'Isn't this great? The salty sea air, the wind blowing in your face.'
[Zico]
Con el tiempo había aprendido que era mucho más fácil sacar una expresión negativa de Suga que una positiva. Aunque a ser sinceros era difícil en general sacar cualquier expresión, se solía tener más victorias molestándole que sirviéndole como un perrito. Eso era así y así lo había ido aprendiendo yo a medida que nuestra convivencia se alargaba.
- No entres al baño en un buen rato –le advertí tras salir yo mismo de él y cerrar la puerta. Él, como de costumbre, estaba recostado en el respaldo de la cama con un libro entre sus manos. Esta vez la portada mostraba la cabeza de una mujer con el pelo alborotado y algo extraño en los ojos que no llegaba a ver bien del todo. Suga ni se molestó en emitir un simple sonido. Siguió leyendo como si no me hubiera escuchado, básicamente ignorándome.
Eso último también era costumbre, una que poco a poco comenzaba a convertirse en un reto a mis ojos. Tal como en ese momento, que en vez de desaparecer, me acerqué a su sitio, sentándome a su lado y ojeando por encima el libro que seguía leyendo. O intentaba, porque desde que había salido del baño no le había visto pasar una sola página.
- ¿Qué lee-
- Vamos a la playa –cerró el libro de repente, sorprendiéndome por completo con cada detalle de lo que acababa de hacer. Me miraba fijamente y yo no sabía como reaccionar. Si era una broma me había pillado por completo.
- ¿A-a la playa?
- A la playa –respondió con seguridad. – Cogemos un tren y llegamos en nada.
Él se puso de pie y comenzó a sacar y guardar cosas de su mochila. Yo seguía medio recostado en la cama sin saber que hacer, pellizcándome el brazo tan solo por si acaso. Cuando cerró la mochila y se la colgó del brazo, no me quedó más remedio que levantarme. Literalmente no sentía que hubiera otra opción que seguirle. Ni quería que la hubiera.
- Vale –fue lo único que respondí antes de agarrar una gafas de sol y un par de gorras. Le puse una a Suga antes y sonreí. Parecían gorras de pareja porque eran exactamente iguales a excepción del color de las letras. – Me gusta cómo te queda.
- Te estás riendo porque es naranja y mi pelo es verde –respondió sin inmutarse. Yo no me había percatado de ese gracioso detalle, pero al mencionarlo, mi sonrisa se extendió aún más y un par de carcajadas resonaron. – Eres idiota.
- Tan solo digo que me gusta como te queda –declaré colocándome las gafas de sol, ocultando el verdadero significado de mis palabras.
Suga salió por la puerta con su mochila a cuestas y yo con mi móvil y un fajo de billetes que me guardé en el pantalón. En la estación de trenes nos compramos un par de bañadores. El suyo era naranja y azul sin ningún solo dibujo decorándolo, y el mío era negro con infinidad de líneas multicolores y el dibujo de un porro en el trasero. También cogimos un pack de toallas naranjas a juego que me emocionaron infantilmente, al igual que las gorras. Suga seguía sin inmutarse más sin dudar ni un segundo de lo que estaba haciendo.
El trayecto en tren duró unos cuarenta y cinco minutos. Teníamos asientos en parejas y estábamos juntos como era obvio, aunque no me habría sorprendido que el peliverde se hubiera molestado en separarnos y colocarme junto a la persona más pedante del tren.
- La persona más molesta del tren eres tú –respondió cuando le comenté lo que pensaba. Yo fingí indignación, colocándome la mano en el pecho como si me impactara su respuesta, puesto que obviamente no lo hacía.
- Que desafortunado por tu parte entonces –dije cuando no vi ninguna respuesta a mi exagerada reacción. – Deberías pedir que te cambien asientos con alguien. Aquella mujer de allí parece encantadora, y su hijo tiene pinta de ser futbolista por las patadas que pega. Quizás saques contactos.
- Haré mi buena acción del día y te aguantaré yo mismo –volvía a estar con su cara puesta en entre las páginas del libro que hacía rato que no pasaba. O la letra era minúscula o no estaba avanzando ni una frase.
- Tú no haces esas cosas –me refería a las buenas acciones. Yoongi no hacía casi nada por obligación de una idea social, principalmente porque vivía en una sociedad que no le representaba. Eran normas sociales de humanos, no de hadas. Aunque algo me decía que tampoco estaría dispuesto a cumplir las de su especie.
