Capítulo 1 | El bruto y el marginado
Jonas
—Bien, ahora díganme ¿qué chica de la clase les parece más atractiva? —preguntó Alex Stewart luego de ingresar a los vestidores del gimnasio de Bicentenary High School.
Noah Parker, cuya taquilla se encontraba entre la de Jonas y la de Alex, se limitó a encogerse de hombros con una actitud desinteresada mientras se deshacía de su sudoroso uniforme deportivo.
—No tengo ningún gusto en especial —respondió sin más, sacándose el jersey por los hombros.
Acostumbrado a esa clase de respuestas por parte de Noah, Alex puso los ojos en blanco.
—Vamos, sólo digan un nombre. A mí la chica que me parece más atractiva es Paige. Tiene una cara muy linda y sus pechos realmente crecieron demasiado después de las vacaciones de verano.
Jonas y Noah fruncieron las cejas.
—¿Por qué mencionas sus pechos? —se quejó Noah, metiendo su uniforme sucio en la mochila.
—¿Eres alguna clase de pervertido o algo así? —agregó Jonas, sacudiendo la cabeza.
—¿Van a decirme que jamás le han mirado los pechos a una chica?
Noah agarró una toalla blanca del estante y se dirigió al área de las duchas comunales.
—Pues no, la verdad es que no.
Alex escupió un resoplido burlón.
—¿Qué hay de ti? —le preguntó a Jonas, echándose la toalla sobre los hombros para seguir a Noah por el pasillo—. Sophie también tiene pechos grandes. No tanto como los de Paige, pero...
—¿Te importaría dejar de hablar sobre pechos?
—¿Por qué? ¿Te da miedo tener una erección?
—Eso quisieras.
En las duchas, más de veinte adolescentes de quince años se encontraban bajo las regaderas para que el agua se llevara el sudor que cubría sus cuerpos luego de una larga hora de Educación Física. Junto a Jonas, Alex insistía en que Noah dijera el nombre de una chica, pero éste le ignoró.
Sin prestarles demasiada atención, Jonas se frotó el cuerpo con una barra de jabón. Cuando el chico junto a él terminó de ducharse, cerró la llave del agua y se marchó. Sólo en ese momento, Jonas avistó al marginado escuálido que, a pesar de ser un perezoso de mierda que se la pasaba durmiendo en todas las malditas clases, sacaba siempre las mejores notas del instituto. ¿Cómo lo hacía? Jonas no tenía ni la menor idea. Pero sabía que era por favoritismo. Incluso ese día, el profesor Neil Anderson había pasado por alto su poca (por no decir nula) participación durante el partido de fútbol.
«Maldito hijo de puta».
Con una mueca de disgusto, Jonas observó al marginado. Éste estaba quieto como una estatua debajo de una de las regaderas. El chorro de agua fresca caía sobre su cabello y bajaba por su rostro, provocando que sus rebeldes rizos castaños se le adhirieran a la frente. Medía lo mismo que Jonas y su complexión física era más o menos parecida a la suya. Lo único «diferente» en él era su cara. Sus facciones eran tan suaves y delicadas que todos en el instituto decían que parecía una chica.
Después de unos segundos, el marginado abrió lentamente los ojos y miró la pared frente a él con una expresión somnolienta, típica en ese idiota. Tomó su barra de jabón y se lavó el cuerpo de forma perezosa. Jonas se sintió furioso. ¿Por qué ese hijo de puta siempre estaba tan cansado cuando jamás hacía nada? Apretó los dientes, luchando con la necesidad de darle una paliza. En su lugar, miró con disimulo cómo éste se frotaba el cuello, la nuca, las axilas, los brazos, el pecho y el abdomen.
El marginado era tan asquerosamente desagradable a la vista que...
—¡No me jodas, Jonas! ¿Por eso no querías que hablara de pechos? —exclamó Alex, señalando su entrepierna que, sin darse cuenta, había reaccionado—. ¿Y te atreves a llamarme a mí pervertido?
Jonas contuvo la respiración. A su alrededor, los demás chicos se rieron de él, pero nada de eso no le importó. Sus ojos regresaron al escuálido marginado. Éste estaba mirándolo. No. No lo estaba mirando a él. Estaba mirando lo que había crecido entre sus piernas. Avergonzado, Jonas cerró la llave del agua y se cubrió sus partes privadas con la toalla. El marginado alzó la vista hacia sus mejillas sonrojadas, arqueó una ceja con desdén y se volvió hacia otro lado para ignorar su existencia.
