Capítulo 5 | Ah sh*t, here we go again...
Susan
Susan Presley se despertó bruscamente en la oscuridad de su habitación, con la respiración agitada y corazón latiéndole de forma desenfrenada. Su cuerpo entero estaba cubierto por una delgada capa de sudor, y sus brazos y piernas no dejaban de temblarle violentamente. Cuando se incorporó para llevarse ambas manos al rostro, notó que además tenía las mejillas humedecidas.
No era la primera vez que se despertaba llorando luego de tener una pesadilla. En realidad, estaba acostumbrada a tener esa clase de sueños horribles todo el tiempo. Se veía a sí misma de ocho años, llamando desesperadamente a su madre que, la mayoría de las veces, se encontraba tendida en el suelo sobre un charco de sangre, mirándola con una expresión vacía y sin vida.
—Fue solo un mal sueño... —se dijo a sí misma en voz baja, haciendo un enorme esfuerzo por calmar su acelerada respiración—. Lo que viste no fue real, fue una pesadilla. Mamá está bien, ella está bien...
Tras repetir lo mismo una y otra vez durante diez largos minutos, sus brazos y piernas finalmente dejaron de temblar, su respiración regresó a la normalidad y su corazón adquirió un ritmo más tranquilo. El reloj digital que se encontraba sobre la mesita de noche junto a su cama marcaba las cinco y media de la mañana.
Suspiró, se deshizo de las sábanas que la cubrían y salió de la cama para comenzar su día.
A sus veinticinco años de edad, Susan era la única joven de su generación que seguía viviendo en casa de sus padres. Aquello era algo que le causaba cierto conflicto, pues la mayoría de sus amigas y amigos de la universidad habían conseguido trabajos increíbles justo después de graduarse y terminaron mudándose a otras ciudades. Solo ella continuaba estancada en el mismo sitio, esforzándose día a día para dejar de formar parte de la lista de personas desempleadas de Seattle. Afortunadamente, ese día tenía una entrevista de trabajo.
—Buenos días, cariño. Te levantaste muy temprano el día de hoy —la saludó su madre al verla entrar a la cocina—. ¿Está todo bien? —preguntó enseguida, notando con rapidez el pálido rostro de su hija.
Susan se acercó a ella sin decir una sola palabra y la abrazó, escondiendo la cara en el cuello de su madre. Desde pequeña, los recuerdos de sus pesadillas solían desaparecer cuando hacía eso.
—¿Tuviste otra pesadilla? —preguntó su madre con voz suave, acariciando cariñosamente su espalda. Susan asintió con la cabeza y la abrazó con más fuerza—. ¿Quieres hablar de ello?
Hablarle de su pesadilla significaba tener que revivir de nuevo esas horribles imágenes de su madre muerta en el suelo. Como no quería pensar más en ello, prefirió dejarlo pasar.
—No, estoy mejor ahora, gracias —respondió con una sonrisa para tranquilizarla—. ¿Necesitas ayuda con el desayuno? ¿Quieres que ponga a tostar el pan?
—Ya me encargo yo de eso —exclamó inesperadamente la voz de su padre.
Susan sonrió. Se acercó a él, se paró de puntitas y le dio un beso en la mejilla.
—Buenos días, papi —lo saludó con voz dulce, como solía hacer desde que era muy pequeña.
Su padre sonrió mientras colocaba dos rebanadas de pan dentro de la tostadora.
—Buenos días, princesa. ¿Dormiste bien anoche?
—Sí... —respondió un poco preocupada, viéndolo presionar botones al azar—. ¿Estás seguro de querer encargarte de tostar el pan? La última vez que lo hiciste la tostadora dejó de funcionar.
—Tú madre no dejará que eso suceda de nuevo —respondió él muy calmado—. ¿No es así, nena?
Su madre chasqueó la lengua y luego negó repetidamente con la cabeza.
—Será mejor que Susan sea la persona que me ayude a preparar el desayuno, no pienso tolerar que vuelvas a descomponer la tostadora por ser tan brusco con las manos.
—Creí que te gustaba que lo fuera —dijo con una sonrisa un tanto traviesa—. Además, solo estaba tratando de ayudar. No sabía que las tostadoras podían descomponerse con tanta facilidad.
—Claro, y yo no sabía que te gustaba tanto dormir en el sofá —replicó su madre, rescatando a la tostadora de las manos de ese hombre brusco—. ¿Por qué no vas a despertar a Hendry?
