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One-shot: Pequeños detalles

Para Damian, celebrar San Valentín era tonto.

No era más que un día repleto de publicidad engañosa para vender chocolates caros, ramos de flores vistosos y enormes osos de peluche. Un día donde los vendedores se aprovechaban de la ingenuidad de los enamorados para lucrar descaradamente con las cosas materiales que, según, debían ser regaladas en esa fecha. Puras banalidades.

A Damian no le interesaba ser partícipe de esa celebración tan absurda. No le llamaba para nada la atención. O al menos era así, hasta que Jon pronunció una frase que despertó su curiosidad.

—¡Voy a regalarle un lindo detalle a la persona que quiero!

Había una brillante chispa de emoción en sus ojos azules, y lo dijo con las mejillas levemente coloreadas. Se notaba que estaba pensando en esa persona, lo cual ocasionó que Damian hiciera lo mismo por mera inercia.

—La persona que quiero… —repitió lentamente.

Grayson. El nombre vino a su mente tan rápido como un rayo, no tuvo que pensarlo de más, porque no cabía duda alguna de que él era la persona que quería. Y no de una forma familiar o fraternal, no. Lo suyo iba mucho más allá de un cariño que pudiera catalogarse como “normal”, aunque no se sentía mal por ello.

Su conciencia no lo juzgaba por haberse fijado en alguien mayor o de su mismo sexo. Ni siquiera le punzaba el hecho de que fuese su medio hermano, hijo adoptivo de su padre y cabeza secundaria de la familia. A él no le importaba, pero tal vez a Grayson sí.

Eso era lo único que le asustaba: la reacción de Dick. Por su parte, sabía que no sería capaz de dudar. Se sentía bien con ello.

Fue por esa misma seguridad en lo que sentía que experimentó un cosquilleo en el pecho de sólo pensar en acercarse más a él ese día dándole un regalo. Aunque sonaba de lo más cursi y bobo, su corazón se aceleraba al imaginarlo.

La vocecita de Jon lo sacó de sus pensamientos.

—¿Tú le regalarás algo a alguien, Dami?

Lo pensó unos segundos. ¿Darle algo en San Valentín significaría declarar sus sentimientos? Era riesgoso, pero tentador. Conociendo a Grayson, recibiría lo que fuese que él le diera con harto gusto; quizá hasta se emocionaría de más. Así era él. Damian no tenía que pensar mucho para saber que no sería rechazado. Dick sería feliz obteniendo un detalle suyo.

La imagen mental de su sonrisa terminó de convencerlo. Sintiendo el entusiasmo plantarse en su pecho, contestó:

—Probablemente.

Su problema comenzó cuando se dio cuenta de que no tenía la menor idea de qué regalarle a Grayson. No quería caer en los clichés o la mala mercadotecnia.

Si iba a arriesgar su discreción obsequiándole algo —y no precisamente haciendo énfasis en el lado amistoso de la fecha—, tenía que ser algo especial y genuino. Algo que demostrara el esfuerzo y la importancia que le estaba dando solamente a él en un día que, si por Damian fuera, ni se molestaría en recordar. Mucho menos celebrar.

Sin embargo, ahí estaba: recostado en su cama, mirando al techo y pensando en un buen regalo para San Valentín.

Pero no se le ocurría nada, y no tenía alguien a quien pudiera preguntarle al respecto. De hecho, nadie podía enterarse de que regalaría algo ese día. Todd y Drake seguramente se burlarían de él, de lo cual no iba a darles oportunidad. Por otro lado, su padre… Bueno, era su padre, así que resultaba evidente el porqué del no. Damian estaba prácticamente solo en el asunto.

En otras circunstancias le habría preguntado al mismo Dick. Eso sí, entre harta vergüenza y un par de amenazas de muerte para que no se riera, porque así era el primer Robin: burlón, inoportuno y en ocasiones muy inmaduro. Parecía el niño de la relación.