El odio que Jonas sentía por ese idiota alcanzó un nivel más profundo.
Ignorando los comentarios que hacía Alex sobre los pechos de Paige, Jonas salió de las duchas con una toalla alrededor de su cintura y regresó a los vestidores del gimnasio para ponerse el uniforme del instituto. Al cabo de unos minutos, Noah apareció junto a él con el cabello muy húmedo.
—No te avergüences, es algo muy normal —le dijo—. Nos sucede a todos alguna vez.
Por desgracia, Alex no tardó en alcanzarlos.
—Dime la verdad, ¿te los estabas imaginando?
—Cierra de una vez la maldita boca —espetó Jonas.
—Desde ahora te digo que voy a ir a por Paige este año, así que mejor piensa en los de Sophie.
—Alexandre —siseó Noah a modo de advertencia.
Alex sonrió y levantó las dos manos para rendirse.
—Vale, vale. No hablaré más sobre pechos.
Y así fue. Alex no volvió a hablar sobre los pechos de ninguna chica, al menos durante el resto del día. Cuando los tres terminaron de vestirse, el escuálido marginado salió de las duchas con una toalla alrededor de la cintura. Como de costumbre, el marginado pasó junto a ellos sin prestarles la más mínima atención. Jonas odiaba que anduviera por ahí creyéndose mejor que el resto. El hijo de puta no solo era el favorito de los profesores, también contaba con la protección de Hendry Cross.
En Bicentenary High School, todos sabían que Hendry Cross era sinónimo de peligro.
Pese a tener sólo quince años, Hendry medía poco más de uno setenta. Era más grande que la mayoría de los chicos y, sobre todo, más fuerte. Jonas y Alex habían tomado clases de Judo junto a él desde los ocho años. Básicamente, lo habían visto crecer practicando toda clase de artes marciales, siempre acompañado de su padre; un hombre igual de aterrador que él que, según viejos rumores, había hecho desaparecer a un chico después de que éste tocara su motocicleta. Por eso, nadie quería buscarse problemas con él. Quizás no era alguien popular, pero su nombre era muy bien conocido.
No obstante, durante esa hora del día, Hendry no se encontraba ni en los vestidores ni en las duchas. Su horario era distinto al de ellos, de modo que no estaba cerca. ¿Y qué era el escuálido marginado sin su perro guardián para protegerlo? Nadie. Jonas y Alex compartieron una mirada de complicidad. Ambos se divertían muchísimo molestando a ese hijo de puta. ¿Cuál era la mejor parte de todo el asunto? El marginado jamás mostraba algún tipo de reacción. Aun si lo único que hacían era burlarse de él por su apariencia, el marginado jamás se defendía, jamás se enfadaba, jamás nada.
Era como un zombie que sólo sabía arrastrarse de un lado a otro.
—Oye, las duchas de las chicas están por allá —dijo Alex en voz alta, acercándose a él para golpearlo con su hombro—. Oh, pero si eres tú, Darth Vader. Perdona, te confundí con una chica.
El marginado no respondió ni se volvió hacia ellos para mirarlos. Fue como si no los hubiese escuchado. Abrió su taquilla, sacó su uniforme del instituto y comenzó a vestirse perezosamente. A Jonas le dieron ganas de darle un puñetazo en el estómago lo suficientemente fuerte para hacerlo escupir sangre por la boca. Nunca se cansaría de ver los labios del marginado cubiertos de sangre.
—¿Qué pasa? ¿Estás sordo? —le preguntó Jonas, apoyándose en la taquilla junto a la suya.
—¿Ya saben qué van a comer en el almuerzo? —intentó distraerlos Noah, pero no funcionó.
Decidido a obtener su atención, Jonas le arrebató la camisa blanca del uniforme cuando éste se disponía a ponérsela. El marginado soltó un suspiro y se volvió hacia él para recuperarla, pero no lo miró a los ojos. Jamás hacía contacto visual con nadie que no fuese su hermana melliza o Hendry.
—Devuélvemela —dijo con una voz plana y aburrida.
Alex se echó a reír.
—Joder, incluso tu voz es igual a la de una chica. ¿Estás seguro de que no eres una?
