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31. Festejos

A la hora del almuerzo nos sentamos en la mesa que Emmett siempre ocupaba con sus hermanos. Nosotros cinco (Edward, Bella, Alice, Jasper y yo) nos sentábamos en el extremo sur de la mesa. Ahora que Emmett y Rosalie se habían graduado, los Cullen ya no intimidaban demasiado.

Mike y Jessica (que estaban en la incómoda fase de amistad posterior a la ruptura), Angela, Eric y Tyler se sentaban todos en la misma mesa, pero al otro lado de una línea invisible. Esa línea se disolvía en los días soleados, cuando Edward, Jasper y Alice evitaban acudir a clase; entonces la conversación se generalizaba sin esfuerzo.

Ninguno de los Cullen encontraban este ligero ostracismo ofensivo ni molesto, como le hubiera ocurrido a cualquiera. De hecho, apenas lo notaban. La gente siempre se sentía extrañamente mal e incómoda con los Cullen, casi atemorizada por alguna razón que no era capaz de explicar. Bella y yo éramos una rara excepción a esa regla, lo cual parecía perturbarle a Edward, mientras que Emmett lo encontraba aliviador.

La sobremesa pasó deprisa. Terminaron las clases y me fui a casa. Hice las tareas para mañana y comencé a arreglarme. Tomé una ducha y me arreglé con unas balerinas negras, un vestido de invierno café a la altura de las rodillas, un maquillaje simple y labial brilloso, unas trenzas recogidas en corona a la altura de la nuca y un abrigo negro.

Entré al auto con mi bolso y el pastel de Bella a las seis y media. El pastel debía estar en la mesa de regalos antes de que Edward llegara con Bella.

Para mi alegría, Emmett ya me esperaba ansioso afuera de su casa. Rápidamente se puso junto al auto y me abrió la puerta. Era una lástima que todos en Forks pensaran que estaba en la universidad, por lo que no podía arriesgarse a ser visto por ahí en cualquier momento.

"Bella va a enloquecer" comenté, al ver la entrada de la casa.

Estaba cubierto de rosas y velas. Todo era muy bonito y elegante, pero por lo poco que conocía a Bella, supe que no era su estilo y no iba a sentirse muy cómoda con toda la atención y detalles.

Emmett me recibió con un beso y una sonrisa, halagándome al oído. Sonreí por sus románticas palabras y acaricié su brazo por encima de la camisa, que traía puesta para la ocasión. Me quitó de las manos el pastel, no permitiéndome cargar más que mi propio peso.

Saludé a su familia, uno a uno (incluso a Rosalie, aunque a la distancia). Todos lucían muy elegantes y guapos. Esme halagó fascinada mi pastel para Bella y lo cubrió antes de ponerlo sobre la mesa de regalos.

—¡Es hora! —canturreó Alice emocionada.

Miré la hora de mi teléfono y me di cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Eran las siete, Bella y Edward estaban por entrar. Rápidamente, Alice empezó a posicionarnos estratégicamente por todo el salón.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamamos al unísono cuando Bella y Edward cruzaron el umbral de la puerta.

Bella enrojeció y clavó la mirada en el suelo. Alice había cubierto cada superficie plana con velas rosadas y había docenas de jarrones de cristal llenos con cientos de rosas.

Esme y Carlisle (jóvenes hasta lo inverosímil y tan encantadores como siempre) eran los que estaban más cerca de la puerta. Esme la abrazó con cuidado y la besó en la frente. Entonces, Carlisle le pasó el brazo por los hombros.

—Siento todo esto, Bella —le dijo con una media sonrisa—. No hemos podido contener a Alice.

Emmett y yo estábamos detrás de Esme y Carlisle. El rostro de Emmett se ensanchó en una gran sonrisa, mientras que la mía era más pequeña y tímida. No quería hacerla sentir más incómoda de lo que obviamente ya estaba.

—No has cambiado en nada —soltó Emmett con un tono burlón de desaprobación. Emmett no la había visto en todas las vacaciones. Edward y Bella casi nunca venían a la casa y yo siempre estaba en ella o en el bosque alrededor, evitando que la gente viera a Emmett por accidente.

—Gracias, Emmett —le agradeció mientras enrojecía aún más.

Él se rio.

—He de salir un minuto —dijo, haciendo una pausa para guiñar teatralmente un ojo a Alice—. No hagan nada divertido en mi ausencia.

Volteó y bajó la mirada hacia mí. Apoyó sus fríos labios en mi mejilla como una despedida corta y soplándome un tierno susurro que decía "volveré rápido", y se fue a preparar el regalo de Bella.

"Feliz cumpleaños" le dije nuevamente, y me atreví a abrazarla. Bella me agradeció a mitad del abrazo, sin un signo de rechazo, y me sonrió cuando nos soltamos.

Alice dejó la mano de Jasper y saltó hacia Bella, con todos sus dientes brillando en la viva luz. Jasper también sonreía, pero se mantenía a distancia. Se apoyó, alto y rubio, contra la columna, al pie de las escaleras. Se sabía que no era nada personal, sólo una precaución. Jasper tenía más problemas que los demás a la hora de someterse a la dieta de los Cullen; el olor de la sangre humana le resultaba mucho más irresistible a él que a los demás, a pesar de que llevaba mucho tiempo intentándolo.

