'Say, you're a lot smaller than my last master'
[Jiho]
Una mañana me levanté y casi desayuno café con Suga. Literalmente. Me lo encontré durmiendo en una taza que había sobre la mesa envuelto en un trapo. Al principio pensé que era un burrito, pero cuando fui a agarrarlo pude distinguir perfectamente su voz mañanera insultándome. Me sorprendí y lo dejé caer de nuevo en la taza antes de comprender la situación y romper en risas.
- Menuda forma de despertarme -se quejó mientras yo le desenvolvía cuidadosamente del trapo. Iba en ropa interior y era adorable verlo tan pequeño y desorientado.- Ni dormir tranquilo puedo ya.
- Es difícil tener tranquilidad absoluta las veinticuatro horas del día.
- Es difícil vivir contigo -cada vez me tomaba menos en serio sus insultos. Ya no le creía cuando decía que me odiaba o no me soportaba. El peliverde podía ser complicado, pero si existía alguien que pudiera considerarse su amigo, yo ocupaba el puesto y con mucho orgullo. - ¿Puedes dejar de mirarme? -negué y me coloqué a su altura, apoyando los brazos y barbilla en la mesa para observarlo más de cerca. Era tan bonito que podía haberme quedado contemplándolo horas.
- ¿Puedes enseñarme tus alas?
- No.
- Vengaaa... -Junté las manos en señal de súplica y él volvió a negar. Puse un puchero y se cruzó de brazos, y por si eso no era suficiente, se giró orgullosamente dándome la espalda. En cualquier otro momento le habría podido tomar en serio, pero ahora que su cabeza era del tamaño de una aceituna, me costaba increíblemente más que de costumbre.
- Para de mirarme -declaré aún de espaldas. Se sentó en el suelo y me miró una última vez de reojo para comprobar si le había hecho caso. Yo le sonreí y le saludé pavoneándome de la situación y buscando molestarle in poco más. Él rodó los ojos y se lamentó exhausto.
- Ahhhhhh... de verdad que no te soporto.
- No mientas. Me quieres.
- Lejos.
- Una operación de nariz te saldría más bar-
- Que te vayas lejos -me indicó interrumpiéndome. Quedé desconcertado por la seriedad en su voz y no tardé en hacer lo que me ordenó. Me fui alejando sumisa y lentamente sin terminar de comprender a qué venía todo eso. - Dos metros de distancia como mínimo.
- Oye, que solo era una brom-
Y entonces fui yo quien me interrumpí a mí mismo. La voz se me cortó de inmediato y tuve que cubrir mi boca para no gritar de la sorpresa y emoción que sentí al ver como desplegaba unas diminutas y brillantes alas casi transparentes. De nuevo tenía que resistir el gran impulso de tocarlas, y costaba muchísimo, pero valía la pena el contemplarlas.
- ¿Vas a quedarte ahí de pie todo el día? -habló al cabo de unos minutos, poniéndose él mismo de pie y sacudiéndose las desnudas rodillas. Negué y me recompuse justo antes de que señalara el fregadero autoritariamente. Yo alcé una ceja sin terminar de comprender. - Lléname una taza con agua y jabón.
- ¿Para qué?
- Para bañarme. Me da pereza esperar a llenar la bañera.
- Está bien -agarré la taza en la que había dormido y me incliné de nuevo sobre él, haciéndola girar en mi dedo meñique. El peliverde se alejó al otro extremo de la mesa volando. Nunca permanecía cerca de mí mientras tuviera sus alas desplegadas. - Pero solo si me dejas ver cómo te bañas.
- Eres un pervertido.
- Y te tienes que dejar las alas.
- Eres tan pervertido y fetichista que ya ni me sorprendería verte tocándote con un documental de libélulas -respondió con resignación. Yo me encogí de hombros. Me gustaban sus alas y como le quedaban a él en concreto y me sentía enormemente orgulloso de reconocerlo. Tenía las alas más bonitas del universo independientemente de que hubieran sido las únicas que había podido contemplar. - Y quiero una gota de gel de avellanas y otra de champú de vainilla.
