'A spoonful of sugar makes the medicine go down'
[Suga]
Sin a penas darme cuenta pasaron casi cuatro meses desde que empecé a vivir con Jiho. Realmente el tiempo había volado y me agobiaba solo pensar que con ello se acercaba cada vez más el día en el que tuviera que marcharme.
No es que hubiera una fecha puesta o un día concreto, pero yo sabía que ese momento existía. Sabía que tendría que despedirme de todo lo que llevaba formando este tiempo, y una parte me empujaba a acabarlo yo mismo en ese instante antes de que se volviera más doloroso. Obviamente nunca llegaba a hacerlo y quizás era porque había perdido la voluntad de marcharme por mi propia cuenta.
- ¡La calculadora! –alejé el móvil de mi oreja al escuchar la angustiada voz del rubio al otro lado de la línea. – ¡Está en el cajón de los sobres de azúcar!
- ...
- ¡Es urgente! ¡Es una urgencia de las grandes! ¡Una grandísima urgencia!
- Deja de gritarme.
- ¡NECESITO LA CALCULADORAAAA!
Colgué el móvil y me tumbé en la cama. Sí, ahora tenía móvil. El desgraciado de Jiho insistió en comprármelo por si en alguna ocasión necesitaba ayuda. Pensé que se refería a mí, pero por las recientes situaciones era más que obvio que lo hizo para que yo estuviera las veinticuatro horas a su servicio. Y lo peor de todo es que ahora me mandaba absolutamente todos los videos que quería y yo no podía bloquearle porque se lo había prometido antes de saber las consecuencias.
Aún con todas esas, tampoco tenía nada mejor que hacer. Ser su sirviente personal era muchísimo mejor que pasarme el día entero sin hacer absolutamente nada además de estar tumbado despierto o tumbado dormido.
Por ello, cuando volvió a llamar, pulsé casi de inmediato el botón de aceptar.
- Perdón –fue la primera palabra que escuché. Rodé los ojos y esperé a las siguientes. – Necesito que me traigas la calculadora al examen. Está en el cajón de los sobres de azúcar.
- ¿Guardas la calculadora ahí normalmente? –pregunté mientras me dirigía a cogerla. Efectivamente entre los cincuenta sobrecitos que llenaban el espacio, se encontraba el aparato matemático. Lo agarré y guardé en mi bolsillo. – ¿Quieres algo más?
- No recuerdo por qué la puse ahí pero estoy seguro de que tenía un motivo –respondió. Podía imaginar su ceño fruncido mientras intentaba recordarlo. – Bueno, da igual. Y sí. Si puedes traerme un sobre de azúcar te lo agradecería muchísimo.
- Está bien.
- ¡Que sean dos!
- Ok.
- ¡Tres! –escuché de fondo varias voces y aparté de nuevo el móvil de mi oreja. Sin pararme a escuchar más, guardé unos diez sobres en el otro bolsillo y fui directo a salir por la puerta sin molestarme en lo que estuviera hablando el rubio por la línea. Cuando subí de nuevo el móvil pude atisbar a escuchar el final de alguna frase. – ...sino no servirían para nada, ya lo sabes.
- Ahá.
- ¡Perfecto! ¡Aquí te espero! –colgó y yo me quedé con el móvil, parado en el portal, esperando que el idiota rubio volviera a llamarme. Lo hizo a los diez segundos. – ¡Te paso la dirección por mensaje! ¡Aquí te espero! –rodé los ojos y esta vez sí que guardé el móvil mientras me dirigía a la carretera para parar al primer taxi libre que viera.
El primer taxi libre que vi resultó ser un hombre que me dio la misma confianza que un plato de cactus con nata. Bajé la mano disimuladamente y esperé al segundo. Este tampoco me daba muy buena espina, pero por el bien de Jiho y su futuro o el motivo para el que necesitara la maldita calculadora, decidí resignarme a subir a ese coche. Una vez dentro busqué la dirección que me había mandado el rubio y se la mostré al conductor.
