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8. La Push

Entre La Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de densos y vistosos bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaba el caudaloso río Quillayute.

La Push era una playa en forma de media luna de más de kilómetro y medio. Era impresionante. El agua de un color gris oscuro estaba coronada de espuma blanca mientras se mecía pesadamente hacia la rocosa orilla gris.

Una fuerte brisa soplaba desde el mar, frío y salado. Los pelícanos flotaban sobre las ondulaciones de la marea mientras las gaviotas y un águila solitaria las sobrevolaban en círculos.

Mike, Eric, Tyler y Jessica estaban terminando de ponerse los trajes de surf, mientras debatían si valía la pena meterse al mar, cuando no habían tantas olas como esperaban y tampoco estaba soleado como las noticias habían predicho.

—Ya estamos aquí. Yo al menos lo intentaré —decidió Jessica. Mike y Eric no protestaron y optaron por tratar de surfear también—. Son unos bebés —se burló.

Ofendidos, Mike y Eric no volvieron a quejarse.

Mordí un poco del regaliz que Bella me había ofrecido. Estábamos sentadas lado a lado en el umbral de la puerta de la camioneta de Tyler. Angela estaba sentada en el asiento de copiloto, bien cubierta con una manta tejida a mano, mientras Bella y yo compartíamos otra manta.

—Sigo esperando que Eric me invite al baile, pero... no lo hace.

—Tú deberías invitarlo —aconsejó Bella.

Arqueé una ceja. No era mala idea. Miré a Angela, ella no parecía convencida. Así que asentí, apoyando la idea de nuestra nueva amiga.

—Asume control —continuó—. Eres una mujer fuerte e independiente.

Angela dudó, se mordió el labio inferior y ladeó la cabeza.

—¿Lo soy?

Le sonreí y levanté el brazo, simulando hacer fuerza en el bíceps. Bella y Angela rieron, entendiendo mi mensaje. Jessica se acercó a Angela para pedirle ayuda con el cierre del traje.

Unos chicos, tres para ser exacta, se acercaron a la camioneta. Uno de ellos, el más alto, miraba fijamente a Bella, dándome a entender que la conocía.

—¡Bella! —saludó, confirmando mi sospecha.

—Jacob.

A juzgar por su aspecto debería tener catorce, tal vez quince años. Llevaba el brillante pelo largo recogido con una goma elástica en la nuca. Tenía una preciosa piel sedosa de color rojizo y ojos oscuros sobre los pómulos pronunciados. Aún quedaba un ápice de la redondez de la infancia alrededor de su mentón. En suma, tenía un rostro muy bonito.

—Chicas, él es Jacob.

—Hola —saludaron Jessica y Angela al unísono.

Sólo le di una sonrisa y un saludo de manos a lo lejos.

—¿Qué haces? ¿Me persigues? —bromeó Bella.

—Estás en mi reserva, ¿recuerdas? —sonrió burlón— ¿Vas a surfear?

—Definitivamente no —resopló Bella, ofreciéndole un regaliz, que Jacob no dudó en aceptar.

—Deberían hacerles compañía —sugirió Jessica, señalándonos a Bella y a mí—. Sus citas les fallaron.

Fruncí el ceño. ¿Cita? Yo no tenía ninguna cita fallida.

—¿Citas? ¿Cuáles citas? —inquirió Eric, sorprendido.

—¿Quiénes? —interrogó Mike, claramente confundido.

—Invitaron a los Cullen —se rio Jessica. Me sonrojé. ¿Cómo se había enterado de que invité a Emmett?—. A Edward y Emmett Cullen —especificó con tono juguetón.

—Sólo por cortesía —excusó Bella, negando con la cabeza.

—Me parece bien que lo hayan hecho —opinó Angela—. Nadie los invita.

—Porque son raros —dijo Mike con una mueca, usando aquello a su favor para dañar un poco la imagen de Edward y mejorar la suya frente a Bella. No era ningún secreto que sentía algo por la hija del Jefe de policía.

—Eso es cierto —dijo uno de los amigos de Jacob.

Lo miré extrañada. ¿Ellos conocían a los Cullen? No iban a la misma escuela, ni siquiera vivían donde mismo. ¿Por qué estaban de acuerdo en que los Cullen eran raros?

—¿Los conocen? —preguntó Bella.

