3. Tarta de manzana
El Carver Café era un pequeño restaurante ubicado en los límites de la autopista, con suficiente estacionamiento alrededor y un lindo jardín frontal para darle color al área. Tenía forma de cabaña, con muchas ventanas y un gran cartel verde afuera. Casi siempre estaba lleno, tanto por los pueblerinos como por los turistas que venían a escalar, pescar o acampar.
La dueña del lugar era April O'Neil, mi madre. El restaurante tenía décadas en la familia de mi abuelo, y mi madre, siendo hija única, lo había heredado tras la muerte de mis abuelos.
—¡Huele bien, Eli! —halagó Waylon Forge, viéndome llegar desde la cocina a la barra, con un soporte de cristal para pastel entre mis manos— ¿Qué preparaste ahora?
Amaba la repostería, era algo que se me daba muy bien. De hecho, lo que mejor sabía hacer. Adoraba ver simples ingredientes convertirse en algo delicioso, y sobretodo ver la cara de las personas al probar mis postres.
Sólo trabajaba como mesera en los días de descanso de Cora y Dana. Así había ahorrado lo suficiente para comprarme un coche usado, y ahora usaba mis ganancias para gasolina y otras cosas. Sin embargo, también cocinaba los postres del menú, así que venía cada vez que el producto se agotaba. Tartas, pasteles, brownies, panqués, galletas, pastelillos... Cada semana era algo diferente.
—Tarta de manzana —respondí, levantando la tapa transparente para dejarlo apreciar mejor la tarta y que el olor terminara de hechizarlo—. ¿Te sirvo una rebanada?
—Sí, por favor —sonrió.
Cuando recorté una rebanada y la serví en un plato, vi de reojo a Bella Swan, sentada con el jefe de policía, Charlie Swan. Charlie venía a comer aquí todos los jueves. Bella sintió que la miraban y se dio cuenta de mi presencia. La vi observar mi uniforme de mesera y mi placa, y luego me saludó con la mano. Le devolví el saludo con una sonrisa.
Cuando vi que Cora les recogía los platos, me acerqué para saludar.
—Hola, Eli —dijo Charlie, limpiándose las manos con una servilleta—. ¿Ya conociste a mi hija Bella? Creo que son de la misma edad, seguramente compartirán clases.
Asentí.
—Eli es la hija de April O'Neil, la dueña del Café —explicó Charlie.
Bella abrió la boca como una pequeña "o" y me miró.
—Todo estuvo muy delicioso.
"Gracias" gesticulé con las manos y los labios.
—¿Van a querer postre? —preguntó Cora con una sonrisa— Eli preparó tarta de manzana.
—Pude olerla hace rato —asintió Charlie—. Yo quiero una rebanada. ¿Tú, Bella? Los postres aquí son increíbles. Eli es muy talentosa.
—Nunca se va sin un postre —añadió Cora, divertida, mirando a Bella y señalando al jefe Swan.
—También una rebanada, gracias —pidió.
—Hey, Bella —habló una voz rasposa y grave a mis espaldas, Waylon Forge—. ¿Te acuerdas de mí? Hice de Santa Claus un año, cuando eras una niña.
Los dejé charlar y me dirigí a la barra para servir dos rebanadas de tarta. Después de llevárselas a la mesa, fui a la pequeña oficina que había junto a la cocina, y encontré a mi madre haciendo cuentas en una calculadora.
—Hola, cariño —me saludó, apenas mirándome, con sus ojos muy concentrados en los números—. No sabía que ya habías llegado. ¿Cómo estuvo la escuela?
Suspiré y me dejé caer sentada en la silla que había al otro lado de su escritorio. Me observó, esperando mi respuesta.
"Hay una chica nueva. Bella, la hija del jefe Swan" le platiqué.
—Había olvidado que vendría. Charlie lo mencionó la semana pasada. Creo que se quedará a vivir por un tiempo —me explicó—. ¿Es agradable?
"Es muy tímida, pero sí, es agradable" admití. "Parecía un poco interesada en Edward Cullen" añadí.
