O4
Cada día, Jimin se paraba frente a la construcción del muro y miraba a los alfas cargando los enormes tabiques y acomodándolos con gran esfuerzo, hasta que era apartado por que la construcción era peligrosa para el pequeño omega de cabellos dorados.
Cada día, Jungkook separaba frente a la construcción para mirar como era avanzada, hasta que lo obligaban a cooperar con algo en ella.
Ambos con dolor en sus corazones y pequeñas lágrimas escurriendo de sus mejillas, sabiendo que no podrían salir para volver a ver a su mejor amigo.
Tanto Jimin como Jungkook les explicaban a sus padres sobre la equivocación que habían tenido, sobre su amigo del otro lado del muro, pero a ambos les negaban salir.
Entonces se crearon las reglas.
No ir contra tu manada.
Hacer tus trabajos según tu papel.
Cumplir con tus trabajos.
Patrullar si te toca hacerlo.
Y la más importante.
No salir fuera del muro.
Siendo niños de 11 años, su vida había sido difícil, de correr al bosque para jugar con el otro e irse a dormir esperando poder correr de nuevo al bosque para encontrar a su amigo, a mirar como se construía un muro frente a su ojos que los separaría el resto de sus vidas, era lo peor.
Sobre todo cuando no habían terminado bien.
Y cuando el muro estuvo listo, no había más que pudieran hacer. Se cansaron de mirarlo.
El pelinegro comenzó sus clases con agotamiento absoluto y no soportaba no tener a su amigo que lo entendía, que entendía que se cansaba mucho con esos trabajos pesados que debía hacer. Jimin igual comenzó sus clases y estaba harto de lo débiles y pegajosos que eran los omegas que tenía por compañeros.
Ambos estaban hartos.
Pero comenzaron a acotumbrarse.
Hasta que su mejor amigo solo fue un recuerdo de su infancia, como los zapatos favoritos que ya no cabían en sus pies.
[...]
Jungkook abrió sus ojos cuando el sentido de alerta estaba por todo el lugar, había escuchado gritos, estaba seguro que había escuchado gritos. Con sueño aún, se escurrió por su cama para acercarse a la ventana y levantar un poco de la cortina.
Afuera había un gran grupo de lobos, lobos que no eran de su territorio, unos en forma humana y otros en forma lobuna, estaban en la casa de a lado, la casa de su tío, el líder de la manada.
Trago duro y se levantó a prisa de la cama cuando uno de los lobos había girado su mirada en dirección a su ventana, corrió con pies descalzos a la habitación de sus padres, pero era demasiado tarde, los gritos ya estaban haciendo eco en el bosque, uno tras otro.
Se había declarado la guerra en su aldea.
Era demasiado pequeño y su corazón latía en su garganta, con 15 años no sabía que hacer, no habían llegado a esa parte aún en su clase y creía que con el muro sería todo.
Entonces escuchó tres gritos de la casa de a lado y comenzó a ser empujado por su madre debido al shoock.
Estaba seguro de que su primo y tíos corrían peligro. Pero pronto se enteraría de ello, cuando no habían más lobos enemigos y los alfas mayores sacaron en sus brazos a los cuerpos del líder y su hijo.
Estaba horrorizado y se escurrió en los brazos de su madre, al mismo tiempo que todos los lobos comenzaban a aullar en pena.
[...]
Abrir los ojos de repente, ya le era costumbre, cada pequeño ruido lo ponía en alerta, estaba cansado y frustrado, se sentía un perdedor, pero trataba de mantener la calma cuando subía al techo de su casa y se recostaba en el musgo que crecía ahí.
Levantaba su mano y trataba de tocar las mariposas cuando era primavera y verano, las hojas secas volando cuando era otoño y los pequeños cristales de nieve cuando era invierno. La mariposa amarilla rozó su dedo y huyó volando con rapidez.
Se levantó cuando escuchó el grito de su padre, el líder de la manada desde que Jungkook tenía 15 años.
Con un bufido miró hacía abajo y encontró a su padre de brazos cruzados, mirándolo con recelo, cejas juntas y ojos crueles.
