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Capítulo 28

Capítulo 28

Abrí mis ojos con lentitud, todo estaba extremadamente silencioso y el ambiente se sentía tranquilo. Esperé a que mi vista se acomodara escuchando algo parecido al agua cuando corre. Respiré profundo moviendo mis piernas pero una de ellas no tenía la suficiente libertad para moverse, recordé lo de anoche y también caí en cuenta que seguía sobre el pecho desnudo de Eric.

Me sonrojé al sonreír como tonta. Levanté mi rostro sólo para encontrar a un Eric dormido, su cabello estaba algo revuelto, sus labios estaban un poco entreabiertos sin perder ese rostro sereno y tranquilo que solía comparar con el niño que vi en sus recuerdos. Su pecho subía y bajaba debido a su respiración pausada, recordé como ambos gemíamos anoche y lo veloz que latían nuestros corazones.

Con mucho cuidado de no despertarlo, aparté el brazo que tenía en mi cintura y desenredé mis piernas de las suyas. Me apresuré a colocarme mi ropa interior, por alguna estúpida razón me avergonzaba que el chico despertara y me encontrara desnuda. Volví a sonreír con los recuerdos que insistían en repetirse en mi mente causándome un cosquilleo agradable por el cuerpo. Eric se movió dormido, creí que había despertado pero no fue así, sólo se giró dándome la espalda.

La imagen de mis manos por esa espalda ancha me impidió borrar la sonrisa de mi rostro. Intenté encontrar mi camisa pero después de muchas maldiciones en susurros tuve que terminar por colocarme la que Eric tenía anoche. Me quedaba algo grande pero cubría lo necesario.

Salí de la habitación dirigiéndome a la sala, el suelo frío bajo mis pies descalzos se sentía bien por la mañana. Caminé al balcón con los brazos cruzados, el sonido del agua que había escuchado era el de la lluvia. El sol intentaba brillar en el cielo gris pero las nubes terminaban cubriéndolo. Mi estómago rugió, necesitaba desayunar algo, fui al baño cepillando mis dientes encontrando una imagen graciosa en el espejo.

Mi cabello oscuro estaba todo revuelto y despeinado, sin el maquillaje en el rostro lucía muy natural. Sin perder el tiempo me dirigí a la cocina tomando lo necesario para el desayuno. Si mi madre supiera que había aprendido a defenderme en lo culinario desde que me quedé en casa de Eric no lo creería. Recordé lo que había dicho ayer.

"Él ha cambiado por ti y tú también has cambiado por él"

Dejé caer sobre el sartén la mezcla de los panqueques. Tuve que concentrarme en no hacer un desastre, el primer intento fue horrible, no tenía una forma exacta, el segundo quedó más cuadrado, el tercero comenzó a tomar la forma de un círculo. Sólo para asegurarme, introduje uno de mis dedos probando la mezcla que había hecho, estaba dulce y tenía sabor. Lo había hecho bien.

Revisé el refrigerador nuevamente buscando con que juntarlos. Tardé unos minutos en tomar una especie de jarabe que Eric tenía en un rincón, tomé algo de mantequilla y con ambas manos ocupadas cerré la puerta con un movimiento de cadera. Di un respingo cuando encontré a cierta persona de pie mirando la escena con diversión.

—Buenos días—saludé al recuperarme. Dejé lo que había tomado sobre el mesón y me apresuré a voltear los panqueques justo a tiempo—Estoy haciendo el desayuno.

—Eso veo—se acercó sin apartar sus ojos de mí— ¿Puedo preguntarte algo?—se cruzó de brazos resaltando sus músculos— ¿Qué haces con mi camisa?

—No conseguí la mía...

—Eso es una excusa muy usada.

—No, no es excusa, yo...

—Tu camisa estaba debajo de la cama—señaló entrecerrando sus ojos—Si querías usar la mía pudiste pedírmela, te queda bien.

