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OO2ㅤㅤ──ㅤunwanted reunions.



CAPÍTULO DOS ─── REUNIONES NO DESEADAS.





Lara no encontraba un punto de vista que pudiera entender, mucho menos el de sus padres. Ambos sostenían que mudarse había sido una decisión acertada, especialmente porque les permitió retomar el contacto con los Loud. Aquella conexión se reestableció casi por accidente, cuando Florencia llevó a su hija a la ferretería a buscar materiales para el hogar.

El encuentro fue exactamente como lo había imaginado: una pareja estadounidense blanca, demasiado cliché, aunque con la peculiaridad de tener once hijos. Todo un espectáculo de caos doméstico, que quedó en evidencia al describir el gran desastre en la cocina de los Loud.

Cuando su madre mencionó la idea de revivir una vieja tradición, supo que se avecinaba algo que no podría evitar. En su juventud, los Videla y los Loud solían reunirse cada sábado para cenar juntos, sin importar las circunstancias. La velada siempre transcurría entre risas y abundante comida. La propuesta de retomar aquellas reuniones le pareció apresurada e irreal, pero también sabía que Florencia no era alguien que dudara cuando se trataba de revivir los mejores recuerdos del pasado. Aunque quiso expresar su descontento, decidió mantenerse callada. 

Su madre era, después de todo, una fuerza imparable cuando decidía algo.

Lastimosamente, sus padres aceptaron la propuesta, incluso sugiriendo que la reunión se hiciera en el hogar Loud como una cálida bienvenida a la ciudad. La menor no tuvo más opción que asentir, resignada. Durante el camino de regreso, escuchó a su madre hablar sin pausa sobre los viejos tiempos. Aunque agradecía que compartiera cosas que la hacían feliz, había algo en todo ello que simplemente no le terminaba de convencer.

— Es muy lindo volver a los viejos tiempos, ¿sabés? —Florencia entrelazó el brazo con el suyo, esbozando una sonrisa nostálgica—. Algún día podrías traer a tus amigos acá.

— No los voy a hacer venir hasta un lugar tan patético como este —replicó con un tono cargado de desprecio.

Florencia la detuvo de repente, con una firmeza que no se esperaba.

— ¿Por qué sos así? —preguntó la mayor una vez más, con el tono cargado de frustración—. Te estamos dando todo en bandeja de oro, y actuás así. ¿Qué te cuesta ser más agradecida?

Desvió la mirada, incapaz de sostener la intensidad de las palabras de su madre. Sentía el peso de las lágrimas apretándole la garganta, pero no iba a llorar. No frente a ella.

— Yo no quería venir —murmuró al fin, con un hilo de voz—. No quería ir a ninguno de esos lugares.

— Solo tenés que hacernos caso. No sé cuál es el problema con vos.

Lara alzó la vista, su mirada oscurecida por el resentimiento.

— Ustedes. Ustedes son mi gran problema, ma'.

El sonido seco de la bofetada rompió el aire entre ambas. Su mejilla ardió al instante, pero lo que más dolió fue la fuerza del gesto, cargado de algo más que enojo. Nadie en la calle pareció notar lo sucedido, como si el mundo hubiera decidido ignorarlas.

No dijo nada más. Se limitó a caminar junto a su madre, quien ahora la llevaba del brazo con una firmeza casi opresiva, guiándola de regreso al hogar en silencio.

Florencia rara vez recurría a la agresión física, pero cuando lo hacía, esos momentos se convertían en los recuerdos más amargos para Lara. Sin embargo, lo que más dolía no eran los golpes, sino las palabras. Durante los desacuerdos, Florencia no medía lo que decía, dejando escapar oraciones hirientes que cargaban el ambiente de una tensión casi insoportable.

Una vez en casa, Lara subió corriendo a su habitación, completamente disgustada por el comportamiento de su madre.

—¡A las ocho te quiero bañada y cambiada, Lara Ornella Videla! —gritó Florencia desde la planta baja, su tono severo evidenciando su enojo.

Lara estrelló su rostro contra la almohada, dejando escapar un grito desgarrador. Estaba llena de enojo e impotencia. No la odiaba, no podía hacerlo. Sentir odio por la mujer que le dio la vida y la crio le parecía un pensamiento inconcebible. Pero había algo dentro de ella, una mezcla de frustración y desamparo, que se asemejaba demasiado al rencor.

