Después de salir de la academia, mi día resultó sumamente entretenido. Esperaba ansiosa un mensaje de Edgar, sin embargo, este nunca llegó. "Quizás está ocupado", murmuró Bea con desaliento.

Cuando cayó la noche, Bea se encontraba en la misma tienda a la misma hora que días anteriores. Al volver a casa, decidió salir con la esperanza de encontrarse con el chico, pero esta vez fue sorprendida al verlo allí.

- Pensé que no vendrías - expresó Edgar con su suave voz y una delicada caricia en el cabello de Bea, quien se sintió repentinamente feliz al verlo.

Bea, siendo un tanto cursi y sentimental, abrazó a Edgar con ternura. Él lucía una sonrisa encantadora y la invitó a dar un paseo por el parque, lo cual la hizo dudar debido a la tardía hora.

- Por supuesto que iré - respondió Bea emocionada ante la propuesta.

El paseo resultó alegre y animado, compartiendo risas y charlas mientras disfrutaban de la música romántica. Edgar elogió la elección de Bea, quien no pudo evitar reírse un poco con picardía.

Sentados en un banco, Bea empezó a sentir curiosidad por conocer más sobre Edgar.

- Trabajo en Star Park, una tienda de regalos bastante conocida. ¿Por qué "chiquita"?

Bea solo sonrió sin dar explicaciones, sabiendo que la razón era su cariño por Edgar, a pesar del poco tiempo juntos.

La luz de la luna se reflejaba en la laguna cercana, y Bea decidió acercarse mientras cruzaba sus brazos. Edgar se acercó sin entender, pero Bea lo sorprendió pidiéndole que cerrara los ojos.

- Solo un minuto, ¿vale? - insistió Bea.

Edgar, algo preocupado, finalmente accedió a la petición de la chica. Bea subió lentamente a sus puntitas y lo besó suavemente en los labios, causando sorpresa en Edgar.

- Esta abejita te picó - bromeó Bea con una sonrisa traviesa.

El chico se acercó aún más, tomándola entre sus brazos y ambos se miraron intensamente. Un suave beso selló el momento, prolongándose durante un minuto completo. Tras el beso, se sonrieron el uno al otro, radiantes de felicidad.