Me sonrojé mirándome y luego a él. Negó con la cabeza robándome un beso, sonreí entre sus labios consiguiendo ese azul claro en su mirada. Eric acomodó mi cabello un poco antes de depositar un delicado beso en mi frente ayudándome con el desayuno.


Los panqueques habían quedado mejor de lo que podía imaginar. Me sentía orgullosa por mi trabajo y extrañamente me sentía muy bien. Como si una nueva yo se hubiera despertado o como si me hubieran dado una buena noticia y la emoción siguiera intacta. Por primera vez dormí cómodamente, no hubo pesadillas ni sueños, sólo descansé, realmente pude descansar, quizás eso alimentaba mi humor de cierta manera.

Di un largo sorbo al vaso de jugo terminando mi desayuno. Pasé mi lengua por mi labio inferior deshaciéndome de los residuos del jarabe de miel que había colocado a la comida. Al levantar la mirada encontré a un Eric divertido.

—Estás muy alegre esta mañana—dije limpiando mis manos.

—No soy el único—sonrió sin apartar su vista de mí.

—Me siento bien, es todo—recogí los platos llevándolos al fregador. Al girarme ya lo tenía frente a mí con un brillo pícaro en sus ojos— ¿No saldrás hoy?

—Con este clima prefiero quedarme aquí—me acercó a él llevando sus labios a mi cuello. Sonreí inclinando mi cabeza del lado contrario mientras mis manos iniciaban su recorrido por su cuerpo, en cuanto cerré mis ojos se apoderó de mis labios cargándome, acaricié el tatuaje que había en su cuello enredando mis piernas alrededor de su cintura. Jadeé en cuanto sentí la respuesta inmediata de su cuerpo.

Una risita nerviosa se escapó de mis labios cuando me sentó sobre el mesón.

—Acabamos de comer—dije. Eric introdujo sus manos por debajo de la camisa que tenía, se detuvieron en mi cintura jalando la parte inferior de la ropa interior. De inmediato me sonrojé riendo de nuevo.

— ¿Qué tiene de malo ir por el postre?

— ¿Ahora yo soy el postre?

Me sorprendía esa nueva actitud de él pero también me encantaba.

—Un postre especial que tengo la dicha de probar—mordió mi labio inferior con suavidad. Gemí por ese nuevo gesto. Suponía que la segunda vez sería mejor, podía mejorar cuanto más lo intentara.


Mi pecho dolía y mis pulmones exclamaban a gritos que parara. Aparté de mi cuello el cabello que se pegaba a el por el sudor, me levanté quedando sentada mientras lo recogía en un moño. Sostuve la sábana cubriendo mi pecho cerrando mis ojos intentando recuperar el aliento. Mi cuerpo estaba comenzando a relajarse después de tanta presión en ellos, me recosté de nuevo sobre la almohada sintiéndome más agotada que anoche. La lluvia afuera se había detenido.

Los latidos de mi corazón fueron regresando a su ritmo pero en cuanto sus labios tocaron mi cuello sentí que todo volvía a estar alerta. Sonreí de lado alejándolo un poco con mi mano en su pecho.

—Tranquilo, sé que ambos lo disfrutamos pero...dame un respiro—pedí mirándolo.

—De acuerdo—dio un corto beso a mis labios regresando a su sitio en la cama.

No sé en qué momento llegamos a la habitación, iniciamos en la cocina, después el comedor resultó ser cómodo y el sofá de la sala se volvió irresistible. Eric me cegaba por completo, sabía lo que estaba haciendo y cómo hacerlo, sólo le tomó minutos para conocer mis puntos débiles. Lo odiaba por ser tan perfecto pero al mismo tiempo lo adoraba por hacerme disfrutar tanto.

En medio del silencio que se había hecho lo miré teniendo una pregunta.

— ¿Hace cuánto no lo hacías?

— ¿Qué?—giró su rostro observándome sin comprender.

—Esto—señalé nuestros cuerpos envueltos en las sábanas—Porque algo me dice que estás sediento.