- Empecé desde que te conocí. Aguantarte es una dura labor diaria.
- ¿Sabías que cuando mientes se te ponen las orejas rojas? –abrió muchísimo los ojos asustado y fue inmediatamente a cubrírselas. Yo reí demasiado alto para el lugar en el que nos encontrábamos y bajé el tono de inmediato. – Era mentira.
- ...
- Lo que tú has dicho digo –ladeó la cabeza desconcertándose más y más por momentos. Se notaba que no estaba seguro de querer mostrar sus orejas todavía. – Y lo que te acabo de decir también.
Después de eso toda su cara se puso roja y la escondió por completo tras el libro. Yo sonreí pero decidí no molestarle más. Comenzaba a rozar un límite y no sabía si traspasarlo sería bueno o malo. Llegué a la conclusión de que dormirme era lo mejor que podía hacer en el trayecto si no iba a poder hablar con mi compañero de asiento, así que eso fue exactamente lo que hice. Cuando me desperté estaba apoyado en su hombro y un poco de baba le había manchado el jersey que llevaba puesto. No mencionó nada de eso en todo el viaje.
Finalmente, tras un larguísimo trayecto en autobús en el que también me quedé dormido, pero en esta ocasión contra el cristal de la ventana, llegamos a la playa más vacía que había visto en mi vida. Quizás debido a que hacía bastante aire y no llamaba nada a meterse en el agua, pero a parte de nosotros dos, tan solo había una pareja de ancianas que a saber el tiempo que llevaban ahí sentadas.
Yo extendí las toallas y Yoongi fue a cambiarse el bañador a unos vestidores cercanos. Yo lo hice ahí mismo nada más terminar con mi primer cometido. Cuando apareció con una camiseta blanca de manga larga y el bañador hasta la rodilla, mi decepción debió ser bastante visible.
- No hace tanto frío como para llevar camiseta –observé.
- Ni tanto calor como para no llevarla –respondió audazmente. Ahí me había pillado. – Si lo que quieres es verme desnudo solo tienes que buscar en tu cabeza. Te recuerdo que vivimos juntos.
- Ni que viviéramos en un piso nudista.
- Sé que todas las veces que entras al baño mientras me ducho no es porque te quieras echar colonia. –le miré ofendido porque hubiera mencionado algo tan vergonzoso. Era tan cierto como que nunca veía nada debido a la maldita cortina en absoluto transparente.– Estás loco.
- Solo tengo curiosidad –como si quisiera regodearse frente a mis ojos, tumbado sobre la toalla, alzó ligeramente la camiseta sobre su ombligo y empezó a acariciarse el vientre con la yema de sus dedos. Tenía las manos tan maduras y elegantes que contrastaban muy peculiarmente con su cuerpo pequeño y frágil a simple vista. – Parece que eres de porcelana.
- Podría romperme como tal. Puedo estallar en pedazos en cualquier momento.
- ¿Estallar? –asintió sin dejar de acariciarse alrededor del ombligo. Ese gesto no se iba de mi mente. Aunque estuviera pendiente de la conversación una parte de mí prestaría atención de forma inconsciente a su mano, como si fuera hipnótico. En cierto modo lo era. – ¿Hablas en serio?
- Es una de las formas en las que podemos morir. Sale en varias películas de vuestro mundo.
- ¿Hadas explotando? –negué con mofa – lo dudo.
- Muriendo. No estallan pero sí se mueren. Creo que en vuestras películas se apagan o algo así. –esta vez fue él quien sonrió con ligera prepotencia. – Es curioso como maquilláis cosas horribles para poder hacer películas de niños. Podríais hacerlas tan crudas como realmente son y vendérselas a un público más adulto.
- ¿Hadas que se apagan? – fruncí el ceño intentando darle sentido a todo lo que decía. Intentando hilar todas las pistas que estaba recogiendo mientras hablábamos. Al final una pequeña opción apareció en mi mente. – ¿Te refieres a lo de decir 'no creo en las ha...