- ¿Tenemos esas cosas?
- Las tenemos en el supermercado.
- ...
- ...
- Está bien. Espérame aquí.
Y eso fue lo último que dije antes de bajar con los pantalones del pijama y una sudadera que me fui poniendo por el camino al supermercado. Tampoco me suponía un gran esfuerzo teniendo en cuenta que me acababa de levantar y no había hecho nada en todo el día. Además, la motivación de ver a Suga en versión hada miniatura bañándose era tan grande que ni me molestó tragarme una fila de casi quince minutos para pagar dos míseros productos. Esos productos iban a alegrar mi mañana.
Pagué y salí literalmente corriendo hacia el piso. Luego volví porque se me ocurrió una idea fantástica y terminé cruzando el portal con un bote de gel, uno de champú y una pequeña tortuga verde casi del tamaño de mi compañero. Cuando llegué al piso y lo dejé junto a las demás cosas en la mesa, se quedó un par de segundos mirándolo antes de alzar la vista en silencio. Su cara hablaba por sí sola.
- No sé que pretendes con eso.
- Nada.
- Como lo metas en la taza y me estropees el baño relajante vas a lamentarlo.
- No voy a meter nada en ningún sitio que tú no quieras. -agarré los botes para ponerme manos a la obra. Ni siquiera sabía que estaba diciendo, solo me moría de ansias. - Espérame aquí que tardo un segundo. No te muevas.
No tardé un segundo, pero estuve cerca. Aparecí saliendo del baño con la taza llena de agua y la mezcla de geles. Olía muy bien, como si fuera una infusión aromática o algo por el estilo. Jamás en mi vida había probado una, pero en mi mente se asemejaban muchísimo a esa diminuta bañera que se había apropiado mi compañero de piso. La coloqué sobre la mesa de la cocina, a su lado, me senté en una silla en primera fila del espectáculo. La pequeña tortuga permanecía también sobre esta, completamente inmóvil.
Suga se acercó desconfiado y agarró el animal, volando con él hasta el otro extremo de la mesa, donde lo dejó para asegurarse de que yo no lo tenía a mi alcance. Luego volvió y se deshizo de lo poco que le quedaba de ropa mientras se asomaba a la taza. Metió un dedo en el agua y me miró.
- ¿Seguro que no has hecho nada? -pregunto desconfiado. Negué. - Si esto es alguna broma tuya te juro que...
- Te prometo que no he hecho nada, ah. Si pudiera me metería yo mismo para demostrarlo.
Entrecerró los ojos mirándome fijamente por varios segundos y terminó chasqueando, dándose por vencido. Finalmente se elevó delicadamente entre pequeños destellos y se sumergió muy lentamente en el agua. Soltó un suspiro, recostándose en la taza y yo sonreí.
- Soy el mejor preparador de baños en el mundo.
- Has calentado una taza con jabón. Felicidades. -Lo dijo con sarcasmo pero sabía de sobra que lo estaba disfrutando enormemente. Me puse en pie y fui a prepararme una taza de verdadero café. - ¿Vas a coger la tortuga?
- Voy a hacerme el desayuno -de camino me dio pereza preparar cualquier cosa y agarré un bote entero de zumo de manzana y una bolsa de magdalenas. No quería perderme ni un segundo del espectáculo. De camino a mi sitio también cogí a la pequeña e inanimada tortuga de plástico y la llevé conmigo. - Hecho. Y no voy a meterla si tú no quieres.
- Más te vale.
- Se llama Agustina.
- No me interesa -cerró los ojos y soltó aire intentando relajarse. Yo di un mordisco a una magdalena y agarré la pequeña tortuguita y empecé a jugar con ella, pasándola entre mis dedos y lanzándola al aire. Cuando fui a coger otra magdalena y miré de nuevo a Suga, este estaba observándome en silencio con noventa por ciento del cuerpo sumergido en el agua. Atisbaba a ver la punta de su nariz el matojo verde despeinado que tenía por pelo.
