Capítulo 5 | Pecera pequeña y pantalla rota
Anakin
—De modo que... —comenzó Jonas cuando ambos dejaron atrás la oficina del director Presley después de haber rellenado los formularios—... ¿eso que llevas en las manos es una escalera azul?
—Es «escalar» azul, no «escalera» azul —lo corrigió Anakin, caminando con extremo cuidado para no hacer movimientos que perturbaran la tranquilidad del pez dentro de la pequeña pecera.
—¿Y el director Presley te lo dio a cambio de que aceptaras ser mi tutor?
—Sí.
—Bueno, supongo que tiene sentido pero... ¿por qué un pez?
Anakin se encogió de hombros.
—El director Presley sabe que me gustan los peces.
—Ya. —Jonas se rascó la nuca—. ¿Y qué piensas hacer con él?
—Lo pondré en la pecera que tengo en mi habitación.
—¿Tienes una pecera en tu habitación?
—Sí —respondió Anakin, deteniéndose a mitad del pasillo—. ¿Quieres verla? —preguntó, aunque no esperó una respuesta. Le tendió la pecera cuadrada a Jonas, que parpadeó desconcertado—. Sostén esto —dijo, obligándolo a tomarla para poder sacarse el teléfono del bolsillo—. Aquí, mira.
Lo que le mostró fue una serie de fotografías que él mismo había hecho de su pecera en las que se podía apreciar con muchísima claridad la inmensa pecera que ocupaba gran parte de su habitación.
—Joder, es la pecera más grande que he visto en mi vida —confesó. Su comentario hizo que las mejillas de Anakin se estiraran en una sonrisa apenas perceptible. A su lado, Jonas lo miró fijamente sin parpadear—. Es.... —balbuceó, incapaz de apartar la mirada de sus labios—... muy hermoso.
Anakin se guardó el teléfono en el bolsillo para recuperar su escalar azul.
—Gracias.
Jonas caminó junto a él un rato más, avanzando despacio por el pasillo vacío para ir a su ritmo.
—Entonces, ¿cuándo nos vamos a ver? —preguntó—. El entrenador Anderson me dio sólo tres meses para mejorar mis notas. Dime la verdad, ¿crees que es posible que mejore en ese tiempo?
Anakin se detuvo frente a su casillero para agarrar su mochila.
—Primero necesito hacerte una prueba para darme una idea de qué tan mal está tu coeficiente intelectual —respondió—. ¿Te parece bien que nos reunamos mañana una vez que terminen las clases?
—Sí, cuanto antes mejor.
—Bien. En ese caso, te veo mañana.
—¿Dónde? —preguntó Jonas, apoyándose en el casillero contiguo con los brazos cruzados a la altura del pecho—. Tenemos que reunirnos en un sitio al que no vayan muchas personas.
—¿Por qué? —preguntó Anakin.
—Porque no quiero que me vean contigo.
—Hmm.
Jonas se acercó un poco más a él.
—¿Qué pasa?
—Me parece que estás olvidando un pequeño detalle.
—¿Ah, sí? —Jonas se acercó todavía más—. ¿Y qué pequeño detalle estoy olvidando?
—Soy gay.
Jonas lo miró sin entender.
—Si te acercas demasiado a mí, te contagiaré.
Y, con esas sencillas palabras, Jonas se apartó bruscamente de él. Su exagerada reacción complació placenteramente a Anakin, cuya sonrisa se profundizó al casi verlo dar un traspié.
—Joder, ¿te estás burlando de mí otra vez?
—Mañana. Después de clases. En la biblioteca del centro.
—Que te jodan, no voy ir.
Anakin se encogió de hombros.
—No me importa si no vas, a mí de todas formas me van a pagar.
Dicho eso, cerró su casillero y echó a andar hacia su última clase del día a la velocidad de un caracol. Maldiciendo en voz baja, Jonas lo siguió; los dos tenían Historia de Estados Unidos. Al llegar al salón, la profesora Dobson les permitió la entrada con un movimiento de cabeza y cada uno fue a sentarse a su lugar. En cuanto Anakin dejó la pequeña pecera en la mesa de su pupitre, Hendry llamó su atención pinchándole el brazo izquierdo con el bolígrafo inteligente de su tableta electrónica.
—¿Dónde estabas? —le preguntó.
