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Capítulo 11

Capítulo 11

Eric

— ¡No quiero escuchar más!—alzó la voz furioso mientras sus ojos azules me miraban casi atravesándome—Si vuelvo a escuchar más problemas que vengan de ti será peor el castigo—bajé la vista a la palma de mis manos que estaban de un rojo vivo. La forma del cinturón se marcaba en ellas y cuando intentaba cerrarlas dolía además del ardor— ¿Me escuchaste, Eric?

—Ellos me empujaron, no podía defenderme—susurré.

Mi padre volvió a acercarse tomando mi rostro con algo de fuerza. Contuve las lágrimas con esfuerzo, no quería más castigos, estaba agotado de tantas emociones negativas durante el día. Iliza, mi hermana, solía encerrarse en su habitación para no escuchar ni ver. Por las noches, después del castigo iba a mi habitación y dormía conmigo cantándome una dulce canción que solían usar en Cordialidad para dormir a los más pequeños.

—Eres un Coulter, no importa cuántos chicos te molesten, tú eres más fuerte y no quiero ver que llegas llorando de nuevo—advirtió. Por primera vez hice el esfuerzo de quedarme callado—Te quedarás aquí hasta que yo te diga, si te mueves será peor.

Asentí bajando la vista a mis zapatos. Mi padre subió a su habitación dejándome a solas en el sótano de la casa, la oscuridad jamás me había dado temor, era algo muy común en los niños, Iliza le temía por completo, en esos momentos yo era su héroe así como ella se volvía en mi heroína por las noches.

— ¿Eric?—subí la cabeza encontrando a mi madre. Su cabello rubio iba recogido en un moño que la hacía ver mayor, aquellos ojos oscuros podían demostrar muchas emociones en un segundo, era la mujer más hermosa que había conocido hasta ese momento. Sus labios eran delgados y se mantenían de un rosa natural, su piel era blanca como la mía o la de mi hermana, la forma de su cabello era ondulada, le encantaba llevarlo largo pero por órdenes de mi padre tuvo que cortarlo hasta sus hombros.

A los ocho años me había prometido a mí mismo que jamás obligaría a una mujer a cambiar. Jamás sería el monstruo que mi padre era. Él hablaba sobre la dicha de ser un Coulter pero para Iliza y para mí era una desgracia total.

—No fui valiente de nuevo, mami—sonreí apenas. El vestido azul que llevaba siempre la hacía lucir más elegante que las demás mujeres de Erudición.

—Oh, cariño—se acercó acomodando mi cabello y besando con cuidado mi frente. Acarició mis mejillas observándome fijamente—Eres más valiente de lo que crees.

—Pero no pude defenderme con los niños en clase...

—Tu padre tiene un diferente concepto sobre lo que es ser valiente—se colocó a mi altura sin borrar su sonrisa dulce. Iliza era más parecida a ella, yo en cambio tenía la desdicha de ser físicamente igual a mi padre—Tú, Eric Coulter, eres un niño especial.

—Eso dicen todas las madres a sus hijos.

— ¿Por qué no debería decírtelo a ti?—preguntó divertida. Mi estómago rugió en ese momento— ¿No has comido nada desde esta mañana?

—Papá dijo que debo aprender a ser un hombre—su mirada se volvió una triste. Respiró profundo forzando la sonrisa—No puedo moverme o vendrá a castigarme.

—Lo sé—susurró colocando sus manos en mis hombros— ¿Sabes qué? Prepararé tu cena favorita.

—Pero no puedo...

—Yo me encargo de eso—guiñó un ojo.

Unas horas después mi padre bajó al sótano dando el mismo discurso de siempre. Aun así me acompañó a mi habitación para asegurarse de que no comiera nada, tomé algo de ropa limpia, me di un baño y al vestirme la puerta se abrió dejando ver a una niña un poco más baja que yo. Su cabello rubio caía en ondas por la coleta que lo sujetaba, sus ojos azules tenían un brillo dulce e inocente, era delgada y cada cosa que hacía demostraba un total amor.

Desde que tengo memoria siempre supe que el lugar de Iliza no era Erudición, era Cordialidad.

—Mamá dijo que te trajera esto—se acercó a mi cama con una pequeña bandeja en sus manos. El olor de los espaguetis bañado en salsa y con algunas albóndigas provocó una sonrisa en mi rostro.