El marginado hizo una pausa para meditar su respuesta.
—Si fuese una chica tendría pechos como los que no dejabas de hablar hace un momento.
Alex chasqueó la lengua y meneó la cabeza con desaprobación.
—Lo dudo, tú hermana apenas si tiene. Es igual a una tabla de surfear.
Jonas notó un minúsculo cambio en el semblante inexpresivo del marginado. Para cualquier otra persona aquello podría haber pasado completamente desapercibido, pero no para él.
—No hables de mi hermana.
Jonas y Alex compartieron una nueva mirada de complicidad. Finalmente habían logrado que el apático marginado reaccionara a sus palabras. Meterse con él empezaba a volverse más divertido.
—¿Por qué no? —inquirió Jonas, ladeando la cabeza. El otro no respondió. Impulsado por la irritación de ser ignorado, Jonas lo agarró del cuello, estampó su cuerpo contra las taquillas y hundió los dedos en sus mejillas para obligarlo a hacer contacto visual—. ¡Mírame a los ojos cuando te hablo!
El marginado no hizo ninguna mueca que expresara dolor tras ser maltratado. En su lugar, exhaló otro suspiro y parpadeó un par de veces con ese estúpido rostro carente de emoción antes de obedecer. Jonas sintió algo extraño en su pecho una vez que sus miradas se encontraron. Los ojos del marginado eran de un verde opaco, le recordaron al color que adquiría el pasto luego de ser cortado.
Detrás de ellos, Noah exhaló con cansancio.
—Los veo en la cafetería —anunció, retirándose de los vestidores.
Sin Noah presente, no había quién desempeñara el papel de mediador. Jonas sonrió.
—¿Qué hacemos con él? —le preguntó a Alex, cuyas ideas eran siempre las más retorcidas
Alex se acercó a la taquilla abierta del marginado, agarró su corbata gris del uniforme y la estiró entre sus manos para probar su resistencia. Un minuto después, una sonrisa perversa tiró de su boca.
—Tráelo —demandó y echó a andar de nuevo a las duchas.
Jonas lo siguió, arrastrando consigo al marginado mientras lo sujetaba de la nuca. En el interior de las duchas aún había chicos lavándose el sudor en las regaderas, pero ninguno de ellos emitió un sonido cuando los vieron regresar. Se limitaron a mirar el espectáculo con sonrisitas en sus rostros.
Alex señaló una de las regaderas vacías y Jonas empujó al marginado hacia adelante. Entre los dos le ataron las muñecas al tubo de agua con su propia corbata del uniforme. Después abrieron la llave para que el agua le mojara los pantalones negros y los zapatos. Jonas, que seguía sosteniendo la camisa blanca del marginado en las manos, la tiró al suelo de las duchas y le escupió con desprecio.
—Quien se atreva a desatarlo sufrirá el mismo destino en las duchas de las chicas —amenazó Alex en voz alta para que todos los chicos que se encontraban ahí lo escucharan—. ¿Entendido?
Cuando Alex salió de las duchas, Jonas miró una última vez al marginado que estaba bajo la regadera con el chorro de agua cayendo sobre él. No se veía afectado. Al contrario. Parecía haberse acostumbrado a esos tratos luego de haber sido víctima de Jonas y Alex desde el jardín infantil.
Antes de irse, Jonas recordó lo que le había sucedido mientras se bañaba. Que su miembro se pusiera duro sólo por haber visto al marginado frotarse el cuerpo con un jabón lo hizo enfurecer.
—Eh —lo llamó, pero éste no respondió y tampoco se molestó en mirar en su dirección.
Jonas dio un paso al frente y le atizó un puñetazo en el estómago, tan fuerte, que el marginado se dobló emitiendo un gruñido. Sorprendentemente, su expresión no se vio afectada en lo absoluto.
—Si le hablas a Hendry de esto, te arrancaré la lengua.
No se quedó a esperar una respuesta, le dio una palmada en la cabeza y se marchó.
♡
Anakin
Anakin Blondeau llevaba alrededor de quince minutos bajo el chorro de agua fría cuando escuchó que alguien se acercaba. Los demás chicos se habían ido hace ya mucho tiempo, en las duchas no quedaba nadie más aparte de él. Intentó desatarse la corbata él mismo, pero al final llegó a la conclusión de que era un esfuerzo innecesario y desistió. En una ocasión también trató de cerrar la llave del agua, pero Alex lo había atado de tal forma que le resultó imposible bajar los brazos.
