Capítulo 4 | Bajo la sombra del viejo roble
(Aviso: Para quienes ya leyeron el capítulo, la parte de Jonas sigue siendo la misma, lo único que se agregó fue el pov de Anakin que me faltó subir antes. Disfruten la lectura)
Jonas
Sentado detrás de una descomunal pila de documentos acomodada sin ningún tipo de orden encima de un destartalado escritorio de acero, el entrenador Anderson lanzó a Jonas una mirada rigurosamente estricta; parecida a esas que suelen emplear los instructores militares con sus reclutas en las películas bélicas que a Jonas tanto le gustaba mirar, tanto en Netflix como en Amazon Prime.
—Muy bien, muchacho, voy a ir directo al grano contigo —empezó el entrenador, con un tono de voz que no tenía nada que envidiarle a un suboficial de las fuerzas armadas—. Eres rápido, muy rápido. Incluso me atrevo a decir que eres más rápido que Holt. Y mira que Holt es el jugador más rápido de mis Halcones. Alguien como tú definitivamente tiene que estar en el equipo.
Jonas esbozó una gigantesca sonrisa.
—Sin embargo —continuó el entrenador, borrándole la sonrisa de los labios como si le hubiese dado un puñetazo—. Tus calificaciones están muy por debajo de lo que el reglamento deportivo le exige a los jugadores, de modo que me es imposible anotarte ahora mismo en el equipo.
—¿Qué? —replicó Jonas, ofendido—. Mis calificaciones está bien.
—Tienes una D en Literatura —indicó el entrenador, leyendo en voz alta lo que Jonas supuso era su boleta de calificaciones.
Una oleada de vergüenza le encendió las mejillas.
—Bueno, eso es porque...
—Una D en Química.
—Escuche, entrenador...
—Una E en Historia.
—Si me dejara explicarle...
—Y tienes una F en Biología, Álgebra y otra más en Geografía. —El entrenador emitió una especie de silbido incrédulo—. Maldición, muchacho, tus calificaciones son peor de lo que imaginaba.
—¿Por qué necesito tener buenas notas si sólo voy a jugar fútbol? —protestó él.
El entrenador chasqueó la lengua.
—Porque en Bicentenary High School es un requisito obligatorio que los jugadores del equipo tengan por lo menos una C en todas sus asignaturas, de lo contrario no se les permite jugar.
—Entonces ¿eso es todo? —preguntó, sintiendo una fuerte presión en el pecho al saber que estaba siendo rechazado—. ¿No podré unirme al equipo por culpa de mis calificaciones?
—Yo no he dicho eso.
—¿Pero no acaba de decir que...?
—Dije que me es imposible anotarte ahora mismo en el equipo —enfatizó el entrenador, guardando las calificaciones del muchacho dentro de una enorme carpeta en la que Jonas vio escrito su nombre con un rotulador—. Cuando Holt se vaya a la universidad el próximo año necesitaré un nuevo corredor. —Levantó las cejas en un gesto de confabulación—. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Eso... creo —contestó Jonas, no muy seguro.
El entrenador dejó escapar un profundo suspiro.
—Tienes tres meses para mejorar esas notas, Young. Hasta entonces, supongo que no tiene nada de malo que vengas a los entrenamientos para que vayas conociendo a los jugadores del equipo.
Fue como ser reanimado después de una muerte fortuita.
—Lo haré —le aseguró—. Mejoraré mis notas, entrenador. Se lo prometo.
Murmurando un: «Sí, sí, ya lárgate», el entrenador lo despidió con un distraído ademán luego de indicarle que hiciera pasar al siguiente aspirante para así seguir entregando los resultados de las pruebas. Jonas asintió, se levantó de su lugar con una renovada sonrisa en los labios y salió de la oficina del entrenador con la correa de su bolsa de deporte verde militar cruzada en el pecho.
Alex y Noah estaban esperándolo en los vestidores del gimnasio. Cuando sus dos mejores amigos le informaron que habían sido aceptados en el equipo, Jonas sintió una punzada de celos.
—¿Y bien? —preguntó Alex, escudriñando el rostro de su amigo—. ¿Estás dentro o no?
—Ahora mismo no —respondió Jonas, usando las mismas palabras que el entrenador—. Resulta que para entrar al equipo los jugadores deben tener al menos una C en todas las asignaturas.
Alex hizo una mueca.
—Amigo, tus calificaciones son una mierda.
—Sí, lo sé —admitió—. Exactamente por eso el entrenador me dio un tres meses para mejorar. Mientras tanto, dijo que estaba bien que me presentara en los entrenamientos del equipo.
—¿Es una broma? —Alex le pasó un brazo por los hombros—. ¡Amigo, eso es genial! ¡Tres meses es mucho tiempo! Te diría que estudiáramos juntos, pero mis notas están cerca de ser peores que las tuyas. En cuanto a Noah... —hizo una pausa para mirar al susodicho, que sonrió y les guiñó a un ojo a sus dos amigos—... aunque tiene pinta de ser muy inteligente, sus notas también son una mierda.
—Tengo una A en Historia.
