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Capítulo 9 | La pizza de Don Cangrejo es la mejor

Padme

Después de zamparse media caja de comida china recalentada en el microondas, Padme terminó de cepillarse los dientes sacudiendo cada una de sus extremidades al ritmo de «Welcome To The Jungle». Cuando regresó a su cuarto, el peine con el que iba desenmarañarse el cabello se convirtió en una especie de micrófono.

—¡You can have anything you want, but you better not take it from me! —cantó, imitando los movimientos de cadera que hacía Axl Rose en el video musical que reproducía en su computadora—. ¡In the jungle, welcome to the jungle, watch it bring you to your... sha-n-n-n-n-n-n-n-n knees, knees! ¡Oh, I'm gonna watch you bleed!

Se subió a la cama de un brinco, pretendiendo estar arriba de un escenario, y dejó caer el peine sobre las almohadas para imitar esta vez a Slash durante su solo de guitarra. Mientras movía los dedos como si de verdad estuviese tocando las cuerdas de una guitarra eléctrica, alguien abrió la ventana de su habitación y se coló dentro.

Padme no necesitó echar un vistazo para saber de quién se trataba.

—¡Hendry, atrápame! —gritó.

El instinto hizo que Hendry extendiera los brazos para atrapar a Padme justo cuando ella se precipitaba en su dirección, como quien se lanza de un helicóptero en paracaídas; sin temor y con una confianza formidable.

—¿You know where you are? —entonó Padme—. ¡You are in the jungle, baby!

—¡You're gonna die! —entonó Hendry, sonriéndole de oreja a oreja.

—¡Yeaaaaaaaaaaaaaaaaah! —cantaron los dos—. ¡In the jungle, welcome to the jungle, watch it bring you to your... sha-n-n-n-n-n-n-n-n-knees, knees! ¡In the jungle, welcome to the jungle, feel my, my, my my, serpentine!

Padme alzó los brazos por encima de su cabeza, con Hendry aún sosteniéndola por la cintura.

—¡Jungle, welcome to the jungle, watch it bring you to your...! —cantaron de nuevo los dos—. ¡Sha-n-n-n-n-n-n-n-n-knees, knees! ¡Down in the jungle, welcome to the jungle, watch it bring you to your! —Padme cerró el puño de su mano izquierda, haciéndose con un micrófono imaginario—. ¡It's gonna bring you, down! ¡Huh!

Al terminar la canción, Hendry la arrojó sobre la cama como si se tratase de un pesado costal de papas y, posteriormente, se dejó caer a su lado. Padme agarró una almohada con forma de la Estrella de la Muerte para golpearlo en la cara, pero él se apresuró a defenderse con otra almohada con forma del casco de Darth Vader.

Los dos se echaron a reír.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Padme, poniéndose la almohada de la Estrella de la Muerte debajo de la cabeza—. Hay comida china en el refrigerador. Ya sabes, de esa que no pudimos comer ayer por ir a la fiesta.

—Estoy bien, vengo de la casa de Paige —respondió Hendry a modo de explicación—. ¿Dónde está Anakin?

—En la biblioteca.

Hendry hizo una mueca.

—¿Por qué últimamente pasa tanto tiempo en ese lugar?

Padme se encogió de hombros.

—No lo sé, supongo que le gusta mucho leer.

Ambos se quedaron en silencio durante un largo rato, mirando el techo de la habitación de Padme el cual se encontraba abarrotado por un montón de estrellas de diferentes tamaños que desprendían un suave brillo.

De pronto, Hendry se incorporó como si alguien lo hubiese pinchado con la punta de un alfiler.

—Joder, creo que ya sé lo que ese idiota hace en la biblioteca.

—¿Ah, sí? —bostezó Padme, sin molestarse en abrir los ojos—. ¿Y qué es lo que según tú hace en la biblioteca?

—Se está viendo con alguien.

—¿Qué? —Padme se incorporó también—. De ninguna manera.

—Hablo en serio, Anakin está saliendo con alguien.

—¿Con quién?

—No lo sé.

Padme exhaló un resoplido.

—Entonces, ¿cómo sabes que mi hermano está saliendo con alguien?

