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36. Nueva Realidad

OCTUBRE.

Que la otra mesera renunciara porque se había ganado la lotería fue algo bastante conveniente para mí. La acumulación de trabajo, el estudio y las tareas, todo estaba perfectamente sincronizado para no dejarme tiempo para pensar (lo que usualmente me llevaba a llorar). Llegaba lo suficientemente cansada a la casa como para hacer tareas hasta tarde y finalmente quedarme dormida sin siquiera destender la cama.

Un día, en una de esas largas noches con montones de tarea y profundas ojeras, me llegó un anuncio a mi correo electrónico. Estuve por echarlo al basurero, cuando la fotografía de una hermosa playa griega me llamó la atención. El anuncio me invitaba a participar en un juego con la posibilidad de ganar un viaje todo pagado a Grecia. Obviamente era un fraude, un virus queriendo entrar a mi computador, pero la idea de un viaje seguía siendo atractiva.

Al día siguiente, tomé un tarro de vidrio abandonado en la alacena que antes guardaba salsa de tomate y le pegué una cinta con mi letra escrita diciendo: "Viaje de Ophelia". Era algo lindo por lo que aspirar, algo por lo que motivarme, así que lo llevé conmigo al Café y lo puse junto al bote de las propinas. La gente me hizo preguntas, me contó historias, me aconsejó sobre viajar, incluso un comensal me contó una teoría conspirativa sobre las aerolíneas. Al final del día, sin embargo, todos aportaron monedas y unos pocos billetes.

NOVIEMBRE.

Un nuevo mes llegó sin que me diera cuenta. Apenas tenía tiempo para descansar, pero eso era lo que yo me había propuesto, y ahora mi cuerpo estaba pagando por ello. El agotamiento físico y mental por la montaña de tareas y trabajos que yo misma me ponía se manifestaba en ojeras negras y hundidas, mi piel más blanquecina y mi cuerpo con unos kilos que antes no estaban ahí.

Sin darme cuenta, empecé a llorar en silencio. La visión de mi cuerpo deteriorándose y agrandándose me hizo sentir repulsión. No había comido sanamente en mucho tiempo, y tampoco me había importado hasta ahora.

Apagué la luz sobre el espejo del lavabo, dejando solo la del baño, y me metí a la ducha con agua caliente. Me enjaboné el cuerpo y el cabello dos veces, y al salir me puse crema por toda la piel. Olía a vainilla ahora, resultó reconfortante sentirse limpia.

Decidí descansar unas horas más esta noche, por lo que ni siquiera le eché un vistazo a mi escritorio, tapizado con proyectos y tareas de la escuela. Me metí bajo las sábanas, cepillé mi cabello en silencio y con mucha dedicación. Finalmente lo trencé y dejé mi cara hundirse en la almohada. Sin embargo, quedarme dormida no fue tan fácil como esperaba.

Mi mente disfrutaba de torturarme un poco, haciéndome recordar aquellos momentos que antes me hacían sonreír y ruborizar. Ahora, sólo me quebraban el corazón y me quitaban el aliento, me robaban un par de lágrimas o hasta varios sollozos.

Nuevamente me quedé dormida sobre una almohada húmeda por las lágrimas.

Por la mañana me preparé un desayuno mucho más saludable que los de los últimos meses y me senté a comerlo mientras veía las noticias en el televisor de la sala. La delincuencia sólo aumentaba con los días, cada vez había más desaparecidos y por la mañana se encontraban más cadáveres.

Me estremecí al recordar que aquella noche en Port Angeles pudo haberme llevado al mismo destino. Él era la única razón por la que no terminé violada y asesinada. Y ahora que no estaba para cuidarme..., era difícil imaginar lo que podría sucederme si una situación así volvía a ponerse en mi camino.

Ese día en la escuela busqué a Tyler antes de ir a Biología y le ofrecí una propuesta que casi instantáneamente aceptó. Había recordado que hace un año, su padre le había obsequiado un juego de mancuernas y pesas para hacer ejercicio, pero que nunca usaba. Así que se lo pedí prestado a cambio de dos docenas de galletas con chispas de chocolate.

—¡Claro que te lo presto! —exclamó Tyler— Puedo enseñarte a usarlas, si lo deseas. No quiero que te lastimes.

Asentí con una sonrisa, aceptando su oferta. Realmente nunca había hecho ejercicio, y Tyler era un chico que disfrutaba de mantenerse saludable. Su ayuda me vendría bien.

DICIEMBRE.

Mis calificaciones, sin sorprenderme, llegaron mucho más altas que las del último año. Los maestros me felicitaron e incluso mi madre me dio un par de días libres en el Café como regalo. Era extraño que una mejoría en mi boleta no me emocionara, que o al menos me enorgulleciera. No había sido difícil, en realidad estudiar había sido mi mayor escape para no pensar, para no darme tiempo de llorar.

