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CAPÍTULO 3: ¿ESTÁ BIEN O NO?

BEAUTIFUL FEAR

CAPÍTULO 3: ¿ESTÁ BIEN O NO?

Haber quedado en la academia me permitió pasar menos tiempo incómodo con mamá. No por verla menos tiempo, sino porque tuve más temas con los cuales hacerle plática cuando nos encontrábamos a solas. Al llegar de bailar, ella ya estaba en casa, preparando la mesa para la cena que hacía la abuela y me acompañaba mientras lavaba los platos sucios.

La primera noche, JungKook llegó y cenó con nosotros, así que fue imposible que la abuela no se quedara a escuchar todo lo que nos pasó durante nuestra audición; las siguientes veces, en cambio, éramos ella y yo. Nadie más.

A veces, también me contaba lo que sucedió en su día, como aquella vez en la que se enteró del amorío a puertas abiertas y sinvergüenza entre su jefe y su secretaria, o cuando un muchacho de preparatoria le dijo que le pareció muy guapa.

—De seguro no supo que bien pude haber sido su madre. ¡Fácil, le ganaba por más de veinte años! —Me contagió su risa y se acercó a auxiliarme a secar las ollas que fui terminando de lavar.

Las mamás de mis ex compañeros de colegio siempre le dijeron que daba la pinta de una actriz por su belleza, porte y hambre de éxito. Desde su punto de vista, les pareció increíble que nunca hubiera encontrado el amor genuino.

Yo igual siempre tuve esa duda.

Llegué a suponer que pudo haber tenido pareja cuando yo era aún un niño y que no trascendió por alguna u otra razón. Tal vez, estaba mejor sola. No por estar soltera significaba que estuviera triste y sin amor. Tenía a nuestra pequeña familia con ella, a sus amigas, a Dios y a su trabajo, que tanto le encantaba.

Otras veces, pensé que era su orgullo y el miedo por enamorarse de verdad. Nunca se lo pregunté, aunque llegué a considerar que parte de mi inquietud al romance pudo haber sido sacado de ella, si es que era una conducta posible de adquirir.

Una mañana de octubre, antes de irme a la universidad, me preguntó si me gustaría hacer algo por mi cumpleaños.

—Mis amigos de la facultad quieren ir a un bar, pero ya sabes que no me siento a gusto con tanta gente y música tan fuerte —odiaba cómo mis oídos vibraban, el tener que gritar para ser escuchado y el vacío que se sentía una vez se salía del local, como una bajada de adrenalina—; así que les diré que hagamos un picnic saliendo de las clases... ¡Ah! Y JungKook me dijo que quería estar conmigo un rato, así que puede que lo invite con el resto y luego paseemos por ahí.

De hecho, me pidió que tuviéramos un tiempo a solas para poder darme mi regalo.

Por alguna razón, el haberlo visto tamborilear los dedos en la mesa de la cafetería aquel día me transmitió un poco de sus nervios al decir eso. Desde esas últimas semanas, acepté que no eran ideas mías el haberlo visto tan inquieto, como si quisiera decir algo que no lo dejara tranquilo.

Con el simple recuerdo, mi corazón pegó un brinco, como había estado haciendo cada que mi mente me transportaba a lo que hice a su lado durante cualquier día.

—¿Quieres que por la noche te festejemos con un pastelito? —Sonreí y asentí a su pregunta—. Puedes invitarlo, si quieres... A JungKookie, quiero decir. Sabes que siempre es bienvenido —su expresión se suavizó y me hizo preguntarme qué se le pasó por la cabeza en ese momento—. Es un muy buen muchacho.

—Mis amigas con las que salgo a caminar también te quieren celebrar—mi abuela me hizo carcajear—. ¿Por qué te ríes? Sabes que te quieren mucho, te conocen desde que eras un bebecito. Te cambiaron los pañales —sus acusaciones me hicieron acceder a que fueran. Después de todo, nosotros éramos los intrusos en su casa y esas señoras eran divertidas cuando jugaban al bingo.

Así fue cómo pasaron los días, hasta que llegó mi ansiado cumpleaños.

Mis amigos y yo nos organizamos para que todos lleváramos algo de comida o decoración. A mí me exigieron mi "singular" presencia; de todos modos, llevé una bandeja de sándwiches italianos que compré antes de llegar al parque acordado por no sentirme cómodo llegando con las manos vacías. Si bien a todos nos encantaron, me regañaron con que no me dejé consentir.