—No hace falta —respondió el mismo Hendry con la voz enronquecida de recién levantado, entrando perezosamente a la cocina con la misma apariencia que un muerto viviente—. Ya estoy aquí.
—Vaya, te ves tan demacrado que parece que acabas de salir de una película de zombies —se burló Susan, sonriéndole con dulzura—. ¿Será que tus amados tontos Bicentenarios perdieron el partido noche?
Hendry bostezó de forma descuidada mientras se sentaba en su lugar habitual de la mesa.
—Para que lo sepas, desde que me convertí en el mariscal de campo del equipo, los Halcones no hemos perdido ni un solo partido —se jactó, orgulloso de sí mismo, y agregó con el mismo tonito de burla—. ¿Qué hay de ti? ¿Ya conseguiste trabajo o sigues repartiendo tu curriculum como panfletos?
—Voy a quemar tu pan.
—Susan, Hendry —habló su madre a modo de advertencia.
—Solo estoy jugando, mami —se apresuró a decir Susan con ese tonito de niña pequeña.
—Solo estoy jugando, mami —la imitó Hendry, descaradamente.
Cuando su madre terminó de preparar el desayuno, colocó platos de porcelana frente a cada uno. La comida de ese día eran huevos revueltos con trocitos de champiñones, tiras de beicon y salchichas; además de dos rebanadas de pan tostado con mermelada y mantequilla. Después de terminarse todo lo que tenía su plato, Susan se levantó de su lugar para recoger los platos sucios y Hendry se encargó de ponerlos en el lavavajillas. Antes de que Hendry pudiera marcharse a su habitación y así prepararse para ir a la escuela, su madre lo detuvo.
—¿Qué sucede? —inquirió Hendry, desconcertado.
—Aún no hemos hablado sobre tu castigo —respondió su madre.
—¿Castigo? Pero creí que...
—Anoche solo dejé pasar el asunto porque no estabas completamente consciente y parecías bastante cansado —explicó ella muy severamente—. Ahora sé un buen chico y siéntate.
Susan, que estaba a punto de retirarse a su habitación, decidió servirse una taza más de café para quedarse más tiempo en la cocina y escuchar el castigo de su hermano menor. Hendry tragó saliva y, muy obedientemente, volvió a tomar asiento en su lugar habitual de la mesa. Se le veía nervioso, demasiado nervioso.
—Sabes que lo que hiciste anoche en esa fiesta estuvo muy mal, ¿verdad?
—Sí.
—¿No volverás a hacerlo?
—No.
—¿Y por qué debería creerte?
Curiosa por saber que había hecho su hermano anoche para merecer un castigo, Susan fingió tardar más tiempo de lo común preparando su taza de café, agregándole leche y cucharadas de azúcar.
—¿Alguna vez te he mentido? —dijo Hendry, con un tono de voz sumamente serio—. Escucha madre, sé que lo que hice anoche estuvo muy mal, pero cree en mi cuando te digo que no volverá a suceder. Cometí un error, eso es todo. Además, reconozco que hice muy mal al llevar conmigo a Padme y Anakin, es solo que...
—¿Llevaste a Padme y a Anakin contigo a esa fiesta? —exclamó su madre, enfadada.
«Oh, oh. Parece que has abierto la boca de más, hermanito».
—Bueno... la cosa es que... verás...
Su madre miró a su padre con una mueca de disgusto.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto anoche? —le exigió.
—Nena...
—Olvídalo, ya hablaré contigo más tarde. —Regresó la atención a su hijo—. Dame las llaves de la Jeep.
Hendry abrió muchísimo los ojos. Había esperado cualquier tipo de castigo, excepto ese.
—Pero mamá, no puedes quitarme la camioneta.
—Sí puedo y lo haré. Ahora dame las llaves.
—Papá... —dijo ahora, mirando a su padre con ojos de cachorro lastimado.
Su padre tomó el periódico y lo extendió frente a su rostro, ignorando al más pequeño de la casa. Susan sintió ganas de reír. Aquella era la primera vez que su padre no intentaba ayudarlo.
—No me hagas repetirlo, Hendry.
Hendry miró al techo con desesperación, buscando ayuda divina de algún lado.
—Mamá, no volveré a hacer algo tan estúpido en mi vida, te lo juro. Así que no me quites la Jeep —suplicó Hendry muy alterado. Esa camioneta lo era todo para él—. ¿Cómo se supone que voy a llegar a la escuela?
—¿En autobús? —sugirió Susan recargada en la barra, mirando el espectáculo con una sonrisita.
—Tú cierra la boca.
