1. Juguete nuevo
Entré con precaución al estacionamiento y aparqué entre la camioneta de Tyler Crowley y un monovolumen rojo. Mi coche se veía mucho más pequeño entre esos dos grandes carros. Al menos ya no era el más viejo. El monovolumen debía ser de los años sesenta.
Mi auto era un bocho azul cielo de 1987. La pintura ya estaba muy desgastada, tenía algunas abolladuras y rayones, el claxon no funcionaba del todo bien, los asientos tenían algunas quemaduras de cigarro y las puertas se tenían que cerrar con mucha fuerza. Pero era mío y nunca me había defraudado.
Apagué el pobre y viejo estéreo. Sólo agarraba la señal de tres estaciones. No había reunido lo suficiente todavía para comprar uno nuevo, a pesar de las horas extras de trabajo.
—¡Eli!
Volteé en dirección a donde me habían llamado. Tyler, recargado en su camioneta, me saludó con una sonrisa. Le devolví el gesto y cerré la puerta del coche, acomodándome la mochila al hombro. Casi todos me llamaban Eli desde la primaria. No me molestaba, era más corto.
—¿Trajiste las galletas?
Saqué de la mochila una bolsa de celofán con diez pequeñas galletas de nuez, espolvoreadas con azúcar glass. Tyler sonrió, se apresuró a sacar un billete de su billetera, e intercambiamos. Esperé a ver su reacción, y sonreí orgullosa cuando él cerró los ojos y dejó salir un ruido de apreciación al probar una galleta.
—Deliciosas —halagó con la boca llena.
Guardé el billete en mi cartera mientras caminaba hacia las puertas del instituto. Eric estaba ahí, esperando extrañamente impaciente y mirando alrededor. Me acerqué a él y enarqué una ceja, preguntándole sin palabras qué estaba haciendo.
—Estoy esperando a Isabella Swan, la chica nueva. Voy a hacer un artículo sobre ella para el periódico: "Chica nueva llega a Forks" —dijo emocionado.
Eric y Angela eran reporteros en el periódico escolar. Desafortunadamente, casi nadie leías los artículos, ya que siempre trataban sobre el alcoholismo y el equipo escolar de voleibol. Isabella Swan sería noticia por unas cuantas semanas.
—Tú eres Isabella Swan, la chica nueva. ¡Hola! —saludó Eric, sonriendo a alguien a mis espaldas. Volteé para ubicarla. La chica era muy bonita, de piel pálida, ojos chocolate como su cabello, y delgada; estaba mirando su horario con expresión confusa— Eric Yorkie, ojos y oídos de este lugar —se presentó—. Lo que necesites. Guía turístico, compañero, un hombro para llorar...
Comenzamos a caminar hacia el interior del edificio, Bella siguiéndonos con una mueca, incómoda por las palabras de Eric. Claramente, no debería haber sido tan intenso, y ella parecía penosa.
—Soy más de las que sufren en silencio —rechazó su oferta.
—Buen título para tu artículo —consideró, emocionado—. Soy reportero, y tú estarás en la primera plana.
—No, no —pidió Bella, horrorizada—. Por favor, no...
—Tranquila, calma —le dijo, divertido, y se encogió de hombros—. Sin artículo.
—Gracias —se relajó, sonriendo.
—Por cierto, ella es Ophelia O'Neil.
Bella me miró fijamente por primera vez. Trató de disimular haber notado mi implante coclear en mi oreja derecha. Le sonreí con tono amigable. No la culpaba por mirarme de esa forma. Todos lo hacían la primera vez.
A los siete años, mi madre pudo reunir suficiente dinero para pagar mi implante coclear, lo que realmente había sido un milagro. Sin embargo, haber sido sorda desde nacimiento había afectado mi manera de hablar. Cuando pude escuchar, mi voz era más un sonido nasal y había sustituido unos ruidos con otros.
Había asumido que los niños me molestaban porque era pequeña y un poco regordeta, pero cuando pude escucharlos, y no sólo adivinar lo que decían sus labios al moverse, me di cuenta de que mi forma de hablar era lo que me había hecho un blanco fácil para burlarse.