—Ya, pero también tienes una gran y hermosa C en el resto de las asignaturas. —Noah se encogió de hombros. Alex se echó a reír—. Como sea, ¿qué piensas hacer? —le preguntó ahora a Jonas.
—No sé, quizás hable con los profesores para ver cómo puedo conseguir puntos extra.
—Seguro que te pondrán un montón de tareas.
—Escuché que hay un programa de tutorías que es impartido por los estudiantes que tienen las mejores notas del instituto —comentó Noah, al tiempo que abría el envoltorio de una barrita energética con los dientes—. ¿Por qué no te acercas a la oficina principal para pedir más información?
A Jonas le pareció tan buena su idea que apartó el brazo que Alex tenía alrededor de su cuello y se ajustó la correa de su bolsa de deporte para acudir a la oficina principal en ese preciso instante.
—Espera, ¿vas a ir ahora? —Alex frunció el ceño—. Maldición, ¿por qué no vas mañana? Ya habíamos quedado en ir por una pizza de pepperoni al local de mi padre para celebrar.
—Yo todavía no soy parte oficial del equipo, así que sería estúpido que vaya a celebrar con ustedes —su tono irónico y tajante sonó un poco insultante—. Además, esto es más importante.
—Vete a la mierda, Young. —Alex miró a Noah—. Tú sí vienes ¿verdad, Parker?
—Sólo si tú invitas.
—Pues claro que yo invito, idiota. Lo único que tengo que hacer es decirle mi nombre a quien sea que esté en el local y verás como nos dan todas las pizzas que queramos completamente gratis.
—Genial.
Tras despedirse de sus amigos, Jonas dejó atrás los vestidores e hizo su camino a la oficina principal. Allí, la señorita Ruperta Wilde, una mujer de complexión robusta y cabello blanco a causa de las canas, observaba la pantalla de su computadora por encima de sus gafas de montura dorada.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la mujer, sin levantar la vista el monitor.
—Escuché que hay un programa de tutorías en el que...
Sin darle la oportunidad de terminar lo que iba a decir, la secretaria del director abrió un cajón de su escritorio y recorrió con sus regordetes dedos un sinfín de carpetas hasta dar con la correcta.
—Rellena este formulario y asegúrate de traerlo firmado por cualquiera de tus padres mañana a primera hora —espetó la mujer mientras le hacía entrega de una hoja amarilla que tenía toda la pinta de ser una solicitud para unirse al programa de tutorías impartido por los estudiantes.
—¿Cree que pueda proporcionarme más información acerca del...? —Pero, una vez más, la desagradable mujer se adelantó y le hizo entrega de un folleto plastificado que contenía toda la información que Jonas deseaba saber respecto al programa de tutorías—. Gracias —se obligó a agradecer el muchacho, y enfiló a la salida mientras leía detenidamente la información del folleto.
Sólo había dado dos pasos cuando una chica salió de un salón y se estampó contra él.
—¡Lo siento mucho! —se disculpó Eleanor Morrigan, cuyo rostro se iluminó al ver a la persona con la que había tropezado—. ¡Jonas! —balbuceó, poniéndose roja hasta las orejas—. ¿Aún no te has ido? Pensé que... como ya terminaron las pruebas, quizás te habrías... uh... ¿cómo te fue?
—No muy bien.
—Oh... ya veo —se lamentó la chica—. Supongo que no conseguiste entrar al equipo.
Por alguna razón, la compasión que Jonas percibió en su tono de voz lo enfureció.
—La próxima vez mira bien por donde caminas —siseó él entre dientes con toda la mezquindad que logró reunir y luego le sacó la vuelta a Eleanor para reanudar su camino a la salida.
Lo último que necesitaba era que le recordaran que no formaba parte oficial del equipo.
En lo que Jonas maldecía de muerte al hijo de puta que tuvo la brillante idea de añadir el requisito de las calificaciones al reglamento deportivo de la escuela, atravesó las puertas dobles de las instalaciones sin mirar atrás y siguió de largo por la acerca que bordeaba estratégicamente el estacionamiento del instituto, ignorando por completo la parada del autobús escolar.
Había extraviado su credencial de estudiante hace meses y estaba casi seguro de que sin ella no lo iban a dejar subir. Mejor para él. Así no tendría que verle la cara a un montón de imbéciles.
El cielo sobre su cabeza no tardó en ser conquistado por un gran número de nubes negras y espesas. Jonas se odió a sí mismo por no haber hecho caso a las advertencias de su madre esa mañana antes de irse a la escuela, cuando ésta le recomendó que se llevase un paraguas o un impermeable.
—Va a llover —había dicho ella.
—Estaré bien —había respondido él.
Al final, el muchacho se vio obligado a resguardarse de la lluvia bajo el toldo de una vieja tienda de antigüedades en la que, según el deteriorado cartel de la entrada, ofrecía también productos relacionados con el esoterismo, además de una gran variedad de poderosos elixires para el amor.
Jonas estiró el cuello en busca de una tienda menos ridícula, pero el único local con un toldo decente era una panadería a más de tres cuadras de ahí. Incluso si corría, sabía que llegaría calado hasta los huesos y lo último que le apetecía en ese momento era pescar una gripe o algo así.