—Hendry... —lo llamó de nuevo su madre—. Las llaves. Ahora.
Mordiéndose la lengua, Hendry se levantó de su lugar en la mesa y se dirigió enfadadísimo a su habitación. Regresó a los pocos segundos con las llaves de su Jeep en las manos.
—¿Cuánto tiempo tengo prohibido usar el coche? —quiso saber.
—Dos semanas.
—Bien.
—Susan, hoy tienes una entrevista de trabajo en el centro de Seattle ¿no es así, cariño? —le preguntó su madre, ofreciéndole las llaves de la camioneta de Hendry a ella—. Será mejor que tengas esto.
—Espera un segundo, ¿Susan va a usar mi coche? ¿Es una broma? —exclamó Hendry alzando la voz.
—No le hables con ese tono a tu madre —le advirtió severamente su padre.
Susan dejó su taza de café excesivamente dulce sobre la barra y tomó las llaves, sonriendo.
—Descuida hermanito, prometo devolvértela sin un solo rasguño.
Hendry apretó los dientes, dejando escapar un ruidoso bufido.
—Ni siquiera creo que puedas devolvérmela porque muy probablemente lo primero que harás será ir a estamparte contra un árbol de la misma forma que estampaste tu coche hace unas semanas.
—Hendry —exclamaron tanto su madre como su padre al mismo tiempo.
—¿Qué? Es cierto. Su coche está en el taller porque se estampó contra un árbol.
—No iba a arrollar a esa ardilla —se defendió Susan.
—Aquí no hay ardillas.
—Las hay, se atravesó y por esa razón tuve que girar el volante.
—¿Por qué no solo admites que estabas ebria mientras conducías?
—No estaba ebria, yo ni siquiera bebo alcohol, duende.
—Venga, y yo no me comí un puto brownie con marihuana anoche.
—¡Hendry! —exclamó su madre—. Una palabra más y no volverás a tocar tu camioneta jamás.
—Bien, pero deberán ir a recogerla porque ayer se quedó aparcada en casa de los Baker —dijo él, dedicándole una mirada a su padre—. Iré a vestirme o llegaré tarde a la escuela por tomar ese asqueroso autobús.
Dicho esto, dio media vuelta y se marchó a su habitación pisando muy fuerte. Susan observó las llaves de la amada camioneta de Hendry en sus manos y luego miró a sus padres, todavía sin poder creerlo.
—¿De verdad está bien que use la Jeep de Hendry para ir a mi entrevista de trabajo? —les preguntó, sintiéndose muy insegura al respecto—. ¿No les da miedo que termine estampándola contra un árbol?
—Cariño, lo que pasó fue un accidente —murmuró su madre con una sonrisa—. Tú misma lo has dicho, no ibas a arrollar a esa pobre ardilla. Hendry solo dijo esas cosas porque estaba enfadado.
—Tu madre tiene razón —intervino su padre—. Ahora, princesa, déjame las llaves de la camioneta para ir a recogerla rápidamente a casa de los Baker. Mientras tanto, ve a prepararte para la entrevista.
Treinta minutos más tarde, Susan estaba lista para su primer entrevista de trabajo en semanas. «Esta vez definitivamente conseguiré el empleo» se dijo a sí misma. Al salir de su habitación, se encontró con Hendry.
La expresión en su rostro dejaba ver lo enfadado que estaba por tener que tomar el autobús.
—¿Sigues enfadado conmigo? Ya te dije que no pienso hacerle ningún rasguño —le dijo Susan ahora sin una gota de burla. Pero Hendry la ignoró y pasó junto a ella hecho una furia—. Hendry...
Hendry, que era mucho más alto que ella y que su madre, pero más bajo que su padre, se detuvo antes de bajar las escaleras y dejó escapar el aire con fuerza. Luego, dio media vuelta para acercarse a su hermana mayor y colocó una mano sobre su cabeza para darle un beso en la sien.
—Conduce con cuidado —le dijo con tono sincero—. Y suerte en tu entrevista de trabajo.
El centro de Seattle era un lugar hermosamente concurrido por los turistas debido a que era lo suficientemente atractivo con sus elevados edificios, sus restaurantes de cinco estrellas y, no menos importante, la famosa torre de Space Needle; la cual tentaba a cualquiera a hacer una escapada de los tradicionales circuitos de la costa Osete de Estados Unidos. Cuando Susan llegó a la cafetería en la que había sido citada para su entrevista de trabajo, se encontró con un joven un par de años mayor que ella, el cual estaba sentado en una de las mesas del segundo piso, esperándola. Al verla, se levantó para saludarla y sonrió mostrando todos sus dientes.
