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20. Súper fuerza


Acaricié la suave y lisa barandilla con la mano mientras subíamos por la imponente escalera. En lo alto de la misma había un gran vestíbulo de paredes revestidas con paneles de madera color miel, el mismo que las tablas del suelo.

—La habitación de Rosalie y Henry... El despacho de Carlisie —decía, señalando las puertas cerradas—... La habitación de Edward, la de al lado es la de Alice y Jasper...

Nos habíamos detenido frente a la última puerta del vestíbulo.

—Mi habitación —me informó al tiempo que abría la puerta y me hacía pasar.

Su habitación tenía vista al sur y una ventana del tamaño de la pared, igual que en el gran recibidor del primer piso. Toda la parte posterior de la casa debía ser de vidrio. La vista daba al meandro que describía el río Sol Duc antes de cruzar el bosque intacto, que llegaba hasta la cordillera de los montes Olympic.

La pared de la cara oeste estaba cubierta por una sucesión de estantes repletos de libros, artículos deportivos, pósteres autografiados de deportistas reconocidos, una gran televisión, un estéreo y una vieja hacha para cortar madera.

—Es la única cosa que conservé de mi vida humana —comentó, notando la dirección de mi mirada.

No había ninguna cama, sólo un espacioso y acogedor sofá de cuero café. Una gruesa alfombra de tonos rojos cubría el suelo y las paredes estaban pintadas de un tono crema.

—Les agradas, ¿sabes? —dijo con tono coloquial— Sobretodo a Esme y a Edward.

—Pero Rosalie... —dejé la frase sin concluir porque no estaba muy segura de cómo expresar mis dudas.

Emmett torció el gesto.

—No te preocupes por Rosalie —insistió con su persuasiva mirada—. Cambiará de opinión. Henry ha estado intentando razonar con ella.

—¿Cuál es su opinión ahora? —inquirí, no muy segura de querer conocer la respuesta.

Suspiró profundamente.

—Rosalie es la que más se debate contra lo que somos. Le resulta duro que alguien fuera de la familia sepa la verdad, y está un poco celosa.

—¿Rosalie tiene celos de mí? —pregunté con incredulidad.

Intenté imaginarme un universo en el que alguien tan impresionante como Rosalie tuviera alguna posible razón para sentir celos de alguien como yo.

—De ti y de Bella. Son humanas —Emmett se encogió de hombros—. Es lo que ella también desearía ser.

—¿Y Esme y Carlisle...?

—Son felices de verme feliz, sobretodo de verme calmarme un poco ahora que toda mi atención está en ti. De hecho, a Esme no le preocuparía que tuvieras un tercer ojo y dedos palmeados. Se ha preocupado por mí, temiendo que nunca pudiera encontrar una compañera, ya que por mucho tiempo lo estuve deseando. Está entusiasmada. Veo cómo se llena de emoción cada vez que te toco.

—Alice parece muy... entusiasta.

—Alice se alegra de que tu integración a la familia se adelantara —murmuró divertido.

—Yo también me alegro —admití, sonriente—. Tienes una bonita familia, tan unida como en la que yo crecí —añadí—. No puedo creer que estén aprendiendo lengua de señas.

—Querían poder comunicarse contigo. Saben que no te gusta hablar... excepto conmigo —sonrió orgulloso y halagado.

Fui alzanado la mirada conforme se fue acercando a mí. Tenía que estirar un poco la cabeza para mirarlo a los ojos con su gran altura. Me sentí segura y acobijada cuando rodeó mi cintura con sus brazos, pegándome a su cuerpo.

—Debo admitir que me siento especial por eso.

—Aún así, también aprendiste.

—Sabía que usarías signos frente a otras personas. Quería poder entenderte siempre.

—¿Cuándo y cómo aprendiste? —curioseé— ¿Y por qué no me lo dijiste?

—Edward aprendió hace décadas, y la abuela de Henry era sordomuda. Comenzaron a darme clases el día que te conocí —respondió sin pensar—. Fue cuando supe que iba querer estar junto a ti lo que durara mi existencia. No te lo dije porque temía que, al saberlo, dejaras de usar tu voz.

Él también agachó un poco la cabeza, acercándose hasta que apoyó su frente en la mía. Sus intensos ojos no me permitían mirar a otro lado.

Me devolvió la sonrisa, pero entonces, mientras sus ojos estudiaban mi expresión, su sonrisa se apagó y su frente se pobló de arrugas.

—Sigues esperando que salga huyendo —adiviné. Mientras más tiempo pasábamos juntos, más fácil me resultaba interpretar sus expresiones—, ¿verdad?

Él asintió.

—Lamento estropearte la ilusión, pero no inspiras tanto miedo, de veras —dije con toda naturalidad, tratando de contener una sonrisa, sabiendo que mis palabras le disgustarían—. De hecho, no me asustas nada en absoluto.

Arqueó las cejas con manifiesta incredulidad. Una sonrisa ancha y traviesa recorrió su rostro.

—No debiste decir eso.

Emmett emitió un sordo gruñido gutural y los labios mostraron unos dientes perfectos al curvarse hacia atrás. De repente, me encontré en el aire y luego caímos sobre el sofá, que golpeó contra la pared por el impacto. Sus brazos formaron una protectora jaula durante todo el tiempo, por lo que apenas sentí el zarandeo, pero seguía respirando agitadamente.

