15. Sueños
—¡Ophelia, más vale que ya estés acostada! —gritó mi madre, todavía en la sala. Desde el sillón, si se levantaba lo suficiente para ver por encima de las escaleras, podía ver el suelo de mi puerta, donde se filtraba la luz del cuarto.
Entendiendo su mensaje, estiré la mano hacia la pared detrás de mi cama y presioné el interruptor de la luz, que se apagó al instante. Lo único que quedó iluminando fue el reloj digital en mi mesa de noche. Eran las doce. ¡Qué rápido pasaba el tiempo hablando con Emmett!
—¡Buenas noches! —se despidió, viendo que había apagado mi luz.
Vislumbré la sonrisa de Emmett aún en la oscuridad. Me reí por lo bajo. Mi madre era un poco peculiar, pero la adoraba.
—Te estoy impidiendo dormir, lo siento.
—Está bien —dije, pero se me escapó un bostezo.
Emmett se rio.
—He respondido a tus preguntas, ahora deberías dormir.
—¿Cómo me podría dormir estando tú aquí?
—¿Quieres que me marche?
—¡No! —grité en un susurro, atrapando su muñeca, como si con eso no fuera a poder irse, incapaz de esconder mi anhelo— No quiero que te vayas.
—Eso me satisface —replicó mientras su rostro esbozaba una sonrisa amable—. Saca los grilletes... Soy tu prisionero.
Pero mientras hablaba, eran sus manos las que se convertían en esposas alrededor de mis muñecas. Volvió a reír con esa risa suya, sosegada, musical. Me encantaba oírlo y verlo reír.
—Bien —sonreí.
—Duerme, Ophelia.
Me soltó y esperó a que me acomodara en la cama. Se aseguró de que estuviera bien arropada, y no entendí por qué hasta que se acostó a mi lado. Emmett era increíblemente frío.
De todos modos, no me importó y me acerqué más a él, hasta que me acurruqué entre el costado de su torso y su brazo, me abrazó contra él. Su otro brazo lo apoyó en sus costillas y alzó la mano para acariciar mi mejilla libre.
Más cansada de lo que creía, y más exhausta de lo que me había sentido nunca, después de un largo día de tensión emocional y mental, me abandoné en sus fríos brazos hasta dormirme.
Despertar me resultó muy difícil. Lo primero que sentí fue mi cuerpo con el peso de cinco tráileres con cargamento de cemento. Con una mueca, estiré el brazo y apagué la alarma del reloj. Resoplé y luego bostecé, y me estiré sobre la cama como un oso saliendo de su hibernación. Pateé las sábanas y me levanté. Salí del cuarto y me dirigí al baño para hacer todo lo necesario de mis mañanas normales antes de ir a la escuela.
Al volver al cuarto, me vestí con unos vaqueros azules, unas botas negras, un suéter de punto color azul oscuro, una chamarra negra y una bufanda rosa pálido. Cepillé mi largo cabello rubio con una media coleta y me maquillé un poco. Por último, rellené la botella de agua de Luigi, le serví comida y acaricié su pequeño lomo, y bajé a la cocina.
No tenía tiempo para desayunar y ya me había cepillado los dientes, así que sólo tomé un bote de agua y un empaque de galletas de avena con chispas de chocolate. Tomé mi copia de llaves de la casa y las llaves de mi coche, y recogí mi mochila del suelo, donde la había dejado anoche.
Cerré la puerta con seguro antes de voltearme hacia el pórtico, donde de nuevo Emmett volvió a sorprenderme. Jadeé asustada y di un brinco hacia atrás.
—Me pregunto si alguna vez te acostumbrarás —se burló.
Estaba cruzado de brazos y recargado en mi coche, que luego volteó a ver y le hizo una mueca.
—Lo revisé anoche mientras dormías. La verdad, estoy sorprendido. Sólo necesita un cambio de aceite.
—Acabo de llevarlo a arreglar —bisbiseé, todavía impresionada por verlo ahí—. La tarde del accidente.
Emmett apretó los labios en una fina línea, como si el recuerdo del incidente le causara una mala sensación en el estómago.
Exhalé en silencio y me froté la frente, con un ligero dolor de cabeza. Había despertado como si lo todo lo ocurrido la noche anterior, desde Port Angeles hasta mi habitación, hubiera sido un sueño. Un sueño que no sabía todavía si era bueno o malo.
—¿Estás bien?
Asentí, bajando la mano. No quería que malinterpretara mi repentino shock. Era como si anoche la adrenalina me hubiera dejado aceptar todo lo que me dijera. Hoy, la realidad se estaba asentando como el golpe de un sartén en la cabeza.
Parpadeé, asombrada, cuando se apareció en medio segundo frente a mí y me miró con ojos entornados, levantando tiernamente mi barbilla. Sus preciosos ojos dorados me trajeron toda la calma que se me había escapado hace un minuto. Emmett era un vampiro, pero no quería hacerme daño, y tenía sentimientos por mí, como yo por él.
—¿Segura?
Le sonreí.
—Lo estoy ahora —murmuré.
Emmett me devolvió la sonrisa.
—Vamos, no quiero que llegues tarde.
Me tomó de la mano y me llevó con él, atravesando el jardín principal y pasando al lado de mi coche. Estuve por preguntarle a dónde iba, hasta que noté el gigante y brillante Jeep plateado estacionado junto a la acera.
Abrió mi puerta y me dio la mano para ayudarme a subir, ya que estaba bastante alto y tenía que dar un pequeño brinco para alcanzar el asiento. Me cerró la puerta y rodeó el coche mientras yo dejaba la mochila en mis piernas y me ponía el cinturón. Luego entró en un segundo y giró la llave.