—¿Susan Presley? —Asintió con la cabeza—. Es un placer conocerte. Yo soy Owen Sanders, el encargado de recursos humanos que recibió y examinó tu curriculum. ¿Qué tal el tráfico?
—Bastante agradable, la verdad. Con la suerte que tengo fue un milagro que no terminara envuelta en un embotellamiento —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.
—Antes de comenzar la entrevista, ¿quieres algo de beber?
—Oh, no es necesario que vayas tú, iré yo. Dime, ¿qué te traigo?
—Un té inglés con leche, por favor.
Susan dejó la carpeta con sus documentos sobre la mesa y se dirigió al primer piso de la cafetería para hacer fila frente a la caja registradora. El lugar estaba atascadísimo de gente. Después de un buen rato, llegó su turno.
—Buenos días, me das un...
—Quiero un frapuccino con cinco dosis extra de café, miel en lugar de azúcar y leche deslactosada sin grasa —exclamó la voz de un hombre, metiéndose descaradamente a la fila—. Ah, y agrega un muffin de arándanos.
La joven empleada detrás de la caja registradora enrojeció al ver lo apuesto que era y asintió con la cabeza. Susan por otro lado, frunció las cejas y puso mala cara. «¿Y este quién se cree que es?»
—Disculpa, ¿acabas de meterte a la fila? —le reclamó, pero el chico ni siquiera se dignó a mirarla. Enfadada, se aclaró la garganta con fuerza para llamar su atención—. ¿Hola? ¿Acaso no escuchas?
Finalmente, el apuesto chico de cabello rubio cenizo y ojos increíblemente verdes levantó la vista de su teléfono celular para mirar a Susan. A continuación, arqueó una ceja con desdén.
—¿Sí?
—Acabas de meterte a la fila.
—¿Y? Tengo prisa.
Su desinteresada respuesta la hizo soltar un bufido.
—Pues no eres el único, todos los que estamos aquí formados tenemos prisa.
El apuesto chico de ojos verdes clavó su mirada en ella y luego sonrió con ironía.
—¿Quieres que vaya y haga fila como todos los demás?
—¿De verdad tengo que decirlo? —le respondió con el mismo tono, sin inmutarse.
La joven detrás del mostrador comenzó a agitar las manos como si estuviera hiperventilando.
—Eso no es necesario, puedo...
—No, ella tiene razón —dijo finalmente el patán—. Iré a formarme como todos los demás.
—Vaya, gracias —murmuró Susan con sarcasmo.
Después de recibir las bebidas que había encargado, (un té ingles con lache para Owen y un latte helado para ella), regresó al segundo piso para comenzar su entrevista. Owen le explicó lo que ella ya sabía, su trabajo básicamente consistiría en atender y servir las veinticuatro horas del día a un joven modelo y actor, mundialmente reconocido por ser uno de los actores más populares de la industria del cine en Hollywood. Su nombre era Willem Waldorf y tenía veintiocho años.
—Voy a ser sincero contigo, el contrato tiene una duración de tres meses, pero puedes rescindir en cualquier momento. Además, aun si decides terminar el contrato antes de los tres meses, no quedará como una mancha en tu historial laboral, así que no tienes nada de qué preocuparte.
Susan casi se atragantó con su bebida.
—¿De verdad? ¿A qué se debe esto? —quiso saber.
—Willem es algo... bueno él es... —suspiró—. Tiene un lado egocéntrico, sin mencionar su temperamento explosivo. La mayoría de las personas que han trabajado para él salieron huyendo.
—Oh...
—Claro que también tiene su lado bueno, creo... De cualquier forma, piensa en esto como una prueba. Solo tienes que acompañarlo durante sus grabaciones y gestionar su agenda, nada más. —Owen miró la hora en el reloj de su muñeca e hizo una mueca—. Lo lamento, sé supone que estaría aquí hace media hora, pero está tardando demasiado. Por lo general suele ser alguien muy puntual... —después de decir eso, agregó—: Bueno, eso tampoco es cierto, pero no puedo dañar su imagen ¿sabes?
—No te preocupes, supongo que algo debió entretenerlo...
—Ya estoy aquí.
—Willem, que bueno que llegaste —lo saludó Owen, levantándose de su lugar—. Ella es Susan Presley, tú futura y nueva asistente. Susan, él es Willem Waldorf.
