5. Siete puntos
—¿Puedes decirme tu nombre? —volvió a preguntarme el paramédico.
—Se llama Ophelia —respondió Bella—. No puede hablar.
No quise corregirla. Me sentía como si acabara de levantarme hace dos segundos, atontada y cansada.
—Sí puede, pero nunca lo hace —explicó Tyler—. No se le entiende bien.
Por alguna razón, sólo Emmett me oía bien... o era muy bueno adivinando mis palabras.
—¿Pero puede oírnos?
—Sí. Tiene un implante que la ayuda a escuchar.
Bella se mostró tan incómoda e inconforme como yo cuando nos obligaron a entrar sentadas en sillas de ruedas. Nos condujeron hasta la sala de urgencias, una gran habitación con una hilera de camas separadas por cortinas de colores claros. Una enfermera me tomó la presión y puso un termómetro debajo de mi lengua. Nadie se molestó en correr las cortinas para concederme un poco de intimidad.
Luego me llevaron en la silla de ruedas para sacar una placa de mi cabeza. Les dije que no tenía heridas internas, y estaba en lo cierto. Ni una contusión, sólo el corte en la frente. La enfermera me regresó a la sala de emergencias. Tyler y Bella ya no estaban ahí. ¿Habían conseguido irse antes? ¿Y dónde estaba mi madre?
—¡Ophelia!
Volteé rápidamente hacia las puertas de la sala. Mi madre venía con su bolso en brazo, agitada y pálida por el susto. Corrió hacia mí y me acunó el rostro tan pronto me alcanzó.
—Mi bebé. ¿Estás bien? El director me informó de lo ocurrido. ¿Qué dijeron los doctores? —exigió saber, desesperada.
"Estoy bien, mamá. Sólo quiero irme" gesticulé, sonriéndole para calmarla. En realidad, el dolor había crecido ahora que la adrenalina había bajado, pero no iba a decírselo.
—¡Esto no es estar bien! ¡Mírate! —exclamó, analizando el corte en mi frente. Ya no estaba sangrando, y en cualquier momento iban a coserme. Sus ojos querían derramar lágrimas, pero se contenía— Por Dios, mi niña —jadeó, besando mis dos mejillas antes de abrazarme fuerte.
Entonces entró el doctor Carlisle Cullen. Lo había conocido el año pasado, cuando mi madre tuvo apendicitis y él llevó a cabo la cirugía. Él era joven, rubio y más guapo que cualquier estrella de cine, aunque estaba pálido y ojeroso; se le notaba cansado. Era también muy amable y compasivo.
—Bueno, Ophelia —dijo el doctor Cullen con una voz marcadamente seductora—, ¿cómo te encuentras?
Mi madre me soltó, se hizo a un lado y se volteó. Le dio una sonrisa amable.
"Estoy bien" repetí, ojalá por última vez.
—Dice que está bien, pero mire ese corte, doctor. ¿Es normal que no sienta dolor?
—Debe ser por la adrenalina —respondió, observando mi corte con atención—. Tendremos que coserle. Recuéstate, por favor.
Obedecí. No iba a mentir, se sintió bien relajarme un poco contra la almohada. Escuché al doctor ponerse los guantes y recibir objetos de una enfermera. Se acercó por mi lado derecho, estaba por comenzar, por lo que cerré los ojos para no mirar ese pequeño anzuelo.
Mi madre tomó mi mano y la apretó fuerte. Ella era un poco más melodramática para todo lo que tuviera que ver con dolor físico, mientras que yo era más tolerante. Si ella contraía un resfriado, se quedaba en cama por días. En cambio, yo sólo tomaba algunas pastillas y mucha agua y cumplía con mis planes del día.
—Las radiografías salieron bien —comentó el doctor Cullen, probablemente tratando de distraerme—. ¿Te duele la cabeza? Emmett me ha dicho que te diste un golpe bastante fuerte.
Abrí los ojos de golpe. Al principio la luz me cegó, pero alcancé a ver el asomo de una pequeña sonrisa en el doctor, como si hubiera oído mi corazón acelerarse ante la mención de su hijo.
—¿Emmett? ¿Su hijo estuvo ahí? —preguntó mi madre con curiosidad y cautela, tratando de averiguar si él había sido un héroe o el responsable.
"Sólo me ayudó, mamá. Él no iba manejando" sin mover la cabeza, gesticulé mi respuesta con las manos. Volví a cerrar los ojos.
