25. Rosalie Hale
—¿Ophelia?
La voz de mi madre desde la cocina me hizo saltar. Había olvidado por completo que estaría en casa, esperando para asegurarse de que Emmett me trajera en una pieza.
Entró a la sala con una cerveza fría y casi llena en la mano y una revista de diseños del hogar. Mamá era fanática de los programas de televisión sobre remodelaciones y construcciones. Ser una arquitecta era su sueño frustrado.
—Creí que llegarías más tarde.
Es verdad. Antes de que Emmett llegara por mí, le había dicho que llegaría tarde porque Emmett me invitaría a cenar después del partido con su familia. Por supuesto, ese plan no ocurrió.
"Lo sé, pero no me sentía bien del estómago y decidí volver" le expliqué, tratando de no levantar sospechas sobre mi nerviosismo. Todavía me sentía tensa después de todo lo que había ocurrido.
—De acuerdo —dijo dudosa, pero no mirándome a mí, sino a quien estaba a mis espaldas—. Hola.
Por un momento se me había olvidado que Rosalie venía conmigo. Sonreí mientras le dije lo que Rosalie me había dicho que tendría que decir para tener una excusa con la que se explicara su cercanía temporal:
"Mamá, ella es Rosalie Hale, la hermana de Emmett. Están pintando su habitación y el olor de la pintura la marea, así que le ofrecí quedarse unas noches con nosotras. ¿Puede?"
Mamá abrió la boca en una O, sorprendida, pero rápidamente reemplazó su expresión con una sonrisa amable.
—Claro que sí. Lo que necesites, Rosalie. Pasa.
Rosalie destelló una sonrisa de modelo de revista y me rodeó para acercarse a mi madre y saludarla con la mano. La oí presentarse, decirle lo linda que era nuestra casa y agradecerle por dejarla quedarse unas noches, mientras yo cerraba la puerta con todos los cerrojos y me quitaba la chaqueta.
—¿Gustas algo de tomar? ¿Agua, jugo de naranja? Puedo hacerles unos sándwiches.
—Muchas gracias, señora O'Neil —le respondió Rosalie con voz melodiosa—, pero tendré que pasar esta vez. Cené antes de venir, no quería aprovecharme de su hospitalidad.
—Oh, no tenías que hacerlo. Estás en tu casa. Mañana les prepararé unos panqueques para desayunar, ¿qué les parece?
—Suena delicioso, señora O'Neil.
—Por favor, dime April —le sonrió, y me miró por encima del hombro de la invitada—. No se duerman tarde. Y recuerda que mañana tienes turno en el Café.
Asentí con la cabeza.
—Descansen —nos dijo, volviendo a la cocina.
—Igualmente —contestó Rosalie.
Esperó a que mi madre desapareciera y luego se volteó para mirarme, borrando su expresión amigable. Inmediatamente me sentí insignificante y odiada. Estaba acostumbrada a no ser aceptada, pero con Rosalie me dolía más, porque era parte de la familia de Emmett.
Aún no había hablado con ella en lengua de signos, insegura de si ella la conocería. Jasper y Alice no sabían, probablemente ella tampoco, sobretodo porque era la menos dispuesta a recibirme en su familia.
Sabedora de que me seguiría, subí las escaleras hasta mi cuarto. Por un segundo creí que me había equivocado y se había quedado abajo, ya que no escuché sus pisadas, pero cuando abrí la puerta de mi cuarto y entré, ella ya estaba mirando mi habitación desde el umbral.
"Iré a cambiarme."
Arqueó una ceja.
—No sé lengua de signos.
Me tragué mi vergüenza e inseguridad con el peso de una roca.
—Iré a cambiarme.
Me di cuenta de la curiosidad y sorpresa, aunque fuera momentánea y apenas perceptible, expresada en sus ojos cuando escuchó mi voz.
Evité mirarla a la cara mientras tomaba mi pijama y me iba al baño, dejándola en mi cuarto. Me cambié de ropa, me cepillé los dientes, me desmaquillé e incluso trencé mi cabello. Por un rato, busqué cualquier excusa para tardar el mayor tiempo posible y no volver a mi pieza.
Pero era inevitable. Apagué la luz del baño y volví. El silencio se quebró cuando cerré la puerta a mis espaldas. Rosalie no se inmutó, observaba detenidamente las fotografías en la pizarra de corcho que tenía en la pared junto a la ventana. Parecía muy interesada por la última foto navideña que mamá, mis abuelos y yo nos tomamos con unos horribles suéteres de lana.