Paralizada en su asiento, sintió un enorme nudo formándose en su estómago. Willem Waldorf era nada más y menos que el cretino de la fila de la cafetería. Ese que la había mirado con dagas en vez de ojos.
Al ver su reacción, una sonrisita perversa tiró de los labios de Willem.
—Vaya, vaya. Es un placer conocerte, Susan.
Padme
Cuando Padme terminó de ponerse el uniforme de Bicentenary High School, se hizo una desordenada trenza en el cabello y se tiró de nuevo sobre su cama para admirar una vez más los libros Star Wars que su padre le había regalado y que iban sobre los secretos de la galaxia. Seguía sin atreverse a quitarles la envoltura que los protegía. Ella era tan torpe que temía maltratarlos derramando algo sobre ellos o doblándoles las esquinas.
—Padme, el desayuno está listo —exclamó su hermano a través de la puerta de su habitación. Al no obtener una respuesta, entró para echar un vistazo dentro—. ¿Qué tanto estás haciendo? —le preguntó.
—Me da miedo abrir los libros que me dio papá, no quiero estropearlos —respondió ella, mostrándole el set de libros—. Solo míralos, los cuatro son de tapa dura. Ah, creo que podría tener un orgasmo.
Su hermano suspiró.
—Deja de decir tonterías y baja a comer, idiota. Se va a enfriar el desayuno.
—¿Qué te trajo a ti? —inquirió, dejando sus libros con cuidado mientras se levantaba de la cama.
—Un videojuego.
—¿Ese del que no has dejado de hablar desde que se anunció el año pasado?
—Sí.
Anakin no era muy expresivo. En realidad, rara vez dejaba salir sus emociones. Padme lo conocía demasiado bien. Eran mellizos, sí, pero ella seguía siendo la mayor. Sabía que, aunque no lo demostrara, el hecho de que su padre le hubiese regalado un videojuego que él había deseado jugar por mucho tiempo, le hacía feliz.
En la cocina, el desayuno ya estaba servido.
—¿Papá ya se ha ido? —le preguntó a su hermano cuando vio solo dos platos.
—Sí, parece que está trabajando en un caso muy importante.
Padme suspiró y se sentó en su lugar.
—Extraño a mamá...
Anakin se quitó el delantal de cocina y lo dejó sobre la mesa.
—Ayer llamó a papá, dijo que regresará de París cuando termine la semana de la moda.
Su madre, Lisa Blondeau, además de ser una de las supermodelos mejor pagadas de todos los tiempos, también era embajadora de varias marcas de prestigio mundialmente reconocidas. Por esa razón, se encontraba del otro lado del mundo en nada más y menos que en la semana de la moda en París. Por otro lado, su padre, Trevor Blondeau, trabajaba como agente especial en el FBI. Y aunque Padme no tenía mucho conocimiento sobre lo que hacía debido a que todo era completamente confidencial, sabía que tenía un puesto importante.
A pesar de lo fascinantes y bien pagados que eran los trabajos de sus padres, ellos vivían en una típica casa americana que no era ni demasiado grande ni demasiado pequeña.
—Mañana yo haré el desayuno —le dijo Padme a su hermano, saboreando el primer bocado de su comida. Normalmente, Anakin era la persona que preparaba el desayuno.
Este chasqueó la lengua con desaprobación.
—No lo creo, mamá y papá te tienen prohibido usar la cocina. La última vez que trataste de cocinar algo casi incendiaste la casa. Recuerdo que incluso tuvieron que venir los bomberos.
—¡Pero no incendié la casa, solo fue el mantel!
—Ahora que lo pienso, ¿qué estabas tratando de hacer esa vez? ¿comida italiana? —Una sonrisita tiró de los labios de su hermano al recordarlo—. Espero al menos que te hayas disculpado con los ingredientes.
—Lo hice, y también me disculpé con los bomberos.
En ese momento, ambos recibieron un mensaje en sus celulares de su grupo de chat.
—Es Cross —murmuró Anakin, limpiándose la boca—. Parece que su madre le prohibió usar la camioneta, por lo que no podrá pasar a recogernos. Dice que lo veamos en la parada de autobús que está frente al parque.
—¿Será que la tía Ellie descubrió que se comió un brownie mágico?
—Probablemente. Da mucho miedo cuando se enoja.
Estirando los brazos por encima de su cabeza, Padme bostezó de forma perezosa.
—Es realmente genial que papá no se haya dado cuenta de me había drogado anoche. Jamás imaginé que aquel brownie tendría marihuana. Yo solo quería comer algo porque estaba hambrienta.