—¿Qué era lo que decías? —preguntó juguetón.

Su sonrisa estaba cerca de mi boca, que estaba abierta por la sorpresa y el susto de ser movida a esa velocidad y sin aviso. Sus ojos brillaban con su usual burla, pero en ese momento, en lugar de contagiarme su alegría, me cautivaron por completo.

Ni siquiera lo pensé. Levanté unos centímetros la cabeza y alcancé sus labios con los míos. Él tampoco necesitó pensar. En el instante en que lo besé, cerró los ojos y me correspondió. Sus labios eran suaves y tersos, aunque helados y firmes.

Me abrumé por todas las sensaciones. Entre las mariposas en mi estómago, el hormigueo en mis manos y mi mente perdida en el espacio-tiempo, fue imposible incluso detenerme o avergonzarme. Besarlo era tan increíble como había imaginado.

No quería romper el beso, era lo mejor que había sentido en toda mi vida. Estaba recostada en el sillón y enjaulada bajo su cuerpo, pero aún así sentí la necesidad de agarrarme de algo, creí que me desmayaría. Apoyé mi mano izquierda en su hombro y con la otra me agarré de su nuca, acariciando los suaves rulos oscuros de su cabello.

Profundizando el beso, lo jalé conmigo hacia abajo para volver a recostar mi cabeza en el sillón, e inclinamos la cabeza en lados contrarios. Mi corazón se desenfrenó y la respiración se me cortó cuando la punta de su lengua acarició mi labio inferior. Emmett besaba peligrosamente bien. Quien diga que los primeros besos siempre son terribles, aquí yo tenía la prueba para refutar la teoría.

Aunque hubiera estado respirando por la nariz, inhalé y exhalé pausadamente cuando Emmett rompió el beso y alzó la cabeza para mirarme. Su cara se dividió en una sonrisa. Yo ni eso podía hacer, todavía estaba extasiada con las sensaciones del beso.

—La espera valió tanto la pena —admitió de repente.

—¿Y por qué la espera?

—No quería presionarte.

Sonreí. Emmett a veces hacía comentarios con doble sentido y en más de una ocasión había admitido su deseo de hacer más que mirarme y hablarme, pero jamás perdía la caballerosidad.

Una vez más, bajó la cabeza y rozó mis labios con los suyos. Aún estaban húmedos, lo que facilitó el deslice de la caricia. Sonreí sobre el beso y él me imitó. Bajé mis manos de sus hombros hasta sus brazos. Sus músculos eran más firmes de lo que parecían, y era diez veces más fuerte de lo que todos juzgaban.

—¿Puedo hacerte otra pregunta? —dije, terminando el beso.

—Sabes que sí.

—¿Qué tanto... eh, alcance... tiene tu fuerza? —inquirí— Es decir, recuerdo bien lo que hiciste esa noche en Port Angles, pero tengo la sospecha de que te estabas conteniendo. Y mencionaste que eres más fuerte que los demás.

Creí que se enfadaría por recordar aquella noche y lo que podría haber pesado, pero se concentró en el lado positivo de mi pregunta y sonrió petulante.

—Puedo enseñarte, si prometes no asustarte.

Arqueé una ceja, sonriendo.

—Ya te dije que no me das miedo.

No pregunté nada cuando se levantó y me ayudó a ponerme de pie. Alisé mi cabello, que seguramente estaría revuelto por el movimiento que había hecho antes para asustarme. Me llevó de la mano de vuelta al primer piso y salimos por la puerta trasera, hacia el sur, desde donde se podía ver el interior de la casa por el gran muro de vidrio y tenían una terraza con suelo de madera.

Me soltó y me dejó de pie. Esbozó una sonrisa antes de caminar hacia el bosque, zigzaguear entre los árboles y perderse. Esperé quieta, pero ansiosa por saber lo que haría.

—No puede ser...

Al principio sólo pude observarlo boquiabierta. Me cubrí la boca con la mano, sin creerme lo que presenciaba. Emmett caminaba cargando con sus dos brazos una roca con un tamaño acercado al mi coche. Él no podía verme, ya que la piedra le cubría la parte superior del cuerpo, pero quedó encantado con mi reacción cuando la dejó en el suelo sin jadear o quejarse por el esfuerzo.

Me acerqué a la roca y la miré con los ojos entornados, olvidando la fase de shock y pasando a la de incredulidad. La toqué, sólo para comprobar que fuera real, y luego, muy tontamente, traté de moverla. Emmett estalló en carcajadas.

—¡Ni siquiera te ves cansado! —exclamé, mirándolo de arriba abajo— Tengo que llevarte conmigo al supermercado. Siempre salgo con los dedos adoloridos.

Escuché las risas de su familia, probablemente habiendo echado un vistazo al espectáculo. Pero yo estaba todavía muy impresionada como para avergonzarme.

No me opuse cuando me rodeó la cintura y me atrajo a él, abrazándome contra su pecho y apoyando su mejilla en mi cabello. Apoyé las manos en su pecho y me dejé acurrucar en la seguridad de su cuerpo de mármol.

—Eres adorable.

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