29. El baile
Hasta esa noche, jamás había visto a Emmett vestido de negro, y el contraste con la piel pálida convertía su belleza en algo totalmente irreal. Se veía increíble, más apuesto de lo normal, por lo que no pude evitar que se me escapara uno que otro suspiro risueño mientras lo veía conducir.
Me distrajo el timbre de mi teléfono. Era mi mamá, quien me había tomado sólo como una docena de fotografías con Emmett. A veces me preguntaba si su preocupación por avergonzarme era tan mínima que realmente no se daba cuenta de mis señales.
Aunque, por suerte, Emmett no era alguien que se preocupara por una madre abrumadora y un millón de fotos. De hecho, apoyó la idea y posó tanto como mi madre nos pidió. En algún punto, también dejé de preocuparme y disfruté del momento. Al menos tendría muchas opciones para elegir antes de que mamá imprimiera una fotografía y la enmarcara.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. ¿ya llegaron? ¿Se están divirtiendo? Quiero que se tomen más fotos en el baile —pidió emocionada.
Mi mamá estaba encantada con la idea de que tuviera mi primer novio, y especialmente porque era Emmett. Algo sobre sentirse orgullosa de que lo conquistara (aunque había sido al revés). También sentía que, con un tipo tan musculoso y grande como él, nunca correría peligro o sería dañada. No tenía ni idea de lo correcta que estaba.
—Estamos llegando.
Emmett me abrió la puerta del coche y me ayudó a salir, tomando mi mano libre. Le sonreí en agradecimiento y él cerró la puerta, activando el seguro y la alarma.
—De acuerdo —suspiró—. No llegues tarde y nada de alcohol, ¿entendido?
—Sí, no te preocupes.
—Diviértanse. ¡Pero no tanto!
Sonreí divertida.
—De acuerdo. Te quiero.
—¡Te quiero!
En otras ciudades celebran los bailes de fin de curso en el salón de recepciones de los hoteles; sin embargo, aquí, el baile se hace en el gimnasio. Era la única sala lo bastante amplia en la ciudad para poder organizar un baile.
Cuando entramos, me di cuenta de que todos nos miraban porque Emmett me tomaba de la mano, pero evité los ojos curiosos y me concentré en la decoración. Había por todos lados arcos con globos y las paredes estaban festoneadas con guirnaldas de papel de seda.
Contemplé la pista de baile; se había abierto un espacio vacío en el centro, donde dos parejas daban vueltas con elegancia. Los otros bailarines se habían apartado hacia los lados de la habitación para concederles espacio, ya que nadie se sentía capaz de competir ante tal exhibición. Nadie podía igualar la elegancia de Alice y Jasper, que vestían clásicos trajes de etiqueta.
Alice lucía un llamativo vestido de satén negro con cortes geométricos que dejaba al aire grandes triángulos de nívea piel pálida. Y Rosalie era... bueno, era Rosalie. Estaba increíble. Su ceñido vestido de vívido color púrpura mostraba un gran escote que llegaba hasta la cintura y dejaba la espalda totalmente al descubierto, y a la altura de las rodillas se ensanchaba en una amplia cola rizada.
Los brazos de Emmett me rodearon la cintura en cuanto empezó la siguiente canción. Parecía de un ritmo algo rápido para bailar lento, pero a él no pareció importarle, y la verdad... a mí tampoco.
Emmett sonrió conmigo cuando nos dimos cuenta de que ambos podíamos seguirnos el ritmo. Sus brazos, a pesar de su potencial para romperme, se movieron con elegancia y me dieron vueltas con la delicadeza de una pluma.
Nunca habría imaginado a Emmett como un buen bailarín, pero lo era. Como mi abuelo me había enseñado, me dejé guiar. No recordaba la última vez que había bailado, pero me dio gusto no sentirme oxidada. Pronto, nos unimos al espacio donde bailaban sus hermanos. No bailábamos tan bien como ellos, pero hicimos justicia. Sobretodo con el hecho de que yo era humana y mis reflejos eran como los de un bebé en comparación.
Fue un alivio que mi peinado se mantuviera en su lugar durante todo el baile. Era un moño alto y pequeño, torcido y hecho con pasadores del color de mi pelo.