- Puedes terminar la frase. No voy a morirme. –aún así no la terminé. Prefería mil veces más no arriesgarme, aunque él me hubiera asegurado que nada sucedería. Quien iba a imaginar que un día yo iba a empatizar con la novia de Peter Pan. – Funciona solo si dices mi nombre. Mi verdadero nombre.
- ¿Te acuerdas de tu verdadero nombre? –eso sí que me pilló por sorpresa. Asintió y yo me senté inmediatamente en mi toalla, con las piernas cruzadas y una expectación que no cabía en el cuerpo. Y si no estaba lo suficientemente impresionado, sin previo aviso comenzó a descender su bañador hasta mostrar su pelvis completamente depilada. No se me ocurrió decir otra cosa a parte de esa. – ¿Te depilas?
- Las hadas no tenemos vello púbico. No nos desarrollamos de la misma forma que los humanos. –me quedé callado, mirándole a los ojos, haciendo un gran esfuerzo por no bajar la vista y parecer un pervertido. – No. No me depilo. Y eso no es lo quería enseñarte. –bajé inmediatamente los ojos tras haber percibido esa última frase como un permiso para seguir mirando. Estaba maravillado. Era como si Yoongi fuera una montaña de nieve y aquella zona fuera la más virgen de todas, completamente intacta. No había exagerado ni un poquito al decir que parecía de porcelana. – Mira esto.
- ...
- Yoongi – leyó en voz alta– O así es como sonaría en vuestro idioma.
Supuse que estaba leyendo porque lo que me estaba mostrando era un tatuaje de una especie de jeroglíficos o símbolos. No eran letras occidentales ni de ningún idioma que recordara. No conseguía ubicarlas en ningún lado, por lo que supuse que sería algo no conocido por la raza humana. Hice amago de acercar mi mano a tocarlo pero la aparté de inmediato sin incluso haber avanzado.
- ¿Es tu nombre? –asintió – ¿Te has tatuado tu nombre? –esta vez negó. Yo lo veía en un segundo plano porque en ese momento mis ojos solo conseguían enfocar la pequeña palabra indescifrable a mis conocimientos. Más el sonido se me había quedado guardado. – Yoongi...
- No me lo he tatuado. Nací con él. Todas las hadas nacen con uno. –antes de permitirme hablar de nuevo, me interrumpió elevando el tono con cansancio. – Sí, sí, ya sé que te mentí. No quería decirte mi nombre y ya está. –parecía incómodo desvelándome la verdad. O quizás incómodo por haber mentido. De cualquier manera no paraba de jugar nerviosamente con los cordones de su bañador. – Puedes tocarlo si quieres.
Y no lo pensé dos veces antes de hacerlo. Quizás debería haber sido más respetuoso y haber declinado aquella tentativa oferta, pero no lo hice. Fui directo a posar mis dedos sobre lo que parecía tinta. Cuando lo rocé, se iluminó y yo me asusté. Él peliverde no dijo nada, tan solo apartó la vista, y yo tampoco lo mencioné. Me centré en el suave tacto y la inexistente diferencia entre las letras y su piel. Era una continuación. Era igual de suave y perfecto que cada centímetro de su cuerpo. Era tan blanco que no parecía real. Definitivamente demasiado perfecto para ser humano.
- Si dices lo de antes seguido de mi nombre me rompería para siempre –soltó unas amargas risas que me devolvieron a la realidad. Aparté rápidamente los dedos y me incorporé casi como si hubiera recibido una orden. – Estallaría en pedazos.
- ¿Cómo? –empecé a asustarme. No quería tener esa carga. De un segundo a otro me sentí la persona más torpe y peligrosa del mundo. Me dio miedo hasta abrir la boca para formular la siguiente frase. – Haz que me olvide. No quiero saberlo. –Suga me miró sorprendido. – Utiliza tus poderes o algo. Haz algo.
- Te he dicho mil veces que no tengo poderes –respondió por inercia porque su rostro parecía más interesado en todo lo demás que yo acababa de decir. – Y no puedo hacer eso. No puedes olvidar algo que ya sabes. Sobretodo cuando quieres olvidarlo.
- ... –me quedé en silencio bastante rato. Eché un vistazo a la palabra grabada en su cuerpo y él disimuladamente volvió a colocarse adecuadamente el bañador. También bajo su camiseta y el pálido vientre quedó cubierto. – ¿Por qué has hecho eso? –solté angustiado. – ¿Por qué me lo has dicho?