Media hora más tarde, apareció un joven cubriéndose de la lluvia con un paraguas trasparente, vestido con una gabardina azul marino encima del uniforme gris de Bicentenary High School.
Pese a la distancia que los separaba, Jonas tardó menos de un segundo en reconocerlo.
—Estupendo —masculló, volviéndose hacia el escaparate de la tienda de antigüedades.
Esperó unos minutos para que el marginado pasara de largo mientras fingía mirar con interés un reloj que era más viejo que su abuela; le faltaban las dos manecillas y la tapa de cristal estaba tan llena de mugre que dudaba que alguien lo comprase algún día. Examinó el reloj durante un rato más hasta que avistó una figura de su tamaño parada justo detrás de él a través del reflejo de escaparate.
—¡Joder, qué susto! —se sorprendió Jonas, casi cayéndose de culo—. ¿Qué pasa, imbécil? ¿Se te perdió algo o qué?
El marginado miró el cartel que colgaba en la entrada.
—¿Quieres que te lleve?
—¿Qué?
Se le quedó mirando sin dar crédito a lo que acababan de escuchar sus oídos.
—Vas en la misma dirección que yo, ¿no? —Jonas no respondió. Le resultaba difícil creer que el marginado se estuviera ofreciendo a compartir su paraguas con él—. Según el pronóstico del tiempo que consulté esta mañana, es posible que esta lluvia se transforme en una tormenta eléctrica.
—¿Tormenta eléctrica?
El marginado asintió. Cuando terminó de leer lo que había escrito en el viejo cartel de la entrada, dirigió su mirada a los ojos de Jonas, lo que le provocó un vigoroso retorcijón en el estómago.
—¿Qué hacías afuera de una tienda como esta? —le preguntó.
Su tono y su expresión carecían de emoción.
—¿Acaso no es obvio? —El marginado pestañeó y miró una vez más el cartel. Jonas sintió que se le calentaban las mejillas—. ¡No te hagas ideas equivocadas!
—No me estaba haciendo ideas de nada.
—Claro que sí.
—¿Vienes? —insistió, invitándolo a resguardarse de la lluvia bajo su paraguas.
Jonas apretó los labios, tragó saliva y, cuando no supo qué decir, aceptó.
Caminar hombro con hombro junto al marginado fue sin duda la experiencia más extraña de su vida. Pensó en todas esas veces en las que lo había agredido, ya sea física o verbalmente, y no pudo evitar preguntarse por qué aun así se había detenido para compartir su paraguas con él. ¿Acaso era lo suficientemente estúpido para pensar que un acto como ese haría que dejara de molestarlo? ¿O por qué otra razón el marginado, al que Jonas siempre estaba acosando, se habría ofrecido a llevarlo?
En algún momento del trayecto sus hombros inevitablemente se tocaron. El roce despertó algo en Jonas que terminó esparciéndose por todo su cuerpo. La sensación fue tan extraña que se apartó de un brinco. Abrió la boca para decir algo, lo que sea, pero el marginado no se había dado cuenta.
Jonas notó que, aunque llevaba audífonos, no los tenía en las orejas, sino alrededor del cuello.
—¿Por qué siempre estás usando audífonos?
—No son audífonos, son protectores auditivos.
—¿Protectores auditivos?
—Sirven para cancelar el ruido —explicó.
—Ya. —Fingió que entendía—. ¿Y... por qué los usas?
Mejor dicho, ¿por qué diablos usaba audífonos que no eran audífonos?
—Porque soy muy sensible a los sonidos.
Jonas falló al intentar contener una sonrisa.
—Maldición, ¿hay algo a lo que no seas sensible?
El marginado lo pensó un instante.
—Sí, a los olores —respondió, ya que al parecer no sabía reconocer el sarcasmo—. A veces me cuesta trabajo percibirlos —continuó—. Ah, tampoco soy muy sensible al dolor.
Esa información sí que llamó su atención.
—¿Te refieres a que no sientes dolor cuando alguien te hace daño?
—No exactamente, sólo me es difícil identificar dónde o qué es lo que me duele.
—Vaya —se impresionó Jonas—. No cabe duda de que eres un bicho muy, muy extraño.
Esperó a que marginado se defendiera, pero, como no lo hizo, suspiró.
El semáforo peatonal de una calle que cambió a rojo los obligó a detenerse. Jonas aprovechó esos segundos para mirar de reojo al marginado, quien, para su sorpresa, también lo estaba mirando.
—Pensé que te resultaba incómodo mirar a las personas a los ojos —le recordó.
No sabía por qué, pero que el marginado lo mirara a los ojos le generaba cierta... satisfacción.
—Los tuyos me gustan —admitió, dejando a Jonas petrificado—. Tienen el mismo tono de azul que el túnel submarino que hay en la exhibición de Ocean Voyager dentro del Acuario de Georgia. —Volvió la vista al frente cuando el semáforo para peatones cambió de rojo a verde e hizo un gesto con el paraguas para que ambos se pusieran de nuevo en marcha—. Tengo una fascinación por los acuarios —siguió diciendo el marginado con una infinita calma sin saber que había dejado a Jonas sin palabras—. La iluminación suele ser suave, no hay mucho ruido y el azul es generalmente el color predominante. Por eso y muchas otras razones los acuarios me hacen sentir cómodo y relajado.
