35. Pasteles y galletas
No sé cuánto tiempo me quedé mirando la puerta, esperando que se arrepintiera y volviera, que me dijera que no era capaz de mantenerse lejos de mí ni por la creencia de que así estaba más a salvo.
Pasados los treinta minutos, por lo que leí en la hora de mi celular, recibí la llamada de mi madre para preguntarme dónde estaba y por qué todavía no llegaba al restaurante para asumir mi turno.
Subí a mi cuarto y me cambié la ropa por el uniforme. Me cepillé los dientes y me lavé el rostro, que luego maquillé para ocultar lo mejor posible mi llanto. Decidí no ponerme rímel. Todavía lagrimeaba de vez en cuando, cuando me sumía demasiado en mis pensamientos.
Quería gritar. Por primera vez en mi vida, me habría gustado poder gritar. El dolor guardado en mi pecho nunca se había sentido tan grande. Después del funeral de mis abuelos, sólo quería llorar en silencio y quedarme en mi cuarto. Ahora, tenía la necesidad de llorar fuerte y romper algo. Me contuve y me enfoqué en mis responsabilidades.
Arranqué el coche y manejé tan lento como la ley lo permitiría. No quería llegar a servir mesas y fingir una sonrisa cuando hace sólo una hora mi mundo había cambiado. Emmett nunca bromearía con algo así. Supe, en cuanto las palabras salieron de su boca, que iba en serio y nunca más volvería a verlo.
Mi corazón lloraba por eso.
Cora, por suerte, se encargó de atender las mesas y yo de mantener todo limpio y cambiar los postres de los refrigeradores en exhibición. Cocinar algunos postres me ayudó a mantenerme ocupada. Mi mente no vagaba y mis ojos no lloraban en respuesta.
A las doce, el último comensal dejó el pago y la propina y Cora se retiró con su bolso, yendo a casa. Unos minutos después, mientras limpiaba la última mesa usada, mamá salió de su oficina.
—Ophelia...
El tono de su voz fue bastante obvio. Apenas me había visto, sabía que algo me ocurría. Me conocía mejor que la propia palma de su mano. La miré, y la expresión asustada y preocupada de su rostro me rompió de nuevo. Me quedé paralizada, quieta, y las lágrimas volvieron a salir.
Me dejé caer en la silla que todavía no limpiaba y subía a la mesa. Mamá corrió a mi lado y se puso de cuclillas, comenzando a limpiarme el rostro con sus manos.
—¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió? ¿Estás bien?
Me tocó los brazos y me revisó de arriba abajo, buscando alguna especie de pista que le dijera qué me pasaba.
—Se terminó.
Tardó un corto segundo en entender, lo vi en sus ojos, pero cuando lo hizo, rápidamente se levantó y me abrazó contra su cuerpo cálido y maternal. Rompí en llanto con todas mis fuerzas. El abrazo de una madre puede ser tan aliviador que te abruma el alma.
—Ay, cariño —murmuró en mi cabello, arrullándome en sus brazos—. A veces, lo que crees que es mejor para ti, no es nada en comparación con lo que vendrá después.
Me soltó y se volvió para bajar una silla de la mesa y sentarse frente a mí. Me tomó la mano y la apretó con fuerza.
—¿Qué pasó?
¿Cómo explicárselo sin sonar loca, sin delatar el secreto de su familia? Tal vez había cometido un error al dejarme desmoronar frente a ella. Pero algún día se daría cuenta de por qué Emmett ya no llamaba ni "visitaba" en los días festivos.
—Terminé con él —preferí mentir. Sería más sencillo una mentira simple y dar una razón simple y común con pocas explicaciones—. No quería una relación a distancia, y en un año me iré a la universidad. Sería mucho más difícil vernos.
Mamá asintió en comprensión. Acarició mi cabello.
—Creo que tomaste una decisión saludable y madura —opinó—. Pero sé lo enamorada que estás de él. Va a doler por un tiempo, corazón, lo sé, pero vas a estar bien.
Asentí, bajando la mirada. Era molesto no poder ser totalmente honesta con ella, pero era necesario.
