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Capítulo 8 | You're confused? I'm fuck*ng confused bro

Hendry

Con una ensombrecida expresión en el rostro, Hendry atravesó el campo de flores silvestres que había brotado por sí mismo en el parque del vecindario, perdido completamente en sus pensamientos. Se sentía como un idiota luego de haberse comportado de esa forma tan agresiva con la chica nueva durante la hora del almuerzo. No había podido evitarlo. ¿Cuál era su problema? ¿Por qué en ocasiones le era imposible controlar su propio temperamento? Sin duda, no era la primera vez que Hendry experimentaba ese sentimiento de ira incontrolable ardiendo dentro de sus venas, pero si era la primera vez que descargaba toda esa rabia sobre una chica inofensiva.

«Debería hablar sobre esto con mi padre», pensó.

Pero... ¿y si su padre creía que se había convertido en un abusador? ¿Y si en vez de escucharlo, se enfadaba con él por cómo había tratado a la chica? Hendry amaba a su padre, lo último que quería hacer era decepcionarlo.

Al final, decidió que lo mejor que podía hacer era mantener sus cambios de humor como un secreto.

Avanzando por el último tramo del parque para llegar a su casa, Hendry recordó su primer encuentro con la chica nueva. Él había sido llamado a la oficina del director por haberse encerrado con Paige en el cuarto de mantenimiento del primer piso, donde su tío, Benson Presley, lo sancionó enviándolo dos semanas y media a detención. Acostumbrado, Hendry aceptó su castigo y se marchó sin rechistar. Pero en el momento en que puso un pie fuera de la oficina del director, se tropezó de frente con una chica de cabello negro y corto hasta la barbilla.

La sorpresa hizo que la chica dejara caer el libro grande y grueso que llevaba en las manos. Este se abrió y al instante, cientos de fotografías, recortes de periódico y notas escritas a mano se desparramaron por el suelo.

—Lo lamento, no te vi —se disculpó Hendry, agachándose para ayudarla a recoger sus cosas.

La chica de cabello negro lo imitó.

—Está bien, no te preocu... —se quedó callada en cuanto sus ojos verdes se encontraron con los suyos. Un segundo después, frunció las cejas, apretó los labios y, sin explicación alguna, le arrebató agresivamente los recortes de periódico que él le había ayudado a levantar—. ¿Por qué no te fijas por dónde caminas, imbécil?

Hendry abrió mucho los ojos.

—¿Perdona?

La morena juntó todas sus pertenencias con muchísima rabia, doblando sin querer algunas fotografías, y lo guardó todo descuidadamente en ese libro viejo. Aun habiéndose incorporado, Hendry siguió mirándola con una expresión incrédula. ¿De verdad acababa de llamarlo imbécil? ¿Por qué? No es como si él hubiera tropezado con ella a propósito. Incluso había intentado ayudarla a levantar sus cosas del suelo y se había disculpado, ¿no?

—Quítate, me estás estorbando —volvió a gruñir la pequeña chica, desintegrándolo con la mirada.

Hendry cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Cuál es tu maldito problema? —le preguntó.

—Tú, tú eres mi maldito problema —respondió—. Ahora muévete de una vez, imbécil.

Sin esperar a que él la obedeciera, la chica lo empujó golpeándole el hombro izquierdo y continuó su camino a la oficina del director. ¿Qué diablos había sido eso? Era la primera vez que una chica se mostraba tan grosera con él. ¿Acaso ella lo conocía? ¿O a qué se debía ese cambio de actitud en cuanto lo miró a los ojos?

Siendo sincero, Hendry no sabía qué pensar.

Ese mismo día durante la hora del almuerzo, Padme y Anakin lo ignoraron para ir a sentarse en la mesa de esa chica. Aquello lo molestó. No entendía nada de lo que estaba sucediendo. La sangre que corría a través de sus venas se calentó, pero logró mantenerse calmado apretando los puños debajo de la mesa. Entonces, la chica pálida de cabello oscuro lo miró a los ojos. Fue una mirada tan rápida que nadie, excepto él, la percibió.

Y luego, ella sonrió. Fue una sonrisa mezquina, perversa y sobre todo, provocadora. La chica nueva claramente parecía estar enviándole un mensaje que decía: «¿Viste eso? Te he ganado robándote a tus amigos».