Mi madre arqueó una ceja y sonrió quisquillosa.
—No la culpo. Todos los hijos del doctor Cullen parecen príncipes y princesas. Menos mal que no se fijó en mi yerno. Entonces tendríamos un problema.
Me reí. Mi madre jamás olvidaba mi flechazo por Emmett Cullen.
Como toda chica con una buena relación con su madre a los quince años, llegué a casa a contarle sobre Emmett Cullen.
—¿Es guapo? —preguntó con una sonrisa burlona.
Suspiré, poniendo los ojos en blanco.
"El más guapo que he visto en mi vida" admití. "Parece salido de una revista, mamá" traté de expresarle lo apuesto que era.
Ella arqueó las cejas, impresionada.
—¿Ya le hablaste?
Mi madre era una mujer muy diferente a mí en cuanto a personalidad. Ella era tan abierta, sociable y segura de sí misma. Nunca dudaría en ir a hablarle a George Clooney y pedirle su número si se lo encontrara en la calle. Además, ella no tendría nada que temer. En sus treinta y tantos, ¡era una mujer preciosa y atractiva!
"¡Claro que no!" gesticulé, avergonzada. "Es un año más grande, no compartimos clases. Además, seguramente alguna porrista ya se le habrán tirado encima" dije con una mueca, irritada con la idea.
—Entonces acércate a él en el pasillo... o en el almuerzo —sugirió con obviedad.
La miré horrorizada. ¡Como si yo fuera tan valiente como para hacer eso!
—Eres hermosa, mi amor. Y si eso no funciona, porque créeme, no siempre funciona —confesó, con las palmas en alto—, conquista su estómago primero. ¿Por qué crees que soy tan buena cocinera? —se jactó, guiñándome el ojo.
En secundaria no tuvo el cuerpo que tenía ahora. Era regordeta, de cachetes llenos, caderas anchas y trasero y piernas grandes. Hoy era más delgada, aunque seguía siendo curvilínea, pero de manera sexy. Yo no era curvilínea sexy. Al menos, no me veía así. Los chicos siempre preferían a las delgadas, no a las chicas con llantitas.
"Tendrías que verlo para entender, mamá. Se ejercita, sus brazos son de la anchura de mis piernas" dije, como si con eso explicara todo. "Nunca se fijaría en mí" sentencié.
Mi madre suspiró y puso los ojos en blanco, sabiendo que no me convencería de lo contrario.
—Entonces conquista su estómago, ya te dije.
"¿No fui clara? ¡Tiene músculos! ¿Qué le preparo que no tenga azúcar o grasa? ¿Agua?" me burlé.
—Quieres ser repostera, ¿no? Esta es tu oportunidad de probar cosas nuevas. Busca recetas de postres dietéticos en internet o revistas.
Aunque su consejo era bueno, no iba a seguirlo. No le veía caso ni esperanza. Emmett Cullen no iba a fijarse en una chica como yo. Sin embargo, sí podía prepararle a él y a su familia un regalo de bienvenida. Al menos así tal vez conseguiría ver su sonrisa de nuevo.
Suspiré. Esa plática había ocurrido hace dos años, después del primer día de los Cullen en el instituto de Forks. Al día siguiente de ése, le había dado a Edward los panecillos de chocolate para él y su familia.
Nunca pude conquistar ni su estómago ni su corazón, pero al menos conseguí una breve conversación con él una vez. Una conversación que, al recordar hoy, dos años después, todavía me daba la sensación de mariposas en la panza.
En la salida, recargada en el barandal de las escaleras mientras esperaba a que mi madre llegara por mí, escuché una voz grave y melodiosa, muy masculina.
—Hola.
Tuve que alzar la mirada cuando miré a mi izquierda, porque sólo me había topado con un pecho fornido. Mi corazón se aceleró con la velocidad de un tren. Emmett Cullen.
