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37. Noche de chicas

En ese preciso momento oí unos bocinazos de claxon. En un santiamén pasé mi billetera de la mochila del instituto al bolso. Me miré en el espejo del vestíbulo antes de abrir la puerta y esbocé una sonrisa en cuanto la vi dentro de su coche, aparcada frente a mi casa.

—Gracias por venir conmigo esta noche —me dijo Bella mientras me aupaba para entrar por la puerta del copiloto.

Bella no conocía mucho de la lengua de signos, sólo algunos gestos, así que le dediqué una sonrisa y me atreví a estirarme para abrazarla. Bella inmediatamente se tensó, era una chica tímida y que muy poco recurría al contacto, pero unos segundos después, se relajó y me devolvió el abrazo con más fuerza de lo que esperaba.

La miré a los ojos al separarme y lo vi. Vi ese vacío que a mí también me atormentaba noche tras noche. Vi las pesadillas, vi su corazón roto... y me pregunté por qué habíamos tardado tantos meses en reunirnos otra vez.

"Te extrañé, Bella. No vuelvas a desaparecerte" expresé. Sabía que ella sólo entendería la esencia del mensaje.

Bella sonrió sin mostrar los dientes y me miró de arriba abajo.

—Te ves fantástica, Eli.

Le sonreí y acaricié un mechón de su cabello. Estaba más largo, y lo había peinado especialmente para hoy. Su ropa no era tan cómoda como la que usualmente usaba para ir a la escuela.

"Te ves linda también."

—Gracias.

Entonces cambió a primera y pisó el acelerador, mientras yo me ponía el cinturón y me acomodaba para mirar al frente. La canción de la radio cambió y Bella buscó el dial rápidamente.

—¿Te importa? —me preguntó.

Negué con la cabeza.

Buscó las distintas emisoras hasta localizar una que no fuera romántica... o alegre. Espié la expresión de Bella a hurtadillas mientras la nueva música llenaba el coche. Parpadeé y la miré con la ceja arqueada. ¿Desde cuándo le gusta el rap?

—Algunas veces lo oigo —fue lo único que comentó.

Conforme el viaje fue en silencio y sólo nos hablamos para lo necesario antes de entrar a la sala de la película, me di cuenta de por qué Bella me había llamado a mí y no a Jessica o Angela. Quería silencio. No me lo tomé como una ofensa, traté de entender sus intenciones.

La película de zombis era sangrienta y con muchos efectos especiales y maquillaje. La historia era aburrida y el final predecible, pero Bella parecía disfrutarla. No me sorprendió que escogiera una película tan cruda. Lo último que necesitaba era el recordatorio de su relación terminada. A decir verdad, yo también aprecié su elección.

Bella no se veía mucho más animada o dispuesta, pero estaba fuera, lo estaba intentando. No podía imaginarme la cantidad de valor que había reunido para salir de su cuarto y convivir con alguien. Sólo esperaba que siguiera intentándolo.

Al salir de la película, sin comentar nada sobre ella, me giré para preguntarle con gestos:

"¿Dónde quieres cenar?"

—Me da igual.

Torcí mi sonrisa, pero asentí y le indiqué que me siguiera. Conocía un lindo restaurante de comida tailandesa a unas cuantas cuadras. Sólo pensar en un pad thai me abrió el estómago y me hizo salivar.

Caminamos en silencio, solamente con el ruido de Port Angeles llenado el sonido de fondo. Pero, conforme nos fuimos acercando al restaurante, todo se puso más oscuro y más tranquilo. Me llevó más rato de lo debido el darme cuenta del porqué de esa tranquilidad. Bella se había parado y miraba delante de ella.

Eché una ojeada a mi alrededor por primera vez.

Estábamos atravesando un corto tramo poco iluminado de una acera. Las tiendas pequeñas alineadas a ambos lados de la calle cerraban de noche y los escaparates estaban a oscuras. Las luces de la calle volvían a alumbrar medio bloque más adelante y pude ver, allí, a lo lejos, el brillante letrero neón del restaurante hacia el que nos dirigíamos.