Solo eso bastó para que la ira de Hendry brotara de sus entrañas y perdiera el control de sus acciones. Sin detenerse a pensar en lo que estaba a punto de hacer, le arrebató el balón de fútbol a Alex y lo arrojó a la bandeja de la chica, llenándole el pelo y la cara de comida. Todos los que se encontraban en su mesa en ese momento se sorprendieron, en especial Paige. Pero luego, por supuesto, se echaron a reír. Las risas de sus compañeros hicieron que Hendry despertara de ese estado de trance y, al ver el ataque que cometió, algo dentro de él se engurruñó.

Acaba de agredir a una chica.

Se había convertido en un abusador.

—¿Por qué traes esa cara? —penetró en sus oídos una voz grave y demandante.

Hendry dejó de caminar, congelándose momentáneamente en su lugar. Sin darse cuenta, había llegado a su casa. Desde la cochera, su padre lo miraba con una expresión seria, alzando una de sus oscuras cejas. Llevaba puesta una camiseta blanca con manchas de grasa negra en el área del abdomen y un par de vaqueros desgastados.

—¿Qué estás haciendo en casa a esta hora? —le preguntó Hendry—. ¿No deberías estar en el trabajo?

—Te hice una pregunta.

Aferrándose a las correas de su mochila, Hendry se acercó a su padre para ver qué era lo que hacía. Todo parecía indicar que estaba dándole un poco de mantenimiento al motor de la camioneta de su madre.

—¿Estás cambiándole el aceite?

—Hendry.

«Dile» —susurró una vocecita dentro de su cabeza—. «Dile lo que pasó en el instituto, él lo entenderá».

—Solo estoy un poco cansado —respondió, ignorando esa voz—. ¿Por qué? ¿Aún se me nota lo drogado?

Su padre lo escudriñó durante un minuto entero, frunciendo ligeramente la frente. Debido a su trabajo como policía e investigador, el padre de Hendry era un experto leyendo la mente y las emociones de los demás.

—Ya no tanto —fue todo lo que dijo antes de regresar a su tarea—. ¿Qué tal te fue en la escuela?

Hendry exhaló un largo soplo de aire y se medió sentó en la defensa de la camioneta de su madre.

—Perdí la tarjeta electrónica para comprar en la cafetería.

Su padre chasqueó la lengua con desaprobación.

—Maldición, ¿otra vez?

—Otra vez.

—¿Cuántas veces la has perdido ya?

—No lo sé, no llevo la cuenta. —Percibió una leve contracción en los labios del hombre que era básicamente una versión adulta de él; estaba esforzándose por no sonreír. Hendry en cambio, sí que sonrió—. Por cierto, para que me den otra tarjeta necesito que firmes una carta en la que me comprometo a no perderla de nuevo.

—¿Y no vas a perderla de nuevo?

—Lo averiguaremos.

Su padre se quitó los guantes de carnaza de las manos para golpearle la cabeza con ellos.

—Espera, si no tenías tarjeta para comprar en la cafetería, ¿qué comiste entonces?

—Nada, este pobre hijo tuyo tuvo que pasar hambre. —La mirada verde aceituna de su padre se volvió mucho más oscura de lo habitual. Hendry se echó a reír—. Estoy bromeando, papá. Paige me compró el almuerzo.

—¿Paige?

—Joder, mi novia —le recordó, rodando los ojos—. ¿Por qué se te da tan mal recordar los nombres de las personas? ¿Acaso ya eres demasiado viejo? ¿Necesitas que te ayude a cruzar la calle y a cambiarte los pañales?

—Sabes, cada día haces que deseé más partirte ese cráneo tuyo justo por la mitad.

—¿Matar a tu propio hijo? Vaya, eso sí que es retorcido. ¿Recuerdas la vez que casi me ahogaste en el...?

Dejó la pregunta en el aire cuando su padre le hizo una llave de estrangulación sin ejercer presión. Hendry gruñó e inmediatamente trató de contrarrestarla, pero en un combate contra su padre, él siempre era el perdedor.

—¡Me rindo, me rindo!

—No es eso lo que quiero escuchar.

—¡Vale, tú ganas, lo siento! —Solo entonces, este lo liberó. Hendry miró a su padre con los ojos llenos de admiración mientras se masajeaba el cuello—. Mierda, definitivamente tienes que enseñarme a hacer esa llave.

—El domingo —le prometió, revolviéndole el cabello en lo que ambos se encaminaban hacia la casa.

Hendry puso mala cara mientras trataba de peinarse de nuevo.

—¿Mamá aún se cree que estoy tomando clases de francés todos los domingos?