Fue como si ignorara mi presencia o todavía no se diera cuenta de ella. Alimenté a Luigi, acaricié un poco su lomo y lo vi beber agua antes de comenzar a levantar el edredón y las sábanas de mi cama. Acomodé las almohadas y me arropé sentada.
Esperaba que Rosalie rompiera el hielo, o que me dijera cómo funcionaría esto de la protección y vigilancia. Esme estaría cuidando a Charlie desde la distancia, pero Rosalie lo hacía de cerca conmigo. No me cabía duda que Emmett se lo habría pedido especialmente.
La había visto recibir un texto en el auto, de camino a mi casa, y unos minutos después simplemente me había explicado que tendría que decirle a mi madre que se quedaría unos días en mi casa, con la excusa de que estarían pintando su cuarto. De ese modo, me cuidaría de cerca sin que la gente hiciera preguntas.
Sentí un retortijón en el estómago cuando, el único miembro de la familia Cullen al que no le gustaba, se dio media vuelta y me encaró con una media sonrisa gentil.
—¿Te gustaría oír mi historia, Ophelia?
Sólo pude mirarla estupefacta.
—No tiene un final feliz, pero ¿cuál de nuestras existencias lo tiene? Estaríamos debajo de una lápida si hubiéramos tenido un desenlace afortunado.
Primero me sorprendí y me quedé sin palabras. Había pasado de ignorarme a querer contarme su historia. Antes de que se arrepintiera, asentí en respuesta, aunque me aterró el tono amenazante de su voz.
—Yo vivía en un mundo diferente al tuyo. Mi sociedad era más sencilla. En 1933, yo tenía dieciocho años, era guapa y mi vida... perfecta.
Acortó la distancia entre nosotras al sentarse frente a mí, sin hacer ruido contra las sábanas de la cama.
—Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces, en mi casa parecía como si la Gran Depresión no fuera más que un rumor molesto. Me encantaba ser Rosalie Hale y me complacía que los hombres me miraran a donde quiera que fuera. Me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi cabello. Que mi madre se enorgulleciera de mí y a mi padre le gustara comprarme vestidos nuevos me hacía feliz.
»Sabía qué quería de la vida y no parecía existir obstáculo alguno que me impidiera obtenerlo. Deseaba ser amada, adorada, celebrar una boda con la iglesia llena de flores y caminar al altar del brazo de mi padre. Estaba segura de ser la criatura más hermosa del mundo. Necesitaba despertar admiración tanto o más que respirar, Ophelia. Era tonta y frívola, pero estaba satisfecha.
Sonrió, divertida por su propia afirmación, volviendo la mirada a mi pizarra tapizada con fotos de mi vida.
—De todo cuanto quería, tenía pocas cosas de verdadera valía, pero había una en particular que sí lo era: mi mejor amiga, una chica llamada Vera, que se casó a los diecisiete años con un hombre que mis padres jamás habrían considerado digno de mí: un carpintero. Al año siguiente tuvo un hijo, un hermoso bebé con hoyuelos y pelo ensortijado. Fue la primera vez en toda mi vida que sentí verdaderos celos de alguien.
Me lanzó una mirada insondable.
—Me moría de ganas por tener un hijo propio. Quería mi propio hogar y un marido que me besara al volver del trabajo, igual que Vera, sólo que yo tenía en mente otro tipo de casa muy distinta.
Suspiró y continuó hablando, pero esta vez lo hizo con una voz diferente, sin rastro alguno de nostalgia.
—En Rochester había una familia, los King. Royce King era el propietario del banco en el que trabajaba mi padre y de casi todos los demás negocios realmente rentables del pueblo. Así fue como me vio por vez primera su hijo, Royce King II —frunció los labios al pronunciar el nombre, como si lo soltara entre dientes—. Iba a hacerse cargo del banco, por lo que comenzó a supervisar los diferentes puestos de trabajo. Dos días después, a mi madre se le olvidó de modo muy oportuno darle a mi padre el almuerzo. Recuerdo mi confusión cuando insistió en que llevara mi vestido blanco de organza y me alisó el cabello sólo para ir al banco.
Rosalie se rio sin alegría.
—Como todo el mundo me miraba, no me había fijado especialmente en él, pero esa noche me envió la primera rosa. Me mandó un ramo de rosas todas las noches de nuestro noviazgo hasta el punto de que mi cuarto terminó abarrotado de ramilletes y yo olía a rosas cuando salía de casa.