Rosalie y Henry, en solidaridad a su esposa, se mantuvieron a la distancia. Rosalie no sonreía, a diferencia de su pareja, pero tampoco miraba con hostilidad.

—Es hora de abrir los regalos —animó Alice. Pasó la mano bajo el codo de Bella y la llevó hacia la mesa donde estaba el pastel cubierto y los envoltorios.

Puso su mejor cara de mártir.

—Alice, ya sabes que te dije que no quería nada...

—Pero no te escuché —la interrumpió petulante—. Ábrelos —insistió, y le entregó una gran caja cuadrada y plateada. Era tan ligera que parecía vacía. La tarjeta de la parte superior decía que era de Emmett, Rosalie y Henry. Bella rompió el papel y miró por debajo, intentando ver lo que el envoltorio ocultaba.

Era algún instrumento electrónico, con un montón de números en el nombre. Abrió la caja, esperando descubrir lo que había dentro, pero en realidad, la caja estaba vacía.

—Mmm... gracias.

A Rosalie se le escapó una sonrisa. Jasper y Henry se rieron.

—Es un estéreo para tu coche —explicó Henry—. Emmett lo está instalando ahora mismo para que no puedas devolverlo.

—Gracias, Jasper, Henry —les dijo—. Gracias, Emmett —añadió en voz más alta.

Escuché su risa explosiva desde afuera y no pude evitar reírme también. Nunca me cansaba de oírlo reír.

Antes de que Alice pudiera alcanzarle otro regalo a Bella, Emmett apareció en la puerta.

—¡Justo a tiempo! —alardeó y se colocó a mi lado, rodeándome la cintura con su brazo— Finalmente tendrás un sistema de sonido decente para ese cacharr...

Lo codeé, adviriéndole con la mirada que no insultara su pickup. Él actuó inocente.

—No... no odies el coche —le pidió Bella, sonriendo de lado, ganando varias risas de parte de todos.

—Deberías cambiarlo. Es más viejo que el de Ophelia. Y eso es decir mucho —dramatizó.

"El mío es un clásico" me defendí.

—Es viejo —argumentó Emmett.

"Tú también"

Todos en la sala, excepto Bella, se rieron por lo bajo al leer los gestos de mis manos. Emmett fingió una expresión ofendida.

—Ophelia, ¿por qué no le mostramos tu regalo? —sugirió Alice.

Asentí y me acerqué a la mesa de regalos, dejando atrás a Emmett. Bella dio unos pasos para ver mejor, alentada por Edward, y me sentí muy bien conmigo misma cuando levanté la tapa del pastel. Su expresión le había cambiado. Parecía maravillada.

El pastel era pequeño y en forma de cilindro, con glaseado blanco y adornado alrededor por betún que pinté de manera que parecía que unas lavandas crecían y se movían, igual a las del prado que Edward me había descrito. En lugar de decir su nombre o felicitaciones, puse la fecha de su nacimiento con betún verde en medio de la parte más alta, sencillo y pequeño.

"Espero que te guste" le dije. "El pan es de vainilla, pero tiene mermelada de fresa entre pisos".

Edward murmuró la traducción a sus espaldas.

—¿Tú lo hiciste? —preguntó, admirando el regalo. Me miró con las cejas arqueadas— Es perfecto, Ophelia. Gracias.

Sonreí satisfecha mientras Carlisle y Esme daban un paso al frente para dar su regalo.

—Es algo para alumbrarte el día —dijo Carlisle junto a Esme, quien sonreía a Bella con ilusión.

—Te hemos visto un poco pálida últimamente —explicó, lo que me hizo tener más curiosidad sobre lo que sería el regalo.

Bella tomó el paquete, dirigiendo los ojos a Edward mientras deslizaba el dedo bajo el filo del papel y tiraba de la tapa.

—Maldita sea —murmuró, cuando el papel le cortó el dedo. Examinó el daño de cerca. Sólo salía una gota de sangre del pequeño corte.

Entonces, todo pasó muy rápido.

—¡No! —rugió Edward.

Se arrojó sobre nosotras y nos lanzó contra la mesa. Las dos nos caímos, tirando al suelo el pastel y los regalos, las flores y los platos. Aterrizamos en un montón de cristales hechos añicos.

Edward se volvió y empujó a Jasper, y el sonido pareció el golpear de dos rocas.

También hubo otro ruido, un gruñido animal que parecía proceder de la profundidad del pecho de Jasper. Éste se levantó de la caída, después de haber destrozado el piano de cola.

Antes de que pudiera dar un paso, Emmett ya agarraba a Jasper desde atrás, sujetándolo con su abrazo de hierro, pero Jasper se debatía desesperadamente, con sus ojos salvajes, de expresión vacía, fijos exclusivamente en nosotras.

No sólo estaba en estado de shock, sino que también sentía pena. Entendí por qué había sentido que se me escapaba el aire. Bella había caído sobre mí. Justo en aquel momento sentí un dolor agudo y punzante que me subió desde la muñeca hasta el pliegue del codo.

Aturdida y desorientada, miré la brillante sangre roja que salía de mi brazo y después a los ojos enfebrecidos de seis vampiros repentinamente hambrientos.

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