—Los Cullen no vienen aquí —respondió el otro amigo, en un tono que daba el tema por zanjado, ignorando la pregunta de Bella.

Había dicho que los Cullen no venían aquí, pero el tono empleado dejaba entrever algo más, que no se les permitía, que lo tenían prohibido. Su actitud me causó una extraña impresión que intenté ignorar sin éxito. Jacob interrumpió el hilo de mis cavilaciones.

—¿Quieres bajar a dar un paseo por la playa? —invitó a Bella.

Casi pude escuchar la cabeza de Bella maquinando un plan para interrogar a Jacob sobre los Cullen y la forma en que su amigo había declarado que los Cullen no venían a la Reservación Quileute. Se le notaba en los ojos. Parecía tan curiosa y confundida como yo me sentía.

—Sí —aceptó.

"Puedo acompañarlos?" formulé con gestos y una sonrisa amigable, sin dejar entrever mis verdaderas intenciones.

Bella miró a Mike, esperando la traducción.

—Pregunta si puede ir con ustedes.

—Claro —aceptó Bella, asintiendo.

Nos levantamos del suelo de la camioneta al mismo tiempo y seguimos a Jacob hacia la playa.

Las nubes terminaron por cerrar filas en el cielo, oscureciendo las aguas del océano y haciendo descender la temperatura, mientras nos dirigíamos hacia el norte entre rocas de múltiples tonalidades, en dirección al espigón de madera.

Metí las manos en los bolsillos de mi chaquetón y presté atención a la conversación entre Bella y Jacob, fingiendo estar muy entretenida con la arena bajo mis pies.

—¿Qué quiso decir tu amigo con eso? —preguntó con toda inocencia— Sobre que la familia del doctor no viene aquí.

—¿Los Cullen? No se acercan a la reserva.

—¿Por qué no?

Le devolvió la mirada y se mordió el labio.

—Bueno..., se supone que no debo decir nada.

—Oh, no se lo voy a contar a nadie. Sólo siento curiosidad.

Jacob me miró, como si esperara escuchar lo mismo de mí. Simplemente esbocé una sonrisa tentadora al tiempo que fingía sellar mis labios con un cierre y ponerle candado. Él me devolvió la sonrisa, y luego pareció pensativo. Enarcó una ceja y su voz fue más ronca cuando nos preguntó con tono agorero:

—¿Les gustan las historias de miedo?

Bella asintió y yo me encogí de hombros.

—¿Conocen alguna de nuestras leyendas ancestrales? —comenzó— Me refiero a nuestro origen, el de los quileutes.

—En realidad, no —admitió Bella, al mismo tiempo en que yo negaba con la cabeza.

—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca —sonrió para demostrar el poco crédito que daba a esas historias—. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos. Y luego están las historias sobre los fríos.

—¿Los fríos? —preguntó sin esconder su curiosidad.

—Sí. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.

Bella entornó los ojos.

—¿Tu tatarabuelo? —lo animó.

—Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Ustedes los llamarían licántropos.

—¿Los hombres lobo tienen enemigos?

—Sólo uno.

Lo miré con avidez, confiando en hacer pasar mi impaciencia por admiración. Jacob prosiguió:

—Ya sabes, los fríos han sido tradicionalmente enemigos nuestros, pero el grupo que llegó a nuestro territorio en la época de mi tatarabuelo era diferente. No cazaban como lo hacían los demás y no debían de ser un peligro para la tribu, por lo que mi antepasado llegó a un acuerdo con ellos. No los delataríamos si prometían mantenerse lejos de nuestras tierras.

Nos guiñó un ojo.

Me esforcé por ocultar lo serio que me estaba tomando esta historia de fantasmas.

—Si no eran peligrosos, ¿por qué...?

—Siempre existe un riesgo para los humanos que están cerca de los fríos, incluso si son civilizados, como ocurría con este clan —instiló un evidente tono de amenaza en su voz de forma deliberada—. Nunca se sabe cuándo van a tener demasiada sed como para soportarla.

—¿A qué te refieres con eso de "civilizados"?

—Afirman que no cazan hombres. Supuestamente son capaces de sustituir a los animales como presas, en lugar de hombres.

No me había sentido tan frustrada por no poder hablar bien en mucho tiempo. Quería hacerle un montón de preguntas. Por suerte, Bella se daba cuenta de algunos detalles y siguió la interrogación por ambas.