Sólo había un negocio abierto en la otra acera. Las ventanas tenían las cortinas echadas por dentro y justo encima brillaba un rótulo con luces de neón que anunciaba distintos tipos de cerveza. El letrero más grande, uno de un brillante color verde, era el nombre del bar: Pete el Tuerto. Me pregunté si sería una cervecería temática de piratas, aunque no se veía nada desde el exterior. La puerta de la calle se abrió de pronto; había poca luz en el interior, y un prolongado murmullo de muchas voces y el sonido del tintineo de los hielos en los vasos invadieron la calle. Había cuatro hombres apoyados contra la pared de al lado.

Me detuve y volví la vista atrás para mirar a aquellos hombres sin pensarlo dos veces. Experimenté una fuerte sensación de déjà vu. Ésta era una calle diferente, una noche distinta, pero la escena se parecía mucho. También uno de ellos había sido bajo y moreno.

Le devolví la mirada a Bella, que seguía paralizada en la acera.

—¿Bella? —le susurré con todas mis fuerzas— ¿Qué haces?

Sacudió la cabeza, sin saber qué decir.

—Creo que los conozco... —murmuró.

Miré a los hombres de nuevo.

¿Qué estaba haciendo? Debería rehuir ese recuerdo lo más deprisa posible, apartar de mi mente la imagen de aquellos hombres recostados contra la pared para protegerme.

Sin embargo, parecía una coincidencia demasiado evidente que estuviera en una calle oscura de Port Angeles con Bella. Fijé la mirada en el tipo bajo y comparé sus facciones con las de aquel que me había amenazado aquella noche, hacía casi un año. Me pregunté si había alguna manera de que pudiera reconocerle, de saber si era él. Tenía un recuerdo muy vago precisamente de esa parte de la noche en particular. Mi cuerpo lo recordaba mejor que mi mente; las mismas piernas en tensión mientras intentaba decidir si correr o permanecer quieta, la misma sequedad en la garganta mientras luchaba por producir un grito lo suficientemente fuerte, la tirantez de mis nudillos mientras cerraba las manos en un puño, los escalofríos que me bajaban por la nuca mientras aquel hombre me había dado un bofetón en el trasero...

Había una especie de amenaza implícita e indefinida en esos tipos, que no guardaba relación alguna con aquella otra noche. Tenía más que ver con el hecho de que eran desconocidos, la zona estaba a oscuras y nos superaban en número, aunque sólo en eso.

¿Y por qué Bella estaba dando un paso hacia la calle, como alelada?

—Bella, vuelve aquí —intenté gritar, con la voz quebrada, débil e incomprensible.

Me ignoró y echó a andar hacia delante despacio. La nebulosa amenaza que suponían esos hombres me empujaba lejos de ellos, pero a Bella parecía atraerla. Era un impulso sin sentido.

Ya estaba en la mitad de la calle cuando la alcancé y la agarré del brazo.

—¡Bella! ¡No puedes entrar en un bar! —mascullé con dificultad.

—No voy a entrar —me dijo como ausente, sacudiéndome la mano de encima—. Sólo quiero ver algo...

—¿Estás loca? —susurré.

—Volveré rápido —me dijo.

Me dio la espalda y se volvió hacia los hombres que nos observaban con ojos curiosos y divertidos. Tratando de no quitarle los ojos de encima a Bella, saqué mi celular y marqué al 911, pero sin llamar. Más valía tener la llamada preparada. También en mi bolso llevaba un rociador de pimienta, pero nada de eso me consolaba. Observé a Bella hablar con uno de ellos y luego seguirlo a una motocicleta.

Le miré horrorizada, esperando que volteara a verme y pudiera ver por mi expresión que necesitaba regresar ahora y dejar esa locura de subirse a la moto de un extraño afuera de un bar. ¿Desde cuándo era tan impulsiva? ¿Siempre había actuado sin considerar las consecuencias o sin tener un instinto de advertencia ante el peligro?

No podía dejarla, así que me quedé parada con los brazos cruzados y esperé a que volveiera con mi teléfono en una mano y el rociador en la otra. No podía creer que se estuviera metiendo en una situación así.

