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🏖️ ; 4.1

Lisa se sentía en paz por primera vez en años.

Bueno, no tan así, aún se quedaba despierta a altas horas de la noche pensando, pero estaba tranquila, algo le aseguraba que había tocado fondo y por fin se estaba levantando y todo mejoraría a partir de ahora.

Su cachorra y ella ya llevaban una semana en su nuevo hogar, le sorprendía lo bien que se habían adaptado y vuelto a empezar.

Aún esperaba que cayera el otro zapato y Danielle preguntara por su tío, su abuela y sus primos, pero la niña era bastante intuitiva y a Lisa no le sorprendería que lo sospechara. Más que nunca intentaba recordarle lo amada de que era y la empujaba a hablar de sus sentimientos.

Igualmente, y por recomendación de su terapeuta, había concretado una cita para Danielle para que tuviera la libertad de expresarse con alguien que no sea ella y con muchas más herramientas para ayudarla.

Lisa también tenía una cita con un colega de su antiguo psicólogo, ahora estaba bien y cada día mejorando con su salud mental, pero tras el nacimiento de Danielle y todo el trauma que este había implicado, además de que era una omega en "negación de alfa", la depresión había sido atroz.

Pero estaba mejorando, solo por su bebé, porque merecía una mamá estable o al menos no tan inestable.

Todo el control que tenía en ese momento de su vida ayudaba mucho también, le daba seguridad ahora que sabía que no estaba tan perdida y que era por fin libre.

Había hecho los trámites en su trabajo y ya se encontraba ejerciendo como diseñadora gráfica a la distancia y a su vez promocionando su agencia de fotografía, sabía que está última no prosperaría como hubiera deseado, pero siempre se había planteado hacerlo como hobby y eso estaba bien.

Trabajaba para una empresa internacional de gaseosas, una vez al mes presentaba diseños y propuestas para publicidades, todo desde su computadora, lo que le permitía estar a disposición de Danielle a toda hora del día. Por suerte y aunque respetaba a las mamás que si, nunca había necesitado una niñera.

Esa mañana estaba trabajando en su nuevo estudio, una de las tres habitaciones de la casa, la que tenía la mejor vista al jardín, espacio que en la semana con Danielle habían trabajado en devolver a su brillo natural.

Ahora estaba lleno de flores y habían plantado dos limoneros, además habían cambiado las plantas de los balcones por unas más acordes al espacio.

Poco a poco, todo empezaba a sentirse más propio, comenzaba a sentirse correcto y cada día que pasaba no podía no pararse a pensar como no había huido antes.

Lo habían estado pidiendo por tanto tiempo que Lisa no lo había notado, ahora viendo a Danielle correr tras el gato que venía con la casa, todo era más claro, ahí estaba su cachorra disfrutando el enorme espacio verde que en su apartamento no conocía, con sus nuevas botas de lluvia de las que se enamoró en el mercado, totalmente desaliñada, porque ¿Qué más daba? Era su casa, suya, con sus reglas y la falta de muchas de ellas.

Ya no se preocupaba por el que dirán, ni de que Danielle rompa algo que luego debería pagar al dueño del departamento, ellas eran sus dueñas y la pequeña podía ensuciarse y gritar y ser todo lo revoltosa que una niña de dos tirando a tres años debía ser.

Eran libres.

Tan libres que Lisa a veces ignoraba la tormenta inminente acercándose, Rosé.

No podía mentir, su omega chillaba y suspiraba al pensar en la alfa que le enviaba mensajes tontos y tiernos día y noche, que hacía videollamadas con su cachorra y con quien habían acordado una "reunión de juegos" ese mismo día ya que Danielle quería mostrarle todos sus juguetes.

Era tiempo de una reunión propiamente dicha y no solo encuentros en medio de los recesos de Rosé, dónde no hacían más que jugar con Danielle y la arena.

Lindos momentos por más cortos que sean, pero todas necesitaban un poco más.