A pesar de haber pasado gran parte de su vida sintiéndose independiente, una parte de Lara seguía aferrada a ellos, incapaz de imaginarse completamente sola, sin la presencia de sus padres.

Decidió no hacer más embrollos, las discusiones por el disgusto hacia el hogar ya estaban siendo suficientes, por lo cual simplemente aceptó que no tendría más opción de ir a esa cena. Germán también sería capaz de reprochar esa rebeldía, por lo cual no querría estropear las cosas con él también.

Tuvo que agradecer que aquella cachetada dejó un tono rojizo en su mejilla solo unos minutos, por lo cual fue sencillo prepararse para aquella cena. Hubiese preferido vestirse lo más casual posible, pero no tenía permitido vestir algo más que no fuesen vestidos para cenas. Tras colocarse algo de un tono azul marino, los zapatos de charol brillaban junto a los pequeños detalles en sus párpados.

— ¡Lara!







Durante el trayecto en el lujoso automóvil, permaneció en silencio. Sus padres intentaron animarla colocando sus playlists de canciones ochenteras favoritas, pero ella apenas reaccionó. Aunque parecía que estaba a punto de llorar, su mirada reflejaba más tristeza y una extraña nostalgia que palabras no podían explicar. No mostraba mayor interés en las anécdotas de la adolescencia que Florencia y Germán compartían con entusiasmo. De vez en cuando captaba algún dato interesante, pero su única interacción era observarlos a través del espejo retrovisor, sin emitir palabra.

— Y ya llegamos —anunció Germán con tono animado.

Giró la mirada hacia la derecha, un tanto sorprendida al ver el gran tamaño del hogar. Aunque, considerando la cantidad de hijos que tenían los Loud, era bastante comprensible. Apenas unos minutos después, ya estaban frente a la puerta de madera. Desde el exterior se escuchaban innumerables voces femeninas.

Su padre extendió la mano para tocar la puerta y anunciar su llegada, pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta se abrió de golpe. Frente a ellos aparecieron dos chicas rubias, ambas vestidas con impecables vestidos blancos. Sus rostros estaban cuidadosamente maquillados, aunque el rubor en sus mejillas era notablemente intenso, casi teatral.

— ¡Los Videla! —exclamó la rubia que llevaba un par de lentes de sol colgando del escote de su vestido.

Las jóvenes parecieron reprimir una risa cuando él se acercó para saludarlas con un beso en la mejilla, como era costumbre. A pesar de su reacción, no pudieron ocultar un atisbo de emoción por el contacto.

— Pasen, por favor —dijo la hermana más alta, haciéndose a un lado para abrir camino—. Soy Lori Loud, y ella es mi hermana, Leni.

Tras la breve presentación, saludaron cordialmente y entraron en la casa. Lara, en silencio, comenzó a observar los detalles del interior. Notó algunos juguetes infantiles tirados en el suelo, otros mal escondidos bajo el sofá o cubiertos con mantas. También se percató de unas extrañas pisadas de suciedad que iban desde la alfombra hasta el techo. Prefirió no preguntar; en su mente ya había construido la imagen de un pequeño Spiderman habitando en la familia.

El grupo fue conducido a lo que parecía ser la cocina, donde los padres Loud estaban ocupados ayudando a una chica castaña, que vestía una falda a cuadros, a organizar la cena.

—Mamá, papá, los Videla están aquí —anunció Lori con una sonrisa, aunque su mirada estaba fija en Germán, claramente fascinada por el carismático latino.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Rita al ver a Florencia. Sin dudarlo, corrió hacia ella y la envolvió en un cálido abrazo. Germán no se quedó atrás; su expresión radiante reflejaba el entusiasmo de encontrarse con su mejor amigo. Ambos intercambiaron elogios y bromas con la facilidad de viejos camaradas, visiblemente encantados con la reunión.

— ¡Oh, por Dios! —exclamó Rita, dirigiendo su atención a la adolescente que se ocultaba tras sus padres como una niña asustadiza—. ¡Bienvenidos!

Para sorpresa de Lara, los brazos cálidos de la estadounidense la rodearon en un breve abrazo que a penas pudo evitar.