—Benson me llamó a su oficina —respondió Anakin mientras encendía su tableta electrónica.
—¿Fue él quien te dio ese escalar azul?
Sorprendido, Anakin se volvió hacia él para mirarlo a los ojos.
—¿Cómo sabes que es un escalar azul?
—Por sus aletas alargadas y su coloración azul. Te escuché describirlo el otro día.
—Pensé que no me estabas poniendo atención.
La sonrisa de Hendry aceleró los latidos de su corazón.
—Vader, yo siempre estoy poniéndote atención.
—Hmm.
—¿Qué nombre vas a ponerle?
—No lo sé, aún no lo he pensado.
—¿Qué te parece, John Wick?
—Ya hay dos John Wick en mi pecera, tú los nombraste a los dos.
—Entonces, Keanu Reeves.
Anakin sacudió la cabeza mientras dejaba escapar algo parecido a una risa suave.
—Eres imposible.
Cuando la profesora Dobson carraspeó, Hendry regresó la vista al frente, pero a Anakin le tomó más de un minuto apartar su atención del rostro de su mejor amigo. Más tarde, el peso de una mirada hizo que le hormigueara el cuero cabelludo. Sentado dos filas a la derecha, tres lugares hacia adelante, Jonas estaba mirándolo como si acabase de darle un trago a un envase de leche caducada.
—Eres un imbécil —articuló sólo con los labios.
Anakin parpadeó varias veces, confundido.
—¿?
Jonas resopló, apretó los dientes y volvió la vista al frente.
*
Ese mismo día después de la escuela, Anakin se preparó para trasladar el pez escalar azul de la pecera pequeña a la pecera grande de su habitación. Con cuidado y muchísima suavidad, capturó el escalar azul con las manos mojadas y lo colocó en un recipiente con agua de la pecera grande; después, evitando hacer movimientos bruscos, acercó el recipiente a la pecera grande y dejó que el pez nadara por sí mismo hacia su nuevo hogar. Una vez hubo terminado, su móvil vibró al recibir un mensaje.
[16:34] Padme: ¿Qué estás haciendo?
[16:34] Anakin: Estaba trasladando mi escalar azul a la pecera grande de mi habitación.
[16:34] Padme: Oh... ¿ya terminaste?
[16:34] Anakin: Sí. Ahora sólo tengo que observar su comportamiento para asegurarme de que se adapte bien a su nuevo entorno, además de vigilar la temperatura y los parámetros del agua.
[16:35] Padme: *emoji de carita sorprendida*
[16:35] Anakin: ¿Tú qué estás haciendo?
[16:35] Padme: Estoy en el baño.
[16:35] Anakin: *emoji de pulgar arriba*
[16:36] Padme: ¿Puedes venir a mi habitación?
[16:36] Anakin: ¿Otra vez te quedaste sin papel higiénico?
[16:36] Padme: No, no es eso. Sólo... ven, ¿quieres?
[16:36] Padme: *emoji de carita con grandes ojos de súplica*
[16:36] Anakin: Voy.
Después de limpiarse las manos con gel antibacterial, Anakin se dirigió a la habitación de su hermana, que más que una habitación, parecía un museo de Star Wars; las paredes estaban tapizadas con posters de Darth Vader, estanterías con figuras coleccionables y lienzos pintados a mano al óleo.
—¿Está todo bien allá adentro? —preguntó Anakin tras acercarse a la puerta del baño de Padme.
—No... —respondió ella desde el interior.
—¿Qué pasa?
—Annie, creo que hice algo muy, muy, muy estúpido...
—Déjame adivinar, ¿tapaste el inodoro?
—¿Qué? ¡No! Yo sólo.... compré algo.
—¿Qué compraste?
—Una copa.
—¿Una copa?
—Sí, una copa menstrual.
—Ah, ya.
—¿Sabes lo que es? —preguntó Padme, sorprendida.
—Es una alternativa a los tampones y las toallas sanitarias, ¿no?
—Sí, eso, sí. Pues verás, la cosa es que últimamente, en los baños del instituto, las chicas no paran de hablar de lo maravilloso que es usar la copa menstrual durante el periodo, así que yo... bueno, yo también quise probarla pero... creo que lo he hecho mal. Se supone que tienes que doblarla para poder introducirla allá abajo, y eso es lo que hice... pero al parecer, me la he introducido muy adentro, porque ahora no la encuentro...