En los momentos en que no estoy estudiando, estoy trabajando o haciendo ejercicio con Tyler como mi entrenador (y eso no era nada sencillo). Diciembre no había sido un mes mucho mejor que los anteriores, a pesar de las pruebas de mi progreso en muchos aspectos.

El entrenamiento con Tyler era agotador y el cuerpo me dolía hasta en lugares que nunca había sentido. Las primeras semanas incluso vomité, levantarme de la cama resultaba casi imposible, pero no me detuve.

Celebrar Navidad tampoco fue tan emocionante como yo esperaba. Deseaba con todas mis fuerzas que todo fuera como antes de conocerlo, pero ya no podía volver a eso. Ahora todo era diferente. No podía evitar sentir que una parte de mí estaba dormida, si no es que muerta.

Mamá lo sabía, me trataba diferente también, aunque no decía nada. Creo que respeta mi espacio y tiempo para sanar, o no sabía qué decirle a una hija con el corazón roto. Prefería no hablar con ella, y cuando intentaba hacerlo, yo hacía todo lo posible para evitarla, porque casi todo lo que decía eran insultos a él, y yo no podía simpatizar... porque, aunque lo intentara, odiarlo era todavía sólo una idea inalcanzable.

ENERO.

—Te dije que podrías hacerlo sin sudar algún día —me felicitó Tyler.

Y por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa sincera rompió mi rostro, y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza. Mis piernas ardían, mis pies se sentían pesados y mi abdomen me suplicaba parar, pero la ausencia de fatiga y falta de aire me motivó a seguir corriendo. Tyler iba detrás de mí, podía escuchar su trote y su respiración controlada.

En realidad, sí estaba sudando, pero era diferente a la primera vez en que me puso a correr en mi calle. Esta vez..., esta vez me sentía fuerte y capaz de continuar hasta la meta o más. Si alguna vez pensaba en detenerme, me imaginaba a mí misma corriendo lejos de Forks, dejando todos estos recuerdos atrás, y eso era suficiente para seguir.

Tyler era un excelente amigo y entrenador. Ningún día me había fallado, e incluso en los momentos en que lloré de dolor y me negué a continuar con esta tortura, él me levantaba y casi me empujaba a patadas fuera de mi casa para mantener la rutina. Gracias a eso, y a una mejor alimentación, aquellos kilos extra y unos cuantos más se fueron desvaneciendo.

No me veía delgada como Angela o Jessica, por supuesto, pero lo que antes era grasa, ahora era músculo. Seguía siendo una chica de huesos anchos y caderas amplias, pero esos rollitos en mi cintura ahora se habían ido y mi torso era más tonificado.

Me veía fuerte, atlética. Tyler me había hecho levantar pesas y ahora mis piernas podían sostener el doble que al principio. Mis brazos me permitieron ganarle en una lucha de pulso a Mike cuando Tyler se pavoneó en la cafetería sobre cómo era un excelente entrenador y yo era la prueba de ello.

Cuando llegamos a la última casa de la calle, me detuve y luché por mantener regularizada mi respiración y calmar los latidos de mi corazón. Tyler llegó pisándome los talones y me imitó. Unos minutos de descanso después, nos dimos vuelta y regresamos por donde vinimos hasta mi casa.

Mi madre estaba ahí, llegando temprano del trabajo y preparando la cena. Ella también se veía más radiante y saludable ahora que comía mejor, solidarizándose conmigo. Su cabello rubio estaba más largo, ahora le llegaba debajo de los hombros.

Se veía cansada, así que me ofrecí a terminar de preparar la cena después de ducharme, mientras ella descansaba un poco. Pero cuando volví abajo, ella ya estaba dormida en el sillón con el control de la televisión en su estómago, roncando ligeramente. La arropé con un par de cobijas y la dejé dormir.

Al pasar a la cocina, el calendario en el refrigerador llamó mi atención. Era el último día de otro mes, otro mes en el que ese hoyo vacío y oscuro seguía plantado en mi corazón, negándose a dejarme en paz, a dejarme olvidar.

En eso, cuando cortaba los jitomates, el timbre de mi teléfono me hizo detenerme y mirar su pantalla. Brilló con luz tenue por la poca cantidad de batería y me mostró un mensaje de texto. Pensé que sería de Angela para hablarme sobre Eric, hasta que vi el contacto.

Era Bella.

"Hola, Eli. ¿Estás ocupada mañana?"

"Bella! Estoy libre. Tienes algo en mente?"

"Qué te parece palomitas y una película? Hay una nueva. ¿Te asustan los zombis?"

"Suena a un plan"

Me alegró escuchar algo de Bella. Se había rehusado a tener contacto con alguien más que no fuera un trabajo de la escuela y su empleo en la tienda de los padres de Mike. Se había encerrado en una burbuja mucho más pequeña que la mía. Ni siquiera conmigo quería conversar. No ha dejado de verse y actuar devastada desde que ellos se fueron, y la entendía perfectamente.

Ahora, tal vez estaba lista para romper esa burbuja y avanzar. También entendía el sentimiento, y estaba contenta de recibir noticias de ella directamente.

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