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7: Una tregua

Me inclino hasta el borde de la piscina y suelto un suspiro.  La noche está fría, pero al menos hoy no ha llovido. Mis ojos escanean la belleza de la noche, las luces en los edificios y las estrellas en el cielo.  La última vez que vi el reloj eran las doce de la noche. 

Desde que me mudé este era mi momento favorito, el silencio, la noche y la piscina. 

Escucho unos pasos detrás de mí pero no volteo a mirar. Los pasos se detienen. 

—¿Nunca duermes?

Lo miro sobre mi hombro. Taeyang lleva un abrigo negro con un gorrito de lana, se ve tierno. No hemos hablado desde hace dos días. Me tiene bastante intrigada todo en él. A veces parece querer hablarme, pero después como que se arrepiente y se coloca los audífonos para ignorarnos a todos. 

Era enigmático. 

—¿Y tú?

Camina hasta el barandal donde apoya los antebrazos y se inclina hacia adelante. 

—Está muy frío, deberías salirte—comenta de pronto.   

—Estoy bien así, gracias. 

—Puedes enfermar—vuelve a decir observando el cielo. ¿Ya dije que se veía guapísimo de perfil? 

—Estoy bien, de verdad. Me gusta entrar a la piscina en las noches. Me ayuda a relajarme con todo este asunto de la universidad. Estoy muy estresada—y como siempre yo estaba hablando demasiado.  

—Cuando te enfermes no digas que no te lo advertí—suelta con hostilidad. Mi cuerpo se estremece porque hace frío, pero como soy orgullosa no me voy a salir solo porque él me lo diga.  

—Entonces, te importa si me enfermo—menciono intentando entender sus palabras. 

—Haz lo que quieras—suelta encogiéndose de hombros—. Solo resalto el hecho de que la noche esta helada y puedes agarrar una pulmonía y morir—suena amargado. 

—¿Otra vez esa actitud? —se gira para apoyar ambos codos del barandal. Me mira. 

Mi cuerpo tiembla por el frío y sus ojos miran mi bañador de dos piezas.  Mi respiración ha incrementado debido a su fija mirada.

—¿Cuál actitud?

—Esa actitud—lo señalo—.  Me ignoras todo el tiempo y cuando me hablas es para burlarte de mí o hablarme en ese tono. Como si hablar conmigo te molestara demasiado.  

—No me molesta hablarte. 

Me inclino hacia adelante y lo observo fijamente. 

—¿Y por qué tanta hostilidad hacia mi persona?

—No te conozco—responde pasando la lengua por el piercing en su labio. 

—Eso no es excusa para tratarme mal. 

—No fue mi intención que te sintieras así—dice para mi sorpresa—. Lo siento. 

Me salgo de la piscina porque está haciendo mucho frío, me inclino hasta la toalla y me cubro el cuerpo bajo su mirada. Doy varios pasos en su dirección. Permanece en silencio mientras parpadea confundido. 

—Solo quisiera que nos lleváramos bien.

Extiendo una mano en su dirección. 

—¿Quieres hacer una tregua? Al menos para que esto no sea incómodo para los dos ya que viviremos juntos.

Sus ojos viajan de mi mano extendida a mi rostro. Parpadea algo asombrado y hasta parece que va a ceder porque asiente. Se separa del barandal para caminar en mi dirección. Su mano también se extiende pero antes de agarrar mi mano, parece recordar algo y da un paso hacia atrás.

—Yo...—baja la cabeza y se remueve el cabello. Parece nervioso—. Yo no sé si sea buena idea. 

Mi mano se queda extendida y la cierro en un puño. 

—¿Por qué no?

—No lo entenderías—suelta en un susurro algo incómodo. 

—Explícamelo—le pido antes de que me pase por un lado. 

Me observa fijamente y puedo notar en su lenguaje corporal que quiere decirme. No obstante, cierra los ojos y suelta un suspiro. 

—Debo irme. 

Y lo último que veo es su espalda desapareciendo por las escaleras que lo llevan al interior de la casa. 

¿Qué rayos fue eso? 

Era viernes y el reloj marcaba las seis de la tarde. Me encontraba recostada en el sofá, Ander estaba al otro lado leyendo un enorme libro de enfermería y haciendo algunos apuntes.  

—No he dormido bien en esta semana, estoy a punto de renunciar—sacude su cabello casi rubio y me observa con pesar—. A veces me arrepiento de haber elegido estudiar esto. 

—Todos nos hemos sentido así, no eres el único—le digo dejando de ver el televisor para concentrarme en él. Sus labios hacen una mueca. 

—¿A quién le importa los componentes químicos de un medicamento? Voy a ser enfermero, no doctor—dice recostando su cabeza en el sofá y voltea a verme. 

A veces me llega el pensamiento intrusivo de que Ander es muy guapo y sería interesante conocerlo más. Sin embargo, borro el pensamiento porque iniciar una relación con alguien en la casa es una de las cosas que me tengo prohibidas. 

—Tal vez es importante que lo sepas por si un doctor se equivoca al recetar—le respondo sonriendo—. Así le salvas la vida a una persona. 

—Es cierto.

—No te desanimes, ya verás que en poco tiempo vas a dominar todo y serás el mejor enfermero. 