Sabía que era cuestión de tiempo para que Rosé se entere de la verdad escrita en los ojos brillantes que su cachorra había heredado, si es que ya no lo sabía y solo estaba acercándose a ambas; si este era el caso, Lisa agradecía su amabilidad y dulzura.

Y si este no era el caso, Lisa iba a decirle, porque se lo debía y porque Danielle lo merecía.

Si bien desde siempre le inculcó a su hija la diversidad en las familias y que cada una de estas era un mundo, no podía culpar a su cachorra por buscar la figura faltante. No habían sido muchas las veces que se lo pregunto inocentemente, pero Lisa tenía esos recuerdos vivos en su mente.

Normalmente eran preguntas rápidas y si ella no le hubiera prestado atención hubiera pensado que era otra de sus preguntas infantiles, la mayoría comenzaban con un porque típico de la edad.

"¿Por qué en los libros la abejita tiene un papá?" , "¿Por qué mi papá no está con nosotras?", "¿Tengo papá, mami? ¿O me encontraste sola en el campo de repollos?"

Cuidadosamente había respondido, pero sabía que Danielle no se quedaba conforme con eso y Lisa decidía entretenerla para que lo olvidé de momento.

Pero su niña crecía aún más día a día y no se tragaría sus respuestas baratas por siempre.

Así que estaba decidida, se lo diría a Rosé y si todo salía bien, el siguiente paso era Danielle, solo necesitaba tomar coraje y darse un tiempo para conocer mejor a la alfa que estaba a punto de introducir en sus vidas

El reloj en su computadora marcaba las once de la mañana, debía comenzar con el almuerzo y cambiar a Danielle para que Rosé llegué.

Habían acordado que vendría a comer luego de que a Danielle se le escapara lo rico que su mami cocinaba, Lisa oyó que la comida favorita de Rosé eran los fideos al pesto, así que lo primero que haría sería juntar algo de albahaca que sobrevivio en la huerta y amasar unos tallarines.

La alfa debía llegar al medio día, pero golpeó su puerta media hora antes mientras Lisa intentaba no ponerse demasiado ansiosa y nerviosa. Era como si la alfa supiera que eso sucedería y decidió llegar antes.

Cuando Lisa llegó a la puerta, Danielle ya había abierto y se encontró con la alfa cargandola con un vino blanco debajo del brazo y balanceando una caja de postre y a la cachorra con el otro brazo, la omega se apuro a ayudarla, quitándole el postre y el vino que no sabía que traería.

—Supe que eras tú desde antes de abrirte. —decía Danielle cuando volvió a la entrada, dónde padre e hija se habían quedado conversando.

La pequeña tenía mucho que contarle como si no la hubiera visto hacía dos días, y la alfa estaba feliz de oírla, se notaba que le prestaba atención y no fingía interés.

Lisa tenía que controlar a su omega necesitada o le saltaría encima a la pobre alfa.

—Hola Rosé, pasa por favor, no era necesario que traigas eso pero muchas gracias igualmente. —una vez que Danielle correteo a su habitación en busca de algo, Lisa tuvo lugar para saludar por fin.

No quiso mirar mucho, pero había notado un pie de limón, el favorito de Lisa. Le gustaba pensar que de alguna manera la alfa lo sabía y lo compro para ella, soñar era gratis y nadie tenía porque saberlo.

—No hay de que, Lili, tenía que colaborar con algo. —dijo y Lisa podría haber gemido como una puberta.

Y es que toda la imagen frente a sus ojos tranquilamente podía haber sido extraída de sus más tiernos sueños, una alfa dulce cargando a su hija que se preocupaba por ellas, todas en una casa acogedora que llamar hogar reuniéndose en la cocina para compartir un almuerzo que ella había preparado para su alfa.

Era el sueño de la familia tradicional y Lisa no podía decir que no lo anhelaba con todo su tonto corazoncito.

Y Dios, ¿Tenía que llamarla Lili? Nadie la había llamado así en su vida y ahora sabía porque, era un apodo único y reservado para Rosé, Lisa sabía que nadie lo haría sonar tan bien como ella.