Y finalmente después de un trayecto de casi veinte minutos en silencio llegamos al destino. Le pagué el doble de lo que había costado principalmente porque esos veinte minutos en silencio sin que hubiera intentado comenzar una conversación conmigo me habían sorprendido muy gratamente. También se lo di porque tenía los bolsillos llenos de sobres de azúcar y no había sitio para los billetes.
Cuando me giré hacia la entrada de lo que supuse que era la escuela de Jiho, apareció el mismísimo en la puerta, corriendo hacia mí como si le fuera la vida en ello. Yo agarré la calculadora y varios sobre de azúcar y estiré las manos para que se detuviera antes de arroyarme.
- ¡GRACIAS! –exclamó agarrándolo todo. Yo asentí y a él no se le ocurrió nada mejor que proseguir su agradecimiento agarrándome y alzándome al aire. Apreté los dientes frustrado por esa muestra pegajosa de afecto pero decidí no decir nada y esperar a que me dejara en el suelo, donde pudiera apoyar un pie en la tierra y patearle la entrepierna con el otro. Tampoco hice esto último, aunque me hubiera encantado. – ¡Muchísimas gracias!
- No me vuelvas a levantar. Todo el mundo nos mira ahora por tu culpa.
- Ya te he dicho que yo no elegí ser tan guapo –me revolvió el pelo y ahí sí que no me resistí a expresar mi desagrado pisándole el pie con fuerza. – ¡Ouch! –saltó un par de veces sobre el pie intacto pero no me preocupó en absoluto, porque inmediatamente volvió a posarlo sobre el suelo y abrió uno de los sobres de azúcar. Pensé que iba a comérselo, pero para mi sorpresa empezó a esparcirlo por su alrededor. No le pregunté nada pero mi cara debía decirlo todo, porque inmediatamente se puso a explicarme la situación. – Es para atraer la buena suerte.
- ...
- Tengo un examen ahora.
- Lo supuse por la calculadora.
- Supusiste bien. Y lo del azúcar va a funcionar seguro, así que deja de mirarme con esa cara.
- Te miro con esta cara porque eso se hace con la sal y da mala suerte. Y no soy el único que te está mirando con esta cara.
- Ya sé que con la sal es mala suerte.
- Dime que no has llegado a la conclusión de que entonces con el azúcar será buena –por como sonrió y se echó otro sobre supuse que había dado en el clavo. Rodé por probablemente quinta vez los ojos y me aparté para no salpicarme con los polvos. – Es exactamente lo que has pensado.
- Luego veremos si funciona –se limpió el pelo y guardó la calculadora en su bolsillo. – ¡Espérame aquí y luego te invito a comer!
- ¿Cuánto vas a tar-
Ni siquiera llegó a escucharme porque echó a correr como un desquiciado. Tampoco se lo tuve en cuenta. En verdad estos días no le tenía en cuenta nada porque sabía que eran los últimos exámenes de su último curso y probablemente aunque sonreía cada vez que me veía, por dentro estaba lleno de agobio. Era Jiho. Con el tiempo me había percatado de que en pocas ocasiones mostraba otra expresión que no fuera una alegre, pero eso no significaba que sintiera alegría constantemente.
Los humanos eran complicados y el que me había tocado por compañero de piso, aún más.
Pero me gustaba. Quizás es porque me había acostumbrado y yo no era una persona de cambios, pero de lo que más me iba a costar despedirme era de él. Le había terminado cogiendo cariño. Incluso cuando me sacaba de quicio no conseguía enfadarme cien por cien. Cada vez Jiho iba convirtiéndose más en Zico y no sabía si eso era bueno o malo.
Al cabo de casi una hora salió el rubio seguido de varios compañeros de clase. Era el menos forma de todos y mientras algunos que lo rodeaban iban orgullosamente cubiertos de azúcar, otros se apartaban molestos tal y como yo había hecho minutos antes. Al verme, vino corriendo hacia mí.