Su hermano hizo una mueca al escucharla.
—Hablando de eso... siento haberte dejado sola en la fiesta. No debí irme por tanto tiempo.
Padme negó con la cabeza y sonrió.
—Descuida, supongo que tenías que liberar a Willy después de haberte comido la banderilla que se te cayó al suelo. Además, no fue tu culpa toparte con ese imbécil. ¿Ya no te duele la nariz?
—No.
—La próxima vez que te lastime, le daré una paliza.
Padme recogió los platos sucios de la mesa y los dejó sobre el fregadero sin más. Anakin casi puso los ojos en blanco; ya se encargaría él de lavarlos cuando regresaran de la escuela. Con sus mochilas en mano, salieron de la casa para dirigirse a la parada de autobús del parque. En el camino, Padme sujetó la mano de Anakin como solía hacer desde que tenía cuatro años, dando pequeños brinquitos. Al llegar a la parada, vieron a Hendry que vestía el uniforme de la escuela de forma espectacularmente radiante, luciendo cansado y un tanto demacrado.
—¿Por qué la cara larga? —le preguntó Padme, sentándose junto a él.
Hendry emitió un suave bufido.
—Me prohibieron usar mi propia camioneta, ¿qué cara esperas que tenga?
—¿Tú madre descubrió lo del brownie? —le preguntó Anakin, sentándose también.
Hendry cerró los ojos y comenzó a masajearse las sienes con los dedos.
—Sí, pero creo que lo que más le molestó fue descubrir que los llevé a esa fiesta anoche. —Apretó los dientes—. Siento haberlos dejado solos tan pronto llegamos, no debí hacerlo. Fue estúpido.
Padme sonrió, dándole un par de palmaditas en la rodilla.
—Descuida, fue decisión nuestra acompañarte a la fiesta ¿recuerdas? No es necesario que estés con nosotros todo el tiempo. Entendemos que tienes más cosas que hacer.
A su lado, Anakin asintió.
—Padme tiene razón. Además, ahora que eres el mariscal de campo has hecho nuevos amigos y te conseguiste una novia. No queremos que te sientas obligado a estar todo el tiempo con nosotros.
Sin abrir los ojos, Hendry suspiró y murmuró en voz baja:
—Me gusta más pasar el tiempo con ustedes...
Cuando llegó el autobús de la escuela, los tres se subieron y se sentaron en la parte de atrás.
—Por cierto, ¿cómo va esa nariz? —le preguntó Hendry, girando su cuerpo para mirar a Anakin.
—Bien, tampoco fue para tanto.
—¿Bromeas? Ayer no dejaba de salirte sangre por la nariz —intervino Padme.
El semblante de Hendry se oscureció.
—Hoy le daré una paliza a ese imbécil.
Anakin enderezó la espalda dando un respingo.
—Oye, ya te dije que no necesito un guardaespaldas.
—Solo voy a darle una lección.
—Pues no quiero que lo hagas.
—¿Por qué? —gruñó Hendry, comenzando a enfadarse.
—Porque entonces estarías convirtiéndote en alguien igual a él —soltó Anakin, apretando los dientes—. Tú no eres de los que le dan palizas a otras personas, Cross. Eres mejor que ese idiota.
Padme abrió la boca para decir algo, pero casi enseguida volvió a cerrarla. Su hermano tenía mucha razón. A pesar que desde pequeño, Hendry siempre había sido más alto y fuerte que los demás, jamás se había aprovechado de eso para darle una paliza a alguien.
—Bien, pero si vuelve a molestarte...
—Le diré al tío Ben —murmuró Padme, levantando los hombros—. Y entonces tendrán que expulsarlo.
Hendry se recostó en su asiento y bufó.
—Ayer ni siquiera debimos permitir que mi padre lo llevara a su casa, hubiera sido mejor que lo dejáramos varado a su suerte en aquella desagradable gasolinera.
—¿Verdad que sí? ¡Lo mismo le dije yo a Annie!
Hendry frunció el ceño.
—Ahora que lo pienso, ¿cómo diablos fue que tú terminaste drogada hasta el culo después de comerte un brownie con marihuana? —le preguntó—. Para empezar, ¿de dónde demonios lo sacaste?
Padme se enderezó como si fuese a dar un importante discurso.
—Pues verás, vi que todos estaban agarrando un brownie de la mesa de bocadillos y cuando me acerqué, ya solo quedaba uno, por lo que pensé «¡Matanga dijo la changa!» y lo tomé antes que nadie. Sin embargo, en mi defensa debo decir que jamás imaginé que sería uno de esos brownies mágicos.