Sus ojos brillan y asiente. 

—Eres muy buena, Zuli—menciona—. Es refrescante conocer personas como tú.

—Gracias, pocas veces me lo han dicho. 

—Yo pienso que eres como el sol—murmura, sus mejillas agarrando un tinte rosado. Parece avergonzado—. Como esa línea de sol que aparece entre medio de las nubes. Es lo que pienso cuando te veo. 

Sonrío ampliamente. 

—Vaya—suelto un silbido. Nadie me había dicho algo así. De repente, se cubre el rostro.

—No quiero incomodarte, perdón. Me pongo muy raro cuando estoy estresado. 

Suelto una risita. ¡Qué tierno!

—Todos reaccionamos de formas distintas cuando tenemos estrés—murmuro jugando con el dobladillo de mi camiseta—. No te preocupes—digo con nerviosismo. Ambos hacemos silencio. Sin embargo, me pongo de pie para aligerar el ambiente—. ¿Qué te parece si te preparo un café? ¿Lo quieres con leche de almendras?

—Sí, por favor—se pone de pie dejando el libro sobre el sofá—. Voy a buscar mi móvil, vengo enseguida. 

Lo veo perderse por las escaleras y me adentro a la cocina. Jin dijo que iba a una práctica de algo, Nirvana se había encerrado en su habitación desde temprano y Tania había salido. 

Y en cuanto a Taeyang, pues no lo había visto. 

Mis manos sacan la cafetera. Busco el envase de azúcar. Alguien lo ha puesto en la parte de arriba de la alacena. Me levanto de puntitas para intentar alcanzarlo, apoyo una mano en la encimera y me intento impulsar. No tengo éxito. 

—No vas a reírte de mí—susurro señalando el envase.

Escucho que alguien abre la puerta de la entrada, pero no volteo a ver quién es. Justo ahora estoy ocupada y tengo una misión: Recuperar el envase de azúcar. 

Apoyo ambas manos en la encimera y me impulso hacia arriba. Coloco la rodilla derecha en la encimera y me trepo. Cuando logro estar completamente arriba, me pongo de pie y agarro el envase. Es una pena ser algo enana. Este es el mal de mi vida. 

Sonrío con satisfacción y me inclino para volver a bajarme de la encimera, pero algo sale mal y parece que me voy para atrás. Mi mano se agarra de la puerta de la encimera pero la misma se mueve hacia un lado, una astilla se entierra en mi dedo y mi mano suelta la puerta. Cierro los ojos pensando que me voy abrir la cabeza cuando aterrice en el suelo. 

Todo parece ir en cámara lenta. De repente, mi cuerpo se estrella contra otro y ambos caemos hacia atrás. Mi cuerpo encima del suyo.

Entonces, se escucha un golpe seco.  

—¡Ah!—escucho un quejido cerca de mi oído. 

Sus brazos me tienen rodeada. Mis ojos se abren al percatarme que alguien ha hecho de colchón para evitar que me golpee. Me levanto con rapidez y me congelo al notar a Taeyang en el suelo. 

¿Qué?

Hace una expresión de dolor, hay una línea de sangre en su labio. Lo he golpeado con mi cabeza. 

—¡Ay, Dios!—digo rápidamente arrodillándome frente a él para sujetar su rostro con ambas manos. 

Mis ojos miran con horror su labio cortado. En un gesto desesperado agarro el borde de mi camisa y llevo la tela a su labio. Antihigiénico, lo sé, pero soy algo tonta. Tengo excusa.  Sus ojos parecen sorprendidos pero su ceño está fruncido. Limpio la sangre de su labio con cuidado. 

—Lo siento, Taeyang—susurro muy cerca de él. Mi mano acuna su rostro—. ¿Te duele?

Parpadea demasiado confundido, pero niega con lentitud. Me incorporo sujetando su brazo para ayudarlo a ponerse de pie. Tiene una expresión de desconcierto plasmada en el rostro, como si no pudiera entender algo. 

Sus ojos viajan de mi rostro a mis manos que sujetan su brazo con firmeza.  ¿Será que no le gusta que lo toquen?

—Ya puedes soltarme.

—Lo lamento tanto, yo... no pensé—me interrumpe. 

—Ese es tu problema, que no piensas—suelta con molestia como si el hecho de salvarme lo alterara demasiado—. Pones tu vida en peligro y pretendes arreglarlo todo pidiendo perdón. 

—¿Qué? 

¿Ahora qué hice? Mi cuerpo se tensa porque de verdad parece enojado conmigo por alguna razón. Su respiración parece acelerada y sus ojos se oscurecen. 

—Gracias por salvarme, pero te puedes ir a la mierda—digo con firmeza.

 Da un paso en mi dirección, mis ojos siguen en los suyos y parecemos tener una batalla de miradas. De repente, patea la puerta de la alacena que está debajo de la isla de la cocina y esta se abre. 

—Utiliza eso antes de poner tu vida en riesgo, piensa un poco en tu bienestar— me dice con voz ronca.  

Se da la vuelta para salir de la cocina y observo la mini escalera. 

Tiene razón. Nunca pienso. De hecho, tengo una lista de las cosas por las que pude haber muerto de no ser porque alguien llegó para salvarme. 


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