A Jonas le tomó unos instantes salir su ensimismamiento.
—Jamás he ido a un acuario —murmuró, porque no sabía qué más decir..
Lugares como los acuarios no eran algo que le llamaran la atención.
—Te estás perdiendo de mucho —dijo—. El Acuario de Georgia es realmente impresionante; cuenta con una de las exhibiciones acuáticas individuales más grandes del mundo, el Ocean Voyager. El tanque contiene más de 6.3 millones de galones de agua salada y fue diseñado especialmente para albergar tiburones ballena. ¿Sabías que el tiburón ballena es el pez más grande del mundo? Sí, pez, no ballena. Pueden llegar a crecer hasta doce metros de largo, pero, a pesar de su tamaño, es considerado un «gigante amable». Su cabeza es ancha y plana, y en sus laterales se sitúan sus dos pequeños ojos, detrás de los cuales están sus espiráculos. Su boca puede llegar a medir...
Se quedó callado al ver la forma en la que Jonas lo estaba mirando.
No había podido evitarlo, era la primera vez que lo escuchaba hablar tanto.
—¿Cuánto llega a medir su boca? —preguntó, sólo para que terminara lo que iba a decir.
El marginado apretó ligeramente los labios.
—Más de un metro y medio de ancho —respondió en voz baja.
Jonas soltó un silbido.
—Guau, no tenía ni idea.
Por desgracia, esa fue la última vez que el marginado abrió la boca.
Se detuvieron al llegar al parque del viejo roble donde Jonas había discutido con su hermano hacía ya un par de semanas. La lluvia aún persistía, aunque quizás un poco menos agresiva.
—Oye... —empezó Jonas, sin saber muy bien de qué manera continuar—. Escucha, sólo voy a decir esto una vez ¿entendido? —El marginado se volvió hacia él; su mirada sólo lo hizo sentir más nervioso—. Siento haber... reaccionado como reaccioné la vez que... bueno, tú sabes... la vez que te di un puñetazo en la sala de música. —Tragó saliva—. Me dejé llevar y actué sin pensarlo, lo siento.
El marginado lo miró en silencio durante un minuto entero.
—Bien.
—¿Bien? ¿Ya está? ¿Eso es todo lo que vas a decir?
—No sé qué más quieres que diga.
—Pues...
Siendo sincero, él tampoco lo sabía.
—¿Quieres oírme decir que acepto tus disculpas?
—Eh... ¿sí? —titubeó Jonas, no muy convencido—. Sí, justo eso es lo que quiero.
—Pues no las acepto.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Porque no quiero.
—¿Y por qué no quieres?
—Porque no me caes bien.
Una vez más, el temperamento explosivo de Jonas lo hizo actuar sin pensar.
Sujetó al marginado por el cuello de su gabardina azul y lo acercó a él para intimidarlo. No obstante, el marginado le sostuvo la mirada con una expresión de indiferencia absoluta.
¿Por qué mierda tenía que ser tan jodidamente raro?
—Bien —escupió antes de soltarlo y dar un paso atrás—. Como quieras, me da igual.
Sin apartar sus ojos de los suyos, el marginado inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Por qué cuando hablas conmigo te pones tan nervioso?
—¡No estoy nervioso! —gritó Jonas.
El marginado dio un respingo.
—Por eso no me caes bien —dijo—. Eres demasiado voluble.
—¿Voluble?
—Y también estúpido.
—Espera, ¿acabas de...? —sea cual sea la amenaza que había estado a punto de salir de su boca, quedó completamente en el olvido cuando el marginado curveó los labios en una media sonrisa.
Nadie más habría podido saber que estaba sonriendo puesto que, en realidad, lo que había en sus labios no era del todo una sonrisa. Sin embargo, Jonas llevaba tanto tiempo observándolo que podía percibir con facilidad cualquier diminuto cambio en su inexpresivo rostro. Sabía que, en ese momento, el marginado se estaba riendo de él por la cara que puso cuando lo llamó «estúpido».
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó, sólo para estar completamente seguro.
—Sí.
—Vale.
Se quedaron callados un rato mientras veían la lluvia caer bajo la sombra del viejo roble.
—¿Por qué te molestaste tanto cuando te dije que había escuchado la conversación que tuviste con tu hermano el otro día bajo este mismo árbol? —preguntó el marginado al tiempo que sacaba la mano izquierda del paraguas para dejar que la lluvia le mojara la pálida piel de los dedos.
A Jonas le resultaba imposible no seguir cada uno de sus movimientos.
Las manos del marginado eran masculinas, sí, pero también eran bastante femeninas. No, femeninas no era la palabra correcta ni adecuada para describirlas. Sencillamente, sus manos eran más... finas y... delicadas, quizá. Con sus dedos largos y estilizados, sus uñas perfectamente recortadas, y el conjunto de venas en el área del dorso que sobresalían de una manera tal vez un tanto exagerada.
—Es complicado.
—Complicado —repitió el marginado, en un tono bajo—. ¿Por qué?
