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🗝️. Seis

Cuando JongIn salió corriendo para el ático, de casualidad tiró la cajita de su padre, al pasar cerca de la cómoda en donde la había dejado. La caja oscura se abrió, revelando una llave de plata en ella. JongIn se detuvo un momento para recogerla y luego apresuró sus pasos hacia arriba. En cuestión de segundos llegó hasta el siguiente piso y se quedó de pie frente a la puerta. Un escalofrío recorrió su espalda. Tenía miedo y el no entender el motivo le frustraba aún más.

¿Por qué parecía que ya había estado antes aquí?

No tenía sentido, puesto que KyungSoo jamás lo había dejado poner un pie dentro de ese cuarto. Él nunca había entrado al ático, ¿de qué tenía miedo?

JongIn dio unos pasos hasta la puerta y tomó la manija, dándole vuelta muy lentamente pero ésta estaba cerrada. ¿Por qué KyungSoo lo mantendría cerrado? ¿En dónde podía conseguir la llave para abrir la puerta?

—La llave... —el moreno miró su mano que sostenía la llave plateada—. Imposible...

¿Cómo podría esta llave, que vino en la caja que su padre había dejado para él, ser la que abra la puerta del ático? No tiene ningún sentido, su padre no llegó a visitar la casa, ¿por qué tendría la llave de un simple cuarto?

JongIn probó suerte, teniendo en mente que no podría ser posible pero su mano se movió sola hacia la perilla en busca de respuestas. Grande fue su sorpresa al colocarla y que encajara perfectamente en la cerradura. Algo hizo click y pronto la manija se encontraba disponible para ser girada sin problemas. El alto lo hizo, volvió a girar lentamente la manija, abriendo un poco la puerta.

—JongIn —se escuchó la voz grave de KyungSoo detrás de él.

El nombrado volteó a verlo, sorprendido de no haber escuchado la puerta o siquiera sus pasos hasta aquí.

—¿Qué estás haciendo?

JongIn no sabía qué responder, su cabeza era un mar de preguntas y sus emociones no eran estables.

—No entres ahí —le advirtió su novio.

—¿Por qué? —preguntó. Su voz salió tan suave, como si le faltara el aliento. KyungSoo no respondió—. Te vi... Te vi con ese detective hace un rato.

—JongIn yo-

—¿Me estás engañando con él?

—¡No? ¿Qué?

—Dijiste que no recordabas nada —le reclamó, alzando un poco más la voz. El mayor intentó acercase a él pero JongIn se alejó—. ¡Mentiste! ¿Qué ocultas?

—JongIn, por favor...

—¿Qué hay en el ático?

—Hablemos abajo, ¿sí? —insistió, intentando con todas sus fuerzas que su pedido sea aceptado.

Pero JongIn no se movió ni un centímetro de ahí.—Confié en ti pero tu comportamiento era extraño, me alejaste de ti, ¡¿por qué?!

El más bajo suspiró frustrado y jugó con sus dedos, nervioso.

—¿Por qué estabas en el coche con mi padre el día del accidente? —preguntó pero no obtuvo respuesta de nuevo—. ¡¿Qué escondes, Do KyungSoo?! ¡¿Qué hay en el maldito ático?!

Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de KyungSoo. Su expresión desencajada, sus labios entreabiertos y sus ojos rojos por el llanto, esa era la imagen que JongIn estaba obteniendo de su amado novio.

—Si entras ahí, será la última vez que me veas  —le advirtió con un hilo de voz.

JongIn también estaba llorando, ni siquiera lo supo hasta que su vista se nubló por las lágrimas. Estaba enfadado, decepcionado y asustado, esa combinación no era para nada buena para su cuerpo, que apenas soportaba mantenerse en pie.

—Entonces que así sea —anunció, girándose para abrir por completo la puerta.

Y ojalá le hubiera hecho caso a KyungSoo. Cuánto hubiese dado por mandar todo a la mierda y olvidarse del extraño comportamiento de su novio o de los misterios que no dejaban de rondar a su alrededor. Ojalá solo hubiese abrazado muy fuerte a KyungSoo y decirle que todo estaría bien. Sin embargo, ya era demasiado tarde para volver hacia atrás, porque basta un segundo para destruir todo lo que tienes.

En tan solo un segundo sucede el quiebre en tu historia.

—No...

Restos de los cuadros de pintura regados por el piso, rotos, completamente destrozados. Distintos tonos de acuarelas habían manchado las paredes formando un extraño desastre en ellas. Parecía que un huracán había pasado por ahí, destruyendo todo a su paso. No obstante, lo más impactante y el detonante de sus recuerdos más oscuros fue dirigir su mirada hacia arriba y ver aquel objeto en el techo.