—Oh —suspiró aliviada, y el tono de su voz cambió—. De acuerdo. Menos mal. Qué amable de su parte.
Apreté su mano, no por dolor, sino para advertirle que no fuera más allá con sus comentarios en frente del doctor Cullen.
El doctor Cullen me tuvo que dar siete puntos para cerrarme la herida. Después del pinchazo de la anestesia local, no volví a sentir dolor alguno a lo largo del proceso. Mi madre no dejó de sostenerme la mano mientras el doctor me cosía.
—Te puedes ir a casa —me dijo, ayudándome a quedar sentada—, pero debes regresar rápidamente si sientes mareos o algún trastorno de visión.
"¿No puedo ir a la escuela?" inquirí.
—¡Por supuesto que no! —dijo mi madre, horrorizada— ¿Ir a la escuela? Ophelia, acabas de tener un accidente de auto y recién el doctor terminó de coserte la frente.
—Hoy deberías tomarte las cosas con calma —apoyó el doctor, en un tono relajante.
Intenté sacar las piernas por el borde de la camilla y me levanté con prisa, tal vez con demasiada prisa, porque me tambaleé y el doctor Cullen y mi madre me sostuvieron por cada lado. Parecía preocupado, aunque no tanto como mi madre.
"Me encuentro bien" volví a asegurar.
—¿Estás segura? —cuestionó mamá.
Asentí con cuidado y calma, evitando marearme.
—Toma unas pastillas de Tylenol contra el dolor —sugirió mientras me soltaba.
"No me duele mucho" mentí. Mi madre no tradujo.
—Parece que has tenido muchísima suerte —dijo el doctor con una sonrisa mientras firmaba mi informe con una floritura—. Descansa, Ophelia. Señora O'Neil. Permiso.
"Gracias" gesticulé.
—Gracias, doctor Cullen —despidió mi madre, con una sonrisa agradecida. Volvió a mirarme, buscando algún índice de que fuera a desmayarme—. Vámonos a casa. Ya me encargué de todo el papeleo.
No protesté. La enfermera tuvo que llevarme hasta la entrada en una silla de ruedas, por desgracia. Evité mirar a cualquiera hasta que pude levantarme. Nos despedimos de la enfermera y nos dirigimos a la salida. La seguí hasta su coche, un Chevrolet sedán del 2001, cuidando todos mis pasos. No iba a arriesgarme a perder el equilibrio en el estacionamiento del hospital.
—Te dejaré en casa, te prepararé una sopa de verduras y te irás directo a la cama a descansar. ¿Entendido? —decidió con mirada amenazante y tono militar. Levanté las manos en señal de paz e inocencia, divertida— Bien —asintió, viendo que no protestaría.
Muchos lo considerarían patético, pero mi madre era mi mejor amiga. La admiraba muchísimo. Tenía su propio negocio, en el que le iba bastante bien, había criado a una hija sola, se mantenía en buena forma y su actitud era envidiable. Por suerte había tenido unos padres comprensivos y amorosos que la apoyaron cuando quedó embarazada de mí a los veinte años, sin una idea de dónde estaría el padre.
No, nunca he conocido a mi padre. Él era joven, un universitario que había venido a Forks para escalar y acampar un poco en sus vacaciones, que quedó flechado por una linda camarera en el Carver Café (en ese entonces, mis abuelos todavía eran los dueños del restaurante).
Mi madre, entre lo poco que me ha hablado de él, decía que era encantador y de ensueño, por lo que no tuvo oportunidad contra sus encantos. En la última noche de verano, la protección no fue cien por ciento efectiva... y nueve meses después, nací yo.
—¿En qué estás pensando? —me preguntó, apagando el coche, tras haber aparcado en el patio delantero de la casa.
Nuestro hogar era una pequeña casa colorida con jardín y flores moradas. La cerca estaba pintada de amarillo y la puerta de rosa. Las paredes eran blancas y el tejado azul oscuro. Mi madre decía que le gustaba el color, sobretodo en un lugar tan apagado como Forks. La había pintado después que mis abuelos fallecieran, esperando traerle vida a la casa otra vez.
"En mis abuelos."
Formó una sonrisa cerrada y enternecida. Sabía que ella los extrañaba tanto como yo. A mi abuela y su dulce voz con el poder de hacer cantar a los pájaros, y a mi abuelo y sus malos y bobos chistes. Haberlos perdido hace cuatro años había sido un golpe duro.
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