—¿Dónde dejaste las instrucciones de uso?
—Sobre mi escritorio.
Anakin fue a por las instrucciones y después se acercó de nuevo a la puerta.
—Aquí dice que una vez dentro, no hay forma de que la copa no pueda sacarse. También dice que el primer paso para expulsarla de tu cuerpo es estar relajada —continuó—. Dime, ¿estás relajada?
—¿Cómo voy a estar relajada? ¡Estoy intentando sacarme algo de la vagina!
—Pues aquí dice que tienes que estar relajada.
—¿Qué están haciendo? —preguntó repentinamente Hendry, que acababa de colarse por la ventana a la habitación de Padme.
—Padme está tratando de sacarse una copa menstrual de la vagina.
—¿Una qué?
—¡Una copa menstrual! —respondió Padme a gritos desde el interior del baño.
La confusión hizo que Hendry frunciera el entrecejo.
—¿Tiene algo que ver con fútbol?
Anakin chasqueó la lengua.
—¿De dónde sacaste eso? —le preguntó, señalando la paleta helada de limón a la que Hendry estaba quitándole la envoltura de plástico con los dientes.
—Cuando iba a trepar el árbol para entrar por la ventana, tu madre me vio y me pidió ayuda con las bolsas del supermercado. Al terminar, me dio esto como recompensa por ser tan guapo.
—Voy a ir por una.
—¡Espera, Annie, no te vayas! —suplicó Padme, todavía desde el interior del baño.
—Entonces sal.
—No puedo...
Anakin suspiró.
—Voy a entrar.
Dentro, Padme estaba sentada en el inodoro con los ojos llenos de lágrimas. Detrás de Anakin, Hendry entró también para tirar la envoltura de su paleta helada de limón en el bote de la basura.
—¿Qué pasa? —preguntó al ver a Padme sentada en el inodoro—. ¿No puedes cagar?
Padme le dedicó una mirada filosísima.
—No, idiota, estoy tratando de sacarme una copa menstrual de la vagina.
Hendry frunció aún más el entrecejo.
—¿Qué es una copa menstrual? —preguntó, mirando ahora a Anakin.
—Su nombre lo dice, es una copa para la menstruación —respondió él.
Hendry miró a Padme con los ojos abiertos de par en par.
—¿Te volviste loca? ¿Por qué te metiste una copa en la vagina? ¿Querías beberte tu propia sangre?
Anakin cerró los ojos mientras se pellizcaba el puente de la nariz.
—A veces no sé quién es más tonto, ella o tú.
En ese momento, Padme hizo una mueca.
—¿Qué pasa? —le preguntó Hendry, alarmado—. ¿Te duele algo?
—No, no me duele nada. Es sólo que... realmente no la encuentro allí dentro.
Ambos miraron a Anakin como si él tuviese la solución a todos los problemas.
—Quizás deberíamos decírselo a mamá para que te lleve a un ginecólogo —propuso.
—¡No! ¡Eso jamás!
—Padme...
—¿Qué es esto? —preguntó Hendry, tomando algo del lavabo.
Anakin miró a Padme, quien a su vez lo miró a él.
—Vaya... —balbuceó, avergonzada—... ¿cómo llegó eso ahí?
—¿Esta es la famosa copa? —Hendry suspiró—. Menos mal, pensé que era una de cristal.
—Me voy a ir —anunció Anakin, haciendo un gesto hacia la puerta.
—¡Espera, llévate a Hendry!
—Por favor, no es la primera vez que te veo cagar.
—¡Ya te he dicho que no estoy cagando!
Sin embargo, en vez de irse, Hendry se sentó en las baldosas del baño y apoyó la espalda en la pared. Una vez cómodo, le hizo un gesto a Anakin para que se sentara a su lado. Cuando Anakin se resistió, Hendry le ofreció lo que quedaba de su paleta helada de limón y sólo así lo convenció.
—¿De verdad no les da asco ver esto? —preguntó Padme, mostrándoles los dedos de la mano derecha que se le habían manchado de sangre al intentar sacarse la inexistente copa menstrual.
Hendry resopló por la nariz de manera ruidosa.
—Padme, te he ayudado a golpearte las rodillas porque no podías cagar.
—¡Deja ya de decir la palabra cagar!