—¡Annie! —gritó Padme, su hermana melliza, buscándolo en los vestidores del gimnasio.
Anakin abrió los ojos y volvió la cabeza hacia la puerta.
—Estoy aquí —respondió sin alzar la voz.
Una chica parecida a él entró corriendo a las duchas, pero se paralizó en la entrada al ver su situación. Tras recuperarse, se acercó para cerrar la llave del agua y comenzó a desatarle las muñecas.
—¡Hendry! ¡Anakin está aquí! —le informó su hermana a alguien.
Menos de cinco segundos después, un chico alto y atractivo hizo su aparición en las duchas. Cuando Hendry vio a Anakin empapado de pies a cabeza y sin camiseta, contrajo las cejas.
—¡¿Quién te hizo esto?! —exigió saber con los dientes apretados—. ¡Dime sus nombres, ahora!
—¿Para qué?
Hendry se acercó a las regaderas y ayudó a Padme a desatarle las muñecas.
—No te hagas el imbécil conmigo, Anakin. Dime ya sus malditos nombres.
A pesar de su feroz tono, Anakin no respondió. La razón de su silencio no era porque temiera que Jonas le arrancara la lengua, sino porque no quería ver a Hendry metiéndose en problemas.
Anakin y Padme conocían a Hendry Cross desde incluso antes de nacer. Los padres de ambos eran tan unidos que habían decidido criar a sus hijos como si fuesen hermanos. Por ello, éstos se trataban como tal. Sin embargo, Anakin no podía evitar que su corazón latiera más rápido cada vez que Hendry se encontraba cerca. Era una sensación sumamente extraña. Aun cuando a él todavía le costaba un poco de trabajo identificar sus propias emociones y sentimientos, sabía que lo que sentía por Hendry era una especie de amor diferente a la que se supone debería sentir por un hermano.
—Bien —siseó Hendry—. Tarde o temprano lo descubriré por mi propia cuenta.
Tras ser liberado de las muñecas, Anakin se masajeó el área en donde su corbata del uniforme le había dejado feas marcas rojas. Le dolía el estómago debido al puñetazo que Jonas le atestó antes de irse, pero no expresó su malestar. En vez de eso, contempló su camisa blanca en el suelo.
—Te traeré una toalla —exclamó Padme, desapareciendo en los vestidores del gimnasio para regresar en cuestión de segundos con un puñado de toallas blancas, secas y muy limpias.
Anakin dejó que su hermana le secara el cabello mientras él se secaba la parte superior del cuerpo. Tuvo que mirar hacia otro lado cuando Hendry comenzó a desabotonarse la camisa del uniforme. Se la sacó por los hombros y se la dio para que se la pusiera, pero Anakin no la aceptó.
—Póntela.
—Puedo volver a ponerme el uniforme deportivo.
—Póntela —insistió Hendry, no aceptando un «no» por respuesta.
El chico había heredado la terquedad de su madre, por lo que a Anakin no le quedó de otra más que ceder. Aceptó la camisa que le ofrecía y se la abotonó con rapidez, conteniendo sus deseos por hundir la nariz en la tela e inhalar esa agradable mezcla de olores a eucalipto y madera de cedro.
Hendry se volvió hacia la puerta.
—Regreso en un minuto —dijo y salió de las duchas.
Padme se agachó a recoger la camisa de Anakin, pero hizo una mueca al ver el escupitajo.
—¿Quiénes fueron? —preguntó con enfado. Anakin no respondió—. Annie...
—Se lo vas a decir.
—Por supuesto que no.
Anakin se encogió de hombros.
—Entonces, ¿para qué quieres saberlo?
—Para ir a patearles el trasero yo misma.
—No quiero que te metas en problemas por mi culpa.
—Sólo les daré un escarmiento.
—No.
—Dios, ¿por qué eres tan...?
Hendry regresó a las duchas usando el uniforme deportivo del instituto: pantalones de chándal y un jersey gris oscuro. En las manos llevaba el resto del uniforme de uso diario junto con sus zapatos.
—No puedes usar el uniforme deportivo fuera de horario, te sancionarán —le dijo Anakin.