- Pensé que querías saberlo.
- No si implica poder matarte.
- No vas a matarte.
- Tú mismo lo dices, soy un idiota. Podría equivocarme –me quedaba sin aire al hablar de lo rápido que soltaba las palabras. Se subían unas encima de otras y mi garganta se secaba por la velocidad con las que las pronunciaba. – Podría matarte en cualquier momento.
- No vas a matarte.
- No quiero ni tener esa posibilidad de hacerlo.
Todo mi cuerpo estaba en tensión. Estaba desesperado y no había vuelta atrás. Ahora era un peligro para Yoongi. Para Suga. Ni siquiera quería pensar en el nombre. Me daba pavor recordar hasta sus símbolos. Jamás habría imaginado que unas simples palabras podrían ser un arma tan grande.
Por todo ello me sorprendió la calma que expresaban sus ojos cuando le miré desesperado. Tan solo sonrió y se volvió a tumbar en la toalla sin dejar que esa apacible y pequeña sonrisa desapareciera de su rostro. Se puso mis gafas de sol y tan solo añadió.
- No tengas miedo. No vas a matarme. Estoy seguro de ello.
Luego se durmió tan tranquilo mientras yo temblaba por como había cambiado el poder de mi persona en tan solo unos segundos y todo lo que eso significaba. Ahora podía matarle sin siquiera pestañear, ahora era un peligro para él y el muy orgulloso ni lo aceptaba. ¿Qué pretendía con esto? ¿Ponerme a prueba? Quizás se quería suicidar y revelarme ese punto débil era la forma con la que iba a hacerlo, porque eso era lo que acababa de hacer. Un suicidio.
No abrí la boca en esas tres horas en las que le peliverde estaba durmiendo. Incluso la pareja de ancianas se terminó marchando y yo me quedé sentado, sobre la toalla, mirando a mi compañero con el sonido del mar de fondo. De alguna forma solo eso consiguió calmarme. Con el paso del tiempo mi cabeza empezó a despejarse y aquel nombre maldito fue apartado a un rincón de mi mente que evitaría tocar con todas mis fuerzas. Al final los pensamientos que me rondaban volvían a ser los mismos de siempre, y cuando se despertó volvió a sorprenderme sonriendo por lo mucho que me gustaba mirarle.
Mientras recogíamos nuestras cosas e intentábamos deshacernos de toda la arena que se nos pegaba, el sol fue desapareciendo. Antes de darnos cuenta la noche se había echado sobre nosotros y la playa era incluso aún más bonita que cuando habíamos llegado. Advertí a Suga sobre el bus y que deberíamos irlo cogiendo si queríamos llegar a tiempo a la estación de trenes.
- Esta noche dormiremos en algún hotel de la zona –dejó la toalla de nuevo en el suelo y empezó a quitarse la camiseta. Todo lo que acabábamos de recoger terminó también entre los montones de arena mientras yo seguía cada prenda con la mirada como si no pudiera creérmelo. – Ahora tengo ganas de bañarme.
- ¿Bañarte ahora? –asintió y empezó a caminar dejándome a su espalda. – ¡Pero el agua estará helada! ¡Oye! –seguía ignorándome. O quizás no me escuchaba. De cualquier manera seguía dirigiéndose al oscuro mar y en absoluto apetecible con la temperatura que hacía. Ya tenía frío fuera del agua no quería imaginarme ni metiendo un dedo del pie, y aun así terminé dejando también mis cosas en el suelo– ¡EH, ESPÉRAME!
Mi ropa fue cayendo por el camino, siento lo último en quitarme mi gorra a juego con la suya. La lancé bien lejos y haciendo acoplo de todas mis fuerzas dejé que la siguiente ola me cubriera los pies. El chillido que pegué se asimilaba más al de un pollito que al de un humano. Me giré inmediatamente para huir pero antes de poder hacerlo una mano me agarró de la muñeca y me arrastró hacia mar.
- ¡Joder! –lo primero que dije al sacar mi cabeza a la superficie. Tenía el pelo mojado en toda la cara y aunque hacía acoplo de todas mis fuerzas para marcharme, una persona agarrada a mi espalda con piernas y brazos me lo impedía. – ¡Está helada! ¡Suga suéltame!