Así que aprendí a quedarme callada. Si realmente necesitaba comunicarme, recurría a mi madre o a mi primo, Mike Newton. Ellos eran los únicos que habían aprendido lengua de señas.
—Mucho gusto. Bella Swan —se presentó, sonriendo tímidamente.
"Bienvenida" gesticulé con las manos y la boca, previendo que no entendería la lengua de señas. Ella pareció comprender lo que mis labios dijeron en silencio.
—Gracias.
En clase de Gimnasia todos sabían que no debían pasarme el balón y lo mejor era interponerse delante de mí si el equipo contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Con Bella hicieron lo mismo, después de un par de veces de fallar terriblemente. Estuvo evitando el balón tanto como pudo, hasta que en un momento fue inevitable y golpeó la pelota. Por desgracia, el balón salió en dirección errónea y le pegó a Mike en la nuca. Me cubrí la sonrisa con una mano.
Bella se acercó a Mike para disculparse, pero éste no le tomó importancia, porque quedó bastante embelesado con ella. Como era de esperarse, Jessica Stanley se puso celosa y se metió a la conversación. Me pregunté si alguna vez conseguiría algo con Mike. Él nunca había parecido interesado en ella, pero Jessica no se rendía.
A la hora del almuerzo, Bella nos acompañó en la cafetería. Mike incluso le abrió la silla. Supe que Bella sería el blanco de varios chicos. Era bonita y nueva. Cuando la vi incomodarse, me sentí un poco mal por ella. Obviamente no le gustaba ser el centro de atención.
—¿Tu... chica? —cuestionó Mike, un poco burlón.
—Sí —respondió Eric sonriente, ignorando el sarcasmo.
—Mi chica —corrigió Tyler, dándole un beso en la mejilla. Antes de huir, le quitó la silla a Mike y éste cayó al suelo. Los vi correr lejos, Tyler huyendo y Mike persiguiéndolo en busca de venganza.
—Oh, Dios mío —se rio Jessica, no sinceramente alegre—. Es como estar en preescolar otra vez. Eres el juguete nuevo.
—¡Sonríe! —pidió Angela Weber, llegando a sentarse a la mesa muy rápidamente. El flash de la cámara aturdió a Bella un poco, obligándola a bajar la mirada por vergüenza— Lo siento. La necesitaba para el artículo.
—No habrá artículo, Angela —dijo Eric con voz ruda. Enarqueé una ceja. Él nunca actuaba así, no lo comprendí hasta que se levantó y abrazó a Bella por los hombros. Chicos—. No te preocupes, bebé.
—Supongo que publicaremos otra editorial sobre el alcoholismo adolescente —se lamentó Angela, decepcionada.
Le apreté el antebrazo, apoyándola. No había mucho sobre lo que escribir en una escuela de un pueblo tan pequeño.
—Podrías escribir sobre... desórdenes alimenticios. O sobre nadadores con relleno en las bermudas —sugirió Bella.
—En realidad, eso suena bien —celebró Angela, sonriente de nuevo.
—Genial, ¿no? Eso es lo que pensé —apoyó Jessica, con una clase de simpatía un poco hipócrita.
—¿Quiénes son ellos?
Las tres miramos a Bella, percibiendo el tono de su pregunta. Obviamente se refería a los Cullen, nadie más llamaba la atención como ellos.
—Los Cullen —respondió Angela con una sonrisa pícara.
Entre las dos, empezaron a explicarle quiénes eran los Cullen y cómo encajaban aquí, haciéndome recordar su primer día en el instituto, dos años atrás.
Allí estaba, sentada en el comedor escolar, sin intentar entablar conversación con nadie excepto Mike (ya que era el único que entendía la lengua de señas), cuando los vi por primera vez.
Se sentaban en un rincón de la cafetería, en la otra punta de donde yo me encontraba. Eran cinco. No conversaban ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de comida. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.
No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era delgado, pero musculoso, y tenía el cabello del color de la miel. El otro era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño dorado. El último era fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo oscuro y rizado.
Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura preciosa y pelo rubio que caía en cascada hasta la mitad de la espalda. La chica baja tenía aspecto de duendecillo de facciones finas, su pelo corto era rebelde, con cada punta señalando en una dirección, y de un negro intenso.
Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran blancos como la cal, todos tenían ojos ambarinos, a pesar de la diferente gama de colores de los cabellos, y ojeras malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio o se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.
Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada. Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo, eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros que sólo se ven las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como el semblante de un ángel.
Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes y de cualquier cosa hasta donde pude colegir.
Codeé a Mike. Él me miró interrogativo y me observó preguntarle con señas si ellos eran los nuevos de quienes todos habían estado hablando esta mañana.
—Sí. Los Cullen. Te dije que eran raros —me respondió con una mueca.
Y de repente, mientras Jessica alzaba los ojos con interés para entrar en la conversación, el Cullen más delgado y de aspecto más juvenil, miró a Mike. Durante una fracción de segundo se fijó en Mike y después en mí.
Luego desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo. Su rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si Mike hubiera pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera levantado los ojos en una involuntaria respuesta.
—Son Alice, Edward y Emmett Cullen, y Rosalie y Jasper Hale. Todos viven con el doctor Cullen y su esposa —dijo Angela con un hilo de voz.
Qué nombres tan anticuados, pensé, aunque eran lindos. Era la clase de nombres que tenían nuestros abuelos. Tal vez estuvieran de moda en Alaska.
"Son... guapos" gesticulé a Mike. Me costó encontrar un término mesurado.
—¿Qué cosa? —preguntó Jessica a Mike.
—Dice que son guapos —tradujo, rodando los ojos.
Jessica me miró y asintió mientras soltaba otra risita tonta.
—¡Claramente! Pero Jasper y Alice están juntos, y viven juntos.
"No parecen parientes" dije con señas.
—No son parientes —confirmó Mike.
Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían probado bocado.
—Claro que no —añadió Jessica—. El doctor Cullen es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y pocos. Todos son adoptados. Los Hale, los rubios, son hermanos gemelos, y los Cullen son su familia de acogida.
"Parecen un poco mayores" comenté.
—Jasper y Rosalie tienen dieciséis años, pero han vivido con la señora Cullen desde los ocho. Es su tía o algo parecido —dijo Mike, encogiéndose de hombros—. El grandote, Emmett, también tiene dieciséis, aunque no lo parece.
Edward y Alice debían tener quince entonces. Me pregunté si compartiría alguna clase con ellos, ya que íbamos en el mismo grado.
"Es muy generoso por parte de los Cullen cuidar de todos esos niños siendo tan jóvenes" expresé, impresionada, mientras Mike traducía mis señas en palabras a los demás.
—Supongo que sí —admitió Jessica muy a su pesar. Me dio la impresión de que los señores Cullen no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos—. Aunque tengo entendido que la señora Cullen no puede tener hijos —agregó, como si con eso disminuyera la bondad del matrimonio.
Uno de los Cullen, Emmett, levantó la vista mientras yo los estudiaba. Nuestras miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad. Cuando desvié los ojos hacia mi almuerzo, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.
Emmett era muy corpulento, pero no en sobrepeso, sino en músculos, y parecía intimidante, especialmente para tener sólo dieciséis. Debía medir 1.96. Su altura ayudaba a repartir su peso. Era el más guapo de sus hermanos, con unos hoyuelos dándole una mirada infantil que no se encontrada a menudo en un hombre. Era hermoso.
Lo miré de refilón. Seguía observándome, su rostro reflejó una ligera contrariedad. El rubio, Jasper, giró la cabeza hacia él, lo miró con los ojos entrecerrados y luego a mí. Volví a desviar la vista. No era lo suficientemente confiada como para sostenerle la mirada a nadie.
Volví de mis recuerdos cuando escuché a Jessica.
—Al parecer, nadie es suficiente para él —se burló en un tono amargo. Me obligué a darle un mordisco a mi emparedado para no sonreír, recordando el día en que Edward la había rechazado—. Como si me importara —resopló—. En serio, no pierdas tu tiempo —advirtió.
—No pensaba hacerlo —respondió Bella, lanzándole una mirada más a Edward.
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