»Mis padres aprobaron esa relación con gusto. Él era cuanto quería, y no menos de lo que esperaba. Nos comprometimos antes de que transcurrieran dos meses de habernos conocido. Ya no me sentía celosa cuando llamaba a Vera. Me imaginaba a mis hijos, unos niños de pelo rubio, jugando por los enormes prados de la finca de los King, y la compadecía.
Rosalie enmudeció de pronto y apretó los dientes, lo cual me sacó de la historia y me indicó que la parte espantosa estaba cerca. No había final feliz, tal y como ella me había aclarado. Me pregunté si ésa era la razón por la que había mucha más amargura en ella que en los demás miembros de su familia, porque ella había tenido al alcance de la mano todo cuanto quería cuando se truncó su vida humana.
—Esa noche yo estaba en el hogar de Vera —susurró Rosalie. Su rostro parecía liso como el mármol, e igual de duro—. El pequeño era realmente adorable, todo sonrisas y hoyuelos... Empezaba a andar por su propia cuenta. Al marcharme, Vera, que llevaba al niño en brazos, y su esposo me acompañaron hasta la puerta. El rodeó su cintura con el brazo y la besó en la mejilla cuando pensó que yo no estaba mirando. Eso me molestó. No se parecía al modo en que Royce me besaba, él no se mostraba tan dulce. Descarté ese pensamiento. Royce era mi príncipe y algún día yo sería la reina.
El rostro de Rosalie, blanco como el hueso, me pareció aún más pálido.
—Las calles estaban a oscuras. No me había dado cuenta de lo tarde que era —prosiguió con un susurro apenas audible—. También hacía mucho frío, a pesar de ser finales de abril. Faltaba una semana para la ceremonia y me preocupaba el tiempo mientras volvía apresuradamente a casa. Los oí cuando me hallaba a pocas calles de mi casa. Se trataba de un grupo de hombres que soltaban fuertes risotadas. Estaban ebrios. Me asaltó el deseo de llamar a mi padre para que me acompañara a casa, pero me pareció una tontería al encontrarme tan cerca. Entonces, él gritó mi nombre.
»—¡Rose! —dijo.
»Los demás echaron a reír como idiotas.
»No me había dado cuenta de que los borrachos iban tan bien vestidos. Eran Royce y varios de sus amigos, hijos de otros adinerados.
»—¡Aquí está mi Rose! —gritó mi prometido al tiempo que se carcajeaba con los demás, y parecía igual de necio— ¿Qué te dije, John? —se pavoneó al tiempo que me aferraba por el brazo y me acercaba a ellos— ¿No es más adorable que todas tus beldades de Georgia?
»El tal John me estudió con la mirada como si yo fuera un caballo que fuera a comprar.
»—Resulta difícil decirlo —contestó arrastrando las palabras—. Está totalmente tapada.
»Se rieron, y Royce con ellos.
»De pronto, Royce me tomó de los hombros y rasgó la chaqueta, que era un regalo suyo, haciendo saltar los botones de latón. Se desparramaron todos sobre la acera.
»—¡Muéstrale tu aspecto, Rose!
Rosalie me miró de pronto, sorprendida, como si se hubiera olvidado de mi presencia. Yo estaba segura de que las dos teníamos el rostro igual de pálido, a menos que yo me hubiera puesto verde.
—No voy a obligarte a escuchar el resto —continuó bajito—. Quedé tirada en la calle y se marcharon entre carcajadas. Me dieron por muerta. Bromeaban con Royce, diciéndole que iba a tener que encontrar otra novia. Él se rio y contestó que antes debía aprender a ser paciente. Aguardé la muerte en la calle. Era tanto el dolor que me sorprendió que me importunara el frío de la noche. Comenzó a nevar y me pregunté por qué no me moría. Aguardaba este hecho con impaciencia, para así acabar con el dolor, pero tardaba demasiado... Henry me encontró en ese momento.
Permaneció meditativa durante un momento. Creí que se había vuelto a olvidar de mi presencia, pero entonces me sonrió con expresión súbitamente triunfal.