- Eres un débil –me susurró junto al oído, más a pesar de todo inmediatamente me liberó, haciéndome tropezar y hundirme torpemente de nuevo entre las frías olas. Al salir se estaba riendo sin vergüenza alguna de mí. Estaba guapísimo con el pelo mojado hacia atrás y aquella enorme sonrisa en la cara. – Tampoco está tan fría.
- Seguro que parece que me he echado pintalabios morado – me acerqué a él, pensándome mejor lo de salirme del agua. Ahora que pensaba con claridad era consciente del privilegio de momento que me estaba permitiendo compartir con él. No podía desperdiciarlo simplemente por sentir que me encontraba desnudo en pleno Ártico.
- Oh –me miró los labios y sonrió de nuevo. Yo me quedé bizco e hice un extraño puchero intentando vérmelos. – Pues tampoco te queda mal ese tono. Deberías usarlo más a menudo.
- Quizá debería patentarlo como 'Tono muerte por congelación' e invertir las ganancias en mantenerme calentito el resto de mi vida –mientras hablaba no podía dejar de pensar en que quería que me abrazara de nuevo. Primero porque hacía un frío horrible y segundo porque no existía situación alguna en la que quisiera rechazar ese tipo de contacto con él. En general muy pocos contactos rechazaría de él. – O podría enfadarte.
- No podría calentar el mar entero por mucho que me enfadaras.
- ¿Seguro? –avancé unos centímetros y le salpiqué de improviso con agua. Se quedó de piedra, limpiándose la cara con el dorso de la mano, muy serio. Incluso parecía que se le había oscurecido la mirada, pero no daba miedo. Seguía resultándome tierno.– Con que se caliente esta zona a mí me vale.
- Eh, mira allí –como idiota miré hacia el lugar que señaló y cuando no vi nada y volví a mirarle sin comprenderle en absoluto, me escupió todo el agua que acababa de guardar en dentro de su boca. Esa si que estaba caliente en comparación a la del mar. Me quedé sin poder reaccionar un par de segundos y luego sonreí y me relamí los labios. Suga dejó de reírse y rodó los ojos.– Estás mal de la cabeza.
No le dio tiempo a quejarse de nuevo porque sin preocuparme en buscar un cebo de distracción, llené mis mejillas con agua salada y me lancé a por él. Ni se pensó dos veces el huir nadando. Yo reía y él me insultaba por lo que nuestra velocidad y técnica eran pésimas más no me importaba lo más mínimo porque me estaba divirtiendo. Finalmente le conseguí agarrar de un pie.
- ¡Ya te tengo! –tiré de él hundiéndole bajo el agua pero cuando fui a sacarle sentí como mi mano había dejado de tener contacto con él. Me las miré y las encontré completamente vacías. – ¿Suga? –ladeé la cabeza desconcertado y empecé a buscar por mi cuerpo para ver si se había enganchado con algo. Al no encontrarle me sumergí debajo del agua y abrí los ojos intentando ver algo.
Era imposible, estaba demasiado oscuro como para ver siquiera mis propias manos. No tardé en empezar a preocuparme y antes de darme cuenta estaba rezando para encontrarle. Rezaba porque abriera las alas y mostrara alguna luz que me pudiera indicar su posición o algo, me agobiaba demasiado no poder ni escucharle. Había desaparecido.
- ¡A-ah! –de la nada una mano se agarró de mi bañador. Pegué un grito asustado e inmediatamente le alcé agarrándole por debajo de sus brazos. El peliverde empezó a toser agua y a apartarse el pelo de la cara. Yo seguía sujetándole con fuerza, casi olvidándome de la preocupación de minutos antes gracias al alivio. – Ha sido una pésima idea hacerme pequeño.
- ¿Casi te ahogas por escapar de mí? –no sabía si llorar y tomármelo a risa porque en realidad tan solo estábamos jugando. O quizás no. Quizás realmente no quería tener ni un mínimo contacto conmigo. Si ese era el caso debía estar pasándolo fatal en esos momentos porque lo tenía completamente pegado a mí y después del susto no tenía ni mínima intención de soltarle. – Tú sí que estás mal de la cabeza.