—Cagar, cagar, cagar.
Anakin suspiró, pero mientras los escuchaba discutir, los miró a ambos con una sonrisa de adoración. ¿Qué sería de él sin esos dos idiotas?
*
Jonas
Jonas no habría sabido decir qué era peor: haberse molestado el día de ayer luego de haber visto al marginado reír y mirar durante demasiado tiempo a Hendry, o sentirse nervioso y sobre todo impaciente por encontrarse a solas con él después de clases para dar comienzo a las tutorías. Necesitaba mejorar sus calificaciones a como diera lugar para poder formar parte del equipo de los Halcones Bicentenarios; aunque también es posible que la idea de estar a solas con ese bicho raro en un sitio como la biblioteca, donde nadie podría burlarse de él por hablarle, le producía cierta... emoción.
Y era exactamente esa emoción lo que hacía sentir sumamente confundido.
Jonas odiaba al marginado. Su odio por él rozaba límites insospechables. Sin embargo, todo en ese bicho raro le resultaba, de algún modo, fascinante. Desde su delicada y suave apariencia hasta su extraña manera de comportarse. Tanta era su fascinación que Jonas no podía dejar de mirarle.
Ese día, por ejemplo, Jonas se encontraba en la cafetería del instituto sentado en una de las mesas del centro junto con su grupo de amigos. Por otro lado, sentado en una de las mesas del fondo estaba el marginado junto a su hermana melliza (otro bicho raro) y Hendry Cross. Los dos últimos estaban peleándose por una lata de refresco mientras el marginado desarmaba su hamburguesa en silencio. Jonas lo vio retirar la tapa de pan, la lechuga, el tomate, los pepinillos y, finalmente, la carne.
Cuando terminó de desarmarla, se la comió por partes; primero la lechuga, luego el tomate, después la tapa de pan y al final la carne. Los pepinillos siempre se los dejaba a Hendry, pero Jonas no sabía si lo hacía porque a él no le gustaban o porque prefería dejar que Hendry los disfrutara.
Mientras Jonas pensaba en ello aplastando su propia hamburguesa, la hermana del marginado le arrebató la lata de refresco a Hendry; la fuerza del movimiento hizo que la lata golpeara el borde de la mesa, lo que provocó que el refresco saliera disparado hacia el rostro de Anakin. Este cerró los ojos, pero debió haberle entrado refresco de todas formas, porque se los cubrió con las dos manos.
—¿A ti qué diablos te pasa? —exclamó Alex, hundiéndole el codo en las costillas para reclamar la atención de Jonas—. Has estado distraído todo el maldito día.
—No me pasa nada.
—¿Estás seguro? ¿No será que... —Alex sonrió con socarronería mientras se inclinaba sobre la mesa para acercarse más a él—... estás triste porque aún no eres un miembro oficial del equipo?
Jonas puso los ojos en blanco.
—Lo seré, sólo necesito mejorar mis calificaciones.
—Hablando de tus calificaciones —intervino Noah, inclinándose también sobre la mesa—. ¿Cómo te fue con el programa de tutores? ¿Te asignaron a alguien para que te dé clases privadas?
—No.
—¿Qué? —se sorprendieron Alex y Noah—. ¿Por qué?
—No había estudiantes disponibles por el momento.
—¿Eso te dijeron? —Noah parecía desconcertado.
Jonas asintió distraídamente antes de darle un mordisco a su hamburguesa.
—Vaya mierda —resopló Alex—. ¿Qué piensas hacer?
—Buscaré un tutor particular por fuera —mintió.
Por supuesto, Jonas no iba a buscar una mierda. Su tutor no sólo sí formaba parte del programa de tutorías que ofrecía el instituto, sino que también era el estudiante con las mejores notas del estado de Washington, aunque eso era algo que por nada del mundo pensaba decírselo a sus amigos.
Cuando éstos comenzaron una nueva conversación en la que él no tenía ningún interés por participar, Jonas volvió a centrar su atención en lo que sucedía en una de las mesas del fondo. Tras haber sido bañado por una lata de refresco de cola, el marginado permitió que los culpables le secaran la cara con servilletas. Lo que ninguno de los dos sabía era que, mientras secaban su rostro entre disculpa y disculpa, el marginado había estado agitando su lata de refresco de limón por debajo de la mesa con un único propósito. Antes de que alguno de ellos se diera cuenta, abrió la lata y los bañó.