—¿Y cómo encajan los Cullen en todo esto? ¿Se parecen a los fríos que conoció tu tatarabuelo?

—No —hizo una pausa dramática—. Son los mismos.

Debió de creer que la expresión de mi rostro estaba provocada por el pánico causado por su historia. Me sorprendió que Bella pudiera seguir inexpresiva. Jacob sonrió complacido con mi reacción y continuó:

—Ahora son más, otro macho y una hembra nueva, pero el resto son los mismos. La tribu ya conocía a su líder, Carlisle, en tiempos de mi antepasado. Iba y venía por estas tierras incluso antes de que llegara tu gente.

Reprimió una sonrisa.

—¿Y qué son? ¿Qué son los fríos?

Sonrió sombríamente.

—Bebedores de sangre —replicó con voz estremecedora—. Ustedes los llaman vampiros.

Permanecí contemplando el mar encrespado, no muy segura de lo que reflejaba mi rostro.

—Se les ha puesto la carne de gallina —rio encantado.

—Eres un estupendo narrador de historias —le felicitó Bella.

—El tema es un poco fantasioso, ¿no? Me pregunto por qué papá no quiere que hablemos con nadie del asunto.

Aún no lograba controlar la expresión del rostro lo suficiente como para mirarle.

—No te preocupes —dijo Bella—. No te voy a delatar.

—Supongo que acabo de violar el tratado —se rio.

—Me llevaré el secreto a la tumba —le prometió.

Lo miré y asentí con la cabeza para apoyar la promesa de Bella.

—No le digas nada a Charlie, Bella. Se puso hecho una furia con mi padre cuando descubrió que algunos de nosotros no íbamos al hospital desde que el doctor Cullen comenzó a trabajar allí.

Me sentí un poco mal por el doctor Cullen. Él era un médico excelente. Desde que había llegado al pueblo, él era quien me atendía para mis revisiones anuales del implante coclear, y quien había operado a mi mamá del apéndice.

—No lo haré.

—¿Qué? ¿Creen que somos un puñado de nativos supersticiosos? —preguntó con voz juguetona, pero con un deje de precaución.

Le sonreí con la mayor normalidad posible y negué con la cabeza.

—No —siguió Bella—. Creo que eres muy bueno contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta.

—Genial.

No estaba segura de qué tan en serio Bella se estaba tomando esta historia sobre vampiros y hombres lobo, pero en mí se había plantado una semilla de curiosidad y duda. ¿Sería cierto? Es decir... los Cullen, ¿vampiros? Me resultaba difícil de creer. El doctor Cullen trabajaba en un hospital, rodeado de sangre.

Me asusté un poco cuando me di cuenta de que ésa era la única razón que se me ocurría para descartar aquella teoría. Básicamente no sabía nada sobre esa familia. Sería posible... si los vampiros fueran reales. Pero no lo eran. ¿O sí?

¿Podían ser vampiros los Cullen? Y luego estaba la pregunta más importante. ¿Qué iba a hacer si resultaba ser cierto? ¿Qué haría si Emmett fuera... un vampiro? Apenas podía obligarme a pensar esas palabras. Involucrar a nadie más estaba fuera de lugar. Ni siquiera yo misma me lo creía, quedaría en ridículo ante cualquiera a quien se lo dijera, y yo nunca había sido del tipo cotilla.

Sólo dos alternativas parecían prácticas. La primera era ser lista y evitar a los Cullen todo lo posible, ignorarlos tanto como fuera capaz, fingir que entre nosotros existía un grueso e impenetrable muro de cristal, decirles que se alejaran de mí... aunque me doliera.

Me invadió de repente una desesperación tan agónica cuando consideré esa opción, que el mecanismo de mi mente para rechazar el dolor provocó que pasara rápidamente a la siguiente alternativa.

No hacer nada diferente. Después de todo, hasta la fecha, no me había causado daño alguno, aunque fuera algo... misterioso. De hecho, él había sido el primero en correr a ayudarme en el accidente, me había cargado en sus brazos hasta la ambulancia y había cuidado que no me desmayara. ¿Cómo puede ser malo si se preocupó tanto por mí?, pensé. No hacía más que darle vueltas sin obtener respuestas.

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