NamJoon, un muchacho mayor que yo por un par de años y al que conocí por haber chocado en el pasillo principal, llevó un mantel y lindos platitos; SeokJin, un compañero que Nam nos presentó, se encargó de preparar rollos de arroz, ensalada de papa y tortilla de huevo enrollado; JungKook hizo pastel de manzana y roles de canela. YoonGi no pudo ir, por un compromiso familiar; sin embargo, se dio el tiempo de llevarnos lo que le tocó (una jarra de limonada y frituras) y tomarse un par de fotos conmigo.

Duramos alrededor de dos o tres horas, aguantando el Sol de la tarde hasta que no pudimos soportarlo, por más a gusto que estuviéramos. Además, ¡había muchos insectos! Y a mí siempre me dieron asco y miedo. Fue una pena.

—¡Es solo una abejita! —Kookie se rio de mí cuando nos quedamos solos y yo hui por tercera vez de la misma abeja, que no me dejaba tranquilo por el pedacito de pastel que llevaba en una servilleta. Yo lloriqueé, repugnado, cuando la rocé por accidente en medio de mi paranoia—. Si no te mueves, se alejará... O, si tiras lo que te queda de tu rebanada, puede que se dé por vencida.

Vi el bote de basura no muy lejos de nosotros, debajo de un árbol, lleno de moscas y más abejas.

No dudé y le di mi servilleta para que lo hiciera por mí. Él accedió porque vio mi rotunda negación a acercarme ahí, aun si tuviera su compañía.

—Algún día —dijo de regreso, justo cuando la abeja también me dejó en paz— tendré que ayudarte a afrontar tu fobia a los insectos. De seguro ellos te tienen más asco y miedo de lo que tú les tienes —mi cara de incredulidad le hizo dibujar una sonrisita.

Me dio un pellizquito en un costado cuando pasó a mi lado y me invitó con un gesto a que caminara con él por la sombra, lejos de los bichos. Accedí y sujeté las correas de mi mochila antes de apurarme a seguirlo.

Nos quedamos nosotros, como le prometí.

—¿Te he dicho que corres muy lindo? —Preguntó apenas llegué junto a él—. Subes los hombros, atraes los brazos hacia ti y los mueves de lado a lado con cada paso que das —me imitó por poco más de un metro y esperó a que llegara.

—Pasas mucho tiempo viéndome, si sabes eso.

No respondió.

Yo se lo agradecí porque habría muerto de vergüenza.

No era tonto.

Desde el primer día presentí que existía algo especial entre los dos y yo dejé que fuera creciendo con todo el tiempo que comenzamos a pasar juntos. Oír sus anécdotas diarias, leer las quejas de sus tareas que me mandaba por mensaje y disfrutar de su sonrisa y sus sonrojos se volvieron detalles con los que me acostumbré a vivir ese semestre, con los que no me molestaría llegar al fin de mi cordura.

Nuestras manos se rozaron y quise entrelazarlas.

No lo hice.

Algo en mi interior me hizo comprender a dónde iríamos al terminar con todo eso.

—Hasta hace poco, pensé que era heterosexual —confesé en voz alta, porque me imaginé que tendría que saberlo. No detuvimos nuestro paso y seguimos dando vueltas por todo el parque—. Bueno, lo deduje, más bien, porque antes nunca me fijé en alguien y pensé que estaba en búsqueda de la muchacha correcta. Conocí a un chico, en cambio, en el instituto —sentí cómo pareció tensarse un poco—. Tenía el aspecto del típico "maleante". No fue la mejor manera de descubrir que me gustan los hombres, ¿sabes?

Divagué en mis recuerdos y me pregunté cómo fue que mi vida cambió tanto en esos meses.

—Mamá dijo que estaba decepcionada de mí —eso fue más difícil de decir en voz alta de lo que pensé. Recordar su mirada lastimera me hizo cuestionarme por qué decidí acordarme de ese día en mi cumpleaños, una supuesta fecha feliz—. En el último verano, nos distanciamos y apenas estamos retomando nuestra relación.

—Mimi —me interrumpió, haciéndome voltear para verlo. Sus mejillas rojizas y ceño fruncido fueron adorables—, no voy a negarte que siento algo por ti, supongo que soy muy obvio —le di la razón y rio, bajito—; pero no te apresuraré. Si no quieres un noviazgo y prefieres mejorar el lazo con tu familia, es válido. Puedo esperarte.

—Ese no es el punto al que iba —me burlé y se lo agradecí de todas formas—. Por supuesto que mejoraré lo que tengo con ella, no soporto la tensión que siento cuando nos sentamos y no hablamos, ¡es horrible! —Muy incómoda—. A lo que quiero llegar es que viví algo intenso durante los meses pasados, luego te lo contaré a profundidad, así que me gustaría ir más lento contigo.