─ ¿Qué? ─ Dijo Jungkook aún desde donde estaba.
Si tenía suerte lo dejaría donde está. Pero no pasaría, su padre había cambiado mucho desde que tuvo en sus hombros la carga de ser líder.
De ser lindo, cariñoso y darle todo a su familia, ahora era frío, duro, les corregía todo, en cada momento, desde su forma de pararse hasta su forma de hablar.
Jungkook ya no podía tener caricias por parte de su madre porque "sería un alfa débil para una aldea rota". De por si su padre estaba enojado con él, con su problema de transformarse en lobo, lo que le costaba mucho y cuando lo hacía le dolía infiernos y duraba muy pocos segundos en su forma lobuna.
Cuando se enteró que no podía transformarse era muy pequeño, había sido un día de tormenta y había llegado a prisa a su casa muy asustado, no recuerda como tuvo el valor para salir del tronco en el que se había metido y luego había corrido a casa. Le había dolido mucho cuando intentó volver a posarse en sus patitas peludas y no pudo volver hacerlo.
Pero el que no pudiera transformarse, era un secreto de él, su padre y su madre.
─ Tienes entrenamiento, deja de perder el tiempo tocando flores como si fueras omega.
Jungkook volvió acostarse de espaldas y gruñó levemente, ser alfa era horroso, ser hijo del líder era espantoso. Estaba cansado, frustrado y con falta de cariño, pero ya se había acostumbrado.
Ya no había llorado frente a nadie.
─ Voy en un segundo. ─ Contestó calmadamente aunque sus cejas estaban juntas.
Escuchó cuando los zapatos de su padre pisaban la graba para alejarse y luego su voz atendiendo a otros aldeanos con pendientes que hacer en su pequeño hogar. Si a lo que se había convertido podría llamarsele hogar.
Su aldea se había vuelto dura, tal vez siempre lo fue y nunca lo vio, pero se sentía ahogado dentro de el muro, los únicos que podían salir de la aldea eran aquellos lobos cazadores y vigilantes. Jungkook no podía tener ese permiso debido a que no se transformaba en lobo.
Era mejor no tenerlo, serlo y no poder correr por el bosque como lo hacía de niño, permanecer de pie junto al muro observando la profundidad del bosque sería un martirio. Pero al menos estaría cerca.
El pelinegro se levantó de donde estaba acostado y posó su mirada en lo que podía ver más allá del muro, siendo tan alto no podía verlo al menos que estuviera justo de pie en donde estaba y era glorioso. Siendo casi otoño, el bosque tenía un color verdoso oscuro, no faltaba mucho para que el calor se extinguiera y se convirtiera en un frío cálido, para ser un invierno helado.
Por eso es que debía practicar y entrenar incansablemente, porque se acercaba el invierno y aquellos siempre eran muy duros. Sin el calor de los abrazos de sus padres se volvieron helados.
Con un último vistazo al camino que iba a su pequeño paraíso, ya cubierto por flores y otra vegetación, casi perdiendo su rastro, saltó del techo alto al balcón y de ahí al suelo.
Aceptaba que aún sin estar 100% conectado con su lobo tenía buena condición física, "no la suficiente para ser el hijo del líder", decía siempre su padre.
Con pasos que deseaba nunca terminar recorrió la corta distancia que llevaba hasta donde debía tomar sus actividades diarias y así lo hizo, con cara larga y hombros caídos, con rostro serio pero ojos tristes.
Lo hizo, hasta que la noche cayó y el sudor de su frente había empapado sus cabellos, los demás alfas terminaron sus actividades sin estar demasiado agotados como él lo estaba. ¿Cómo lo hacían?, quien sabe, pero le echaba la culpa a que no podía cambiar de forma.
─ Ya deja ahí. ─ Escuchó la cruel voz de su padre. ─ No quiero que tu debilidad sea vista por los otros alfas.
Jungkook puso mala cara, fingiendo que no le dolió, dejó las maderas que cargaba y se dispuso a caminar en dirección a su casa, iba a tomar un merecido baño.