Una media sonrisa se formó en los labios de Hendry.
—Maldición Padme, eres demasiado tonta.
—Tonta tienes la cola.
—Ya hemos llegado —anunció Anakin, y los tres se levantaron de su lugar para bajar del autobús.
Al entrar a la escuela, lo primero que veías eran dos estantes a cada lado del recibidor, repletos de trofeos, medallas y fotografías de diferentes clubes, asignaturas y categorías. Más adelante estaba el área de casilleros, que también era el pasillo principal de la escuela. A un costado estaban las escaleras que llevaban a los pisos de arriba, mientras que al fondo del pasillo, se encontraba la sala de descanso para los profesores, el auditorio para conferencias y. por supuesto, la oficina del director.
Hendry y Anakin tenían suerte de ser vecinos de taquillas, pues básicamente estaban lado a lado. En cambio, a Padme le habían asignado uno de los casilleros de más al fondo, casi llegando a la sala de profesores; por lo que al final, siempre terminaban separándose apenas llegaban a la escuela. Antes de llegar a su casillero, Padme se detuvo frente a la máquina expendedora y sacó un billete de un dólar de su mochila. Para su mala suerte (¿he dicho ya la mala suerte que tiene esta chica?), el snack que tanto deseaba comer se quedó atascado.
—Oh vamos, ¿otra vez? ¿por qué siempre se quedan atascadas? —exclamó Padme con desconsuelo, tratando de zarandear la máquina; pero esta era tan pesada que ni siquiera se movió—. No puede ser... ¿qué clase de pecado habré cometido en mi anterior vida para merecer esto?
—Parece que tienes problemas —dijo una voz masculina.
—Mi problema fue nacer —respondió ella con pena, pegando la frente al cristal. Medio segundo después, se giró para mirar al dueño de aquella voz y casi tuvo un infarto—. N.. Noah... hola...
—¿Necesitas ayuda?
Padme estaba tan nerviosa que comenzó a pestañear sin control alguno.
Noah Parker era un chico muy atractivo de cabello oscuro, ojos castaños y piel aceitunada. Tenía un físico muy parecido al de Hendry y además era miembro de los Halcones, por lo que su popularidad dentro de la escuela era muchísima.
Aquella era la primera vez que le hablaba.
—B.. bueno, mi snack se quedó atascado pero...
—Hazte a un lado, moveré la máquina —murmuró con una encantadora sonrisa en los labios.
—No puedes, la máquina es demasiado pesa... —su boca se abrió en una gran O al ver lo sencillo que fue para él zarandear esa tonta máquina expendedora, haciendo caer el snack de sus garras.
Noah se agachó para tomar la pequeña envoltura color verde y luego se la tendió a Padme.
—Aquí tienes.
—Gra.. gracias.
«¡Basta ya, deja de tartamudear!»
—¿Qué es eso que compraste? —le preguntó Noah, mirando su snack con curiosidad.
—Pepitas.
—¿Pepitas?
—Son semillas de calabaza con sal, saber muy ricas —se apresuró a decir—. Son muy buenas para combatir enfermedades como la diabetes, el cáncer o el hígado graso... además, ayudan a aliviar el dolor de vientre y los cólicos que se generan durante el síndrome premenstrual.
«¡¿Pero qué diablos estás diciendo?!»
—Vaya, cada día se aprende algo nuevo —dijo él, mirándola muy divertido.
—¿Quieres probarlas?
—Seguro.
Padme abrió su paquete de pepitas y Noah extendió una mano para que le diera a probar un poco de esas semillas. Cuando se las llevó a la boca, casi hizo una mueca.
—Son muy saladas... pero saben bien.
—¿Verdad que sí?
Ambos comenzaron a dirigirse juntos al fondo del pasillo.
Una de las razones por las que Padme no se había quejado en absoluto de estar completamente alejada de Anakin y Hendry, era debido a que su casillero estaba justo frente al de Noah.
—¿Fuiste a la fiesta en casa Sophie anoche? —le preguntó Noah, caminando junto a ella.
—Sí, Hendry nos invitó a mi hermano y a mí.
Noah dejó escapar un suspiro.
—Yo quería ir, pero como ayer fue el aniversario de mis padres, nos llevaron a mi hermana y a mí a comer a un restaurante. Por esa razón me desaparecí tan rápido después del partido.