Aun con todo eso, era la persona en quien Damian más confiaba. Pondría su vida entera en sus manos de ser necesario.

Por supuesto que, tratándose de intentar sorprenderlo, no podía acudir a él. ¿Qué le diría? «¡Oye, Grayson! ¿Tienes idea de qué te puedo regalar en San Valentín para que sepas lo mucho que me importas, pues mi orgullo y vergüenza me impiden decírtelo a la cara?» No, por supuesto que no. Tampoco podía disfrazar su pregunta y decir que el regalo era para alguien más; qué tontería. De ninguna forma aquello era una opción.

Entonces, ¿qué hacer?

Unos toques en la puerta de su habitación lo sacaron abruptamente de sus pensamientos. Fue la voz de Alfred llamándolo para comer la que le trajo una nueva idea a la mente.

—¡Pennyworth, espera! ¡Ven!

El mayordomo asomó su cabeza por la puerta, manteniéndose instintivamente fuera de ella.

—Dígame, amo Damian.

El aludido se mordió el labio, notando que no había pensado siquiera cómo se lo preguntaría. Al no tener idea de cuál era la manera correcta, decidió improvisar.

—Tú... —titubeó, llevándose la mano a la nuca nerviosamente. Empezaba a sentirse tonto por lo que diría—. Bueno, en unos días es San Valentín. Ya sabes, la celebración esa… En dado caso de que quisieras regalarle algo a alguien, hipotéticamente hablando… ¿Cómo escogerías el regalo?

Alfred parpadeó un par de veces, procesando la pregunta. Después sonrió tiernamente, cautivado de ver al joven Damian pidiéndole un consejo para ese día con aparente discreción. ¿Pensaba tener un gesto cariñoso con alguien? ¿Tenía a alguna persona especial en su vida? Carraspeó para retomar la compostura y que el moreno no notara la pequeña felicidad que lo consumía en ese momento.

Pensó en una buena respuesta.

—Bueno, sin duda regalaría algo que me hiciera pensar en esa persona al verlo. Como un pequeño toque para personalizar el detalle.

—¿Personalizar…?

—Sí, pero me aseguraría también de que mi regalo le gustara y fuera útil al destinatario.

Damian razonó sus palabras. ¿Algo que le recordara a Grayson, y que a él le resultara útil y agradable? Si bien eso reducía su gran baraja de opciones y le daba un mejor punto de partida, sería un reto cumplir con esos tres aspectos. Sobre todo con el primero. ¿Cuántas cosas no le hacían pensar en su hermanastro mayor? Desde algo tan sencillo como lo era el color azul hasta los feos suéteres tricolor que a Dick tanto le gustaba regalar y usar en Navidad.

Se dio cuenta de que empezaba a divagar mientras Alfred seguía allí parado, observándolo. Sacudió la cabeza.

—Vale, ya entiendo… —dijo—. Gracias por la respuesta, Pennyworth. Puedes retirarte.

En cuanto escuchó el sonido de la puerta cerrándose se tumbó de nuevo en la cama, cansado de tanto pensar. Y recostarse no ayudaba. Era como si sus propias sábanas se encargaran de absorber su energía... Se prometió que sólo cerraría los ojos cinco minutos y luego bajaría a comer, pero al final se quedó dormido por un par de horas.

Tal vez. No estaba seguro. Cuando los golpes en su ventana lo despertaron notó que el cielo ya había oscurecido bastante. Se levantó rápido para abrir.

—¡Hola, Dami, ya estoy…!

—Shh, no empieces a gritar.

Sin decir más, se dio la vuelta para dirigirse a buscar el traje de Robin entre las cosas de su ordenado y pulcro armario. Esa noche saldría a patrullar con Jon, como lo había estado haciendo en las últimas semanas desde que la familia Kent se mudó temporalmente a ciudad gótica por un trabajo que le fue ofrecido a su madre, la periodista Lois Lane.