─ Ey, lobo, ¿estás ahí? ─ Se dijo a si mismo mirándose en el espejo de su baño. Suspiró al no sentir nada y dejó que su ropa se escurriera fuera de su cuerpo. ─ No sé ni para que me molesto, ya ni siquiera recuerdo como se siente.
Jungkook se deslizó dentro de la ducha y dejó que el agua caliente lo empapara y sacara todas la suciedad de su cuerpo, tratando de tardarse lo suficiente para no tener que dormir, porque al despertar, volvería a hacer lo de ese mismo día.
Y así durante mucho tiempo.
Cuando estuvo listo, salió de la ducha, pasó su mano por el vapor del espejo y se miró.
No había rastro de barba y la mayoría de los alfas a la edad de 15 ya comenzaban a mostrar pelo, él teniendo 21 años no tenía ni siquiera en las axilas. Su madre decía que no había problema, era un muchacho lampiño, algo que le atribuían la culpa a que no podía transformarse.
Miró sus pezones claros y juntó los labios en un puchero, su piel era muy suave aún haciendo tanto trabajo duro y no conseguía que sus manos se sintieran raposas, más por lo que dijeran los alfas de él que por lo que le gustara a él, para él sus manos estaban bien. Todo en él estaba bien, así es, así nació, no quería cambiarlo, pero debía.
Bajó la mirada a su entrepierna, miró el poco y muy chico vello púbico instalándose en ese lugar, era muy delgado y le gustaba jalarlo. Eso le hizo pensar en que nunca ha tenido una erección, era como que su cuerpo no estaba interesado en mostrar que tenía interés sexual y no lo tenía, las omegas o los omegas de su aldea no le llamaban para nada la atención. Su comportamiento se les hacía extraño, no era de su gusto.
Pensó en que los celos que se supone debía tener desde que entró a la etapa de la pubertad nunca habían aparecido y solo se sintió muy inquieto, pero el calor sexual, el de querer tocarse, no salió a calentar su cuerpo.
Salió de su baño con una toalla alrededor de las caderas, caminó hasta su armario y sacó un boxer más ropa cómoda para poder dormir, aunque disfrutaba de solo usar camiseta y dejarse los boxers. No volvió hacerlo cuando se levantó por agua y su padre estaba en la cocina, le había regañado diciendo que parecía un omega, tampoco volvió a bajar por agua en medio de la noche.
Se tiró en su cama y miró el techo, su techo lleno de estrellas que ya no brillaban porque estaban ahí desde que era muy pequeño. Tenía muy pocos recuerdos de cuando era menor, era como si su cabeza se hubieran bloqueado o borrado, los que tenía eran muy borrosos.
Se quedó inquieto, su dedo subiendo y bajando para hacer contacto con la piel de su mano, tratando de dormir. No podía hacerlo.
De pronto el pensar en su pasado le hizo sentirse muy inquieto y nervioso, nunca antes le había preocupado no tener recuerdos, era algo normal, casi nadie se acuerda tanto de cuando era cachorro, ¿pero por qué el sentía que debía hacerlo?
Su mirada viajo del techo a la ventana junto de su cama, estaba muy cerca, solo era rodar un poco y estaría contra el vidrio. Si hubiera sido inquieto al dormir habría roto el vidrio y caer desde ahí, nunca fue así afortunadamente.
El muro estaba ahí, tan cerca e imponente ante él, por la orilla asomaban los altos árboles con hojas verdosas y abundante musgo.
Estaba llamándole, algo en el bosque estaba llamándole.
Miro insistentemente la ventana y lo que aquella dejaba ver del exterior, luego sus ojos se enfocaron en su reflejo en el cristal, sus cabellos negros cayendo por su frente y cejas, sus largas pestañas bajando para acariciar sus mejillas y volviendo a subir en cada parpadeo.
El silencio rodeándolo, escuchando los grillos a la distancia.
Iría, lo haría, recordando lo que su padre le decía, iría al bosque y descubriría porque se sentía así.
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