OOIㅤㅤ──ㅤnothing's new.
CAPÍTULO UNO ─── NADA NUEVO.
Podía ver cómo los árboles quedaban atrás, abandonados por la velocidad creciente del automóvil, que se volvía una amenaza para los transeúntes de la pequeña ciudad. A través del cristal polarizado, Lara podía deleitarse con los vibrantes colores del vecindario, un contraste absoluto con las calles grises y monótonas de las ciudades latinas que solía recorrer hace años. Observaba con nostalgia las calles animadas, los niños riendo mientras jugaban en las veredas, los ancianos disfrutando de largas charlas en los bancos, y otros escenarios que lograban estrujarle el corazón.
— ¿Te está gustando este nuevo lugar, Lara? —preguntó su madre.
— San Francisco era más colorido —respondió Lara tras un breve silencio—, pero esto no parece tan malo. Se ve peor.
— Ya te acostumbrarás —dijo su padre, acompañando sus palabras con una leve sonrisa a través del retrovisor.
Pero Lara nunca logró acostumbrarse.
Desde que tenía uso de razón, había vivido en más ciudades de las que podía contar, desde modestos hoteles hasta enormes mansiones llenas de lujos. Su excelente memoria le permitía recordar cada mudanza y registrar los detalles de los lugares que habían sido su hogar, aunque solo fuera por tres meses. Cada recorrido estaba anotado, cada recuerdo archivado en una lista interminable de sitios que habían formado parte de su vida.
San Francisco había sido el último hogar. No fue del todo malo, al menos si ignoraba cómo sus compañeros de escuela la intimidaban tras descubrir que era modelo, burlándose de un trabajo que consideraban absurdo y humillante.
Comprendía que sus padres llevaban el peso de mantener el hogar y darle estabilidad económica. Sin embargo, Lara deseaba que esa comprensión fuera mutua. Las escasas horas al día que compartía con ellos no bastaban para llenar el vacío de catorce años sintiéndose una extraña en su propia familia. A veces confundía a las niñeras con su propia madre. Otras, buscaba refugio en casas de amistades o salía con compañeros de la escuela, intentando matar el tiempo hasta que sus padres regresaran. Pero esas soluciones momentáneas rara vez funcionaban.
— ¿Te acordás quiénes viven acá, Flo? —preguntó Germán, mirando a su pareja con una ligera sonrisa.
—Los Loud, me acuerdo —respondió Florencia con sorpresa.
Lara los miraba, esperando una explicación, aunque lo que escuchó fue más bien un intercambio de recuerdos compartidos entre ambos, relacionados con esos tales Loud, quienes parecían haber sido buenos amigos de sus padres cuando eran adolescentes.
— ¿Será que todavía en Royal Woods? —añadió Florencia con un tono de curiosidad.
— Me sigo con Rita en Facebook, siguen acá —sonrió.
Florencia y Germán habían estado juntos desde la adolescencia. Su historia comenzó en quinto año de secundaria, y aunque sus especialidades y horarios eran diferentes, siempre se las arreglaban para estar juntos, convirtiéndose en una pareja conocida por pasar casi todo el tiempo uno al lado del otro.
A lo largo de los años, se ganaron fama como el dúo más destacado en el mundo de la moda. Germán se encargaba de reunir a las mentes más brillantes del diseño, descubriendo los rostros más singulares, entre muchas otras cosas. Todo esto acompañado del gran talento de Florencia, una de las diseñadoras más admiradas, cuyo trabajo era adorado por todos. La relación Videla se convirtió en un símbolo de éxito, siendo reconocidos por su unión inquebrantable.
El mundo de la moda estalló en entusiasmo cuando la pareja tuvo una hija, un verdadero ángel, que se convirtió en el rostro de su empresa
— ¿Quiénes son los Loud? —preguntó finalmente Lara, intrigada.
— Unos amigos que tu papá y yo conocimos cuando vinimos acá de jóvenes —respondió su madre mientras buscaba algo en su teléfono. Al final, mostró una foto en la que se veía a la pareja latina junto a una mujer rubia y un hombre castaño, ambos vistiendo disfraces ochenteros y sonriendo ampliamente hacia la cámara—. Hace mucho que no hablo con Rita.
— Sería lindo ir a visitarlos —comentó Germán—. Después voy a ver si todavía tienen el mismo número para reservar una cena.
— ¿Por qué siempre tenemos que visitar a cada uno de los amigos que tienen?
Ambos padres la miraron de reojo, observando cómo la joven tecleaba rápidamente en la pantalla de su teléfono.