Damian no sabía mucho del tema. No le puso tanta atención a Jon cuando se lo contó.

—Alguien está cansado, ¿eh? —preguntó él, burlón. A pesar de haber estado allí incontables veces antes, inspeccionaba a detalle la habitación de su amigo.

—Silencio, Kent. Y quítate de mi ventana.

Jon sonrió y dejó de volar, entrando así al inmenso cuarto. Mientras esperaba a que Damian terminara de cambiarse, avanzaba hacia los muebles de las esquinas para curiosear sobre si había alguna novedad en ellos. Sólo encontró un pedazo de papel arrugado con una lista de varios objetos tachados que no entendió.

—Listo, vámonos —dijo Damian, apareciendo a su lado ya vestido con la capucha y el antifaz de Robin.

Jon le sonrió y emprendieron la marcha a las calles de gótica, listos para combatir cualquier crimen que se les presentara. Sin embargo, nada sucedió. La noche estaba tan quieta que su patrullaje acabó convirtiéndose en un apacible paseo nocturno por la ciudad, dándoles la oportunidad a los Supersons de vagar por ahí mientras platicaban de temas al azar.

Fue sobre el techo de un edificio que Damian decidió preguntar. Sí, preguntar, porque por más que no le agradara ser él quien externara dudas a los demás, en ese caso no tenía opción. Era la primera vez que se involucraba en algo así.

Maldita fuera su inexperiencia.

—Oye, Jon... ¿Qué comprarás para San Valentín?

Demonios, es que incluso decirlo era tan ridículo… Sólo hasta que aparecía un Grayson agradecido y sonriente en sus pensamientos dejaba de parecérselo.

Damian no entendía el porqué. Alguna vez hacia bastante tiempo, cuando se burló de Jon por estar hablando tantas boberías de una chica linda de su escuela, él le dijo: ¡Vamos, Dami! Yo sé que estas cosas suenan tontas, pero créeme, no se sienten así cuando te pasan a ti. ¡Ten paciencia! Algún día también te volverás un cursi.

Y vaya que se había vuelto uno.

Tanto que ahí estaba, preguntándole a Jonathan Kent qué regalaría en San Valentín con el objetivo de poder darse una idea para su propio regalo.

—¡Un osito de peluche y flores!

—¿Eh? —balbuceó, saliendo del trance.

—Eso es lo que voy a regalar —contestó el niño de ojos azules, sonriendo con orgullo. Damian no pudo evitar devolverle una sonrisa repleta de sorna.

—¿Y a quién vas a regalarle eso? ¿A un unicornio?

—No —dijo Jon, haciendo un mohín—. A Kathy.

—Oh, eso lo explica todo.

—¿Qué? ¿Qué cosa? ¡Damian, no entiendo!

Pero Damian ya no estaba escuchándolo. Más bien estaba pensando en lo inútil que resultó preguntar.

Él no iba a regalar algo como eso, mucho menos a Grayson. Tenía que pensar en otra cosa, algo digno y útil y que no fuera vergonzoso. Aun le quedaban dos días, pero le parecía poco. No sabía por dónde empezar a buscar, cómo dárselo o qué decirle a Dick al respecto cuando llegara el momento. ¿Debía darle un abrazo junto con el regalo? No, eso sería impulsivamente tonto. ¿Se suponía que debía contarle lo difícil que fue hallar uno? Negativo. Era innecesario.

Suspiró, tomando el camino de regreso a su casa e ignorando las insistencias de Jon a su espalda mientras sólo podía pensar en una cosa: ¿Quién diría que un pequeño regalo podría ser tan complicado?

Pasó muchas horas vuelto loco pensando en el dichoso e imposible obsequio.