—Qué lástima... —murmuró Padme en voz alta e inmediatamente enrojeció—. Quiero decir, habría sido genial que hubieses ido ya que era para celebrarlos a ustedes por haber ganado el partido.
—Bueno, ya habrá más partidos que ganar —dijo sin más—. Y dime, ¿qué tal te la pasaste?
Padme tragó saliva antes de responder.
—Bien. A Anakin y a mí jamás nos habían invitado a una fiesta como esa, por lo que todo nos pareció muy escandaloso. Oh, pero la mejor parte fue cuando me comí un brownie con marihuana.
Los ojos de Noah se abrieron de par en par.
—¿Te comiste un brownie con marihuana?
—Sí, pero fue por error. La verdad es que no sabía que tenían marihuana. Estaba tan hambrienta que solo lo tomé y lo devoré de un mordisco, pero me enfadé cuando noté que no sabía para nada a chocolate. Entonces, minutos más tarde, estaba drogada hasta el trasero.
Noah se rio.
—Debió ser...
—Ahí estás, te he estado buscando por todas partes —los interrumpió repentinamente una hermosa chica de largo cabello rubio, mirando a Noah con un puchero en los labios. Se trataba de Sophie Baker, la novia de Noah—. No vas a creer todo lo que pasó anoche, fue... —dejó su frase a medias y miró a Padme con una de sus cejas alzadas—. Eh... ¿Hola? ¿Por qué estás hablando con Noah?
—Oh, yo solo estaba... —comenzó Padme.
—Olvídalo, no me interesa.
—Sophie... —murmuró Noah en voz baja—. No seas grosera.
—Noah, no me digas que hacer. Mejor dime, ¿qué haces hablando con la inadaptada? ¿Ya viste su cabello? Parece que se peinó con la luz apagada —se burló señalándola—. Ahora ven conmigo, necesito contarte todo lo que pasó en mi fiesta anoche. ¡Mis tíos tuvieron que ir por mí a prisión!
Después de que Sophie se llevara a Noah con ella, Padme abrió su casillero para mirarse en un pequeño espejo que tenía pegado por dentro de la puertecilla. Sintió que sus mejillas enrojecían al ver que su trenza estaba terriblemente despeinada; como si se la hubiese hecho con la luz apagada.
Se quitó la liga del cabello y se soltó el cabello, avergonzada.
¿De verdad había estado hablando con Noah peinada de esa forma? ¿Por qué Anakin y Hendry no le habían dicho nada al respecto? ¡Al menos deberían haberle advertido lo mal que estaba su trenza! Apretando los puños, tomó los libros para su primera clase y se dirigió al casillero de Hendry.
Una vez junto a él, le cerró la puerta del casillero en la cara.
Hendry la miró sorprendido.
—¿Qué pasa contigo? ¿Acaso quieres dejarme sin nariz?
—¿Por qué no me dijiste que mi cabello era un asco en el autobús? —soltó enfadadísima.
—¿Tu cabello?
—¡Sí, mi cabello!
Confundido, Hendry miró el cabello de Padme con los ojos entrecerrados y frunció el ceño.
—Mmm... no entiendo. ¿Qué tiene de malo tu cabello?
Padme dio un pisotón.
—¡Eres un grandísimo idiota!
Hendry sonrió al verla tan enfadada.
—Deja ya de refunfuñar y dame pepitas.
—¡No! ¡No hay pepitas para ti!
—He dicho que me des —insistió él, rodeándola con los brazo para intentar arrebatarle su snack.
—¡Y yo he dicho que no! —chilló ella, retorciéndose sin parar.
—Si van a pelear, háganlo afuera —exclamó Anakin desde su casillero—. Aquí solo estorban.
Padme le lanzó una mirada furiosa a su hermano.
—¡Tú también, ¿por qué no me dijiste nada sobre mi cabello cuando estábamos en la casa?!
—¿Tu cabello? ¿Qué tiene tu cabello?
Sus ganas por aplastar a esos dos no hicieron más que aumentar al máximo.
—Son unos... —cerró la boca al sentir que Hendry se congelaba, mirando un sitio detrás de ella, justo al fondo del pasillo de la escuela—. ¿Qué pasa? ¿Te has rendido tan fácil? ¿Ya no quieres pepitas?
Pero Hendry no respondió, parecía embobado con algo. Finalmente, cuando Padme se dio la vuelta para ver que era lo que había dejado a Hendry tan fascinado, vio a su tío Ben saliendo de la oficina del director y, justo detrás de él, le seguía nada más y menos que Valentina Williams.
El primer amor de Hendry Cross.
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