Nos miramos fijamente unos segundos y sin poder controlarlo, ambos nos echamos a reír como dos locos. Aún así seguí sin separarme de él hasta que llegamos de vuelta a la orilla, donde me pidió que le llevara a las toallas porque le daba pereza caminar y yo acepté encantado. Una vez allí, tumbados sobre estas, él llamó al hotel más cercano para reservar un cuarto y yo me quedé mirando el cielo. Había tantas estrellas y eran tan bonitas que me molestó no haberme dado cuenta de ellas antes.
- Nunca había visto tantas estrellas juntas –murmuré sin pensar. – Casi me hacen olvidar el frío que hace –tuve otro de los muchos escalofríos que aparecieron tras salir del mar y me cubrí más con la toalla. Suga se estaba secando al aire y me miraba disfrutando de la escena. A veces se me pasaba por la mente que fuera sádico y le gustaba verme sufrir o algo por el estilo. – Debo tener los labios azules.
- ¿Una o dos habitaciones? –preguntó ignorando todo lo que acababa de decir. Fruncí el ceño pero terminé levantando el índice para indicar el número. Él se lo dijo y volvió a esperar. No tardó mucho en preguntar de nuevo. – ¿Una o dos camas? –volví a levantar el dedo índice, solo que de la emoción levanté uno en cada mano y entendió mal. – Dos cam-
- ¡NO! –saqué la mano del bollo que me acababa de hacer con la toalla y me lancé sobre él a agarrar el móvil. Cuando tuve el aparato en mi mano ni me preocupé de la forma en la que estaba placando a mi compañero, solo quería hacer mi pedido. – ¡Una cama! ¡Una! ¡La más pequ-
- Dame eso –me negué y empezamos a forcejear como dos inútiles por el móvil. Como era de esperar terminó recuperándolo y tras mirarme alzando una ceja canceló mis palabras, volviendo a pedir dos camas individuales. Yo golpeé dramáticamente la arena por mi derrota.
Estuvimos una hora más en la playa sin hablar mucho. Mirábamos el cielo y él mar, y luego la lista telefónica de taxis para que uno viniera a recogernos y nos llevara al hotel. Cuando llegó, Suga estaba tan cansado que me pidió un hueco en el pequeño bolsillo de mi camiseta y tras hacerse pequeño se durmió ahí. Yo aprovechaba para mirarle y deleitarme con su adorable imagen durmiendo. La podía haber presenciado miles de veces y seguía sin cansarme.
Finalmente entramos al cuarto y cual fue mi sorpresa al encontrarme una única cama en medio de la habitación. No salté de alegría para no despertar al peliverde e incluso busqué alguna cama escondida para no hacerme falsas esperanzas. Pero no me las iba a hacer porque lo que estaba sucediendo era el milagroso destino poniéndose de mi parte por primera vez en la vida.
- Creo que se han equivocado y al final nos han puesto solo una cama –expliqué en voz muy baja para no asustarle si se despertaba. Lo saqué de mi bolsillo y tras abrir la cama le metí con cuidado en ella. Él estaba medio grogui y asentía a todo sin hacerme mucho caso. Bajé la intensidad de las luces del pequeño cuarto y comencé a desvestirme. Suga seguía tirado en la cama con el bañador húmedo aún puesto y la camiseta blanca de manga larga. Tenía todo el pelo despeinado y olía a mar. – No sé por qué has decidido hacer todo esto hoy pero me alegro de que haya sido conmigo – Apagué las luces y me metí con él en la cama. – Me lo he pasado muy bien.
- Mh –esbozó una especie de gruñido adorable y se revolvió entre las sábanas. – ¿Por qué solo hay una cama?
- Se habrán equivocado. Te lo he dicho antes. –mordí mi labio y le miré de reojo aunque con la oscuridad no pudiera ver nada en absoluto. Él parecía tranquilo y debía estarlo realmente porque no se molestó. Casi se olvidó al instante de ello.
- Está bien –de repente se acercó a mí y me agarró del brazo como si de un peluche se tratara. Yo me quedé en completa tensión al no habérmelo visto venir por ninguna parte. Una parte de mí hasta sospechaba que no era él y solo alguien que se le parecía en la voz. Poco a poco yo también me acomodé y arrimé ligeramente a su cuerpo.
Inspiré profundo y me llené con ese olor a mar. Era tan agradable que mientras se me cerraban los ojos por el sueño deseé que ese momento no terminara nunca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro