33. Culpa
—Supongo que ahora debo llevarte a casa.
—Yo lo haré —intervino Emmett, que entró en el salón en penumbra y se acercó despacio hacia mí. Su rostro estaba en calma, impasible, pero había algo raro en sus ojos, algo que intentaba esconder con todo su empeño. Sentí un incómodo espasmo en el estómago.
—Carlisle me puede llevar —contesté. Me miré el vestido; la tela de algodón café claro estaba moteada con manchas de sangre. El hombro derecho lo tenía cubierto con una capa espesa de una especie de glaseado rosa.
—Estoy bien —repuso con voz inexpresiva—. En cualquier caso, debes cambiarte de ropa si no quieres que a April le dé un ataque al verte con esas pintas. Le diré a Alice que te preste algo.
Salió a grandes zancadas otra vez por la puerta de la cocina.
Miré a Carlisle con ansiedad.
—Está muy disgustado.
—Sí —coincidió Carlisle—. Esta noche ha ocurrido precisamente lo que más teme, que te veas en peligro, y lo que lo hace peor: bajo su cuidado.
—No es culpa suya.
—Tampoco tuya.
Carlisle me ofreció la mano para ayudarme a levantar de la mesa. Le seguí hacia la habitación principal. Esme había regresado y se había puesto a limpiar con lejía la parte del suelo donde yo me había caído para eliminar el olor.
—Esme, déjame que lo haga.
Pude sentir que me enrojecía.
—Ya casi he terminado —me sonrió—. ¿Qué tal estás?
"Estoy bien" le aseguré. "Carlisle cose mucho más deprisa que cualquier otro doctor que conozco."
Ambas sonreímos. Alice y Emmett entraron por la puerta trasera. Alice se apresuró a acudir a mi lado, pero Emmett se rezagó, con una expresión indescifrable.
—Venga, vamos —me dijo—. Te daré algo menos macabro para que te lo pongas.
Encontró una blusa de Esme de un color muy parecido a mi vestido. Mamá no me había visto irme de la casa a la fiesta, así que no se daría cuenta del cambio. El largo vendaje blanco del brazo no parecía ni la mitad de serio una vez que dejé de estar salpicada de sangre. Tendría que usar mangas largas por un tiempo para ocultarlo de mi madre.
Le toqué el hombro a Alice cuando se dirigió hacia la puerta.
—¿Sí?
Ella mantuvo el tono de voz bajo y me miró con curiosidad, con la cabeza inclinada hacia un lado.
"¿Hasta qué punto ha sido malo?"
Su rostro se tensó.
—Aún no estoy segura.
"¿Cómo está Jasper?"
Ella suspiró.
—No se siente muy orgulloso de sí mismo. Todo esto supone un gran reto para él, y odia sentirse débil.
"No es culpa suya. Dile que no estoy enfadada con él, en absoluto, ¿se lo dirás?"
—Claro.
Emmett me esperaba en la puerta principal con mi abrigo. La abrió sin decir nada en cuanto llegué al pie de la escalera.
Esme y Carlisle se despidieron con un tranquilo "buenas noches". Advertí las miradas furtivas que dirigían a la expresión impasible de su hijo, igual que las mías.
Fue un alivio salir. Emmett se adaptó a mi ritmo rápido sin decir ni una palabra. Me abrió la puerta del copiloto y subí sin quejarme.
No me miró ni a mí ni al estéreo. Ninguno de los dos lo encendimos, y el silencio se vio intensificado por el repentino estruendo del motor. Condujo con demasiada rapidez por el sinuoso camino.
El silencio me estaba volviendo loca.
—Di algo —supliqué al fin, cuando enfilaba hacia la carretera.
—¿Qué quieres que diga? —preguntó con indiferencia.
Me acobardé ante su tono distante.
—Que me perdonas.
Esto hizo que su rostro se agitara con una chispa de vida, de ira.
—No intentes culparte por nada de esto, Ophelia. Sólo conseguirás que me sienta más disgustado.
Me estrujé las meninges en busca de alguna forma de salvar la noche, pero todavía no se me había ocurrido nada cuando aparcamos delante de mi casa. Apagó el motor, sin apartar las manos que apretaban de forma crispada el volante.
—¿Te quedarás esta noche? —le pregunté.
Lo último que quería era que se marchara.
Él asintió, pero no dijo nada. Suspiré, medio aliviada.
Tan pronto como traspasé la puerta principal, el cerrar de la puerta anunció mi llegada por encima del parloteo del gentío en la televisión.
—¿Ophelia? —me llamó mamá.
—Hola, mamá —contesté al doblar la esquina que daba al salón.
Acerqué el brazo al costado. La ligera presión me quemaba y arrugué la nariz. Al parecer, se estaba yendo el efecto de la anestesia.
—¿Cómo te lo has pasado?
Mamá estaba tumbada con los pies descalzos apoyados en el brazo del sofá. Tenía aplastado contra la cabeza su cabellera rubia y corta.
—Alice organizó una linda fiesta. A Bella le gustó mucho mi pastel.
—Me da gusto, cielo —sonrió—. ¿Cenaste entonces? Hay pasta en el refrigerador.
—Quedé bien con la rebanada de pastel, gracias, mamá.
—De acuerdo. ¿Quieres ver un poco de televisión?
Estaba viendo el canal de cocina, uno de nuestros programas favoritos, además del de remodelación de casas.
—Estoy agotada. Iré a dormir.
—Está bien. Descansa.
—Igualmente.
Me apresuré hacia el baño, donde guardaba mi pijama para noches como éstas. Me puse el top y los pantalones de algodón a juego que tenía allí. Hacía gestos de dolor con cada movimiento que me tiraba de los puntos. Me lavé la cara con una mano, los dientes, y me precipité a mi habitación.
Estaba sentado en el centro de mi cama, donde siempre me esperaba.
—Hola —dijo con voz apenada; parecía regodearse en la tristeza.
Me fui a la cama y me senté en su regazo.
—Hola —me acurruqué contra su pecho pétreo.
—¿Te duele el brazo?
—Está bastante bien.
En realidad, comenzaba a arderme debajo del vendaje. Quería ponerme hielo. Me hubiera gustado colocarlo bajo su fría mano, pero eso me hubiera delatado.
—Te traeré un Tylenol.
—No necesito nada —protesté, pero me desligó de su regazo y se dirigió a la puerta.
—Mamá —susurré.
Ella no estaba informada "exactamente" de que Emmett se quedaba a menudo. De hecho, le daría un infarto de saberlo.
—No me verá —prometió mientras desaparecía silenciosamente por la puerta. Volvió a tiempo de sujetarla antes de que el borde llegara a tocar el marco. Traía una caja de pastillas en una mano y un vaso de agua en la otra.
Tomé las pastillas que me dio sin protestar, ya que sabía que perdería en la discusión. Además, el brazo me molestaba de veras.
—Es tarde —señaló.
Me alzó por encima de la cama con un brazo y con el otro abrió la cama. Me acostó con la cabeza en la almohada y me arropó bien con el edredón. Se acostó a mi lado, pero encima de la ropa de cama, de modo que no me congelara, y me pasó el brazo por encima.
Apoyé la cabeza en su hombro y suspiré feliz.
—Bien —asentí mientras me acurrucaba junto a él.
Me sentía realmente exhausta. Había sido un día muy largo y tampoco en ese momento me notaba aliviada. Más bien me parecía como si estuviera a punto de suceder algo aún peor. Era una premonición tonta, ya que, ¿qué podía ser peor? No había nada que pudiera estar al nivel del susto de aquella tarde, sin duda.
Intentando actuar con astucia, apreté mi brazo herido contra su hombro, de modo que su piel fría me consolara del ardor de la herida. Pronto me sentí mucho mejor.
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