- ¡El azúcar ha funcionado! –exclamó emocionado metros antes de llegar a mí. Luego volvió a repetirlo a dos centímetros de mi nariz. – ¡Ha funcionado, Suga! ¡El azúcar ha funcionado!
- ¿Te ha salido bien el examen?
- Que va. No me sabía ninguna pregunta.
- ...
- ¡Pero al profesor de guardia le ha dado un ataque de tos y Yukwon me ha cambiado el examen y respondido a la mayoría de preguntas! –disimulé mi sorpresa, aunque Jiho tuviera razo y a eso sí que se podía llamar un golpe de suerte. Sonreí contagiado por su alegría y levanté el pulgar en reconocimiento a su esfuerzo en aprobar sin haber estudiado ni un mínimo.
- Quiero tacos.
- ¿Ah?
- La comida a la que me ibas a invitar.
- ¡Cierto! –se giró hacia sus amigos y con gestos empezó a despedirse. Las respuestas de estos fueron gestos obscenos o corazones. Supuse que lo hacían por algo sucedido anteriormente durante el examen por lo que decidí no hacer ni caso. Al menos hasta que Jiho abrió la boca y me pidió exactamente lo que yo pensaba hacer de forma automática. – No les hagas ni caso.
- ¿Hay algún motivo por el cual debería importarme? –pregunté picado por la curiosidad. Él sacó el dedo y tras darle la espalda a su grupo de amigos me rodeó con el brazo y echó a andar, medio arrastrándome con él. A mí me resultó incluso más cómodo de esta forma. Terminé casi recostado en su brazo sin hacer ni el mínimo esfuerzo por mantenerme de pie.
- En verdad no –suspiró y terminó quitando el brazo a los pocos minutos, cansado de sujetarme. Yo también suspiré decepcionado por tener que sostenerme a mí mismo a partir de ese momento, pero no me quejé. – Lo hacen porque son idiotas y aún piensan que me gustas.
- ¿No te gusto?
- No en ese sentido.
- ¿Piensan que estás enamorado de mí? –una divertida sonrisa se asomó por mis labios y él apartó la vista avergonzado, fingiendo indiferencia. Ahí si que no pude aguantar mis carcajadas. – Piensan que estás enamorado de mí, no puedo creerlo.
- No lo estoy.
- Por algún motivo lo pensarán.
- Porque son idiotas.
- ¿Y no será porque es verdad?
- ¿Y no será que ahora te vas a invitar tu mismo a los tacos? –entró al puesto de comida ignorándome y dejándome atrás. Yo me quedé helado sin saber como reaccionar. Incluso me entró miedo de que se hubiera molestado en serio.
- Oy-
- Era broma –volvió a rodearme con un brazo y giró poniéndome de cara nuevamente a la calle. Al parecer había tardado más de lo esperado en reaccionar porque el rubio ya estaba con una bolsa que desprendía un delicioso olor. Le miré extrañado y él sonrió. Por suerte no estaba molesto. –Hice el pedido antes de entrar al examen. Gracias por recordármelo.
- Agradécemelo dándome uno de esos tacos –rio pero hasta que nos sentamos en un banco de una plaza cercana no abrió la bolsa de comida. Por suerte toda esa espera no duró más de un minuto. – Por cierto. Siento si te ha molestado lo de antes.
- ¿El qué? –cogió el burrito que él había pedido y se metió casi la mitad en la boca. Casi ni podía masticar de lo llena que la tenía. – Nomah oleztado dadah.
- Lo de tus amigos me refiero.
- ...
- Lo de que estabas enamorado de mí, pedazo de amnésico.
- ¡AHHHHH! –se atragantó con el trozo que aun tenía dentro y empezó a toser como un descosido. Suspiré y mientras él intentaba no morir, busqué una botella de agua en la bolsa y tras abrírsela se la tendí para que pudiera tragar esa bola de burrito y babas. Lo consiguió al cabo de un rato. Sin sorprenderme, siguió hablando como si nada hubiera sucedido. – No me había molestado.
- ¿No?
