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III

Cuando se despertó le dolía todo el cuerpo, como si una apisonadora le hubiera pasado por encima, hacía siglos desde la última vez que se sintió así. No era la primera vez que se perdía en el limbo, pero si la vez que más tiempo había tardado en volver. Febrero... ¿Cómo narices había podido estar cuatro meses ahí abajo? Se frotó los ojos con las manos antes de abrirlos. Lo sabía, se había perdido por seguirlo, por querer enterrar su rostro en ese pelaje gris e impregnarse de su aroma a miel.
Miró a su alrededor aun estando a oscuras, reconoció el búnker. Con un gruñido se levantó de la cama, todo le daba vueltas, una gran jaqueca taladraba su cabeza como si de un martillo neumático se tratara. Podía escuchar susurro fuera, pero en su estado poco podía percibir. Con pereza intento buscar su ropa, el lugar estaba lleno de plantas, hongos, minerales, una gran nevera con sangre... Pero nada de ropa. Se acercó a la nevera como su madre la trajo al mundo, y cogió una bolsa. Salió del búnker arrastrando los pies descalzos, dejando que los rayos de sol de la mañana calentaran su piel. La boca se le hizo agua al oler el aroma que salía de la casa del viejo Quill, tortitas con miel, su amigo la conocía muy bien. Pincho uno de los conductos de la bolsa, y comenzó a beber de ella como si de una pajita se tratase. Necesitaba reponer la sangre de su cuerpo o jamás se recuperaría de ese dolor de cabeza.

- Parece que ya se ha despertado - habló el viejo Quill desde la cocina, mientras daba vueltas a las tortitas en una sartén.
- ¿Y el pequeño Quill? - hablo Aldana, entrando a toda velocidad, mientras sacaba un plato y comenzaba a servirse - Tortitas con miel, me consientes demasiado.
- Se ha marchado a clases.

El sonido de un vaso rompiéndose en el suelo y alguien escupiendo café, hizo saber a Aldana que no estaban solos en la habitación. Con la bolsa todavía en la boca miró Quill, este le hizo una mueca extraña. Con cara de fastidio e ignorando a los dos cambiaformas, cogió una taza de café, la llenó de líquido rojizo y le dio un gran trago para después sonreír con sarcasmo.

- ¿Contento? - le pregunto con una sonrisa manchada de sangre.
- Lo estaría, si te dignaras a ponerte algo de ropa, tenemos invitados.
- Cierto - se giró para mirar a los dos jóvenes que estaban sentados en la cocina, ambos miraban fijamente la madera de la mesa evitando sus ojos azul oscuro -. ¿Sam qué tal está la bella Emily?
- B-bien- dijo sonrojado.
- Les estas incomodando - le indico Quill.
- Por favor, te apuesto lo que quieras a que no es la primera vez que ven a una mujer desnuda. ¿Verdad chicos? - ambos cambiapieles no sabían dónde mirar - Jóvenes. ¿Dónde quedaron aquellos días donde la belleza de la desnudez era venerada?
- ¿Antes de cristo? - Quill le terminó de servir las últimas tortitas en el plato a Aldana, está colocó ambas cosas en la mesa. Y abrió los cajones en busca de la miel.
- O ni lo menciones, cristianos y su obsesión por demonizar a la mujer.... - frustrada dejó de buscar - ¿Dónde narices tienes la miel?
- No tengo miel - Le contestó Quill confundido.
- Entonces porque huele tanto a...- antes de que pudiera contestar, sintió como una tela le pasaba por la cabeza, era una camiseta grande y el desconocido se la estaba poniendo.

Paul no podía más con eso, no iba a negar que les había regalado unas buenas vistas. Sam había escupido el café nada más verla, y al viejo Quill parecía no importarle. Su olor le había golpeado antes de que entrara por la puerta de casa, la condenada olía bien, aunque no tan fuerte como la tarde pasada en la playa. No sabia porque le estaba cediendo su camisa sin mangas, pero le frustraba pensar que otros la miraban.
Por un segundo miro confundida a la tela, olía a miel, pero el aroma provenía de él. En ningún momento la miro a los ojos, sus mejillas estaban sonrojadas, al contradicción de su tacto que la tocaba como si fuera una cucaracha. Se quedó congelada. ¡No podía ser! Si los dioses habían tramado eso ¡No tenía ni puta gracia! Vio como inflaba su pecho, captando su aroma por última vez antes volverse a sentar a la mesa. Quill fue el único en notar su cambio.