—Creí que lo había olvidado.

—Mientras papá estuvo abajo dándote ese sermón de honor y responsabilidad, la ayudé a prepararlo.

—Gracias, Iliza—la abracé por unos minutos.

—Eric, ¿Estás escuchando?—la voz de Max me sacó de ese recuerdo del pasado. Parpadeé varias veces estando serio— ¿Estás bien?

—Sí—me limité a responder regresando mi atención a la computadora manejando algunos datos. Hace horas que estaba en la sala de control y desde que dejé a Aurora en la enfermería no he dejado de repetir ese recuerdo en mi mente. Era sólo un niño de ocho años con un padre machista y una madre dulce además de comprensiva.

Aquel almuerzo que la chica había preparado automáticamente me hizo pensar en todas las veces que mi madre solía consentirme con el mismo plato, la dedicación que Aurora había colocado tenía la culpa de colocarme tan pensativo el día de hoy. Sí, le había mentido en el tren pero era por costumbre, así me criaron y aunque mi madre intentó mostrarme que era mucho más que mi padre no terminó por lograrlo.

—Has estado distraído toda la mañana.

—No he dormido bien por la noche—mentí. Hice una buena elección al escoger Osadía, no hubiera sobrevivido en Verdad ni un segundo.

—Entiendo—asintió—Puedes tomar un descanso mientras me ocupo de lo que falta.

No dije nada y me limité a salir de la sala de control. Mientras caminaba por los pasillos iluminados por pequeños focos de luz mi cerebro hizo una especie de conexión al comparar los ojos oscuros de mi madre con los de Aurora, ambas tenían una mirada que podía decir más que las palabras, era algo realmente interesante para mí pero también aterrador. Aurora no sabía lo peligrosa que era cuando posaba sus ojos en alguien, era como si pudiera descifrarte en segundos.

No me estaba diciendo que veía Aurora como mi madre pero si tenían algo parecido que me costaba admitir. Las dos pensaban distinto a los demás, no importaba lo negativo de la situación siempre buscaban un lado extrañamente positivo, mi madre se había enamorado de un monstruo y ella lo sabía, de niños, nos contaba como aquel hombre frío y distante había caído ante ella. Aún recuerdo sus palabras.

"Puedes ser el ser más cruel y malévolo, pero todo monstruo tiene una debilidad que coloca su mundo patas arriba"

Me detuve en cuanto la voz de Aurora vino a mi cabeza.

"No eres un monstruo, Eric, no eres frío, no eres esto que intentas ser. Quizás sólo es algo a lo que te acostumbraste y no quieres ser el mismo de antes porque podría ser peligroso para ti"

—Maldita sea—gruñí murmurando. Respiré profundo convirtiendo mis manos en puños, los nudillos se marcaban, la tranquilidad tanto en venir a mí. Definitivamente Aurora era mi tortura, era mi debilidad, quiera o no.


Las tiendas estaban tan llenas como siempre, entré a una donde habían muchos accesorios, bajo la mirada curiosa y sorprendida de algunos escogí algo especial para alguien...especial. La pequeña caja era frágil entre mis manos, caminé con paso seguro hacia la sala de entrenamientos, sonreí para mis adentros al encontrar a la persona que quería.

Su cabello castaño caía por sobre sus hombros, en cuanto sus ojos café me notaron se tensó por completo. Para mi sorpresa o buena suerte, Cuatro no estaba con ella.

—Necesito que hagas una entrega—fui directo al grano.

— ¿Enserio?—frunció el ceño. Le mostré la pequeña caja colocándola en su mano.

—Entrégale esto a Aurora cuando la veas.

— ¿Le digo que viene de ti?—por lo poco que conocía a Sheila sabía que abriría la caja antes de dársela pero en estos momentos no estaba seguro de ser capaz de entregársela yo mismo.

—No. Sólo deja que lo adivine.

—De acuerdo—sonrió un poco.

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¡Feliz año nuevo a todos! La última vez estaba algo enferma pero ya regresé mucho mejor y con un capítulo algo dulce. ¡Gracias por tomarse el tiempo de leer, votar o comentar! Me sorprende que la historia tenga muchas lecturas considerando que es mi primer fic de Divergente. En fin. ¡Espero que les haya gustado!

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