- No. Es verdad.
- ¿Qué?
- Que es verdad. Mis amigos tienen razón. –me quedé de piedra con el taco a medio comer en la mano. Mis labios aún estaban abiertos aunque no pensara dar ningún bocado a la comida. Realmente no podía reaccionar tras escuchar esa declaración. Sonaba como una. Seguramente era una. No podía asimilarlo. – Estoy enamorado de ti.
El taco cayó de mis manos y antes de tocar el banco el rubio lo cogió al vuelo. Intentó acercarlo a mi boca pero yo seguía sin reaccionar. No sabía como sentirme. No sabía que hacer. Era la primera vez que alguien se me declaraba en toda mi existencia y solo tenía ganas de desaparecer.
Y antes de darme cuenta eso fue lo que hice.
Inconscientemente debí volverme pequeño porque mi perspectiva cambió por completo y ahora Jiho y el taco que sujetaba con su izquierda eran de mi mismo tamaño. Toda mi cara se puso roja y me entraron ganas de llorar por no poder administrar todo lo que estaba sucediendo.
Pero entonces todo volvió a la normalidad con un simple detalle. Las carcajadas de Jiho. Las enormes y sonoras carcajadas del idiota teñido de rubio que me miraba cual gigante con un taco enorme a centímetros de mi cara. Se reía tanto que mi cara adquirió incluso un tono aún más rojo por la rabia. Miré a mi alrededor para comprobar que nadie nos estuviera mirando y cuando estuve seguro, volví a mi tamaño normal.
- ¿Era una broma? –él asintió entre risas incapaz de articular palabra. Yo miré mi taco y se lo quité de las manos. Pensé en darle un mordisco pero luego me retracté. Agarré también lo que le quedaba de burrito y se lo estampé en la frente. – Esto también es una broma.
- ¡OYE! –me fui a levantar pero me agarró de la camiseta y me lo impidió. Cuando me giré y le vi cubierto de salsa con un trozo de masa en el puente de la nariz y lechuga descendiendo por su cuello, de nuevo el enfado hizo como solía hacer en todas mis ocasiones con él. Disminuyó. – Perdón. Era una broma.
- Tu existencia es una broma.
- Debería ser yo el indignado –se quejó mientras agarraba las servilletas que le tendí tras sentarme de nuevo en el banco. Aún me costaba mirarle directamente. No quería ni plantearme cuales habían sido mis sentimientos tras su declaración. No lo había analizado en ese momento y menos lo haría ahora que no servía de nada. – Me has tirado el burrito y parecía que querías morirte cuando me he declarado. Menuda cara has puesto.
- ¿Qué te esperabas? –respondí molesto. Por suerte él había recibido mi reacción como un completo rechazo. Quizás así había sido. – Me he quedado en shock.
- Ni que yo estuviera tan mal.
- Tienes burrito en la frente.
- Estoy para comerme –bromeó. Sonreí divertido y como por arte de magia todo volvió a la normalidad. Ese miedo que había sentido segundos antes ya no estaba. Era una broma. Había sido una broma. La peor broma que me habían hecho nunca, pero solo eso. Una broma. – Perdón si te molestó.
- No me molestó.
- Sí lo hizo. Debe repugnarte la idea de tener algo conmigo –volvió a reír, aunque esta vez más amargamente. Yo rodé los ojos e intenté ignorarle. Verdaderamente no quería seguir pensando en ese tema. Quería olvidar uno de los peores momentos de mi vida cuanto antes. – Es una pena.
- ¿Una pena?
- Una pena para mis amigos. Se llevarán una gran decepción.
Le golpeé en el brazo y reí. Luego metí lo que me quedaba de taco en su boca y cambié lo más rápido que pude de conversación. Hablamos de su examen y el azúcar. Hablamos de mil cosas más, pero en ninguna de ellas permití que saliera un debate sobre mi reacción. Quizás Jiho estaba equivocado y yo no quería comprobarlo. Todo había sido una broma. No valía la pena.
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