- Bueno, imagino que no estáis aquí para ver si estoy bien - dijo mientras se sentaba en la mesa y cogía los cubiertos- Así que suéltalo ya Sam.
- ¿Hasta cuando te vas a quedar en la reserva?
- ¿Por, tienes algún problema con que me quede?
- Aldana... - le advirtió Quill, está rodó los ojos antes de contestar.
- Hasta que me recupere.
- ¿Y cuándo será eso? - preguntó el alfa.
- El tiempo que necesite. ¿Importa?
- No queremos fríos en la reserva - Dijo el cambiaformas que olía como el.
- Yo no soy un vampiro - dijo mientras se metía un trozo de tortita a la boca y hacía un bailecito al probar su sabor. Las tortitas del viejo Quill eran lo mejor.
- Esa taza dice lo contrario y el mordisco que me diste ayer lo confirma - El humo comenzó a salir de su cuerpo, Paul estaba enfadado.

Aldana se atragantó, comenzó a toser como loca, se golpeó varias veces el pecho para intentar pasar ese mal trago. Quill le entregó su taza y bebió un gran trago de sangre antes de mirarlo incrédula. Sam todavía miraba asombrado como la mujer, la que supuestamente era uno de ellos según Billy, se había comido un trozo de comida humana. Se permitió estudiarlos por un segundo. Ambos se miraban y apenas gesticulaban, pero era obvio que estaban manteniendo una conversación silenciosa.

- Hostia puta - dijo mientras se apretaba el puente de la nariz con los dedos -. ¿Feromonas también?
- Cuando llegue apestabas a algodón de azúcar- dijo el viejo encogiéndose de hombros.
- Mira no soy como ellos, ni se te ocurra volver a compararme con los fríos - dijo Aldana mientras apuntaba a Paul con su tenedor lleno de tortitas -, Además nada de esto habría pasado si no fuera por Sam
- ¿Como? - dijeron ambos cambiaformas gruñendo.
- Si no hubieran atacado a Emily y Aldana no hubiera tenido que curarla... - teorizó Quill
- Tuve que desangrarme para no provocarle una sobredosis...
- Nadie te lo pidió, Sue podría haberlo hecho perfectamente, si la hubierais dejado - Le defendió Paul.
- Estaría muerta - confirmó Aldana.
- ¡Mientes! - gruñó Sam.
- Muertisima. Cuando llegué ya estaba roncando.
- ¿Y eso qué tiene que ver? - dijo Sam enfadado.
- Es el estertor de la muerte - explicó el viejo en un tono calmado - la persona moribunda al no tener fuerzas para toser, acumula saliva y moco en la garganta y vías respiratorias, una vez comienzan es muy difícil sacarlas de ese estado.

La sala se quedó en silencio, los dos metamorfos, miraban al viejo Quill congelados. Lo único que perturbaba el momento, era el sonido de los cubiertos de Aldana, quien seguía comiendo como si la cosa no fuera con ella.

- Lo siento - dijo está metiéndose el último trozo a la boca, recogió las cosas y las llevó al fregadero -, siento haberte mordido. Fue una imprudencia de mi parte, completar el ritual sin haber repuesto los estupefacientes en mi cuerpo. Bajar limpia es algo bastante peligroso.
- ¿Qué? - el sonido del agua amortiguo la voz de Paul.
- Las drogas en este mundo son malas, te separan de la realidad - explicó Quill -. Pero allí donde se dirige Aldana, es lo único que le mantiene anclada al presente.

Los tres Quileutes se quedaron en silencio mirándola, viendo como fregaba la loza que tanto ella como el viejo Quill habían usado. Paul tragó saliva, aún haciendo quehaceres cotidianos tenía un aura fuerte. No era muy alta, un metro sesenta y cinco como mucho, no tenía un cuerpo atlético y no se podía considerar una persona delgada. Su piel era pálida, y por lo que había podido ver salpicada de lunares. Era una belleza atemporal, como aquella que podías percibir en las estatuas grecorromanas. Se maldijo por tener esos pensamientos por alguien que, literalmente, bebía sangre humana. Puede que no fuera una de los fríos, pero era alguien a quien no debían subestimar.