—Si alguna vez se te escapa decirle que en realidad estás aprendiendo artes marciales conmigo, te arrancaré la cabeza, la clavaré en una estaca y la colocaré en el jardín de enfrente como decoración de Halloween.

Hendry chasqueó la lengua.

—No, si alguna vez se me escapa decirle a mamá que en realidad estoy aprendiendo artes marciales contigo, será ella quien nos arrancará la cabeza, las clavará en una estaca y las colocará en el jardín de enfrente como decoración de Halloween —lo corrigió con una sonrisa orgullosa, cruzando la sala de estar junto a él.

En ese momento, los músculos y las articulaciones de sus piernas se convirtieron en piedra al divisar a la persona que se encontraba sentada en uno de los sofás, charlando alegremente con su madre. «Maldita sea, no otra vez», pensó Hendry, paralizándose como un completo idiota a mitad de la sala. Su padre sonrió con malicia.

—Es verdad, olvidé decirte que hoy tenemos una visita —le dijo a su hijo en la oreja, dándole palmaditas en la espalda—. Y por lo que veo, esa niña aún puede hacer que te quedes pasmado como cuando eras pequeño.

Hendry sintió que se le revolvía el estómago.

—O-oye espera, ¿por qué...?

Su padre se aclaró la garganta, llamando la atención de su esposa y la invitada.

—Ahí estás, cariño. Estábamos esperándote —exclamó su madre con una enorme sonrisa en los labios, acercándose a ellos para ignorar a su padre y rodear a Hendry entre sus brazos, llenándole la cara de besos.

—Mamá...

—¿Ya viste quién está aquí?

Valentina se levantó de su lugar, sonriéndole a Hendry de forma tímida.

—Hola, Hendry. ¿Cómo estás?

Hendry se esforzó por sonreír, pero no respondió. Su cerebro seguía teniendo problemas como cada vez que ella se encontraba cerca. «¡Maldita sea, no otra vez!», repitió el pobre chico, completamente paralizando. Su padre, que sintió lástima al ver a su pequeño y adorado hijo sufriendo de esa manera, decidió darle una mano.

—Ya que Hendry está aquí, ¿qué les parece si comemos? Me estoy muriendo de hambre.

—Cierto, debes estar hambriento —le dijo su madre, ignorando de nuevo a su padre—. Iré a servir la comida.

—Deja que te ayude, tía Ellie.

Pero ella negó con la cabeza y sonrió.

—Oh, no, cariño. No te molestes.

—Ya me encargo yo de ayudarla —informó el padre de Hendry antes de seguir a su esposa a la cocina.

Al quedarse solo y desprotegido con Valentina en la sala de estar, Hendry sintió un pánico indescriptible deslizándose por la piel de todo su cuerpo, erizándole los vellos de los brazos. Los músculos de su espina dorsal se endurecieron. No podía moverse. Simplemente se quedó allí parado como un idiota, frunciendo el ceño.

—¿Estás enojado conmigo?

Su corazón amenazó con salirse de su caja torácica.

—¿Qué?

Nerviosa, Valentina se acomodó un mechón de cabello castaño detrás de la oreja.

—Bueno, en el instituto también me recibiste con la misma frialdad que ahora. Por eso pensé que...

«¡No, no, no! ¡Ni siquiera lo pienses, Hendry Cross Presley Russell! —le advirtió con severidad la voz racional de su consciencia dentro de su cabeza—. ¡No te atrevas a decirle eso que tienes en la punta de la lengua!».

—¿Y cómo esperabas que te recibiera, Val? —«¡¿Qué diablos haces?! ¡No!»—. ¿Con vítores y aplausos?

«¡Joder, eres un imbécil!».

—Yo...

—La comida está servida —irrumpió su madre desde el comedor.

Hendry cerró la boca lo más fuerte que pudo. Todavía tenía la oportunidad de disculparse con la joven, pero los engranajes de su cerebro estaban teniendo demasiados problemas para funcionar. Por dentro, el chico estaba que se cagaba en los pantalones, pero por fuera, se veía como la persona más fría e indiferente del mundo.

Tras recuperar la movilidad en sus piernas, Hendry se dirigió caminando bastante tranquilo al comedor, dejando atrás a Valentina con una cara de estupefacción. Ni una sola vez miró por encima de su hombro para ver si ella lo seguía. Simplemente se sentó en su lugar habitual en la mesa con un enorme nudo en el estómago.

«Bien, acabo de ganar el premio al idiota más grande del mundo».