Jonas casi puso los ojos en blanco al reparar en la imperceptible sonrisa que volvía a tirar sutilmente de las comisuras de los labios del marginado; el imbécil estaba mirando a Hendry, quien se sacudía del mismo modo que un perro mojado. De pronto, como si el bicho raro hubiese sentido que él lo estaba observado, echó un vistazo discreto en su dirección y lo miró directamente a los ojos.
—¡Puh! —se atragantó Jonas con su hamburguesa.
Noah se apresuró a darle un par de palmadas en la espalda.
—Come más despacio, nadie te la va a quitar.
Alex volvió a hundirle el codo en las costillas.
—Amigo, si lo que te preocupa es no conseguir un tutor...
—Cierra la boca.
—Joder, en serio ¿a ti qué diablos te pasa hoy.
—Ya te he dicho que nada.
Ignorando el puñado de insultos que Alex estaba soltándole por ser un cascarrabias, Jonas miró una última vez la mesa del fondo. Para su sorpresa, el marginado aún estaba mirándolo, sólo que, esta vez, la minúscula sonrisa que tiraba de las comisuras de sus labios no era por Hendry.
Era por él.
*
La biblioteca en la que Jonas iba a encontrarse con el marginado para su primera clase privada era un edificio tan antiguo que se asemejaba en todos los aspectos a una vieja catedral. Al cruzar la recepción, se vio obligado a escribir su nombre en un enorme libro de entrada para que lo dejaran pasar; pues había perdido su credencial de estudiante hacía mucho. Deambuló durante un buen rato entre las filas y filas de estanterías abarrotadas de libros hasta dar con lo que estaba buscando.
En cada pasillo había mesas de caoba rectangulares con hasta seis sillas acolchadas designadas como áreas de lectura. Jonas encontró al marginado profundamente dormido sobre un libro en una mesa de la sección de Biología Marina. Se acercó a él pisando fuerte, arrastró una silla para sentarse haciendo todo el ruido posible y dejó caer su mochila al suelo, pero el marginado no se despertó.
Jonas colocó ambos codos sobre la mesa y contempló al marginado con la barbilla apoyada en un puño. Las facciones de su rostro eran demasiado suaves para ser las de un chico; su nariz era pequeña y bonita, y sus pestañas mucho más largas que las de él. Jonas no podía evitar sentir un poco asco cada vez que lo miraba. Maldición, ¿por qué todo en ese imbécil tenía que ser tan diferente a los demás? ¿Por qué no podía ser más normal? ¿Por qué no podía haber nacido como una chica y ya?
De ese modo, sus sentimientos por él no...
Su estómago se retorció cuando, sin darse cuenta, Jonas alargó una mano para tocarlo, pero se quedó completamente quieto justo antes de que sus dedos rozaran uno de sus enmarañados rizos castaños. Quiso darse a sí mismo un par de puñetazos. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿De verdad había estado a punto de tocar al marginado? ¿Por qué su corazón estaba latiendo tan rápido?
—Todo esto es tu culpa —murmuró Jonas en voz baja, sin dejar de mirar su rostro dormido mientras le apartaba un rizo de la frente—. Me haces sentir muy confundido, por tu culpa yo...
Tragó saliva en un intento por aliviar el nudo que se le había formado en la garganta.
—... creo que me gustas, Anakin.
En ese momento, el marginado abrió repentinamente los ojos y a Jonas le dieron ganas de pegarse un tiro ahí mismo. Pensó en darle un golpe lo suficientemente fuerte para noquearlo y luego fingir que nunca había ido a la biblioteca; así podría decir que el marginado se lo había imaginado, pero le pareció una idea demasiado extrema. Mientras pensaba desesperadamente en una mejor excusa, el marginado bostezó, se frotó el sueño de los ojos y se estiró perezosamente en su lugar.
—¿Llevas ahí mucho tiempo? —le preguntó.
Un segundo, ¿acaso él... no lo había escuchado?
—Acabo de llegar —respondió Jonas, lo cual era una mentira.
Cuando el marginado comprobó la hora en su teléfono celular, Jonas descubrió que su fondo de pantalla era una fotografía que probablemente él mismo había hecho en el interior de un acuario.