— Ven, quiero que conozcas a las niñas —dijo Rita, colocándole una mano en la espalda para guiarla hacia lo que parecía el exterior trasero del hogar. Al llegar, ambas se detuvieron frente a una gran mesa preparada para la cena. 

Sin embargo, estaba casi vacía. Solo una persona ocupaba los numerosos asientos disponibles: una castaña con un vestido blanco, en el que destacaba un enorme número uno en rojo brillante, y un blazer a juego.

— ¿Dónde están todas, Lynn? —preguntó la mujer con leve frustración mientras escaneaba la mesa vacía.

— Lana y Lola todavía están vistiéndose, Lucy está preparando un poema para leer antes de la cena, Luan fue al baño a limpiarse la crema batida del cabello porque Luna quiso vengarse de la broma del inodoro, y Lincoln sigue en casa de Clyde —respondió Lynn con indiferencia, sin siquiera levantar la mirada. Luego agregó, con una sonrisa pícara—: Deberías ir a ver a Lisa. Dijo que quería "hacerlos burbujear".

Los ojos de la progenitora se abrieron de par en par justo cuando un pequeño estallido resonó desde la cocina. Sin necesidad de más explicaciones, supo de inmediato que una de las pequeñas había causado un desastre.

— Al lado de Lynn, dos asientos a la derecha, ese es tu lugar —le murmuró Rita a la latina, quien observaba el panorama con una mezcla de incomodidad y resignación.

Lara suspiró internamente. Por más que hubiera deseado aprovechar el momento para salir corriendo, sabía que no podía permitírselo. No después de todos los esfuerzos de sus padres, mucho menos si eso significaba avergonzarlos. Sin más remedio, se dirigió al asiento asignado, notando que la mayoría de las sillas tenían nombres escritos con marcador negro en pequeñas tarjetas improvisadas.

Mientras caminaba, sus ojos se posaron en la castaña que estaba sentada cerca, a un par de asientos de distancia. Lynn estaba concentrada en un desafío personal: intentaba atrapar una aceituna en el aire con un tenedor, como si aquello fuera un deporte de precisión. A pesar de su apariencia cuidada, Lara no pudo evitar fijarse en la falta de modales de la chica, algo que le hizo arquear una ceja antes de perder el interés.

Al sentarse, sacó su móvil y se refugió en su grupo de mejores amigos, enviándoles fotos de su atuendo. Los halagos que recibió en respuesta la hicieron sonreír, aunque fuera de manera breve y discreta.

— ¿Alguna vez has jugado tenis de aceitunas? —la pregunta de la castaña irrumpió de repente, obligándola a apartar la mirada de la pantalla—. Te quitaría esa mala cara.

— No, gracias. Así es mi cara —respondió con indiferencia, antes de volver a concentrarse en los mensajes—. Además, con la comida no se juega.

Lynn no pareció tomarse en serio la negativa. Un instante después, una aceituna salió volando, aterrizando directamente sobre el vaso frente a Lara y haciéndolo rodar por la mesa.

Sin inmutarse, la latina extendió la mano con precisión, atrapando el cristal antes de que pudiera caer al césped. Ni siquiera se molestó en mirar a su improvisada rival.

— Buenos reflejos.

La castaña no parecía dispuesta a rendirse en su intento por entablar conversación, aunque solo recibiera miradas fugaces y algo molestas de la latina.

— ¿Cómo te llamas? —insistió, sin obtener una respuesta inmediata más que un largo suspiro— ¿Acaso no tienes nombre?

— Lara, me llamo Lara —respondió finalmente con un tono cargado de sarcasmo, extendiéndole la mano.

— Lynn Loud Jr. —replicó la castaña, estrechando la mano de Lara con un apretón sorprendentemente firme que la hizo moverse ligeramente en su asiento.

Antes de que pudiera decir algo más, una repentina oleada de chicas irrumpió en el exterior desde una ventana corrediza, compitiendo por llegar a la mesa. Lara intentó enfocar la mirada en cada una, pero se movían con tal rapidez que apenas pudo distinguirlas antes de que se acomodaran en sus respectivos lugares.

Bueno, casi todas.

Una niña rubia permanecía de pie a su lado, observándola fijamente con ojos críticos.

— ¿Pasa algo, mi vida? —preguntó Lara con una calma deliberada, ni siquiera girándose para mirar a la pequeña.