Al final se decidió por una caja de chocolates de leche rellenos —sabía de buena fuente que eran los favoritos de Dick— y una sudadera que había encontrado durante uno de sus patrullajes de la semana. Los chocolates podían ser algo cliché, pero no pudo pensar en nada más. ¡Ahora entendía por qué todos los regalos de San Valentín eran más y más de lo mismo! Buscar algo original que no estuviera muy discorde con la fecha era tarea difícil.

Igual suponía que Dick era del tipo que caía en esa clase de romanticismo, así que no vio tanto problema.

La originalidad que Alfred había mencionado estaba en la sudadera, que era negra, enteramente de algodón y con rayas de un brillante azul eléctrico que se parecían mucho a las del traje de Nightwing. Fue inevitable que Damian, al verla, pensara en Dick y en las noches en las que solían patrullar juntos.

No sabía si se debía a que lo consideraba un buen regalo o a la desesperación de no encontrar nada más, pero en el instante en que la vio supo que quería esa sudadera. Al día siguiente —ya siendo catorce de febrero— se levantó temprano para poder comprarla antes que nadie, por si acaso. Y una vez que la tuvo en sus manos, visualizando cómo se vería Grayson con ella puesta, su olor impregnado en la tela, sonrió sin quererlo.

Incluso un par de peatones se le quedaron mirando. No quería ni pensar en la cara de idiota que debió haber traído.

Fuese como fuese, esa prenda sería útil para el frío. Lucía cómoda y fácil de guardar, y suponía que a Dick le gustaría el diseño, al igual que el sabor de los chocolates. Pensó que ya no habría margen de error, pero sí lo hubo.

Una vez que llegó a la mansión y observó los dos objetos juntos sobre su cama se decepcionó profundamente. De pronto sus elecciones ya no le parecían tan buenas. Se veían sosas, o quizá simplemente él había imaginado algo distinto.

—Soy un estúpido —musitó, chasqueando la lengua mientras tomaba la caja de chocolates y los envolvía con la sudadera—. Escuchar las disparatadas de Jon siempre es una pésima idea.

Pero ya no había tiempo de retractarse. Finalmente era San Valentín, y no había pasado por toda esa odisea de dilemas y decisiones en vano, así que tomó el paquete entre sus manos y salió de su habitación para dirigirse a la de Grayson. Sería mentira decir que no estaba tan nervioso como ansioso.

Sólo espero que esto valga la pena, pensó.

Dejó el regalo a un costado de la puerta para poder tocarla y decir algo antes. No se veía capaz de aparecer de la nada como un repartidor de comida.

—Hey, Damian —le saludó Dick, que apareció enfrente suyo vistiendo ropa casual y recargándose en el marco de la puerta con tranquilidad.

Su presencia lo paralizó. Quiso huir.

Ante la mirada inquisitiva del mayor, Damian sólo atinó a señalar el paquete en el piso mientras desviaba los ojos a cualquier otro lugar que no fuese ese rostro, esos ojos. Era jodidamente difícil sostenerle la mirada. De verdad que no podía consigo mismo.

—Tómalo. —Fue lo único que dijo.

Dick se hizo espacio a su lado para poder tomar aquel bulto del suelo. En cuanto lo tuvo miró a Damian, esperando la siguiente orden. Él se limitó a indicarle silenciosamente que lo abriera, así que Dick lo hizo sin mucha ceremonia.

Al instante le brillaron los ojos.

—¡Oye, esto está increíble! —exclamó, desdoblando la sudadera y admirando su genial diseño—. Creo que ya sé qué podría ponerse Nightwing en las noches heladas, ¿eh? ¡Oh, chocolates de leche!

Ante el deleite con el que Dick tomó la caja de dulces y los observó con una emoción casi infantil, Damian sintió que sus regalos no estaban tan mal. Aunque pudieron haber estado mejor, de eso no tenía duda.

Sin embargo, Dick lucía feliz.

—¡Me encantan estos chocolates! —festejó—. ¿Lo sabías?