Era terriblemente más hermoso de cerca. Su piel pálida parecía tan tersa y suave, con un cutis de modelo de revista. Sus labios llenos y rosados lucían tan sexys con esa sonrisa amigable que tenía plantada. Sus ojos no eran oscuros como los recordaba. Hoy tenían un color totalmente distinto, eran de ocre extraño, más oscuro que un caramelo, pero con un matiz dorado, muy exótico y bonito. Sus hoyuelos casi me hicieron desfallecer.
También se veía más grande ahora que lo tenía cerca. Me sentí pequeña, ¡yo, que pesaba sesenta y tantos kilos, me sentí pequeña!
—Soy Emmett Cullen —se presentó ante mi silencio. Estaba todavía un poco estupefacta—. Quería agradecerte por los pastelillos. Sólo comí uno porque tengo una dieta estricta, pero estaba delicioso.
Parpadeé, finalmente reaccionando. ¡Le habían gustado mis pastelillos de chocolate!
"Me da gusto. Me preocupaba eso de la dieta. Tu hermano Edward lo mencionó" gesticulé.
Emmett observó mis manos y bajó la comisura izquierda de su boca con decepción.
—Lo siento. Yo no... No sé lengua de señas —me dijo, con un tono que me pareció un poco de frustración y decepción.
¡No! Tenía esperanzas de que él supiera, como Edward. Me entró la frustración también. Podría escribirle, tenía una libreta y plumas en mi mochila, pero ¿no se vería muy patético y desesperado? No quería que la conversación terminara sólo por mi horrible voz, que la gente casi nunca podía entender. Sólo usaba la voz para hablar con mi mamá, y únicamente en casos de importancia o urgencia.
—Me da gusto —dije con voz rasposa y cruda. Me sonrojé, esperando que mi tono no lo ahuyentara—. Me preocupaba eso de la dieta —continué despacio, concentrándome en pronunciar lo mejor posible para que pudiera captar todas las palabras—. Edward lo mencionó.
Para mi sorpresa, Emmett no frunció el ceño, ni se sorprendió de descubrir que podía hablar, ni expresó dificultad para poder escucharme o entenderme. Lo que hizo fue sonreír. Esa sonrisa era tierna. Todo mi cuerpo se entumeció y perdí la sensibilidad al frío.
—No te preocupes por eso. A todos nos gustaron. Mi madre estaba encantada con el detalle. Gracias.
Sonreí, no por que su madre hubiera estado feliz con mi pequeño regalo de bienvenida, sino porque me había entendido bien.
—De nada.
De nuevo, pudo entenderme. O mi voz no estaba tan arruinada como creía o Emmett tenía muy buen oído.
—Creo que han llegado por ti —comentó, mirando por encima de mí, hacia la calle.
Seguí su mirada, encontrando a mi madre dentro del coche, esperando pacientemente en el asiento de piloto con las manos en el volante. Estaba mirándome con una gran sonrisa. Obviamente había adivinado que él era Emmett.
Cuando lo miré, estaba sonrojada. Mientras más rápido me fuera, menos tiempo daría para darse cuenta de la forma en que mi madre nos observaba.
—Tengo que irme —lamenté, ocultando mi tristeza por terminar la plática, aunque fuera muy básica y simple y él no la considerara como gran cosa.
—Nos vemos mañana, Ophelia.
—¿Cómo sabes mi nombre? —tartamudeé.
Se rio de forma suave y encantadora.
—Se lo pregunté a Edward.
Por un momento sentí que flotaba, tan liviana como el aire.
—Oh —dije con la voz cortada, asintiendo—. Nos vemos.
No me atreví a mirarlo más. Me ponía muy nerviosa lo guapo que era. Nunca me había pasado con ningún chico porque no me había gustado nadie antes. Ahora sabía que era del tipo de chica que se quedaba con la mente en blanco frente a un hombre apuesto.
Caminé rápido hacia el coche y me metí al asiento con prisa, desesperada por ir a mi cuarto y esconder la cara en mi almohada.
—Dime que ése era Emmett Cullen, Ophelia. ¡Es un bombón, me gusta para ti!
"Mamá, por favor, sólo arranca" supliqué con gestos.
Ella se rio, entendiendo mi desesperación, y soltó el pedal.
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