igual a como yo la dejé en aquel cuarto. Agradecí mentalmente no haberla perdido, era lo único que me tenía unido a mi "mejor amigo".

—Déjame por lo menos llevarte a casa— pidió mirándome con preocupación.

—Está bien, solo porque no tengo con quien ir y los buses no salen hasta mañana— aclaré para que no crea que me cae bien o algo por el estilo.

Él sonrió y me guio a su coche, muy bonito por cierto, antes de subir se quedó intacto mirándome con tranquilidad.

—Dentro te he dejado algo que tu madre siempre quiso que leyeras.

No dije nada y subí al coche, cuando él no miraba metí mi mano y busqué el papelito, pero me encontré con algo más grande, un sobre. Lo analicé, pensé en qué hacer con él y lo único que se me ocurrió fue tirarlo por la ventana.

No me apetecía seguir recordando a la mujer que no se había ganado llamarse mamá.

En mi mente solo había una persona, Rodrigo. 

****

¡Hola! ¿Qué tal su semana? Espero que todo esté bien en sus bonitas vidas ;D

Bien, amo este capítulo, de hecho es el que más me emocione escribiendo.

Es que ✨Julieta y Rodrigo✨ me encantan son tan AHHHH

Bueno, preguntitas...

Vanessa querida, tú estabas muerta, ¿o no?

La DOD me da miedito y Carolina, en fin ella es ella.

Señor Ernesto ¿Cuál es su problema?

Y Joe, que decir de él...¿Qué ponía en ese sobre?

Rodrigo :c me dueles

Adelanto :P

Charly ¿Cómo te va la vida?

Seguimos con el teatro, alguien acude a Julieta...

James...¿Dónde estás que no te veo?

Tranquis, no le mate :)

Tengan lindo día, tarde o noche ❤

-Anahy🌹

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