— Porque hay algo especial en extrañar, mi amor —respondió Florencia—. Algún día vas a entender lo que es recordar a tus amigos cuando hace años que no los ves.
Claro que Lara entendía el sentimiento de anhelar. Sin embargo, había aprendido a mantener vínculos reducidos, casi superficiales, para evitar la nostalgia que traían los recuerdos de amistades que inevitablemente debía dejar atrás.
Revoleó los ojos mientras desplazaba los dedos por la pantalla de su teléfono, notando algunos chats sin leer. De todos los viajes que había hecho a lo largo de su vida, solo dos personas habían quedado como amigos cercanos: Octavio, un chico de su provincia al que conocía desde los seis años, y Ruth, una joven holandesa que había conocido durante uno de los viajes de trabajo de su madre.
— No me digan que vamos a ir a verlos —dijo, con un tono de fastidio.
Sus padres se miraron entre sí, compartiendo una sonrisa cómplice.
— Vas a amarlos —afirmó Germán.
— Miren cómo estoy —se quejó, aunque no podría decirse que luciera mal. Solo tenía un poco de máscara de pestañas escurriéndose sobre las ojeras por haberse dormido durante el trayecto. Pudo oír soltar una risa leve.
—No sé cuál es la gracia —añadió, con un tono de fastidio—. Si tienen un hijo o alguien de mi edad en esa casa, van a pensar: ¿por qué su hija está tan pateada?
— Ornella, literalmente fuiste modelo de Miu Miu y otras marcas conocidas porque todos piensan que sos una obra de arte —respondió Florencia, girándose para mirarla con una expresión que Lara no pudo descifrar del todo, aunque había algo que no le agradaba—. Fuiste hecha con mucho amor, y sos toda una belleza. No digas esas cosas.
Desde el instante en que dio a luz a Lara, Florencia había hecho de los halagos hacia su hija una misión personal. A simple vista, podía parecer una madre devota y alentadora, enfocada en construir la autoestima de la más joven. Pero, bajo esa imagen, era una mujer perfeccionista, incapaz de tolerar defectos en lo que consideraba su creación más preciada. La adoraba, por supuesto, pero también era implacable en su exigencia de perfección.
— Probablemente enamorás al hijo —comentó el hombre con una sonrisa burlona, provocando risas entre las tres.
—¿Tienen un hijo? —preguntó Lara, curiosa.
—Uno de once hijos —respondió—, y es tres años más chico que vos.
Las facciones adormiladas de la menor se transformaron en una mueca de incredulidad.
—¿Once? ¿Acaso nadie nunca llamó a servicios sociales?
El resto del trayecto estuvo lleno de datos sobre la numerosa familia. En lugar de entusiasmar a la más joven, esos detalles la espantaban. La idea de interactuar con personas tan caóticas comenzaba a inquietarla. Había vivido toda su vida en relativa paz; incluso en eventos concurridos, siempre encontraba la manera de mantenerse tranquila. Pero la idea de socializar con los Loud era algo que empezaba a sobrepasarla.
Lo que realmente la sorprendía era escuchar a su padre hablar con tanto entusiasmo. Eso le hizo pensar que debían de ser realmente impresionantes para ganarse su aprobación. Germán Videla era famoso por ser crítico y exigente, siempre encontrando defectos en cada persona que conocía. Para Lara, él era, con humor, "el mayor enemigo de la raza humana".
A pesar de su creciente curiosidad, no podía evitar sentirse aprensiva. No era particularmente extrovertida, aunque sabía desenvolverse en charlas y no tenía problemas para integrar a otros en círculos sociales. Sin embargo, nunca era quien daba el primer paso.
Con un suspiro resignado, esperó que aquella visita inesperada trajera algo positivo. No quería que Royal Woods se sumara a la lista de malos recuerdos.
Finalmente llegaron al hogar. Germán abrazó al par restante, observando la construcción con una amplia sonrisa.
Al entrar, se encontraron con un interior común y corriente. Las paredes de madera de roble brillaban tenuemente bajo la luz natural, y el suelo alfombrado se extendía incluso hacia la segunda planta, que albergaba un baño, dos habitaciones y un par de espacios adaptados como despachos. Nada de eso recordaba al último hogar en San Francisco, donde cada rincón, a pesar de ser angosto, lucía un diseño vibrante y un aire casi noble.
Ahora, estaban frente a muebles desgastados que parecían al borde del colapso si se los tocaba demasiado. Las decoraciones y la estructura deteriorada hablaban de los años que habían pasado desde su último mantenimiento. Para Lara, todo esto era una evidencia clara de que esta estadía sería temporal.