Jonas lo vio mover los dedos bajo la lluvia.
—Mi hermano está enfermo.
—¿En serio? ¿Qué tiene?
Tomó una inhalación profunda antes de decir:
—Es homosexual
Los dedos bajo la lluvia dejaron de moverse.
El silencio entre ellos empezó a ser asfixiante.
—¿Crees que la homosexualidad es una enfermedad?
—No lo creo, lo es.
—¿Según quién?
—Mis padres.
—¿Tus padres? —repitió, en un tono mucho más bajo que antes. La expresión que Jonas alcanzó a ver en su rostro hizo que le dieran ganas de tocarlo; de suavizar su ceño fruncido—. Ya veo.
—No puedes decírselo a nadie —le advirtió, porque no quería que se corrieran el rumor de la enfermedad de su hermano en el instituto—. Si lo haces, te juro que...
—Yo también soy homosexual.
Jonas lo miró de hito en hito.
Eso no... No hablaba en serio, ¿verdad? Tenía que estar tomándole el pelo, porque... Maldición, ¿el marginado era gay? ¿Desde cuándo?
Abrió la boca para decir algo, la cerró y luego volvió a intentarlo. Le tomó varios minutos encontrar su propia voz.
—¿Tú...? —balbuceó, incrédulo—. ¿Tú eres...?
—No es una enfermedad.
Jonas se rascó la nuca con un gesto de incomodidad.
—Seguro que tus padres no piensan lo mismo —ironizó—. ¿Ya les dijiste que eres...?
—¿Puedes sujetar esto? —lo interrumpió el marginado, acercándole el paraguas.
Cuando Jonas lo agarró por el bastón para evitar tocar al marginado, éste le dio la espalda y se alejó bajo la lluvia sin decir nada. Sumido en un estado de perplejidad, Jonas observó la manera en la que su pelo ondulado y su gabardina azul marino se empapaban en cuestión de segundos.
—¡Espera, Anakin! —lo llamó, debatiéndose internamente entre seguirlo o quedarse ahí parado como un idiota bajo la sombra del viejo roble—. ¡No era mi intención que...! ¡Yo sólo...!
Pero el marginado ni siquiera lo miró.
Estaba claro que la mención de sus padres lo había molestado.
—Ah, vaya mierda... —susurró.
♡
Anakin
—Oye, Annie...
El cuerpo de Anakin se tensó cuando un par de brazos surgieron desde atrás para envolverlo en un abrazo, pero se relajó al comprobar que se trataban de las cálidas manos de su hermana.
—¿Hmm?
—¿Quieres ganarte cincuenta dólares?
—No.
—¿Eh? ¿Por qué no?
—Porque no tienes cincuenta dólares.
—Claro que los tengo.
—¿En serio? —Padme asintió—. Enséñamelos.
—Yo... no puedo —refunfuñó, con la cara pegada a la parte alta de su espalda. Hasta hace poco los dos aún solían medir lo mismo, pero entonces él dio el estirón—. Están en la billetera de papá.
Anakin se rio, lo que no fue más que un débil e imperceptible resoplido.
—¿Qué es lo que necesitas? —le preguntó. Estaba a punto de ganar una partida de Mobile Legends en su teléfono; lo único que quedaba por hacer era destruir la base de operaciones enemiga.
—¿Recuerdas el trabajo de Historia que me ayudaste a hacer ayer hasta muy, muy tarde?
—¿Ese que terminé por ti porque te dolían los pulgares?
—Sí. —Frotó la frente contra su espalda y gimió como cuando no quería comerse los vegetales de su plato—. No lo encuentro por ninguna parte, creo que lo olvidé en mi habitación...
—¿Por qué será que no me sorprende? —suspiró Anakin.
—Annie... —volvió a gemir su hermana, posiblemente haciendo uno de sus famosos y adorables pucheritos—. Ayúdame a hacerlo otra vez, ¿sí? No quiero que el profesor Clinton me repruebe.
Cuando la palabra «victoria» apareció en la pantalla de su teléfono, se lo guardó en el bolsillo y le dio a su hermana dos golpecitos en los brazos que en realidad querían decir: «Suéltame un segundo, ¿quieres?». Padme gimoteó una última vez antes de hacerlo. Anakin metió una mano en el interior de su mochila, sacó un conjunto de varias hojas, se dio la vuelta para mirar a su hermana y...
—¡Por el amor del Maestro Yoda! —exclamó Padme, cubriéndose la boca con las manos para amortiguar el escandaloso grito que se le escapó—. ¿Cómo es que...? ¿De dónde lo...?
—Supuse que lo olvidarías, así que saqué dos copias y una la guardé en mi mochila.
Los ojos verdes de su hermana se llenaron de lágrimas.
—¡Oh, Annie! ¡Te amo tanto! —Se abalanzó sobre él para abrazarlo con todas sus fuerzas. Anakin volvió a tensarse, pero no la apartó—. ¡Lo juro, eres la persona que más amo en el mundo!
—...
—¡No sé qué haría sin ti!
—...
—Vaya, vaya, ¿pero qué es lo que tenemos aquí? —Hendry, que acababa de acercarse, chasqueó la lengua con desdén—. ¿Favoritismo flagrante? Sí, me parece que es favoritismo flagrante.