Nadó hasta el otro extremo de la taza, el que estaba más pegado a mí, y se inclinó sobre esta, sacando los brazos para acercarse más. Me seguía mirando en silencio, receloso. Me resultaba tan adorable que no podía evitar reírme. Sin pensarlo dos veces arranqué un trozo de mi magdalena y se lo puse en frente, sosteniéndolo con los dedos. Él abrió la boca y le pegó un mordisco. Agarró lo que quedaba él mismo y siguió comiéndolo por sí solo.
- ¿Qué pasa? -aún después de haberse comido casi toda una magdalena, me miraba en silencio con la mirada cortante. Dejé la tortuga en la mesa con frustración y agarré otro trozo de bollo. - ¿Quieres más? -negó zarandeando su pelo mojado. Las gotas que salieron desperdigadas podía jurar que brillaban más de lo normal. Estaba a punto de perder la paciencia cuando tímidamente extendió el brazo por encima de la taza y me señaló la pequeña tortuga de juguete. - ¿Agustina? -asintió. La cogí y se la acerqué. - ¿Quieres que la meta dentro? -volvió a asentir y yo grité interiormente de alegría cuando la dejé en el agua y él se acercó a abrazarla. Se veía tan inocente y vulnerable que me entraban ganas de llorar. Nada que ver con su usual personalidad. Era un contraste impresionante.
- Sabías que me gustaban las tortugas -declaró con un tono enfurruñado. Sonreí y asentí. - No recuerdo habértelo dicho.
- Es el emoticono que usas para todo. Fue fácil deducirlo.
- Son tranquilas y verdes. Es normal que me gusten.
- Tú eres una tortuga - me eché a reír nada más decirlo y tuvieron que pasar varios segundos antes de que me diera cuenta de que él me miraban sin comprender la gracia. Abrazaba con fuerza el cuello de agustina después de haberse subido en ella.
- ¿Debería sentirme ofendido? -preguntó alzando una ceja. Yo me quedé en silencio y asentí por inercia sin saber muy bien que responder. - Pues no me importaría ser una tortuga. -sonrió y acarició la cabeza mojada del inerte juguete. - Agustina es el triple de atractiva que tú.
- A tus ojos cualquier cosa es el triple de atractivo que yo -solté resignado. Eso sí me molestaba, pero por el hecho de que era completamente cierto. Me costaba aceptarlo pero la verdad era que Suga no se sentía en absoluto atraído por mí.
- Eres atractivo -le miré sorprendido pero él se encontraba observando su acuático corcel verde de plástico. - Pero Agustina lo es más. Eres un simple humano, no quieras competir con las tortugas.
- El otro día me dijiste que la escobilla de váter tenía mejor aspecto que yo.
- Era una indirecta para que la uses, imbécil.
- Ah.
- Pero sí. Tiene mejor aspecto que tú.
Puse los ojos en blanco y fui a guardar el desayuno. Él me observaba desde la taza sonriendo con maldad, como un niño cuando hace una travesura. Me costó enormemente darle la espalda. Acababa de compararme con una escobilla de váter y yo no podía ni darle la espalda. Cada vez comenzaba a creerme más el hecho de que me encontraba a sus pies de hada.
Cuando volví a girarme me lo encontré desnudo a tamaño humano secándose el pelo con un trapo limpio. Agarró unos calzoncillos y se tumbó en la cama, poniéndola perdida de agua. Su pelo aún goteaba y se había olvidado de plegar las alas. Me quedé maravillado con aquella imagen. Agarró su móvil y comenzó a balancear las piernas y agitar las alas rítmicamente mientras toqueteaba la pantalla del móvil distraído.
Terminé de secar la taza que acababa de fregar y me acerqué muy cuidadosamente hacia él. Cada paso lo daba con la mayor delicadeza existente. Agarré mi móvil y cuando tuve todo listo presioné el botón de la cámara. Suga se giró a mirarme nada más escuchar el chasquido y las alas desaparecieron. Me lamenté en todos los idiomas posibles por haber sido tan tonto.
- ¿No se te acaba el espacio en el móvil o qué? -preguntó con desdén e indiferencia. Bajó la vista de nuevo al suyo y siguió mirando la pantalla sin hacerme caso. Al menos ahora me hablaba, aunque pareciera que no tuviera ni la más mínima gana.