La madre de Hendry sirvió té helado en cuatro vasos y luego su padre la ayudó a llevarlos a la mesa. Cada vez que este se acercaba a ella, depositaba un rápido beso en sus hombros. Se estaba esforzando muchísimo por obtener su perdón por lo que sea que la hubiera hecho enfadar. Pronto, Hendry notó que su madre sonreía.

Ese era el efecto que su padre causaba en ella.

Valentina terminó sentándose en la silla frente a él, que era el asiento de Susan. Su hermana aún no había llegado de su entrevista de trabajo. Hendry escondió su teléfono celular debajo de la mesa y le escribió un mensaje para saber cómo le había ido. A lo lejos, escuchó a sus padres iniciando una conversación con Valentina, pero él no les prestó demasiada atención. Estaba desesperado por salir de esa incómoda situación a como diera lugar.

—¿No vas a comer, Hendry? —preguntó su madre.

Hendry, que había estado sentado un buen rato sin tocar la comida de su plato, tuvo una idea.

—En realidad, le prometí a Paige que comería con ella —mintió—. ¿Puedo levantarme de la mesa?

Su madre asintió.

Hendry subió las escaleras a su cuarto para intercambiarse el uniforme del instituto por una sudadera negra, unos vaqueros rotos de las rodillas del mismo color y botas militares. Se pasó una mano por el cabello dorado para acomodárselo como a él le gustaba y luego bajó de nuevo a la cocina para despedirse de sus padres. No esperaba encontrar a su madre sosteniendo un enorme recipiente con suficiente comida para dos personas.

—¿Y esto es...?

—Comida —repuso ella, entregándole el recipiente cerrado—. Para que la compartas con Paige.

Sin duda, su madre era la ganadora al premio de la mejor madre del mundo.

—Gracias. —Sonrió Hendry, dándole un beso en la mejilla—. Se pondrá muy feliz.

—Ten mucho cuidado en el camino, cariño.

Hendry guardó el recipiente con cuidado dentro de su mochila, se la colgó en el hombro y se adentró en la cochera para desempolvar la vieja bicicleta que solía utilizar para ir a la escuela antes de que su padre le regalara su amada Jeep al cumplir dieciséis años. Comprobó la estabilidad del asiento, el aire de las llantas y los frenos.

Le tomó alrededor de quince minutos llegar a la casa de su novia.

Paige vivía en una mansión de casi tres pisos, cuyo jardín era uno de los más agraciados y llamativos en todo ese barrio privado. Los arbustos estaban perfectamente podados, los caminos de piedra se encontraban muy bien alineados, y un centenar de flores blancas y rosas decoraban maravillosamente el sendero hacia la entrada.

Mientras Hendry se bajaba de la bicicleta para echarla a andar a través del jardín, escuchó que alguien abría la puerta. Al principio creyó ver a Paige, pero la mujer que salió de la casa tenía un porte mucho más maduro que su novia. Esta bajó las escaleras del porche sosteniendo un par de cuadros entre sus brazos.

—¡No puedes llevarte esas pinturas! —le gritó Paige, trotando detrás de ella, aferrándose a los cuadros que la otra estaba transportando—. ¡Esta ya no es tu casa, no puedes solo venir y tomar lo que ya no te pertenece!

La mujer con el cabello anaranjado igual que Paige se volvió para mirarla.

—Suéltalos.

—¡No!

La madre de Paige suspiró con dramatismo.

—Linda, con todo el dinero que van a darme por estas estúpidas pinturas, ten por seguro que no volverás a verme durante un largo tiempo. Ahora suéltalos y deja ya de comportante como una maldita niña malcriada.

—No, lo mismo dijiste hace una semana, cuando te llevaste los jarrones de la abuela —respondió Paige, decidida a no dejar que su madre se llevara esos cuadros—. Si tan desesperada estás por conseguir dinero, dile al inservible de tu marido que se consiga un estúpido trabajo. De lo contrario, le diré a papá que eres una ladrona.

—Estúpida, tu padre ya lo sabe. Es él quien sigue dándome permiso para que me lleve todas estas cosas.

—¡Eso no es verdad, es una mentira!

—Suelta. Los. Malditos. Cuadros.

—No puedes hacer esto, no puedes...

—¿Quieres saber qué fue lo que hice con los pendientes de tu abuelita que tú tanto adorabas?

El rostro de Paige palideció.

—Tú... —siseó, pero su voz fue casi inaudible—. Tú te los llevaste... tú...

Su madre se aprovechó de ese momento de debilidad.