—Vi su teléfono. Alguien le envió un mensaje con un puñado de corazones.

—Bueno, pudo haber sido mamá. A ella le encanta enviarnos emojis de corazones.

—No, no era tu madre —insistió Hendry, entornando los ojos mientras pensaba—. Era un número que Anakin no tenía guardado en su lista de contactos. Además, se puso histérico cuando le arrebaté el celular.

—¿Recuerdas los últimos cuatro dígitos?

—No.

—Genial.

Padme y Hendry suspiraron con aire derrotado y se recostaron sobre la cama para mirar una vez más las estrellas fluorescentes que adornaban el techo. Al cabo de unos segundos, el celular de Padme sonó junto a una gran pila de comics de Star Wars ubicados encima de la mesita de noche. Alargó un brazo para alcanzarlo.

—Es Annie —exclamó Padme, leyendo el mensaje de su hermano en voz alta—. Dice que ya va camino al trabajo, se encontrará con nosotros en el sitio de siempre. Oh, también dice que nos reportará si llegamos tarde.

—Tu hermano siempre tan simpático —suspiró Hendry con un tono dramático.

Padme se echó a reír mientras sacaba los pies fuera de la cama para terminar de desenmarañarse el cabello frente al pequeño espejo ovalado de su habitación. Se hizo una coleta a la altura de la coronilla y se refrescó la cara con un poco agua de fría, esperando que eso terminara de despertarla. Se colgó en los hombros la mochila en la que acostumbraba guardar su uniforme del trabajo y se reunió con Hendry en el alfeizar de la ventana.

—Ten cuidado con la cabeza —le advirtió éste, ayudándola a atravesar el marco de madera.

Agarrados de la mano para evitar que Padme resbalara y se partiera el cuello, como había estado a punto de suceder en infinitas ocasiones, cruzaron juntos el tejado del garaje hasta alcanzar el gran y viejo manzano del jardín. Hendry usó las gruesas ramas para bajar y después atrapó a Padme, quien se lanzó a sus brazos sin titubear.

—Ahora que lo pienso... —empezó Padme, sentada en el portaequipaje trasero de la bicicleta de Hendry, rodeándole la cintura con un brazo para no caerse—. Creo que Anakin sí podría estar saliendo con alguien.

Hendry se volvió bruscamente hacia ella.

—¿Con quién?

—No lo sé, no quiso darme el nombre de la persona por la que aceptó ir a la fiesta el día de ayer.

—Mmm... —ronroneó Hendry, pensativo—. ¿Alguna idea de quién pueda ser?

—No, la verdad es que no —respondió Padme, apoyando la mejilla en la espalda de Hendry mientras éste recorría las calles, llevándolos al trabajo—. Pero es extraño —prosiguió—. Anakin rara vez habla con alguien.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Hendry, ahora impávido—. ¿Por qué aceptaste ir a la fiesta anoche?

Las mejillas de Padme se tiñeron de un rojo muy brillante.

—¿Yo? —Se le escapó una risita nerviosa—. Pues, porque sí. Quería... ya sabes, divertirme y todo eso.

—Sigues enamorada de Noah, ¿eh? —se burló Hendry, chasqueando la lengua con desdén.

—¡Yo no...! —protestó Padme, aunque era inútil tratar de ocultarlo—. ¿Y qué si lo estoy?

Hendry detuvo la bicicleta en un semáforo en rojo al llegar a la avenida que los conduciría a la pizzería en la que trabajaban los tres, cuatro horas al día, cinco días a la semana, y miró a Padme por encima del hombro.

—Está saliendo con Sophie —le informó, como si ella no lo supiera.

—Ya lo sé, no soy estúpida.

—Nunca dije que lo fueras.

—No, pero siempre estás diciendo que soy una tonta.

—Tonta sí, estúpida no.

—Vaya, gracias —resopló Padme, con el atisbo de una sonrisa tirando de sus labios.

Encontraron a Anakin en la parte trasera de la pizzería, esperándolos de cuclillas a un lado de un enorme contenedor de basura ubicado justo a mitad de un estrecho callejón, jugando a algo en su teléfono celular.