- Si me disculpáis, y si no también, no me apetece seguir viendo vuestras caras - se llevó un brazo hacia la nariz, apestaba sudor y algodón de azúcar, el residuo de las feromonas seguía impregnando su piel - Necesito una ducha, hablamos luego Quill.

Subió las escaleras vestida con la camiseta que la cubría hasta los muslos.

- Deberíais marcharos ya - dijo el viejo.
- Ella es peligrosa - Paul no pregunto, afirmo.
- Lo es, pero no para nosotros.

Mientras Sam y Paul salían de casa, Aldana se llevaba el cuello de la camisa a la nariz. Eso tenía que ser una puta broma.

***

Una vez duchada y vestida, y menos demacrada que hacía unas horas, Aldana se encontraba frente a frente mirando a su viejo amigo. Ninguno de los dos abría la boca, solo se miraban, como si estuvieran en una competencia de a ver quién aguantaba más sin parpadear. Y como siempre el viejo perdió, y él fue el primero en hablar.

- Dispara - dijo resignado - ¿Qué ha pasado abajo?
- ¿Abajo, donde? - Aldana se regodeó en su victoria.
- Ya me entiendes, en el mundo de los muertos.

Aldana soltó una carcajada desganada, para luego darle un trago a su cerveza, en cuanto el culo de la botella volvió a tocar la encimera, todo su lenguaje corporal gritaba seriedad.

- Lo que pasa es que el universo me está jodiendo pero bien, se vienen curvas amigo. De esas que no son nada agradables, con las que vomitas y acaban en accidente de tráfico - soltó con una sonrisa irónica.
- ¿Qué me estás queriendo decir?
- Pues al parecer los dioses han decidido otorgarme un final apoteósico a manos de ellos, con ceniza al viento. Y lo peor de todo, en presencia del primer hombre - frustrada le dio otro trago a la botella.

Quill no sabia que decir, era impensable para el que Aldana muriera, se supone que era inmortal. Tenía que sobrevivirle, como hacía con todos sus seres queridos. Esta era su quinta reencarnación, la primera que había tenido éxito de volver con todos los recuerdos. Las anteriores: o habían fallecido en la niñez debido a la época, o por pasos fallidos en el ritual para recuperar sus recuerdos. Que el primer hombre hubiera reencarnado también, confirmaba que esta tenía que ser la Aldana definitiva. Los dos se miraron en silencio mientras bebían de sus cervezas. Los dos pensaban lo mismo.

- ¿Sabes cuando?
- En invierno, pero quien sabe cual de todos será - miro la botella vacía con seriedad -. Sabes cuando hice el ritual por primera vez, solo pensaba en salvar a mi hermana de ese destino de muerte. Que tuviera una vida, la vida que merecía. Quien iba a pensar que al final todo lo que nos contó el druida del pueblo era real y no creencias paganas sin sentido. Estábamos aterradas, siempre acababan sacrificando una a una las gemelas que nacían en nuestro linaje. Ninguna de ellas superó los 22 años.

Miro al viejo Quill, su pelo largo canoso, las arrugas que cubrían su rostro. Todavía recordaba el primer día que lo vio, y como se odiaban en un principio. ¿Quien iba a creer que esos dos vejestorios, se acabarían convirtiendo en mejores amigos? Quizás Sofi, ella habría puesto una mano en el fuego por esta amistad.

- Quien iba a decir, que yo acabaría así. Tantos años vividos con un solo propósito, y ahora da la casualidad de que tengo fecha de caducidad. - - Pero no nos lamentemos, todavía tenemos tiempo.

Los dos se miraron con reconocimiento, ambos sabían lo que era tener vidas longevas, inmortales podría decirse y que de la noche a la mañana aceptar que podrían morir. El viejo Quill, había tenido más años para acostumbrarse a ese final. El se marchitará con el tiempo, mientras Aldana se irá con el viento.

***

Me encanta escribir la amistad que tienen el viejo Quill y Aldana, son como un viejo matrimonio... aunque bueno bastante viejos si que son... pero en fin seguimos con el bloque de Inico.

Que ganas de que sigáis leyendo... como siempre me gustaría leer vuestras teorías sobre Aldana por aquí ^ ^ —->

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