—La cantidad de dinero que me dieron por ellos fue tan lamentable... no eran más que una baratija.

Solo entonces, Paige dejó de aferrarse a los cuadros.

—¡Vete! ¡Lárgate! ¡Fuera de aquí!

La madre de Paige sonrió de manera triunfal y comenzó a encaminarse hacia su auto. Hendry se quedó de pie junto a unos arbustos, mirando la escena sin hablar. Le habría gustado intervenir, pero sentía que era algo entre madre e hija. Además, que él metiera la nariz en asuntos donde no lo llamaban no estaba bien visto, ¿no?

—Ojalá tú hubieras muerto en ese accidente —farfulló Paige temblando por la rabia, todavía observando a su madre alejarse. Ella la ignoró. Estaba claro que la discusión entre ambas había terminado—. Ojalá hubiera sido tu cabeza la que quedó prensada entre esos autos y no la de ella. —Hendry vio que la mujer se detenía—. Ese día tú ibas conduciendo el auto, fue tú culpa que la abuela muriera. —Apretó los dientes—. ¡Tú la mataste!

La madre de Paige dejó caer las pinturas, giró bruscamente sobre sus talones y caminó hacia donde estaba su hija hecha una furia. El cuerpo de Hendry se movió incluso antes de que él pudiera notarlo. Se instaló delante de Paige, protegiéndola con su cuerpo, y sujetó la mano de esa mujer cuando esta se disponía a golpearla.

—Bien, ya tiene sus cuadros, ¿no? Es hora de que se retire.

Los enrojecidos ojos de la mujer se posaron en él y, en cuestión de un segundo, toda su furia se dispersó.

—¿Quién eres tú, su novio? —inquirió, sonriéndole a Hendry con cierto aire coqueto—. Vaya, muy bien hecho, hija. No cabe duda de que te conseguiste un buen espécimen. Dime, ¿el muchacho es bueno en la cama?

Paige intentó rodear a Hendry para enfrentar a su madre, pero él no se lo permitió.

—¡Te odio! ¡Me das asco!

La mujer se echó a reír.

—Escúchame bien, linda. Por más atractivo que sea este muchacho, no permitas que te embarace. Lo único que conseguirás es arruinar tu bonita figura. —Le guiñó un ojo a Hendry—. Y tú, si te aburres de ella, búscame.

—¡Eres una...!

—Ya basta, Paige, tranquilízate —dijo él, volviéndose hacia su novia—. Venga, vayamos adentro.

—La odio, la odio, te juro que la odio. A veces quisiera...

Hendry la abrazó y le dio un beso en la frente.

—Lo sé, nena, lo sé. Pero no vale la pena.

Le dio otro beso en la frente y caminó junto a ella hasta el interior de la casa. Una vez ahí, Paige tardó bastante en calmarse. Sin importar lo mucho que él intentara consolarla, ella seguía temblando y sollozando sobre su regazo como si no fuese a parar nunca. Hendry la abrazó todo el tiempo que hizo falta. Le cepilló ese precioso cabello anaranjado, le dio palmaditas en la espalda y la besó muchas veces en la frente, nariz y ojos.

—¿Quieres que te prepare una bebida caliente? —le preguntó Hendry después de un rato, hundiendo la cara en el cuello de su bella novia; tenía un agradable olor a flores, cerezas y cosas dulces.

Paige se limitó a sacudir la cabeza.

—No, estoy bien. Solo no dejes de abrazarme.

Se quedaron así durante casi treinta minutos, abrazados sin decir ni una sola palabra. Cuando Hendry escuchó el estómago de Paige haciendo ruido, la chica se sonrojó. No había comido nada desde esa mañana.

—Mi madre preparó un montón de comida en un recipiente, me pidió que la compartiera contigo —le hizo saber, apartándole el cabello de la cara. Ambos se levantaron juntos del sofá—. Voy a calentarla, ¿está bien?

Ella asintió, con las mejillas coloreadas de rosa.

—Yo... um... ¿podrías darle las gracias por mí la próxima vez que la veas?

—Podrías darle las gracias tú misma si aceptaras comer en mi casa.

Sus mejillas enrojecieron aún más.

—No puedo, me da vergüenza. Además, no quiero ser un estorbo.

—No eres ningún estorbo.

Paige sonrió y se acercó a él para abrazarlo mientras que Hendry continuaba calentando la comida.

—Te quiero, Hendry.

Hendry la besó en la cabeza.

—Yo también te quiero, Paige.

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