—No... —repitió, retrocediendo involuntariamente.

Las imágenes lo golpearon tan fuerte que intentó sostenerse de la puerta para no caer. La escena más horrorosa del momento más trágico de su vida había vuelto a su mente como un balde de agua helada. Ese recuerdo en donde su alma se perdía en las tinieblas, en donde todo era tan gris que no cabía espacio para la alegría.

Un recuerdo de cuando el amor de su vida había decidido terminar con todo.







***

JongIn abrió los ojos en un cuarto completamente blanco, la molesta luz, del mismo color, golpeaba sus ojos, obligándolo a despertar. El ambiente no era cálido, podía aspirar el aroma de esterilizantes, no se sorprendía de que todo se viera tan pulcro. Intentó sentarse en la cama pero cayó en cuenta de que sus manos se encontraban aprisionadas por unas cuerdas negras que unía cada una de sus muñecas a la barandilla de la cama. JongIn forcejeó un poco para liberarse del amarre pero fue imposible, sus manos estaban atadas fuertemente.

La puerta de la habitación se abrió, dejando ver una figura masculina de no muy alta estatura, vistiendo una bata blanca que le llegaba hasta las rodillas y con un folder crema en sus manos.

JongIn pudo reconocerlo cuando el sujeto se sentó a su lado.

—Detective...

El hombre le dedicó una sonrisa apenada y meneó la cabeza, sentándose en la silla junto a la cama.

—¿Sabes en dónde estás, JongIn? —preguntó el de bata blanca pero el moreno solo negó con la cabeza—. De acuerdo, está bien, voy a decírtelo de todos modos.

—¿Usted no es detective?

Esa no era la única pregunta que tenía en su mente pero fue la única que salió de sus labios.

—¿Es eso lo que te preocupa?

Por supuesto que no lo era, ambos lo sabían bien.

—¿En dónde estoy? —exigió saber—. ¿Por qué estoy atado?

—Es para evitar que te hagas daño —explicó Junmyeon, poniéndose de pie para ayudarle a soltarse de su agarre.

—¿Por qué me haría daño? —cuestionó el extraño juicio del hombre.

Junmyeon dejó escapar un suspiro cuando terminó y acercó su silla a la cama para comenzar a hablar seriamente.

—JongIn —le llamó con la intención de ganar por completo su atención, no para que solo sus ojos lo miraran sin entender una sola palabra que estaba a punto de decir—, ya te habrás dado cuenta de que no soy un detective.

Junmyeon esperó un poco por una respuesta que no llegó. Vio verle tragar saliva e intentar mantener una expresión imperturbable.

—Soy un psiquiatra, tu psiquiatra —especificó—. Mi nombre es Kim Junmyeon y soy el encargado de evaluar tu caso.

—¿Qué... caso?

El doctor abrió el folder crema que traía en sus manos y que guardaba varias hojas dentro. JongIn le echó un ojo, sin comprender de qué se trataba.

—JongIn, entraste a aquel ático y te desmayaste al recuperar tus recuerdos —le informó—, no puedes seguir negándolo, sé que lo recuerdas también.

El estómago de JongIn se contrajo causándole ganas de vomitar. Una sensación horrible se alojó en su pecho, apretándolo y asfixiándolo. ¿Por qué se sentía así?

—¿E-en dó-dónde está... KyungSoo...? —preguntó con una voz apagada, obligándose a sacar fuerzas, las cuales de un momento a otro lo abandonaron.

—Tú lo sabes perfectamente —inquirió el doctor.

—¡No lo sé! ¡Dímelo! —exigió airado—. Maldita sea...

Sus manos hicieron un desastre con su cabello oscuro al no poder controlar sus nervios. Junmyeon observaba su comportamiento y escribía en una hoja.

—Quiero que KyungSoo venga —pidió en voz baja pero el doctor pudo escucharlo.

—Él no puede hacerlo.

—¡Quiero que venga! —gritó, casi desgarrando su cuerdas vocales al hacerlo.

Junmyeon cerró los ojos y tomó una respiración profunda, intentando encontrar la mejor forma para manejar la situación.

—JongIn, sabes muy bien lo que pasó —dijo con mucho pesar—. Lo supiste en cuanto viste aquella soga en el techo. Entiendo cuán doloroso puede ser recordarlo pero negarlo no cambiará nada.

—No... —susurró el moreno—. Me duele la cabeza... Todo es tan confuso...

El psiquiatra apretó la mandíbula y asintió.

—Bien, entonces tal vez deba ayudarte a poner tu mente en orden.

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