—...
—La semana pasada olvidé mi tarea de Matemáticas —siguió diciendo, señalando a Anakin con un dedo—. Esa que, tú por cierto, me obligaste a hacer. Dime, ¿por qué a mí no me hiciste una copia?
—...
—¿Es porque no llevo tu sangre?
—...
—¿O es porque sigues sin superar que me comiera tu pastel de cumpleaños hace más de cinco años? —Abrió la puerta de su casillero y arrojó un puñado de libros dentro—. Porque, para tu información, te hice un enorme favor —continuó—. Sé lo mucho que odias el betún.
—...
—Sé que te da asco el betún.
—...
—Padme, estás asfixiando a tu hermano.
—¡Oh! —se sorprendió ella, dando un paso atrás—. Dios, lo siento tanto, Annie. —Anakin dejó de ver estrellas tan pronto como Padme lo soltó—. Estaba tan contenta que no medí bien mi fuerza.
—No pasa nada —dijo, tan pronto como encontró su voz—. Estoy bien.
—¿No te lastimé?
—No, no me lastimaste.
—Dios... —Parecía a punto de echarse a llorar—... soy la peor hermana del mundo.
—No, no lo eres. —Anakin le agarró la mano y sonrió. Lo cierto es que Padme era todo lo que él hubiese podido desear en una hermana—. Sólo no me aprietes tan fuerte la próxima vez.
—Anakin tiene razón, Padme. Un poco más y se le habría escapado un pedo.
El comentario de Hendry bastó para hacerla reír.
—Vaya —dijo, olvidándose de las lágrimas—. ¿Se te iba a escapar un pedo, Annie?
—No —respondió él, fulminando a Hendry con la mirada.
—Está bien, no debería darte vergüenza admitirlo. A todo el mundo se le ha escapado un pedo alguna vez. Padme, por ejemplo. —Hendry le sonrió—. Ella siempre está echándose pedos.
—¡No es cierto!
—Pedos hediondos.
—¡Ya basta!
—Pedos que te hacen considerar que podría estar muy enferma del estómago.
—¡Te voy a matar, duende baboso!
Anakin supuso que era hora de fingir que no los conocía.
Se colocó sus protectores auditivos sobre las orejas y esquivó a los estudiantes aglomerados en el pasillo central para llegar a la máquina expendedora de bebidas. Pasó su tarjeta de la cafetería por el sensor, seleccionó una gaseosa de limón y esperó hasta verla caer en la ranura. Finalmente, apoyó la espalda en la pared junto al bebedero de agua y se deslizó hacia abajo para sentarse en el suelo.
Mientras daba el primera trago a su bebida carbonatada, Anakin sintió que alguien lo observaba. No necesitó echar un vistazo para saber de quién se trataba. Hacía años que lo sabía. La intensidad de su mirada siempre era lo que lo delataba. Suspiró y decidió hacerse el tonto a propósito.
Dejó su gaseosa junto a sus piernas cruzadas y comprobó la hora en su celular. Aún faltaban más de quince minutos para que terminara la hora del almuerzo, lo que le daba tiempo suficiente para jugar otra partida de Mobile Legends. Sin embargo, justo antes de que pudiese presionar el icono del videojuego, la notificación de un mensaje se desplegó en la parte superior de la pantalla.
Benson: Skylar, necesito que vengas a mi oficina ahora mismo.
Anakin pestañeó, leyó dos veces más el mensaje y respondió:
Anakin: No puedo, estoy ocupado.
Benson: ¿En serio?
Anakin: Sí.
Benson: Qué extraño, yo te estoy viendo sentado en el suelo.
Sólo después de leer el último mensaje, Anakin reparó al fin en la persona que se encontraba de pie frente a él. Vislumbró un par de zapatos negros y lustrosos sobre los cuales caían unos pantalones de vestir oscuros con finas líneas grises hechos a la medida. Alzó la mirada lo suficiente para verle la corbata y se quitó los protectores auditivos, dejándoselos alrededor del cuello.
—A mi oficina —dijo su tío, el director Presley—. Ahora.
Anakin suspiró, recogió su gaseosa de limón y se levantó del suelo para seguirle.
Benson Presley era en realidad el tío paterno de Hendry. Los mellizos lo llamaban tío porque él así se los había pedido luego de que Padme empezara decirle «ancianito» cuando tenían casi cinco.
—¿Qué tal si me llaman tío Ben? —les había dicho—. Yo a ustedes siempre los he considerado mis sobrinos.
Cuando Benson abrió la puerta de la oficina, Anakin fue a sentarse en una de las sillas sin esperar a que éste le pidiera que lo hiciera. Lo que más le gustaba de aquel despacho, además de la ventilación, era mirar el péndulo de Newton que estaba sobre el escritorio, a un lado de la iMac.
—¿Sabes por qué estás aquí, Skylar? —preguntó el director luego de acomodarse en su lugar.
—No —respondió Anakin, sin apartar sus ojos de las esferas—. ¿Por qué estoy aquí?