Lili, Lisa tenía que reconocer su autocontrol.

—¡Mira Rosé! ¿Te gustan los rompecabezas? —la voz de su pequeña regresando con su bolsa de rompecabezas.

Entonces tuvo que recordar la verdadera razón por la que la alfa se encontraba allí, su cachorra, y se odio por sentirse mal ante eso.

¿Llegaría el día en que alguien la mire a ella? ¿El amor romántico era viable en su vida? ¿Cuánto más debía esperar?

No quería sonar egoísta, se sentía amada inmensamente por Danielle, compartían la relación madre e hija, pero quería que alguien la amé porque si, porque estuviera enamorado de ella, quería un amor recíproco.

Quería que dejen de hacerla a un lado por un desliz en su pasado, ¿Tan mal había obrado solo por tener una bebé? Primero su madre, luego su hermano, ¿Estaba destinada a alejar todo lo que amaba?

Se quedó a un lado mientras terminaba el almuerzo, oyendo la conversación de Danielle y Rosé, la más pequeña le "enseñaba" a armar rompecabezas, la alfa la escuchaba embobada y juntas armaban rompecabezas tras rompecabezas. Lisa se sintió mal por sus pensamientos al ver a ambas tan felices juntas, Danielle adoraba a Rosé y el sentimiento era devuelto, se amaban y aún no lo sabían.

No se sentía mal, se sentía horrible, pero no podía culparse por los años que evito ese encuentro, ella había buscado al padre de su bebé y jamás la encontró, había sido jóven e inexperta en todo su trayecto gestando, lo que le llevo a tomar decisiones estúpidas como nunca volver a buscar a Rosé.

Si la vida la quería en la suya la encontraría, y ahí estaban, en la mesa de la cocina como si nunca se hubieran distanciado, como si aquella mañana Rosé se hubiera quedado en su cama a su lado.

Habían existido tantas probabilidades y esa era la que les había tocado, Lisa necesitaba salir adelante e ignorar ese pequeño rencor que cuando pensaba en Rosé surgía.

—La comida está lista. —llamó, acomodando las almohadas en la silla de Danielle o no llegaría cómodamente a la mesa.

Sabía que la cachorra querría seguir jugando y se preparó para la adorable manipulación del puchero y los ojitos de perrito, pero Rosé fue más rápida.

—Ven compañera, hay que lavarse las manos y comer, luego tenemos toda la tarde para jugar, ¿Si? —la alfa se paró y convenció a Danielle.

No tuvo que indicarle el baño, Rosé sabía dónde estaba y se dirigió hacía allí con Danielle colgado en sus brazos como un avión.

Lisa aprovechó para abrir el jugo y servir el plato de su hija, luego el de Rosé y por último el suyo, para que cuando regresaran del baño solo quedase sentarse a comer.

Sonrió al verlas llegar, Danielle corrió a la silla a su lado y se dejó arremangar el sweater que traía, el invierno se acercaba y se sentía más de lo que debería sentirse en la playa. Rosé decía que era normal, que no era extraño ver nieve ligera llegando a diciembre.

—Esto se ve increíble. —el halago de Rosé llegó directo a su omega.

A su alfa le gustaba su comida.

—Gracias. —no te sonrojes, Lisa, por favor.

Por la sonrisita de la alfa frente a ella, debía ser un tomate hecho y derecho. Que vergüenza.

¿Cómo no caer cuando Rosé la miraba así? Con esos ojitos tan brillantes y con esas arrugitas a ambos lados de estos, y si eso ayudaba, era tan parecida a Danielle que la hacía sentir más suya.

Su omega la incitaba a pensar cosas retorcidas a veces, Rosé no le pertenecía porque había tenido a su bebé, pero se sentía como si lo fuera, como si entre ellas hubiera algo más fuerte que una relación de conocidas.

Su omega estaba segura de que eran destinadas, no importaba cuan infantil e improbable sea.

¡Gracias por leer!

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