—Me gusta tu auto —mencioné—. ¿Es tuyo, o de todos ustedes?
Todo estaba intacto y parecía nuevo, además de no tener ni una mancha o mal olor. Anoche, con todo lo que había pasado, no me había detenido a admirarlo con detalle.
—Mío —respondió—. Me alegra que te guste. Vas a subirte a él muy seguido.
Me mordí el labio nerviosamente, tratando de contener mi sonrisa. Íbamos a vernos regularmente.
—¿No vienen tus hermanos?
—No —negó con la cabeza, comenzando a manejar hacia la escuela—. Hoy no quisieron venir. Sólo Edward —se encogió de hombros—. Aunque casi lo hicieron, y con el coche de Rosalie.
—¿Rosalie tiene coche? Nunca lo he visto.
—Es ostentoso. Intentamos no desentonar.
—Pues no han tenido éxito —me reí—. ¿Todos tienen coches caros, o sólo tú y Rosalie?
—Edward y Carlisle también.
—¿Y por qué todos tienen coches así, cuando quieren pasar desapercibidos?
—Un lujo —admitió con una sonrisa traviesa—. A todos nos gusta conducir deprisa.
—Me he dado cuenta —musité, viendo la manecilla del velocímetro en el tablero, apuntando al ochenta.
—Si crees que esto es rápido, vas a tener que sujetarte la próxima vez —se burló.
—Anoche no pasaste de ochenta, que yo recuerde.
—No tenía prisa por llegar —dijo, con una media sonrisa—. Quería pasar tiempo contigo.
Sonreí. Emmett me encantaba más y más con cada minuto que pasaba. A este ritmo, estaría enamorada de él en menos de lo que tardo en hornear unos brownies.
Fue gracioso ver desde esta perspectiva el estacionamiento escolar al llegar a las instalaciones. La gente miraba como si estuviera llegando una celebridad. Después de dos años, la gente aún se detenía para mirar a los Cullen. Emmett se estacionó en el mismo lugar de siempre, que estaba vacío y reclamado sin realmente haber sido apartado. Simplemente nadie se atrevía a ponerse ahí.
Emmett se apresuró a apagar el coche y bajarse para rodearlo y abrirme la puerta. Fue extraño verlo hacer eso a una velocidad normal, ahora que otras personas podían verlo.
Me quité el cinturón, me puse la mochila al brazo y tomé su mano para bajar del auto. Podía acostumbrarme a su caballerosidad, algo que no había visto desde mi abuelo con mi abuela.
Inmediatamente me sentí pequeña y cohibida. Todos miraron en nuestra dirección en cuanto empezamos a caminar hacia la entrada del edificio. Sin embargo, el brazo de Emmett rodeando mi cintura y atrayéndome hacia él me hizo olvidarlo.
Tuve que echar la cabeza unos centímetros hacia atrás para poder verlo, debido a su altura. Me confundió la expresión que tenía. Estaba serio, y de repente volteaba a ver con ojos furiosos a uno que otro grupo de estudiantes que cuchicheaban. Por supuesto, todos se intimidaban y se callaban en cuanto él los miraba.
Una vez que dejamos atrás el estacionamiento y estuvimos dentro del edificio, me acompañó a mi casillero por unos libros. Aún no había cambios en su actitud.
—¿Qué clase tienes ahora? —le pregunté.
Rápidamente perdió todo rastro de mirada asesina cuando volteó a verme. Entorné los ojos, decidida a preguntarle qué ocurría.
—Literatura.
—¿Por qué te has puesto así?
Desvió los ojos de vuelta hacia la gente que caminaba cerca de nosotros, a través del corredor, entrando a salones o abriendo sus casilleros.
—Ya no me gusta esta escuela.
Sólo había dicho eso, pero no necesité más para entender lo que sucedía. Su audición mejorada le había permitido escuchar cosas que yo ya sospechaba que la gente comentaría cuando nos vieran juntos.
—Las personas pueden ser malas a veces, pero no dejes que te afecte —le dije, y me encogí de hombros—. Ignóralos. Yo lo hago.
—No sé cómo soportas este tipo de mierda.
—Tengo práctica, lo he hecho toda mi vida —le expliqué con tono burlón, pero eso no alivió su inconformidad—. Ya no me importa, de verdad. Ignóralos —repetí—. Esto seguirá así por semanas, hasta que se acostumbren a verte con alguien como yo.
Emmett frunció el ceño y me miró como si le hubiera pedido que me tirara de un barranco. Corté el contacto visual, cerré mi casillero y me dirigí al laboratorio para la clase de Biología.
No me di cuenta de que Emmett me había seguido hasta que me tomó por la muñeca (sabía que era él por la temperatura de la piel), deteniéndome antes de cruzar el umbral de la puerta. Ni siquiera me dio tiempo de mirarlo bien a la cara. Él ya se había inclinado, apoyando suavemente sus fríos y tiernos labios en mi mejilla por un par de segundos.
—Te veré en el almuerzo.
No pude responderle, demasiado aturdida y todavía paralizada, aunque fuera por un beso en el cachete. Lo vi alejarse por el pasillo, notando su andar como el de un oso paseando por su territorio, sin mirar a nadie o tener que evitar chocar con alguien. Eran los demás los que se movían para dejarlo pasar.
Al volverme hacia el salón, descubrí que los que ya estaban adentro habían visto aquello y ahora me miraban estupefactos, algunos con odio (especialmente las chicas). Apenada, sólo bajé la mirada hasta que llegué a sentarme en mi mesa de trabajo.
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