—Ya era hora —masculló con una piruleta en la boca, sin apartar sus ojos de la pantalla.

Padme se agachó junto a su mellizo para verlo ganar una partida de Mobile Legends mientras que Hendry se aseguraba de encadenar las ruedas de su bicicleta a un viejo sistema de tuberías. Al terminar, los tres ingresaron a la pizzería por la puerta de empleados para llegar la sala de descanso, donde se vistieron con sus uniformes de trabajo; una playera azul marino, pantalones de vestir oscuros y una gorra con el logotipo de Seattle Space Pizza.

—Gracias al cielo ya están aquí —celebró Jessica, la cajera del turno de la tarde, una vez que Padme, Hendry y Anakin pusieron un pie dentro de la cocina—. Hoy el día se me ha hecho eterno. Parece ser que hay una nueva pizzería que ha estado regalando rebanadas de pizza por su inauguración y nos está robando a toda la maldita clientela. Caroline, Arthur y yo hemos estado sentados todo el día espantando moscas, jugando con la masa y comiéndonos los toppings —siguió diciéndole a Anakin, quien, por supuesto, no le prestó ninguna atención.

—A este paso el idiota de Frederick nos obligará a usar esa estúpida botarga de pizza astronauta para atraer a más clientes —se quejó Arthur, el encargado de la cocina, chocando el antebrazo con Hendry a modo de saludo.

—Pues prefiero eso antes que usar esos diminutos uniformes espaciales que apenas me cubren la mitad de los muslos —protestó Caroline, la auxiliar, metiéndose un puñado de piña a la boca después de abrazar a Padme.

—Entonces, ¿no hay mucho trabajo? —preguntó ella, conteniendo apenas una sonrisa—. ¡Vaya, eso es genial!

—¿Genial? —Arthur resopló—. No sé tú, pequeña, pero cuando no trabajo el tiempo avanza más despacio.

—Igual para mí —coincidió Jessica, suspirando cansinamente.

—Bueno —dijo Caroline, limpiándose las manos en el delantal—. Les dejamos el resto a ustedes, chicos.

—Seguro —repuso Hendry, atándose un delantal color negro a la cintura.

—Nos vemos mañana —les dijo Padme, despidiéndolos con la mano.

Anakin, por otro lado, se quedó callado mientras los chicos salían de la cocina. Padme notó que estaba mirando fijamente el compartimiento de toppings, que había sido asaltado por los del turno de la tarde.

—Los voy a reportar —exclamó finalmente, con una cara muy seria.

Hendry se volvió hacia él con una sonrisa esquinada.

—¿A ti qué te pasa? ¿Por qué de pronto quieres reportarnos a todos?

—Comerse los ingredientes para las pizzas está prohibido, lo dice en el contrato. Además, es antihigiénico y no.... —guardó silencio al ver a Padme llevarse un puñado de pepperoni a la boca—. Bueno, me da igual.

Se dio la vuelta y se dirigió a su área de trabajo en la parte de enfrente, detrás de la caja registradora.

Padme y Hendry se quedaron atrás, en el área de la cocina, limpiando la barra de preparación y rellenando el compartimiento de toppings para las pizzas. Alrededor de treinta minutos más tarde, una orden apareció en la pantalla digital que se encontraba suspendida sobre la barra de preparación, solicitando una pizza de jamón y tocino. Hendry se lavó nuevamente las manos y se puso a trabajar. Padme, por su parte, fingió seguir limpiando.

—Deberías preguntarle —dijo al cabo de unos minutos.

Hendry cerró la puerta del horno después de meter la pizza de jamón y tocino dentro.

—¿Preguntarle qué a quién?

—A Annie —respondió Padme, sentándose junto al fregadero con las piernas cruzadas. Apoyó la barbilla perezosamente en su mano—. Deberías preguntarle con quién está saliendo, quizás a ti sí quiera decírtelo.

—O quizás no está saliendo con nadie y sólo nos estamos haciendo ideas estúpidas.

—Venga ya, fuiste tú quien empezó con eso de: «Anakin está saliendo con alguien» —dijo, imitándolo.