—¿Quieres pastel? También están tus galletas de mantequilla. Puedo hacer chocolate caliente.
Me sorbí la nariz, limpiándome las lágrimas, y asentí. Algo dulce sonaba muy bien en ese momento. Y no había comido nada desde el almuerzo en la escuela.
El pastel de chocolate que había hecho me había quedado mejor que en otros días. Las galletas fueron una excelente combinación con el chocolate caliente y los malvaviscos sobre la crema batida.
—Nunca imaginé que un corazón roto dolería tanto.
Bajó la taza y arqueó una ceja.
—Es tu primer amor, cielo. Te prometo que los demás no dolerán tanto como este.
Ni siquiera me podía imaginar a alguien más. Era extraño pensar en otra persona rompiéndome el corazón. Para romperlo, tendría que amarlo. ¿Amaría alguien más así de... intenso?
—Lo que no te mata, te hace más fuerte —me recordó.
En estos momentos, yo no me sentía viva.
El celular dentro del bolsillo izquierdo de su pantalón interrumpió el silencio. La vi fruncir el ceño a la pantalla, extrañada por el nombre que apareció. Me respondió mi duda antes de que abriera la boca.
—Es el oficial Swan —explicó, y atendió la llamada—. ¿Hola?
Me distraje recogiendo la mesa y los platos mientras ella permanecía callada y escuchaba al Jefe de policía. Sin querer, me quedé mirándola con curiosidad. Era extraño que el oficial Swan llamara a mi madre, y a esta hora. ¿Qué podría haber pasado?
—No, lo siento. No está aquí con nosotras —le respondió con tono preocupado, y me miró a los ojos todavía con el móvil en la oreja—. Hija, ¿has visto a Bella?
Se me abrieron los ojos como los platos que llevaba en manos. ¡Bella! ¿Edward se habría ido también? ¿Había llevado a Bella con él?
—No —respondí tartamuda—. La última vez fue en la escuela.
Mi madre asintió y le comunicó mi respuesta al padre de Bella. Saqué mi propio teléfono y revisé mis llamadas perdidas y mensajes de voz, pero no había nada nuevo.
—Ayúdame a recoger todo. Iremos a ayudar en la búsqueda de Bella.
Asentí sin dudarlo e hice lo que ordenó. Acomodamos las últimas sillas y lavamos los últimos platos. Tomamos nuestras pertenencias y salimos después de activar la alarma anti-robos.
Cada una manejó su propio coche hasta la casa Swan, todos sabían dónde vive el Jefe Swan, y no tenía muchos vecinos, el alrededor era casi puro bosque verde y frondoso.
Allí parada junto a mi coche, tuve la sensación de que el tiempo transcurría más deprisa de lo que podía percibir. No recordaba cuántas horas habían pasado desde que Emmett se fue. ¿Siempre reinaba semejante oscuridad de noche? Lo más normal sería que algún débil rayo de luna cruzara el manto de nubes y se filtrara entre las rendijas que dejaba el dosel de árboles hasta alcanzar el suelo...
Pero no esa noche. Esa noche el cielo estaba oscuro como boca de lobo. Es posible que fuera una noche sin luna al haber un eclipse, por ser luna nueva.
Luna nueva. Temblé, aunque no tenía frío bajo mi abrigo. Reinó la oscuridad durante mucho tiempo, hasta que oí que me llamaban.
—¡Eli!
El Jefe Swan se veía como si pudiera levantar un camión, determinado y acelerado, pero sus ojos eran como los de un caballo triste. Podría ver el terror en su expresión, su alma torturada por la desaparición de su única hija.
Lo saludé con la mano.
—¿Has visto a Bella?
Mi madre ya le había dado la respuesta, pero comprendía su desesperación, así que cortésmente negué con la cabeza.
—Todo estará bien, Charlie —lo alentó mi madre, llegando por mi costado derecho.
—Sólo quiero encontrarla.
Su rostro se contorsionaba con dolor y miedo por Bella.
—Lo haremos —le aseguró—. Aparecerá. Formaremos equipos de búsqueda.