El vestido fue un regalo de mamá. Lo había ido a comprar a mis espaldas. Quería que esta noche, mi primer baile con pareja, fuera especial. Era tan hermoso como simple, con escote en V y tirantes delgados, de satén turquesa, largo hasta las rodillas y de falda amplia. Los tacones eran negros y abiertos, los que usaba en cada baile escolar.
De soslayo, vi bailar a Mike y Jessica, que me miraban con curiosidad. Angela también se encontraba allí, en los brazos de Eric, y me saludó con la mano, a lo que de inmediato le correspondí con una sonrisa.
Cuando la canción se detuvo y comenzó otra, Emmett me guio fuera del gimnasio. No protesté. Yo lo seguiría a todos lados.
Jamás me había dado cuenta de que la cancha exterior de basquetbol también era decorada con luces colgantes. Y estaba sola. La música se oía muy poco desde el gimnasio, pero seguimos nuestro propio ritmo. Bailamos lento, casi era sólo un balanceo, pero era perfecto.
De repente, Emmett me tomó de la cintura con ambas manos, me separó un poco y me levantó en el aire, dándome vueltas. Reí tontamente. Sentía mariposas en el estómago.
Entonces, al bajarme, se inclinó lentamente y me besó con tanta suavidad y ternura que mi alrededor se desvaneció. Sus labios fríos se sentían increíbles contra la calidez de los míos. Cuando nos separamos y lo miré, sus facciones eran suaves, pero sus ojos estaban llenos de una extraña mezcla de amor y sufrimiento.
—Eres mi mundo, Ophelia —dijo en voz baja, aunque nadie pudiera oírnos desde aquí—. Y nada, ni nadie, podrá cambiar eso.
Me mordí el cachete. Si iba a preguntarle lo que quería saber, ese era el momento.
—Pero lo hará —murmuré en protesta.
Emmett frunció el ceño, confundido.
—Algún día, en unos años, o incluso mañana..., eso podría cambiar. Una enfermedad, un accidente...
Su frente se libró de arrugas, pero no parecía de acuerdo con mi afirmación. Desvió la mirada un segundo, fue sólo un segundo, pero lo suficiente para levantar sospechas.
—No dejaré que eso pase.
Lo miré extrañada.
—¿Qué hay de envejecer? Yo tendré ochenta y tú... seguirás luciendo así. Nunca podría pedirte que te quedaras, ni siquiera sé si yo querría eso. Sería cruel de mi parte.
Emmett apretó la mandíbula, sin decir nada, y volvió a romper el contacto visual. Acuné su helada mejilla con mi mano, y él me dejó mover su rostro para que me mirara a los ojos. Dos ideas luchaban en su mente, se veía en duelo.
—Rosalie me lo dijo —confesé finalmente—. Sé honesto conmigo. ¿Quieres que sea como tú?
Él inspiró y exhaló pesadamente. Si era posible, se acercó más y me miró a los ojos. Sus manos fortalecieron el agarre en mi cintura.
—Lo único que deseo, lo único que me hará feliz, es pasar mi existencia a tu lado. Sé que lo que pido es demasiado..., pero nunca te dejaría sola. Estaría en cada uno de tus pasos, en tus errores y en tus miedos. Esta... vida, no es tan mala como la pintan Edward y Rosalie —aseguró, pero parecía muy nervioso—. Te haré feliz. Te complaceré en todo lo que pidas. Déjame enseñarte lo bueno que puede ser la eternidad, especialmente si estamos juntos.
Robarme el aliento era tarea fácil para Emmett. Sus palabras prometían una vida maravillosa, aunque con un pecado que pagar todos los días: la sed, la muerte.
—¿Y si digo que no?
No pude oírlo, ni siquiera era posible, pero su rostro mostró que le había hecho una grieta a su corazón.
—Esperaría —dijo sin titubear—. Estaría a tu lado hasta tu último aliento. Jamás voy a dejarte ir. Eres mía, pero no tanto como yo soy tuyo.
Apoyé mi mano en donde alguna vez estuvo latiendo su corazón, y no dejé de acunar su rostro con la otra. Él se pegó más contra ella, disfrutando mi contacto. Sus labios rozaron mi palma.
—Te amo, Emmett. Eso es para siempre.
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