—Mejor que me sancionen a mí que a ti, señor buenas notas.
La expresión en el rostro de Anakin se mantuvo impasible; sólo él percibió una cálida sensación surgiendo desde lo más profundo de su pecho que se extendió por todo su cuerpo. Tomó el resto del uniforme de uso diario de Hendry y se dirigió a los vestidores para cambiarse los pantalones mojados.
Una vez vestido, los tres echaron a andar a la cafetería. Hicieron fila para el bufé, llenaron sus bandejas con comida y se fueron a sentar a una de las mesas redondas del fondo. Los demás alumnos solían observarlos de manera extraña desde que inició el año escolar. Ese día, sin embargo, Anakin y Hendry atrajeron más miradas de lo usual. Anakin sabía que se veía ridículo usando el uniforme de Hendry (pues le quedaba más grande que el suyo), y también sabía que las miradas que las chicas le daban a Hendry era porque el uniforme deportivo lo hacía ver como el supermodelo de una revista.
Nadie entendía por qué un chico como él, atractivo y con talento en los deportes, era tan unido a los bichos raros de los Blondeau. Hendry tenía potencial para ser alguien muy popular, pero a él todo eso le importaba un rábano. Lo único que quería era estar siempre con sus dos mejores amigos.
En Bicentenary High School, los tres eran conocidos como: «el club de los marginados».
Mientras comían el almuerzo en la cafetería, Padme y Hendry no tardaron en llenar el silencio con una discusión sobre cabras espaciales. Después de sus padres, esos dos eran las personas más parlanchinas que Anakin había conocido. Siempre tenían algo de que hablar. Él, en cambio, era más reservado y rara vez tenía algo que aportar a la plática. Hendry y Padme tenían que esforzarse mucho por incluirlo en todas y cada una de sus conversaciones. Ya sea para hacerle preguntas como: «¿Verdad que sí? ¿Tú qué piensas? ¿De verdad te parece imposible que una cabra pueda vivir en el espacio?».
—En el cómic que estoy leyendo las cabras no necesitan oxígeno para sobrevivir —insistió Padme, dándole un mordisco a su emparedado de pollo—. Por algo son «cabras espaciales».
Hendry puso los ojos en blanco.
—Es un cómic, idiota. Obviamente es ficción.
—Escuché que la NASA solía enviar animales al espacio hace mucho tiempo. —Su hermana se volvió hacia él con las mejillas brillantes—. ¿No es así, Annie?
Hendry lo buscó con la mirada, esperando que negara o confirmara las palabras de Padme. Anakin, que acababa de cortar y acomodar simétricamente los vegetales sobre su bandeja, dijo:
—En 1948 enviaron el primer mono al espacio en un cohete desde Nuevo México, pero murió asfixiado durante el viaje. Más tarde, en 1949, un segundo mono fue enviado al espacio, éste murió en el impacto al regresar a la Tierra. En total, cinco monos han viajado al espacio. Todos fallecieron.
Padme y Hendry se quedaron estupefactos.
—¿Murieron? —preguntó Hendry, vacilante—. ¿Todos?
—Sí.
—Dios, eso es... horrible —susurró Padme, dejando su emparedado a medio comer.
—En 1950, el gobierno de la unión soviética comenzó a enviar perros, pero...
—¡Ya basta, Annie, hablemos de otra cosa!
Anakin se encogió de hombros y tomó su tenedor para comer sus vegetales hervidos. Un par de minutos más tarde, Padme y Hendry encontraron un nuevo tema de conversación. Anakin los escuchó de manera distraída y solamente habló cuando era necesario que lo hiciera. Sin embargo, no mucho tiempo después, empezó a sentir los parpados pesados. Colocó un brazo sobre la mesa, apoyó la mejilla derecha en su puño y cerró los ojos, quedándose dormido en cuestión de segundos.
Padme lo despertó una vez terminada la hora del almuerzo.
Los tres recorrieron juntos el pasillo principal para llegar a sus casilleros, pero tuvieron que separarse a mitad de camino. Hendry y Anakin eran vecinos, mientras que el casillero de Padme se encontraba casi al final del pasillo. Anakin había estado dispuesto a cambiárselo por el suyo, pero ella se negó al descubrir que el casillero de enfrente le pertenecía a Noah Parker, su amor imposible.