—Gracias, April —le dijo con un intento de media sonrisa—. Apreciaré que dirijas un grupo. Nadie conoce el bosque como tú.
Mi madre le regaló una pequeña sonrisa y asintió.
El Jefe Swan abrió la boca, supongo para hacerme más preguntas, cuando surgieron las luces y el profundo murmullo de muchas voces masculinas.
Bella pendía de los brazos de un muchacho más grande, desmadejada, sin vida, mientras éste trotaba velozmente a través del bosque húmedo. El chico de tez morena rojiza frenó la marcha conforme nos acercábamos al jaleo.
—¡La tengo! —gritó con voz resonante.
El murmullo cesó y después volvió a elevarse con más intensidad.
—¿Está herida? —preguntó un hombre de cabello negro y largo en silla de ruedas.
—No, no creo que esté herida —le contestó el muchacho—, pero no deja de repetir: "Se ha ido".
Me mordí el labio. Claramente, Edward la había dejado también. Mi corazón se estrujó. No era la única que pasaba por esta pesadilla. Bella debía sentirse terrible.
—Bella, cariño, ¿estás bien?
—¿Charlie? —Bella se oí extraña y débil.
—Estoy aquí, pequeña.
El muchacho pasó a Bella de sus brazos a los de su padre. El Jefe Swan tembló un poco ante el peso, pero se mantuvo. Miré con curiosidad al chico alto. No sudaba ni una gota, ni se veía agitado o helado. No lo inmutaba ni el frío ni la fuerza ejercida para cargar a Bella a través del bosque.
El chico, cuyo nombre todavía desconocía, me devolvió la mirada con una expresión dura y de piedra, imposible de leer. ¿Cómo la había encontrado sin ayuda de alguna linterna?
—¿Jefe Swan?
Mi voz, quebradiza y muy baja, casi incomprensible o distinguible, lo hizo dar un brinco y voltear a sus espaldas. Arqueó las cejas con sorpresa momentánea cuando me encontró siguiéndolo.
—Gracias por la ayuda, Eli.
—¿Puedo ayudarlo? —ignoré su agradecimiento, señalando a Bella— Se ve cansada, puedo arroparla.
El Jefe Swan frunció el ceño, hasta que finalmente la realidad lo golpeó y comprendió por qué le ofrecía mi ayuda. De esta manera, Bella podría ponerse el pijama con ayuda. Claramente él no había pensado en eso.
—Oh, claro. Gracias. Sígueme.
Asentí, pero no lo seguí hasta su casa hasta que conecté la mirada con mi madre y le informé con señas que llegaría más tarde, pues la familia Swan necesitaba un poquito de ayuda.
Ella asintió y la vi dirigirse hacia su coche.
El interior de la casa era un poco acogedor, pero no se veía tan familia, estaba casi lúgubre, como si sólo una persona habitara la gran casa. Los gabinetes de la cocina eran coloridos, pero eso era lo único. La sala de estar tenía un par de cajas viejas de pizza y el control de la televisión en el sofá para tres personas.
—Las dejaré... —dijo incómodamente— Si se hace tarde, puedo escoltarte a tu casa, no hay problema. O puedes quedarte a dormir, a Bella le gustaría eso.
Asentí. El Jefe Swan esperó oír mi voz de nuevo, pero eso no sucedería. Carraspeó, asintiendo también, y se retiró después de dejar a Bella en su cama con mucho cuidado.
Al cerrar la puerta, me acerqué al armario y comencé a buscar la ropa para dormir.
—Eli...
Me volteé en mis propios pies y me acerqué rápido a ella. Se veía tan débil y agotada. Sus ojos estaban rojos del llanto. No tuve que adivinar la razón de sus sollozos.
—Se ha ido...
Acaricié su mano, temblorosa y helada.
—Vas a estar bien, Bella.
No pareció darse cuenta de mi voz, sólo me miraba dolida.
—Vamos a estar bien.
—Se ha ido...
Era lo único que podía decir. Probablemente seguía enfrentando la realidad de una vida sin Edward. Sabía cuánto lloraba su corazón, porque el mío hacía lo mismo.
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