Dos órdenes más aparecieron en la pantalla digital, esta vez solicitando una pizza vegetariana, otra con pepperoni y una más con champiñones y espinacas, sin nada de queso. Hendry volvió a ponerse manos a la obra.

—¿Se supone que acabas de imitar mi tono de voz? —se burló, haciendo girar la masa de pizza con los dedos lanzándola un par de veces al aire—. Porque lo has hecho fatal, necesitas practicar un poco más.

—Hablo en serio, Hendry.

—Yo también. —Puso la masa de pizza sobre una cama de harina y empezó a darle forma para llenarla con salsa de tomate, queso y demás—. Si Anakin de verdad está saliendo con alguien, lo descubriré eventualmente.

—¿Cómo?

—Tengo un plan.

—La última vez que dijiste: «Tengo un plan», todo salió mal. ¿Ya olvidaste la vez que incendiamos...?

—La próxima vez que vaya a la biblioteca, iremos con él —la interrumpió.

Eso, definitivamente, era algo que jamás se le habría ocurrido a Padme. En especial porque odiaba las bibliotecas. Siempre había alguien que la mandaba a callar cuando hablaba de más. Además, todo ese silencio le generaba ansiedad. Era agobiante estar en un lugar donde nadie podía decir nada sin que alguien dijera: «¡Shh!».

—Eres un genio —dijo, aplaudiendo con las manos.

—Lo sé, me lo dicen todo el tiempo.

—Pero...

—Nada de peros.

—Pero... —insistió Padme, frunciendo el entrecejo—. ¿Y si pone sobre aviso a la persona con la que se ve?

Hendry sacó del horno la pizza de jamón y tocino para dividirla en seis porciones con el cortador.

—Sí que eres tonta.

—¡Oye!

—Iremos sin decirle.

—Oh —dijo, comprendiendo por fin su plan—. Ya veo.

—¿Sin decirle qué a quién? —preguntó repentinamente Anakin, atravesando el umbral de la cocina.

Padme se sobresaltó sintiendo un vuelco en el estómago. Por suerte, Hendry era un mentiroso experto al que jamás le temblaba la voz. El único capaz de reconocer si estaba mintiendo o no era su propio padre.

—Padme y yo queremos ir a la feria la próxima semana —explicó Hendry, terminando de preparar la pizza con champiñones y espinacas, sin nada de queso. Se acercó al gran horno y la depositó dentro—. Pero, como estoy castigado, posiblemente mi madre no me dejará ir, así que iremos sin decirle. ¿Vendrás con nosotros?

Anakin se encogió de hombros, como diciendo: «está bien».

—Jessica tenía razón —dijo, sentándose en el lugar de Padme a un lado del fregadero cuando ella se levantó para ir a recoger la pizza de jamón y tocino—. Parece que la nueva pizzería nos está robando a todos los clientes.

—¿Será que sus pizzas saben mejor que las nuestras? —preguntó Padme.

—¿Nuestras? —repitió Hendry, que era el único que estaba haciendo algo.

Padme puso los ojos en blanco.

—¿Será que sus pizzas saben mejor que las que hace este zoquete?

—No creo que sea por eso —respondió Anakin, distraído—. Ellos están regalando rebanadas de pizza por la inauguración, es una estrategia de marketing para atraer clientes. Las personas solamente van por la novedad.

—¿Significa que volverán cuando se den cuenta de que las pizzas que hace este zoquete son mejores?

—Deja de llamarme zoquete.

—Zoquete, zoquete, zoquete.

—Ve a entregar la pizza, Padme —le dijo su hermano—. Se va a enfriar.

Padme asintió y salió de la cocina para dirigirse al área del comedor, donde había diez mesas con cuatro sillas cada una, repartidas estratégicamente por todo el lugar. Seattle Space Pizza era una cadena de pizzerías bastante conocida en todo Estados Unidos, cuyos pequeños locales tenían una temática de naves y astronautas.

—Pizza de jamón y tocino en camino —anunció Padme, acercándose a una adorable pareja de ancianitos que eran clientes frecuentes—. Me alegra saber que ustedes no nos traicionaron por ir a la nueva pizzería.

La ancianita sonrió de oreja a oreja.