—Oh —sus ojos se encontraron con los míos, brillaron con los reflejos del Sol—. ¿Puedo tomarte de la mano, en ese caso?

Acepté sin dudarlo y caminamos por un rato más, hasta que llegó la hora de ir a casa para el festejo restante, no sin antes haber recibido su regalo: una lámpara en forma de gatito, mi animal favorito y al cual soy alérgico.

—Oí la canción que me recomendaste hace tiempo —mi favorita. Se la pasé una noche en la que estuvimos haciendo llamada después de cenar— y menciona a un gato calicó, así que pensé en ti cuando la vi en la tienda.

No dudé en abrazarlo y él pareció feliz por eso.

Sentí el latir de su corazón sincronizado con el mío, rápido y fuerte.

Éramos dos gatos calicós y el destino tuvo que estar celoso de nosotros por nuestra unión, sin duda.

(...)

Camino a casa, le pregunté si su familia no reaccionó negativamente con su sexualidad, conociendo además su cercanía con la iglesia. Él dijo que, de hecho, nunca se planteó tener "la conversación" con ellos, solo se plantó en la casa con su novio de ese entonces y fue recibido con naturalidad.

Terminaron cuando estaban en secundaria porque su ex de mudó y, a pesar de haber intentado algo a la distancia, le fue infiel. Eran muy jóvenes y tontos, creyendo que los noviazgos eran sencillos. En la actualidad de seguro estaría arrepintiéndose por perder a alguien tan noble e increíble, como Jeon JungKook.

Gracias, desconocido. Yo cuidaré mejor su corazón.

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Cuando JiSeong me robó mi primer beso, dos semanas después de haber comenzado a pasar tiempo por el club, supe que caí muy bajo. Una cosa era descubrir que me gustaban los hombres, y otra muy diferente fijarme en alguien como él. Habiendo tantos muchachos agradables con buenos modales, tuvo que ser ese descarado.

Tal vez fue la misma aura de peligro que me hizo querer mantenerme lejos de él la que provocó que tuviera esa hambre de más o, quizá, fue mera curiosidad de saber qué se siente romper las reglas en algunas ocasiones.

A veces, hasta el más creyente termina alejándose un poco de lo que dicta la iglesia.

Aun así, eso no significaba que necesité caer tan bajo, como para permitir tantas cosas que, en realidad, no fueron de mi agrado. Me cegó y dejé de ser yo mismo en su compañía por tener curiosidad de descubrir un mundo de placeres que no me permití explorar antes por miedo al mismo pecado, a la sensación de culpa y pánico nocturnos que trae consigo la euforia del momento.

No era yo.

No me sentía yo.

La mañana en la que sentí cómo me fui desprendiendo de lo que era mi verdadera identidad ambos nos encontrábamos en los baños para varones del instituto. No supe cuándo me vio entrar, si yo ni siquiera noté su presencia hasta que salí del cubículo y lo vi recargado contra el lavamanos de mármol con su sonrisa despreocupada y sin fajarse.

—¿Quién sonríe viendo a alguien salir del baño? —Pregunté, haciéndolo apartarse de mi camino con un ademán—. Y arréglate el uniforme o los profesores te regañarán, otra vez. Comprendo que no te interese la universidad —pese a que Corea fuese uno de los países a los que más importancia le daban a ese nivel educativo—; aun así, sabes que me genera conflicto verte desarreglado.

—Arréglalo tú, si tanto te molesta.

Sonreí, viéndolo a través del espejo, y me negué a hacerlo, como era de esperarse. Sacudí mis manos a falta de toallas desechables y me giré para enfrentarlo, apoyándome en la fría superficie de mármol.

—¿Has hecho tus tareas?

Por supuesto que no.

Creo que una parte de mí quería transformarlo en un hombre productivo para que dejara de lado su vida conflictiva porque, claro, todos en el instituto sabíamos que sus rumores de vago no eran simples chismes.

—¿Y tú pensaste en mi invitación de ir al bar el viernes? —Preguntó, acercándose a mí. Eché la cabeza hacia atrás para no romper el contacto visual y volví a sonreír, esa vez con honestidad, cuando puso sus manos sobre las mías—. Choi y Lee dijeron que están ansiosos por conocerte mejor.

Él casi nunca usaba los nombres de las personas para referirse a ellas, si no los apellidos. En mi caso, usaba el apodo que, sabía a la perfección, me molestaba.