- Siempre hay espacio para tus fotos.
- Eres un fetichista de hadas -respondió cuando me acerqué. Se movió para hacerme hueco y yo me tumbé a su lado. Olía a vainilla. Olía tan bien que cuando me miró de reojo yo tenía la punta de mi nariz rozándole el pelo. Disimulé con total normalidad y me incorporé, colocándome boca arriba con los brazos bajo mi cabeza. - A veces pienso que tienes un problema.
Y con eso no pude estar más de acuerdo. No respondí pero había clavado cada una de sus palabras. Tenía un problema. Tenía un enorme problema con él que ni sabía afrontar o solucionar. Jamás me había sentido de esa forma y la convivencia con Suga comenzaba a ser un placer torturador.
- ¿De verdad piensas que soy más feo que una escobilla de váter?
- Claro que no -lo respondió tan rápido que me costó asimilarlo. Le miré con los ojos abiertos de par en par y él sonrió levemente aún con la vista clavada en el móvil. - Nunca habría pensado que te importaran tanto esas cosas.
- Me importa lo que pienses de mí.
- Suelo pensar cosas buenas de ti -se sinceró. Me miró y rio muy dulcemente, casi en silencio. Yo aún me sentía muy extraño con tantos cumplidos repentinos. - Además, después de todo intenté tener sexo contigo. Tan feo no me debes parecer.
- Estabas drogado -recalqué molesto entre dientes. Era un detalle que me molestaba de sobremanera. Sin eso quizás las cosas habrían ido de forma diferente. - Te habrías tirado a Agustina si hubieras podido.
- Tan solo digo lo que pienso.
- Y yo digo lo que vi. Ni siquiera puedes acordarte. -volvió a ignorarme sustituyéndome por el móvil, aunque en verdad tenía yo la culpa por discutir en vez de aceptar esos inesperados cumplidos. Pero no podía controlarme. Había una incomodidad interior que hablaba por mí. - Si te pareciera atractivo te me habrías lanzado mucho antes.
- No he dicho que me parezcas atractivo, he dicho que suelo pensar cosas buenas de ti.
- ...
- Pero sí. Está bien. Me pareces atractivo.
- No me lo creo -volví a mi punto.
- No necesito ni me interesa que me creas. -fui a hablar para volver a quejarme pero levantó la vista otra vez del móvil, en esta ocasión mucho más bruscamente. De un momento a otro tenía el ceño fruncido y me miraba desafiante. - Además, por qué narices te interesa tanto lo que yo piense. Es mi opinión.
- Porque... -me miró interrogante, esperando una respuesta que ni siquiera yo encontraba en mi mente. Terminé encogiéndome de hombros al no poder formular palabra. Él rodó los ojos y yo cerré los míos. - Simplemente quiero gustarte. No sé por qué.
Agarré la pequeña tortuguita de plástico que reposaba en la cama junto a Suga y recostado en la cama empecé a jugar con ella. Aún tenía los ojos cerrados. Todo estaba negro y podía escuchar el sonido de ambiente y la respiración de mi compañero. Además, sentía las pequeñas patitas del muñeco en mi abdomen cada vez que las presionaba contra él. De repente el tacto de las patitas desapareció. Abrí los ojos y le vi agarrando el muñeco y mirándome serio.
- Deja de jugar con la gente -murmuró en voz baja.
- Agustina es una tortuga. De plástico. Completamente inerte -le miraba atónito, temiendo que no estuviera al tanto de aquella información. Sería increíble e increíblemente gracioso, más no imposible. Con Taehyung como amigo estaba preparado para cualquier cosa. - Lo sabes, ¿no?
- Lo sé.
Ahí terminó nuestra conversación. Colocó a Agustina al otro lado, como protegiéndola, y yo desistí. Tomaría el mejor ejemplo que me había dado esa mañana el peliverde y disfrutaría de un tranquilo baño con geles aromáticos. Necesitaba despejar mi mente, como de costumbre me sucedía cuando estaba con él.
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