—Oh, querida, el queso de allí sabe horrible y el pan está demasiado tostado. —Sacudió la cabeza en señal de desaprobación—. Mis pobres dientes crujieron cuando le di un mordisco a la rebanaba que nos obsequiaron.

—O sea que sí pensaron en traicionarnos —bromeó Padme, llevándose las manos a la cintura.

—Eso jamás, querida —respondió el ancianito—. Las pizzas que hace Hendry son sin duda las mejores.

—Le diré que dijo eso, se pondrá muy contento. —Padme sonrió—. Si necesitan algo más, háganmelo saber.

—Lo haremos —dijeron los dos—. Muchas gracias, querida.

En la cocina, Hendry estaba cortando en porciones de seis las otras pizzas recién salidas del horno. Padme las recogió, las entregó a sus dueños y regresó con ellos a la parte de atrás. Después de casi una hora de sólo perder el tiempo cantando: «La pizza de Don Cangrejo es la mejor», alguien hizo sonar la campana de servicio.

Anakin se bajó del fregadero para ir a atender al nuevo cliente. Dos órdenes aparecieron en la pantalla digital, por lo que Hendry se puso de inmediato a trabajar. Padme se apresuró a fingir que limpiaba lo que sea.

—Padme, ayúdame a tomar la siguiente orden —dijo Anakin, regresando a la cocina.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque yo te lo estoy pidiendo.

—No, gracias, sabes que odio estar en la caja. Prefiero quedarme aquí y ayudar a Hendry.

Hendry chasqueó la lengua.

—No me estás ayudando con nada.

—Cállate.

—Padme —insistió Anakin, muy serio—. Por favor.

Padme suspiró de la manera más dramática posible, se puso su gorra morada con la imagen de una pizza astronauta estampada y salió de la cocina para tomar el lugar de su hermano detrás de la caja registradora.

—Bienvenido a Seattle Space Pizza, la única pizzería de Seattle donde las pizzas saben cómo traídas del mismísimo espacio —saludó con una sonrisa fingida, ocultándose detrás de la visera de su gorra—. ¿Puedo tomar su o... —Sintió que se le revolvían las tripas cuando vio a la persona parada detrás de la barra—. ...o-o-o-rden?

—Hola, Padme.

—H-o-o-o-ola —tartamudeó de nuevo, ruborizándose hasta las orejas.

—¿Las pizzas saben cómo traídas del mismísimo espacio? —preguntó Noah, sonriéndole.

—Sí. No. Quiero decir... saben cómo... cómo... hechas por el mismísimo Hendry.

Noah se echó a reír con suavidad.

—Eso también está bien, Hendry hace muy buenas pizzas.

—Sí.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—Me alegra escuchar eso.

—Sí.

—¿Eso en tu gorra es una pizza astronauta?

—Sí.

—Es linda.

—Sí.

—¿A qué hora sales de trabajar?

—Sí. —Padme hizo una pausa—. ¿Perdón?

—Joder, ¿por qué tardas tanto? —se quejó otra persona, acercándose a Noah. Se trataba de Alex, el idiota número uno, que se había levantado de la mesa en la que se encontraba sentado con Jonas, el idiota número dos. Ambos idiotas se situaron a cada lado de Noah—. Sólo queremos una pizza, la de siempre, pero con más pepperoni que la de la última vez. —Padme no se molestó en tomar su orden—. ¿Qué pasa, eres estúpida?

—Alexander —murmuró Noah, con un tono sombrío, a modo de advertencia—. Cierra la boca.

—Ya veo, eres sorda —siguió Alex, ignorándolo—. ¿Necesitas que te lo diga en lenguaje de signos?

—Muy bien —dijo Padme, por fin, ingresando su orden al sistema—. Una pizza de queso con doble ración de pepperoni. —Alex sonrió, satisfecho consigo mismo—. Serán nueve dólares con cincuenta y cinco centavos.

Alex resopló por la nariz.

—Sí que eres estúpida.

Noah abrió la boca, seguramente para defenderla, pero otra persona intervino.