— Estás en mi lugar —acusó.

— No lo sabía. Tu madre me dio este asiento.

— Pero aquí siempre me siento, al lado de Lana —el chillido de la niña logró que se girara, encontrándose con su ceño fruncido como si estuviera absolutamente confundida—. ¿Podrías darme este lugar?

— Lola, no empieces —la voz de Lori se oyó desde el extremo izquierdo.

— No, no importa —respondió Lara, con un tono de indiferencia que dejaba claro que no pensaba continuar la disputa.

Se levantó, su mirada recorriendo rápidamente la mesa en busca de un lugar disponible. Al fondo, notó que había cuatro asientos reservados para los padres, pero en uno de los rincones más alejados, una chica de cabello bastante corto agitaba la mano, indicándole que se sentara a su lado.

No lo pensó mucho, agradeció con una tímida sonrisa y se acomodó en el asiento.

— ¿Te gusta la moda? —preguntó de repente la niña, mirándola con una amplia sonrisa, como si realmente estuviera interesada.

Lara la miró, sorprendida por la pregunta. Sin embargo, antes de que pudiera responder, notó cómo varios de los hermanos suspiraban dramáticamente, y algunas murmullos comenzaron a extenderse por la mesa. 

— Sí —respondió, encendiendo su teléfono solo para toparse con más mensajes del grupo, los cuales ignoró rápidamente—, mi madre es diseñadora, así que me contagió ese gusto por la moda.

— ¡Oh, por Dios! —el entusiasmo en la voz de la niña fue contagioso, haciendo que Lara esbozara una pequeña sonrisa—. ¿Conoces a Kate Moss?

Sorprendentemente, una sonrisa más amplia apareció en el rostro de la invitada.

— Por favor, adoro a Moss con mi alma —respondió, dejando el teléfono a un lado—. Fue la razón por la que comencé en el modelaje.

— Espera, ¿eres modelo? —la pregunta de Leni fue tan sorprendida que sus ojos casi parecían salirse de sus cuencas—. ¡Eso suena increíble!

Lara movió la cabeza ligeramente, dudando un momento sobre cómo responder.

— Mi madre diseña ropa, mi padre organiza los eventos y yo me encargo de modelar.

— Creo que ya te he visto... —murmuró Lori, desplazándose rápidamente por algunas páginas en su dispositivo. El comentario logró captar la atención de la invitada—. ¡Sabía que tu nombre me sonaba de alguna parte! Chicas, ¡fue modelo de Miu Miu!

Sus mejillas se ruborizaron ligeramente cuando Lori mostró las fotografías de ella en pasarelas y en sesiones de fotos. Cuando trabajaba, la atención no le molestaba, pero fuera de las cámaras, odiaba ser el centro de atención. Le incomodaba.

El alivio llegó cuando finalmente los progenitores aparecieron. Los Loud traían un poco de la comida, y los Videla también, acomodando cada plato en su lugar sobre los grandes tablones de madera. Florencia notó la seriedad en el rostro de su hija, por lo que se colocó detrás de ella, acariciando suavemente sus hombros y notando lo rígida que se encontraba.

La mesa estaba perfectamente dispuesta: un despliegue de platos variados que combinaban las recetas favoritas de la familia Loud con los sabores típicos argentinos que habían preparado antes de la llegada de los latinos. El bullicio familiar, tan característico, llenaba el ambiente, mientras los Videla observaban con una mezcla de fascinación y desconcierto cómo cada miembro interactuaba en ese caos armonioso.

Una vez que el ruido comenzó a calmarse, Lucy, quien había permanecido misteriosamente callada durante toda la preparación, aclaró la garganta.

— Antes de que comencemos —dijo con su tono oscuro y melancólico, mientras tomaba una libreta de tapas negras que todos reconocieron como su cuaderno de poesía—, he escrito algo para nuestros invitados.

La familia guardó silencio, sus rostros reflejando una mezcla de interés genuino y ligera inquietud. Las creaciones de la joven solían ser algo sombrías. Lara, sentada entre sus padres, sonrió amablemente y asintió, invitándola a continuar.

Lucy tomó aire y, con su habitual entonación teatral, comenzó a recitar:

—"De tierras lejanas llegan, con historias en su andar, vidas tejidas en tormenta, con sueños por sembrar. El hogar les abre puertas, la mesa ofrece paz, porque en la casa Loud, siempre hay espacio de más."