—Señor Cross, ¿por qué está usando el uniforme deportivo fuera de horario? —preguntó la voz de la señorita Ruperta, una mujer de complexión robusta y cabello blanco a causa de las canas.
Hendry se volvió hacia ella con una encantadora sonrisa en los labios.
—Justo a usted la estaba buscando —respondió—. Espere, ¿se hizo algo en el cabello?
—Hendry Cross Presley Russell —siseó la mujer a modo de advertencia.
—Ya sé, se cambió los lentes —insistió el rubio, chasqueando los dedos como si acabara de notarlo—. Buena elección, señorita. La montura dorada hace que sus ojos se vean más brillantes.
La señorita Ruperta guardó silencio un instante, pero la dura expresión en su rostro se suavizó.
—Los cambié hace dos semanas —dijo—. Eres el primero en notarlo.
—Seguro que no seré el último.
La mujer suspiró y, para sorpresa de Anakin, le dedicó a Hendry una sonrisa de abuela.
—Miraré a otro lado esta vez, asegúrese de no usar el uniforme deportivo fuera de horario.
Hendry asintió y se despidió de ella con una inclinación de cabeza. Después de que la señorita Ruperta se alejara lo suficiente, Anakin contempló un rato a Hendry antes de formular su pregunta:
—¿Cómo lo haces?
A su lado, el rubio arrugó un folleto en el que lo invitaban a formar parte de los Halcones Bicentenarios, el equipo de fútbol americano del instituto, hasta convertirlo en una pequeña pelota.
—¿Cómo hago qué?
—Salirte siempre con la tuya.
Hendry se encogió de hombros.
—En realidad, es un viejo truco que aprendí de mi padre —explicó, lanzando la pelota de papel a un contenedor de basura—. Cuando mi madre se enfada con él, éste suele halagarla hasta que a ella se le olvida por qué estaba enfadada. A veces le cuesta trabajo, pero al final siempre lo consigue.
Anakin sacudió la cabeza con desaprobación.
—No sé por qué no me sorprende.
—De tal palo, tal astilla —sonrió Hendry, al tiempo que cerraba la puerta de su casillero para apoyarse en ella. Su sonrisa se desvaneció y sus ojos se tornaron de un gris más oscuro—. Entonces, ¿quién fue? —preguntó, con un tono tan frío como el hielo—. ¿Jonas? ¿Alex? ¿Los dos imbéciles?
—No —dijo Anakin, pero Hendry obtuvo su respuesta.
Un músculo se tensó en su mandíbula y la vena de su cuello sobresalió.
—Dame una buena razón para no ir a destrozarles el cráneo en este maldito momento.
Anakin ni siquiera tuvo que pensarlo.
—Eres mejor que ellos, Cross —respondió, mirándolo a los ojos—. No te rebajes a su nivel.
Hendry sostuvo su mirada en silencio por lo que pareció una eternidad, pero Anakin en ningún momento intentó evitar el contacto visual. Hendry y su hermana melliza, Padme, eran las únicas personas a las que él podía mirar libremente a los ojos sin sentirse incómodo o ansioso.
—De acuerdo, tú ganas —aceptó Hendry, relajando la tensión en sus hombros—. No me rebajaré a su nivel. Pero la próxima vez que cualquiera de ellos te ponga una mano encima, los destrozaré.
Anakin exhaló un suspiro de cansancio y regresó la mirada al interior de su casillero. Hendry se echó a reír, colocó una de sus enormes manos sobre su cabeza y le despeinó los rizos castaños.
—Quita ya esa cara, Vader —le dijo el rubio, rodeándole el cuello con un brazo para echar a andar por el pasillo principal—. ¿Te apetece echar una partida de Call of Duty saliendo del instituto?
—Sólo si prometes no irte a rushear por tu propia cuenta.
Hendry hizo una mueca.
—Veré qué puedo hacer. Me gusta jugar la carta del héroe que se sacrifica por sus amigos.
Anakin puso los ojos en blanco.
—Eres un idiota.
—Además —continuó Hendry, fingiendo no haber escuchado ese insulto—. Sin importar cuantas veces vaya a rushear yo solo al otro equipo, siempre estarás ahí para cuidarme la espalda, ¿no?
—Sí —respondió Anakin, con una minúscula sonrisa tirando de sus labios—. Siempre.
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