—Lamento ser yo quien te lo diga, pero ya no tenemos permitido darte pizzas gratis —exclamó Anakin, que salió de la cocina perezosamente para situarse a un lado de Padme—. Así que, o pagas o no tendrás tu pizza.

—Me parece que has olvidado quien es el dueño de esta pizzería, imbécil.

—En realidad, fue tu padre quien nos dio esa orden.

—¿Qué dices?

—Así como lo escuchaste —corroboró Padme, notando que Jonas no dejaba de mirar a su hermano.

Noah sacó un billete de diez dólares de su cartera, pero Alex lo apartó de un manotazo.

—Dame mi maldita pizza gratis —les exigió a los mellizos.

—No a menos que pagues por ella —repitió Anakin.

—Eres un...

Noah suspiró y le dio el dinero a Padme, quien le devolvió el cambio tratando de no ruborizarse.

—Gracias.

—D-de nada.

—Voy a hacer que los despidan a los dos —gruñó Alex, con un aire amenazante.

—¿Vas a ir llorando a contarle a tu papi que no quisimos darte tu pizza gratis? —se rio Padme, enrojeciendo al recordar que Noah seguía ahí—. Ve, no nos importa que nos despidan. Sólo estamos siguiendo sus órdenes.

—Vete a la mierda, rarita estúpida.

De pronto, Anakin sorprendió a todos agarrando a Alex por el cuello de su camisa, tirando de él por encima de la barra que los separaba. Clavó sus ojos verdes en la barbilla del brabucón, tensando la mandíbula.

—Vuelve a llamar así a mi hermana y juro que te arrepentirás.

—¿Oh, en serio? ¿Y qué harás? ¿Llamar a Hendry, tu fiel perro guardián? —se burló Alex, acercando su rostro al de Anakin para demostrar que éste no le asustaba—. Vamos, hazlo —lo desafió—. Estoy esperándolo.

Jonas agarró a Anakin del brazo y tiró de él hacia un lado, apartándolo de Alex.

—Déjamelo a mí, Alex. Ya sabes lo que pienso de él cada vez que veo su cara.

—¿Y qué es lo que piensas de él cada vez que ves su cara? —exclamó Hendry. Tanto Alex como Jonas dieron un paso atrás—. Me preguntaba por qué tardaban tanto —dijo, mirando a los mellizos—. Ahora veo el por qué.

—Hola, Hendry —lo saludó Noah con una sonrisa.

—Noah —pronunció Hendry, devolviéndole el saludo—. ¿Para comer aquí o para llevar?

—Para comer aquí, por favor.

Hendry asintió y espero a que Noah y los otros dos idiotas fueran a sentarse en una de las mesas antes de regresar a la cocina. Una vez solos detrás de la caja registradora, Padme pellizcó a Anakin con fuerza en el brazo.

—Auch —dijo, aunque el pellizco no pareció causarle ningún dolor.

—¿Por qué no me dijiste que se trataba de Noah? —le reclamó ella, apretando los dientes para que no le temblara la mandíbula—. Ya sabes cómo me pongo cuando se trata de él, prácticamente me puse en ridículo.

Anakin parpadeó y la miró a los ojos, desconcertado.

—Pensé que te gustaría atenderlo.

—Pues pensaste mal, eres un idiota.

—Lo siento.

—No, no lo sientes —espetó Padme en voz baja, con las mejillas encendidas por la furia—. Tú ni siquiera sabes lo que es eso. A veces realmente odio que tengas tan poca consideración por los sentimientos de los demás.

Eso dejó a su hermano pasmado.

—Padme, yo no...

—Lo sé, sé que no es tu culpa que seas así, es sólo que... —suspiró, sacudió la cabeza y se volvió hacia la puerta de la cocina—. Olvídalo, iré a ayudar a Hendry con las pizzas.

—Espera un segundo —insistió Anakin, tratando de detenerla agarrándola del brazo.

Padme se apartó.

—Descuida, esta vez sí que haré algo —dijo sin mirarlo—. Y si no me crees, siéntete libre de reportarme.

Padme regresó a la cocina para ayudar a Hendry con la preparación de las pizzas, sin saber que el rostro de su hermano expresaba por primera vez indicios de tristeza.

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