Frunció el ceño pasando su mano por el cabello. Noté una vena marcarse en su brazo izquierdo, mientras más aumentaba la intensidad de sus movimientos había comenzado a notar que más se hacía visible esa vena.

—Hace mucho.

— ¿Cuántas chicas traías aquí?—su rostro cambió con lentitud.

—No creo que sea un buen momento para hablar de mis aventuras...

—Eso quiere decir que eran muchas—señalé apoyando mi cabeza en mi mano. Mi codo se apoyaba de la almohada mientras lo veía fijamente, quería escuchar la verdad pero también sabía que eso podía provocar los celos en mí. No era idiota, podía ser mi primera vez pero era obvio que no lo era para Eric. Era un hombre guapo y atractivo además de peligroso, eso enloquecía a las osadas— ¿Por qué te quedas callado?

—Eso fue antes de conocerte, es parte del pasado.

— ¿Cómo fue tu primera vez?

—Aurora, detente—advirtió molestándose.

—No voy a enojarme.

—Algunas cosas no se preguntan, la vida íntima de alguien no es un tema de conversación...

— ¿Fue en Erudición? ¿Fue una de esas eruditas arrogantes y estúpidas que se creen inteligentes por llevar lentes?—lo interrumpí— ¿O decidiste esperar a llegar aquí para descubrir que tan salvajes eran las mujeres de Osadía?

—No voy a hablar de eso—se limitó a decir—No me importan ninguna de ellas, sólo me importa este momento y en este momento estoy contigo—intentó besarme pero retrocedí un poco. Miré mi mano en su pecho suspirando antes de hablar.

—No tengo tanta experiencia como ellas, ¿No es así?—mi felicidad fue desvaneciéndose—Quiero hacerlo tan bien como ellas, quiero ser buena en esto...

— ¿De eso se trata todo?—colocó su mano en mi barbilla obligándome a mirarlo—Jamás lo harás como ellas y tampoco serás tan buena como ellas, siendo honesto, no debes preocuparte por ellas porque todo lo que haces lo haces mejor que ellas—sonreí sin perder el contacto visual con sus ojos—Eres auténtica Aurora, eres valiente, eres diferente y eres tú, sólo por eso eres especial para mí. Eres la única que ha podido enfrentarme, golpearme en dos ocasiones—reí al recordarlo—Cambiarme en muchas formas, comprenderme y escucharme sin juzgar.

— ¿Te das cuenta de lo sencillo que salió de tus labios?—susurré acariciando su mejilla—Has mejorado en eso de ser dulce.

—Tengo una buena instructora—rozó mis labios. Acorté la distancia permitiéndole estar sobre mí regresando a otra ronda más.

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No crean que todo será felicidad de ahora en adelante. No -.- Todavía viene más drama, la historia no termina aún.

Antes de que se me olvide, hace poco comencé a subir una nueva historia diferente a lo que suelo escribir. Es un poco más...espiritual. El que quiera pasar y dejar su opinión, bienvenido sea. Aquí les dejo la portada con la sinopsis:

Lizbeth Price es una joven estudiante de psicología. El mundo no ha sido muy justo con ella, a sus veinte años siente que ha hecho lo que todos quieren pero no lo que ella realmente desea. Desde hace mucho ha tenido un vacío en su pecho que no ha podido explicar.

Julie Myers trabajaba en odontología. Era muy querida y respetada, tenía una vida normal, un esposo al que adoraba y dos hijas que deseaban ser como ella. Había logrado lo que quería con esfuerzo.

Ambas son personas muy distintas y jamás se han conocido hasta que después de un accidente Lizbeth escucha voces en su cabeza soñando con personas que nunca en su vida ha visto. El cuerpo de Julie falleció pero su alma sigue viva y está en el cuerpo de la joven estudiante. Desde ese momento sus vidas se ven afectadas y ambas aprenderán de la otra.

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