—Los maté a todos —admitió, complacida de sí misma—, pero tuve buen cuidado de no derramar su sangre, sabedora de que no sería capaz de resistirlo. No quería nada de ellos dentro mí. Reservé a Royce para el final. Confiaba en que el miedo empeorara su muerte. Me parece que dio resultado. Cuando le capturé, se escondía dentro de una habitación sin ventanas, detrás de una puerta tan gruesa como una cámara acorazada, custodiada en el exterior por un par de hombres armados. Fue demasiado teatral y lo cierto es que también un poco infantil. Yo lucía un vestido de novia robado para la ocasión. Chilló al verme. Esa noche gritó mucho. Dejarle para el final resultó una medida acertada, ya que me facilitó un mayor autocontrol y pude hacer que su muerte fuera más lenta.
Dejó de hablar de repente y clavó sus ojos en mí.
—Lo siento —se disculpó con una nota de disgusto en la voz—. Te he asustado, ¿verdad?
—Estoy bien —le mentí, con voz débil.
—Me he dejado llevar.
—No te preocupes —murmuré—. Pero, Rosalie, ¿por qué me cuentas esto? Es decir, tú me odias...
Su sonrisa se desvaneció. Me miró con tristeza.
—No te odio, Ophelia. Te tengo envidia. No puedo evitar preguntarme si mi vida hubiera sido diferente de haber sido más como tú, o como Vera.
Permanecimos allí sentadas, en silencio, y ella parecía poco predispuesta a continuar hablando.
—Pero... tampoco te agrado.
—Lo lamento.
—¿Hice algo malo?
—No, no has hecho nada —murmuró—. Aún no.
La miré, perpleja.
—Tú ya lo tienes todo, Ophelia. Te aguarda una vida por delante..., todo lo que yo quería, y vas a desperdiciarla. ¿No te das cuenta de que yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar?
Parpadeé, aturdida con su explicación.
—Perdona, Rosalie, pero... ya no sé de qué me estás hablando.
Ella arqueó una ceja.
—¿Lo que dijo Emmett al despedirse? —respondió. Arqueó su otra ceja también, dándose cuenta de que yo realmente no sabía a qué se refería— Oh... Lo siento. Creí que lo entendías.
—¿Entender qué?
—Emmett quiere que seas como nosotros.
—En cuanto esto termine —prometió en voz baja, intensamente. Mi corazón se aceleró—... nada nunca volverá a amenazar tu vida.
Suspiré. Ahora comprendía lo que había querido decir con eso. Si me volvía como ellos, no estaría en riesgo como Bella y yo lo estábamos ahora. La idea, la mera propuesta, apenas podía asimilarla. Nunca lo había considerado, y era demasiado que pensar para una noche tan tensa como esta.
Rosalie contempló la luna a través de la ventana en silencio. Ahora su sonrisa fue amable.
—Eres demasiado joven para saber qué vas a desear dentro de diez o quince años, y lo bastante inexperta como para darlo todo sin pensártelo. No te precipites con aquello que es irreversible, Ophelia.
Me palmeó el hombro, pero el gesto no era de condescendencia.
—Tú sólo piénsatelo un poco. No se puede deshacer una vez que esté hecho. Esme va tirando porque nos usa a nosotros como sucedáneo de los hijos que no tiene y Alice no recuerda nada de su existencia humana, por lo que no la echa de menos. Sin embargo, tú sí la recordarías. Es mucho a lo que renunciarías.
Dejé pasar un momento de silencio.
—Gracias, Rosalie. Me alegra conocerte más para comprenderte mejor.
—Y, por favor, no me malentiendas, me alegra que Emmett haya encontrado a alguien, pero no apoyo su elección de meterte en esta... vida. Te pido disculpas por haberme portado como un monstruo —esbozó una ancha sonrisa—. Intentaré comportarme mejor de ahora en adelante.
Le devolví la sonrisa.
—Duérmete —me dijo, levantándose de la cama y caminando hacia mi ventana—. No haré ningún ruido.
Sabía que conciliar el sueño sería difícil. Me sentía mal sabiendo que ella velaría por mi seguridad y la de mi madre, mientras yo sólo dormía. También estaba mi persistente conciencia recordándome que Emmett estaba ahí afuera, dándole caza a un vampiro y arriesgando su vida. Pero no había nada que pudiera hacer, excepto tratar de facilitarle las cosas a todos y no causar problemas.
—Rosalie —la llamé, y ella me miró atenta—, ¿podrías despertarme si hay noticias?
Ella asintió.
Entonces no tuve más opción que recostarme, acomodarme entre las almohadas y cerrar los ojos.
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