Mi corazón latía alocado y mi nuca sudaba frío. ¿Acaso no medía el riesgo en el que se estaba metiendo? Porque yo sólo necesitaba recordar aquella noche para no necesitar más de un minuto en decidir si pasar por un callejón solitario con hombres alcoholizados o seguir mi camino.

No me calmé ni me destensé hasta que la vi regresar. Se bajó de la motocicleta del sujeto y se dio media vuelta, comenzando a alejarse del bar para llegar hasta mí.

—Creí conocer a uno de los chicos —me explicó.

La tomé de la muñeca y la obligué a mirarme. Con gestos y mi mayor esfuerzo por articular correctamente, le dije:

—Si quieres sentir un poco de adrenalina o tienes afición por las motocicletas, bien. Hagamos puentismo, vayamos a un rally de motos. Pero esto no fue divertido, fue riesgoso y estúpido.

Era consciente de que tal vez mi reacción era un poco exagerada, pero aquella noche me había dejado marcada y cualquier situación mínimamente similar me congelaba los huesos y me entumecía los pulmones.

Bella parpadeó, quizá muy sorprendida por mi reacción o por haber caído en cuenta de sus acciones, no lo sé, tal vez porque yo muy pocas veces usaba mi voz y ahora la había empleado con un tono iracundo. Pero fue suficiente para mí verla tragar saliva y asentir con la cabeza.

—Lo siento —bisbiseó, agachando la cabeza.

La solté de la mano y di media vuelta. Se me había quitado el hambre, y dudaba que Bella quisiera comer algo, ya que se había terminado un bote de palomitas ella sola.

El camino de regreso a mi casa fue aún más silencioso, y esta vez ese silencio no fue tranquilo y cómodo, sino lo contrario. Podía verla sumida en sus pensamientos, demasiado para siquiera darse cuenta de que yo estaba todavía molesta por la situación en la que se puso a sí misma. Comencé a preguntarme si no tendría deseos suicidas.

Me sorprendí cuando Bella aparcó el coche enfrente de mi casa. El viaje no había sido muy largo.

—Gracias por haber salido conmigo, Eli —dijo mientras yo abría la puerta—. Ha sido... divertido.

Suspiré.

—Lo siento por enojarme así —murmuré—. Tuve... una mala experiencia.

Bella era muy considerada al ponerme su total atención cuando hablaba, de modo que pudiera entender mejor mi voz.

—No. Yo lo siento. No tenía idea. Sé que estuvo mal. Lamento haberte puesto en esa situación.

La miré a los ojos. Parecía realmente sincera y arrepentida. Le sonreí con los labios sellados y asentí.

—Eli... Yo..., nunca te había oído hablar.

Era cierto. No usaba mi voz a menos que fuera con él, o que la situación realmente lo ameritara. No pude quedarme callada cuando la vi con intenciones de irse a ese bar, así que había empleado mi voz para tratar de detenerla.

"Buenas noches, Bella" le dije con signos. Se había terminado el tiempo de usar mi voz. Había dicho todo lo que necesitaba que ella entendiera muy bien.

—Descansa, Eli. ¿Nos vemos el lunes?

Asentí y me bajé del coche, cerrando la puerta a mi espalda. Escuché que volvía a arrancar cuando llegué a la puerta y saqué las llaves de mi bolso.

Mamá me esperaba sentada en el centro del sofá, con los brazos cruzados y el control remoto junto a su piernas, cubiertas por una manta.

"Hola, mamá" dije con la mente en otra cosa mientras pasaba por su lado de camino hacia las escaleras.

—¿Dónde has estado? —me preguntó mi madre.

"Fui al cine con Bella, a Port Angeles, tal como te dije esta mañana."

—Mmm —musitó ella—. Qué bueno, dulzura. ¿Te lo pasaste bien?

"Sí, claro" contesté. "Estuvimos viendo a unos zombis comerse a la gente. Estuvo muy bien. Buenas noches, mamá."

Me apresuré hacia mi habitación. Poco después me tumbé en la cama, resignada a que el dolor finalmente hiciera acto de presencia.

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