—Tendrán que quedarse con las ganas —mi respuesta hizo que formara una mueca de desagrado—. En primer lugar, no hiciste tus deberes, por eso me cambiaste el tema, ¿no es así? Bueno, nuestro trato era que yo iría, si tú los hacías —le recordé y él entornó los ojos—. Además, no creo sentirme a gusto.

—¿Por qué no? Nunca has ido. Te encanta bailar y me contaste que te gustan las bebidas preparadas que hace tu mamá —me encogí de hombros.

—No es mi ambiente. Me engento muy fácil —le expliqué con paciencia, sin dejarme chantajear con las caricias que dio en el dorso de mis manos—. Una cosa es bailar para personas que, en su mayoría, están lejos de mí, y otra diferente es estar rodeado al grado en que no puedo respirar a gusto por el aroma a tabaco y alcohol.

—Tampoco seas tan dramático. Eso solo pasa en las series —me le quedé viendo con poca confianza y él suspiró—. Bueno, a lo mejor sí es así, ¡pero es parte de la diversión! No hay reglas para disfrutar, Minnie.

—Dijo al que echaron de una fiesta privada por crear un alboroto con la novia del cumpleañero —pensé en voz alta.

Una sonrisa que no supe descifrar como malévola o juguetona se dibujó en su rostro y me acercó a él con un brazo. Separé mi rostro por inercia, a pesar de no rechazar el beso que se aproximó a darme.

—¿Estás celoso? Tú fuiste el que dijo que no quería etiquetas, ¿no? Algo extraño, viniendo de alguien como tú —su aliento olía a su cigarro electrónico favorito, el de durazno.

—Dije que no estaba listo para una relación porque nunca he tenido una y quería tiempo. Tú eres el que comprendió mal —me defendí un poco ofendido.

—Tampoco es como que hayas hecho algo para que no pensara así, ¿o sí? —Su provocación me confundió—. No me has dicho que me quede contigo. No me has pedido exclusividad, ni nada por el estilo.

—No somos novios, así que no me siento en posición para pedirte algo así —más bien, no sabía hasta qué tipo de cosas se podían pedir en ese caso y qué cosas no.

Volvió a besarme tras reírse, sabiendo que yo no tendría la iniciativa de hacerlo. Muy pocas veces me atreví, a decir verdad, en especial porque no hubo ocasión en la que no tuviera la espinita de "¿qué tal si lo hago mal?", "¿qué pasa si nuestros dientes chocan por accidente?" o "¿qué pasa si no me quiere besar en ese momento?".

Sus besos eran húmedos y en gran mayoría de ellos intentó tocar más allá de lo esencial. En esos momentos, me sentía un poco bien y con la excitación a flor de piel; mientras que, cuando no me encontraba acompañado, me sentía sucio.

Esa mañana, me asusté en el instante en que sentí su mano libre sobre mi trasero e intenté apartarme para quejarme. Le había dicho varias veces que no me gustaba que hiciera eso en la escuela, menos en un lugar donde algún compañero podía entrar.

Quítate. Quítate. Quítate.

Mi corazón latió desesperado, incómodo y con ganas de volverle a lanzar mi Biblia; no obstante, algo también en mi interior me dijo que se sentía bien y mi cuerpo reaccionaba diferente a como mi mente lo hacía.

Su simple esencia me intoxicó.

Me perdí en mi mar de escalofríos y leves jadeos, aun cuando acabé con las mejillas rojas y la ropa hecha un desastre al separarnos.

Se sintió bien.

Se sintió mal.

¿Qué era lo correcto?

Besó la punta de mi nariz cuando mis labios temblaron.

—Hoy me dejaste llegar más lejos, ¿debería tomarlo como un halago? —Tonto—. Ahora tendrás que acomodarte el uniforme —señaló, burlón, y apuntó a mis pantalones cuando comenzó a dirigirse hacia la puerta—. Pasaré por ti a las nueve el viernes y te llevaré antes a comprar un helado. Lo prometo.

Me quedé solo, con la única presencia de su fragancia a punto de desaparecer.

Mi cerebro le preguntó a mi corazón si era eso lo que quería cuando las manos me comenzaron a sudar y el aire pareció faltarme.

Mi corazón respondió que no lo sabía; sin embargo, tampoco sabía cómo detener esa peligrosa atracción.

Me sentí patético al haberme metido al cubículo de antes para llorar en silencio en el instante en que me llené de preguntas y decidí resolver al conflicto entre mis piernas. ¿Era la religión, por eso no dejaba de pensar en el momento en que pudiera confesarme al sacerdote? ¿Era él, porque era todo lo contrario a lo que pensé que me gustaría? ¿Era porque no me sentí cómodo? Y, si era eso, ¿por qué a algo de mí le gustó? 

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