Un silencio cómodo se instaló en la mesa, y lentamente comenzaron a aplaudir, un reconocimiento sencillo pero genuino. Lucy inclinó la cabeza en agradecimiento. Lara, aunque sorprendida, no pudo evitar sentir un leve pánico en el centro de su pecho debido al tono sombrío de la más pequeña.

— ¡A comer! —el señor Loud rompió el tenso silencio.

Como era de esperarse, las hijas comenzaron a devorar la comida con cierto apuro, como si hubieran estado esperando todo el día para hacerlo. En contraste, los Videla comían con calma, intentando mantener una conversación con sus anfitriones. La más joven, sin embargo, ni siquiera se había dignado a tomar el tenedor, ni a probar la ensalada que había sido preparada con tanto esmero.

Era como si se encontrara en una de esas cenas familiares con parientes cercanos, lo cual le resultaba nostálgico. Hacía años que no tenía una cena así, y aunque no formaba parte de los Loud, parecía que cada miembro actuaba como si fuera una visita sencilla. Los Videla, por su parte, pasaban desapercibidos, algo que agradecía, ya que le permitía distraerse con cualquier cosa.

La casa Loud, llena de energía y calidez, resonaba con el bullicio característico. Lara Videla, acostumbrada a un ritmo familiar más pausado, sentía como si estuviera observando una comedia en vivo. 

Al notar que no lograba recordar todos los nombres, dejó su teléfono en el bolso, dispuesta a poner más atención.

— Sigo sin conocer el nombre de todos —murmuró, sin darse cuenta de que su voz había sido lo suficientemente alta como para captar la atención general.

Lynn, siempre lista para robarse el show, se levantó de su asiento con entusiasmo desbordante, sosteniendo un tenedor con un pedazo de pollo como si fuera un micrófono.

— ¡Esperé este momento toda mi vida! —declaró, imitando el tono de una presentadora profesional.

— Lynn, siéntate —intervino Lori con una mezcla de exasperación y cariño.

— ¡No! Es hora de presentaciones oficiales. Empezaré conmigo, aunque ya me conoces —anunció, ignorando a su hermana. Señaló dramáticamente su propio rostro con el tenedor—. Yo soy Lynn Loud Jr., la mejor en todo lo que tenga que ver con deportes, juegos, y bueno, cualquier cosa que requiera habilidades legendarias.

Dejó escapar una risita. Lynn giró hacia su izquierda, señalando a Lori.

— Esta es Lori, la jefa, la mayor. Su pasatiempo favorito es decirnos qué hacer y ser un poco mandona, pero, eh, lo hace con estilo.

— Gracias, Lynn —replicó la mayor, rodando los ojos, aunque con una sonrisa disimulada.

— A su lado tenemos a Leni, diseñadora de moda autodidacta y probablemente la más dulce del grupo.

La mencionada saludó alegremente con la mano hacia la latina, quien le devolvió una sonrisa cálida.

Continuó, señalando a cada uno de sus hermanas con comentarios rápidos pero certeros: Luna, la rockera de la familia; Luan, la comediante amante de los chistes malos; Lucy, la reina del drama y la oscuridad; los gemelas Lana y Lola, opuestos en todos los sentidos pero inseparables; Lisa, la pequeña genio científica; y, finalmente, mencionando al hijo ausente, Lincoln, el único chico del grupo, descrito como "el cerebro táctico de nuestras locuras".

Cuando terminó, la castaña dio un paso atrás y extendió los brazos dramáticamente.

— Y ahí lo tienes, Lara. El circo Loud completo.






author's notes.

disculpen en no dar actualizaciones, estuve concentrada en la historia de annaka (la cual pronto tendrá dos capítulos nuevos, estén atenta/os). de paso quería informar que mañana ni pasado habrá actualizaciones, ya que el treinta de este mismo mes cumpliré dieciséis y año nuevo lo celebraré con unas cuantas amistades, así que habrá días sin capítulos nuevos.

muchas gracias por el apoyo que le están dando a la historia, lo aprecio una banda y espero que siga así <3 no olviden dejar su voto, también comentarios si gustan hablar sobre lo que opinan de la historia, dudas o de lo que ustedes deseen.

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