—La profesora Stuart cree que quizás tú podrías explicarme por qué la última tarea que entregó tu hermana en la clase de Álgebra obtuvo una A.
—No hay mucho que explicar —dijo—. Padme obtuvo una A porque hizo bien su tarea.
—Skylar.
—¿Hmm?
—No puedes hacer la tarea por ella.
Anakin estiró una mano para detener el movimiento de las esferas.
—No hice la tarea por ella, sólo le enseñé a obtener las respuestas correctas. —Apartó la mano para que las esferas volvieran a chocar entre ellas—. Mi hermana no es muy inteligente que digamos, pero tampoco es estúpida. Su problema es que le cuesta trabajo concentrarse. Me tomó más de dos horas conseguir que se quedara quieta en su silla para mostrarle cómo tenía que hacer su tarea.
Seis meses después de que Anakin fuese diagnosticado con TEA, a Padme le diagnosticaron TDAH, lo que a menudo le causaba problemas para prestar atención, terminar tareas; y le era un tanto imposible seguir órdenes o instrucciones; la mayor parte del tiempo le resultaba difícil quedarse quieta y, en ocasiones, su impulsividad la hacía hablar y actuar sin pensar en las consecuencias.
—No estarás mintiendo, ¿verdad?
Cuando Anakin se aburrió de mirar el péndulo de Newton, contempló la ventana.
—Yo nunca miento, tío Ben.
Pero eso no era del todo cierto. Anakin sabía mentir, y, gracias a su inexpresivo rostro y su inalterable tono de voz, podía mentir mucho mejor que la mayoría; aunque rara vez se veía en la necesidad de hacerlo. Sólo el padre de Hendry intuía cuando alguien mentía, era muy bueno en eso.
—Muy bien, se lo haré saber a la profesora Stuart entonces.
—¿Puedo irme ya?
—En realidad... —Benson hizo una pausa mientras empezaba a dar golpecitos sobre la superficie del escritorio con la punta de los dedos—... hay algo más de lo que quiero hablar contigo, Skylar.
Anakin inclinó la cabeza hacia un lado para hacerle saber que lo estaba escuchando.
—Es sobre el programa de tutorías que te comenté hace unos días.
—Ah.
—¿Recuerdas la última charla que tuvimos?
—Sí.
—¿Y bien? ¿Has cambiado de parecer respecto a...?
—No me interesa.
Benson Presley se echó a reír.
—Ay, sabía que dirías algo como eso.
—¿Puedo irme ya?
—Skylar —dijo, ahora más serio—. Necesito que te unas al programa. Eres el alumno con las mejores notas del estado de Washington. Exactamente por ello me gustaría que compartieras todo ese conocimiento con alumnos menos... talentosos, por así decirlo.
—Ya estoy compartiéndolo con Padme y Hendry.
—Lo sé, y espero que lo sigas haciendo. Sin embargo, este programa es diferente.
Anakin dejó de mirar por la ventana para clavar sus ojos en los pómulos del director. Durante el minuto entero en que lo estudió, lo vio sonreír, tragar saliva y apretar ligeramente la mandíbula.
—¿Por qué estás tan interesado en que me una al programa de tutorías? —preguntó sin rodeos.
—Como te he dicho —empezó Benson, al tiempo que cruzaba los dedos de las manos sobre el escritorio—. Me gustaría que compartieras tu conocimiento con alumnos menos...
—No, esa no es la verdadera razón —lo interrumpió Anakin, que entornó los ojos, afiló la mirada y se inclinó hacia adelante en la silla para prestar mejor atención—. Hay algo más, ¿qué es?
El hombre frente a él volvió a reírse, está vez sin duda por los nervios que le generaba el ser observado con tanto esmero por nada más y menos que su propio sobrino.
—Por eso me agradas, Skylar. Eres un chico muy inteligente. —Anakin no dijo nada, se limitó a mirarlo en espera de una respuesta. Benson suspiró, se reclinó en su silla y usó una mano para apoyar la barbilla—. Bien, tú ganas. Te diré qué es lo que pasa. Verás, hace unos días el alumno con las peores notas del instituto entregó una solicitud para unirse al programa de tutorías, lo cual nos complace mucho ya que estábamos a punto de tomar cartas en el asunto. Como sea, el punto es que este alumno ha demostrado tener buenas aptitudes físicas, lo que lo convierte en un potencial candidato para formar parte de los Halcones Bicentenarios el siguiente año. Lamentablemente, el estado en el que se encuentra su boleta de calificaciones hacen que sea imposible que se integre oficialmente al equipo.
Anakin desenroscó y enroscó la tapa de su gaseosa de limón una y otra vez.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—El entrenador Anderson me pidió que le asignara al mejor alumno del instituto. —Se echó hacia adelante y apoyó los codos en el escritorio—. Da la casualidad de que ese alumno eres tú.
—Pero yo no formo parte del programa.
—No por ahora, pero pensé que tal vez...
—No me interesa —repitió Anakin—. No pueden obligarme a convertirme en tutor de un idiota sólo porque su estupidez no hace posible que entre al equipo. No tiene nada que ver conmigo.