"Unos tres a cinco meses", calculó mentalmente, aunque no descartaba que fuera menos si los proyectos de su padre avanzaban según lo planeado.
Mientras inspeccionaba el lugar, tomó entre sus manos una jarra que decoraba el centro de la mesa de la cocina. Tenía grietas visibles, y el diseño de pequeñas abejas pintadas estaba casi completamente desgastado. Alzando una ceja con escepticismo, dirigió su mirada hacia Germán.
— Esto es temporal —afirmó su padre con tranquilidad.
— Se nota.
— Ornella...
— Solo digo, pa' —respondió, soltando la jarra con cuidado—. No entiendo por qué lo temporal tiene que ser tan deprimente. Literalmente podés costear casas con lagos, fuentes enormes, y todo eso. Incluso dejarme en un lugar yo sola con todo. Pero no, preferís la casa con menos pinta estadounidense.
— Hay un hotel a unas cuadras.
La adolescente respondió marchándose de la habitación, imitando las palabras de su padre con un tono agudo y burlón mientras se alejaba.
Las paredes de la habitación de Lara mostraban capas de pintura oscura que se descascaraban lentamente, dándole al espacio un aire melancólico y descuidado. Para empeorar las cosas, un desagradable aroma impregnaba algunos cuartos, como si algo estuviera pudriéndose entre las paredes.
El olor pronto se convirtió en motivo de discusión, ya que Florencia y Lara no dejaron de compartir teorías, cada una más descabellada que la anterior. Finalmente, el padre, cansado de los comentarios y las insinuaciones, decidió revisar cada rincón de la casa con exhaustiva paciencia.
—Seguro hay un cuerpo abandonado —afirmó Lara con dramatismo mientras observaba a su padre inspeccionar un armario.
—O peor, esta casa está maldita —añadió la madre, cruzándose de brazos—. Probablemente fue el hogar de la infancia de un asesino en serie.
Germán suspiró, resistiendo la tentación de responder. Las palabras de su hija se balanceaban entre el sarcasmo y la genuina inquietud, lo que hacía difícil determinar si realmente lo decía en serio o solo quería molestar.
Mientras examinaba cada rincón de las cuatro paredes de su habitación, el sonido de una notificación personalizada resonó desde el bolsillo de su campera. No necesitó revisar para saber quién era; solo una persona tenía el descaro de ignorar su aversión por las llamadas inesperadas.
— Dejá de llamar de la nada, Octavio —reprendió al responder, sin rodeos.
— Me alegra que todavía te moleste que te llame —respondió el chico con una risa que se mezclaba con un estruendo de fondo, acompañado de música animada y carcajadas lejanas—. ¿Cómo la estás pasando allá?
— Acabamos de llegar —contestó mientras se sentaba en la cama, que emitió un largo quejido de madera mal ajustada—. Es una mierda. Encima, no había una casa más de pobre, ¿no?
— Clasista de mierda.
Ambos rieron.
— ¿Venden allá? —preguntó Octavio, riendo aún, posiblemente bajo el efecto del alcohol—. Espero que puedas seguir tomando porque sé cómo sos en la abstinencia. Si no, te mando las cajas que mi papá compró.
— Planeábamos comprar acá, pero venden esos fernet que saben pésimo. La cerveza también es horrible —dijo, recostándose en el colchón, que protestó con otro chirrido—. Desde acá se escucha que estás en una joda.
El chico soltó una carcajada que fue seguida por el bullicio de fondo. Lara reconoció las voces de algunos conocidos de su antigua escuela que decían barbaridades, desafinaban canciones y reían a carcajadas.
— Es una juntada de amigos.
— ¿Con cuarteto de fondo?
— No seas envidiosa, Laru.
Y tenía razón. No lo negaría. Sentía envidia al imaginar al grupo divirtiéndose con música y bebidas mientras ella estaba sentada en una cama incómoda, atrapada en un ambiente extraño y hostil, intentando adaptarse a un nuevo entorno.
Nada parecía normal en Royal Woods. El contraste con el bullicio de Córdoba era abrumador. El silencio de su nueva cuadra estadounidense no solo era incómodo, sino asfixiante. Había pasado de un lugar a otro durante toda su vida, pero nunca había sentido una incomodidad y una nostalgia tan profundas como las que ahora la envolvían, incluso después de solo unas pocas horas allí.
Al final del día, Lara seguía sentada al borde de la cama, mirando sus manos cubiertas de apósitos con dibujos de animales mientras su teléfono reproducía canciones tristes. No supo cuánto tiempo pasó observando las heridas que cubrían su piel, pero en algún momento desvió la mirada hacia la ventana. El reflejo del atardecer hizo brillar las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.
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