—Llegas tarde.
—¿Y eso qué más da? Estabas dormido.
—Me quedé dormido esperándote.
—Te dije que no iba a venir.
—Qué raro, yo te veo aquí.
—Cierra la boca.
El marginado hizo a un lado el libro de Oceanografía Biológica que había estado leyendo antes de quedarse dormido y encendió su tableta electrónica. Jonas observó cada uno de sus movimientos sin decir una palabra mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa en un gesto de aburrimiento.
—Benson me envió tu boleta de calificaciones —anunció el marginado al cabo de un minuto.
—¿Quién?
—El director Presley.
Jonas frunció el entrecejo.
—¿Por qué lo llamas «Benson»?
—Porque ese es su nombre.
—No, me refiero a... —Puso los ojos en blanco—. Da igual, olvídalo.
—Son aún peor de lo que imaginaba —siguió diciendo el marginado.
—¿Qué?
—Tus calificaciones.
Jonas resopló de manera ruidosa.
—¿Y? Se supone que vas a ayudarme con eso, ¿no?
—Jamás pensé que existiría una boleta de calificaciones peor que la de mi hermana.
—¿Te estás burlando de mí?
—No, sólo quería que supieras que tus calificaciones son peores que las de mi hermana.
—Te escuché la primera vez, idiota. No tenías porqué repetirlo.
El marginado alzó la vista para mirarlo a los ojos.
—¿Has traído tu tableta electrónica?
Jonas asintió, sacó su tableta electrónica del interior de su mochila y se la entregó. Las cejas del marginado se contorsionaron durante una milésima de segundo al ver el estado el que se encontraba.
—¿Qué? —preguntó Jonas, un tanto brusco.
—La pantalla está rota.
—Vaya, si no me lo dices no me doy cuenta.
Sus cejas se contorsionaron de nuevo cuando la tableta electrónica encendió por puro milagro.
—Enciende —murmuró el marginado, todavía sin creérselo.
—Claro que enciende.
—¿Por qué la usas así? ¿No te haces daño en los dedos?
—Haces demasiadas preguntas.
—Desde que llegaste sólo te he hecho cuatro preguntas.
—Maldición, ¿podemos empezar de una vez la maldita clase?
—Se está calentando.
Jonas parpadeó desconcertado.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Quién se está calentando?
—Tu tableta.
—Joder, sólo dámela —se quejó, pero al arrebatársela, la pantalla rota le hizo un corte en la yema del dedo índice al marginado—. ¡Joder! —repitió Jonas en cuanto vio una gota de sangre correr.
—No grites, estamos en la biblioteca.
—¡Y una mierda! —Jonas le agarró el dedo mientras buscaba algo que sirviera para poder limpiarle la sangre; lo único que encontró fueron libros, libros y más putos libros—. ¿Te duele?
—No me duele —respondió el idiota, aunque su dedo no dejaba de sangrar.
—Maldición, ¿por qué tienes que ser tan delicado?
—No soy delicado.
Al final, Jonas hizo lo único que se le ocurrió. Se llevó el dedo del marginado a la boca y lo chupó; la sangre que brotaba de la herida le supo a hierro al entrar en contacto con su lengua. Las cejas del marginado se contorsionaron por tercera vez en el día durante una milésima de segundo.
—¿Sabías que la saliva no tiene propiedades curativas? —le hizo saber a Jonas—. Además, contiene bacterias que podrían introducirse en la herida, lo que aumentaría el riesgo de infección.
—Cállate —masculló él, aún con su dedo en la boca.
A pesar de sus palabras, Jonas le limpió la sangre con varios movimientos de lengua. Cuando miró al marginado para ver su expresión, vio que tenía la mirada clavada en lo que hacía con su boca.
—¡No te hagas ideas equivocadas! —le advirtió, enrojeciendo con violencia.
—¿?
Jonas sabía que probablemente estaba exagerando. ¿Qué clase de ideas equivocadas podría haberse hecho el marginado? Sin embargo, la vergüenza que sintió fue mucho más fuerte que él. Arrojó su tableta electrónica dentro de su mochila y se levantó de su lugar con el rostro acalorado.
—Me voy —escupió, y se marchó antes de que el marginado se diera cuenta de que, al final, el único que se había emocionado al hacerse ideas equivocadas, no era otro más que él.
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