—Lo sé, Skylar. Sé muy bien que no ponemos obligarte —dijo, de nuevo muy serio—. Por eso que espero que no me odies por lo que estoy a punto de hacer. —Abrió el cajón inferior de su escritorio para sacar una pequeña y cuadrada pecera de cristal, en la que Anakin avistó un pez de un precioso e intenso azul—. Si aceptas ser el tutor de este alumno, este escalar azul podría ser...
—Acepto.
Ignorando la sonrisita astuta que se dibujó en los labios de su tío, Anakin se inclinó para acercar el rostro a la pecera y así darle un mejor vistazo al pez que nadaba dentro. Lo que vio lo dejó fascinado. El cuerpo del pez escalar era largo y comprimido lateralmente, con aletas largas, delgadas y un tanto translucidas, que le daban a su apariencia ese toque majestuoso, digno de un rey.
Estiró las manos para agarrar cuidadosamente la pequeña pecera cuadrada y, evitando hacer movimientos bruscos en todo momento, se la puso sobre el regazo, reclamándolo como suyo.
—¿Puedo irme ya?
—No tan rápido —replicó el director Presley, dando suaves golpecitos en su escritorio para conseguir de nuevo su atención—. Primero quiero que conozcas al alumno que se te será asignado.
Anakin no respondió, pero tampoco protestó. Estaba demasiado ocupado admirando su nueva adquisición. Escuchó a su tío pronunciar algunas palabras con una mujer cuya voz reconoció a través del intercomunicador del teléfono, sólo que no les prestó mucha atención. No podía esperar por llegar a casa para traspasar a su pez escalar azul a la pecera grande de su habitación. Él mejor que nadie sabía lo desesperante que era el estar encerrado en un espacio tan estrecho y reducido.
Varios minutos más tarde, una persona anunció su llegada tocando la puerta de la oficina. Benson le pidió que pasara y después que se sentara. Anakin ni siquiera se molestó en apartar la vista de su pez. No le interesaba conocer al alumno que, desde ese momento, iba a estar bajo su tutela.
—¿Qué está haciendo él aquí?
Anakin contuvo la respiración varios segundos, esperando que se tratase de alguna broma.
—Jonas, supongo que ya conoces a Skylar —repuso el director—. Si es así, seguro que te alegrará saber que ha aceptado ser la persona que se encargará de ayudarte a mejorar tu rendimiento escolar.
—¿Qué? —espetó Jonas, claramente enfadado—. ¿Por qué él?
—Porque es el alumno con las mejores notas del instituto.
—¿No puede ser otra persona?
Anakin siguió mirando la pecera en su regazo mientras se mantenía fuera de la conversación. Que el idiota sentado a su lado se quejara era algo bueno, porque si él era quien se oponía a que Anakin fuese su tutor, Benson no tendría más opción que asignarle a otro alumno. El problema era su pez escalar azul. Si el idiota no lo aceptaba como su tutor, Benson iba a pedírselo de regreso ¿no?
—Skylar —lo llamó el director, que llevaba varios minutos intentando convencer a Jonas de que Anakin era alumno con las mejores notas del estado y bla, bla, bla—. ¿No hay nada que quieras decir?
—Sí —dijo Anakin, aferrándose a la pecera con las manos—. No pienso regresar el escalar azul.
—¿Qué? —preguntaron Jonas y el director al mismo tiempo.
—Un trato es un trato —insistió, ignorando al idiota sentado a su lado que al parecer no podía quitarle los ojos de encima. Anakin se concentró en mirar los pómulos del director Presley sentado detrás de su escritorio—. Incluso si él no quiere que yo sea su tutor, el escalar azul ya es mío.
—¿Escalar azul? —repitió Jonas, sin entender a qué se refería—. ¿Qué diablos es eso?
—Skylar —volvió a llamarlo su tío, con un tono de voz diferente—. Tú mismo lo has dicho. Un trato es un trato. Si Jonas no quiere que seas su tutor, deberás devolverme el escalar azul.
—¡No! —exclamó Anakin, sobresaltando tanto a Jonas como al director, que lo miraron con la boca abierta. Cuando notó que había alzado la voz, se ruborizó y giró la cabeza hacia otro lado, como si de esa manera pudiese ocultar su vergüenza—. Quiero decir... —dijo, ahora más tranquilo—... no.
Anakin sintió que ambos lo miraban, pero ninguno se atrevió a decir una palabra. Estaba claro que jamás lo habían visto reaccionar así antes. No era propio de él gritar o exaltarse. Una vez que el rubor en su rostro se atenuó, Anakin regresó la vista al frente, aunque no miró a nadie.
Ni siquiera al pez escalar azul.
Benson suspiró y se quitó los lentes para pellizcarse el puente de la nariz.
—Jonas, ¿qué te parece sí...?
—Está bien —murmuró Jonas, sin dejar de mirar a Anakin—. Si es verdad que este es el alumno con las mejores notas del instituto, supongo que está bien. No es como si tuviera otras opciones.
El director Presley se irguió en su lugar.
—¿Aceptas a Skylar como tu tutor? —le preguntó.
Jonas vaciló, pero al final, después de tragar saliva, resopló.
—Sí, lo acepto.
—Estupendo, haré el papeleo.
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