Damian asintió, sintiendo de pronto la agobiante sensación de que era su turno de reemplazar el silencio con una explicación. Se aclaró la garganta antes de hablar, avergonzándose más a cada segundo que pasaba.

—Te estoy dando esto por… Por San Valentín.

No pudo decirlo de otra forma, tampoco acercarse a darle el abrazo que había estado considerando durante esos días. Quizás porque su timidez aumentaba al triple teniéndolo enfrente, vívido y real, en ese momento en que dejaba de ser una simple idea que se basaba en suposiciones y posibilidades para convertirse en un complejo, auténtico e impredecible ser humano.

Con los cuales, de hecho, Damian no sabía tratar.

Resultaba complicado volver a la realidad, darse cuenta de que Grayson era muchísimo más imponente que en sus divagaciones. Que a Damian se le volcaba el corazón solamente de oír su voz y que se le trababa la lengua al verlo, sin importar cuántas veces planeara con anticipación qué decir.

Fue por eso que guardó silencio, dejando todo el asunto en manos de Dick. Por suerte, él era un hombre sencillo. Le sonrió con calidez y dejó sus obsequios sobre la cama mientras invitaba a Damian a pasar.

—¿Sabes, kiddo? Yo también quiero darte algo.

Damian abrió desmesuradamente los ojos, pues no había considerado la posibilidad de recibir un regalo de su parte. Estaba tan centrado en encontrar algo bueno que… Vaya, simplemente no se le ocurrió. Aunque, tratándose del dulce Dick que tanto lo quería y consentía, en restrospectiva era de esperarse.

Vio cómo el dueño de la habitación abría uno de los cajones del buró y sacaba un objeto semi rectangular. Entonces se giró hacia él y, sin dejar de sonreír, se lo extendió para que lo tomara.

—Lo siento, no tuve tiempo de envolverlo como quería —se disculpó—. Pero aquí está. Es todo tuyo.

Damian sostuvo el libro entre sus manos como si de un frágil pedazo de cristal se tratara. Lo observó detenidamente, con sus ojos verdes iluminándose más a cada detalle que observaba. La portada de pasta dura, el grosor acumulado por las tantas hojas de la historia… Y el título. Ese título.

Algo hizo clic en su cabeza al leerlo.

Había visto esa novela tras la vitrina de una librería hacia no más de dos semanas. Se sorprendió mucho de que Dick lo hubiese comprado para él, porque sabía que no se trataba de una casualidad. ¿Por qué le llevó justamente ese libro?

Aquel día Damian no pronunció palabra alguna. Nunca dijo que lo quería ni dio indicios de pretender comprarlo; tan solo se quedó mirando el objeto con la misma serenidad con la que miraba todo a su alrededor.

Encima, cuando pasaron por ese lugar, venían acompañados de los dos bastardos. ¿Aun así lo notó?

Sin desearlo, sintió sus mejillas calentarse al pensar que, mientras él se distraía, tan ajeno a los demás, Grayson lo observaba. Le prestaba la suficiente atención como para notar la dirección de sus ojos, y lo conocía tan bien como para saber lo que quería sin que él tuviera que decírselo.

¿Acaso Richard Grayson podía ser más perfecto?

—Ya sé que no es un regalo típico de San Valentín… —dijo él, llevándose una mano a la nuca con inquietud por el prolongado silencio de Damian—, pero me pareció buena idea dártelo.

O quizás sólo había estado buscando una excusa para tener este detalle contigo, pensó. Claramente no lo dijo en voz alta, pero siguió explicándose con esa nobleza y humildad que lo caracterizaban.

Damian lo paró antes de que siguiera con su verborrea.

—Grayson, me conoces. Sabes que no me gusta lo común. —Su gesto era serio, pero luego sonrió y estrechó el libro entre sus manos—. Esto es perfecto.

Dick sonrió, recomponiéndose del nerviosismo y mostrando su pecho inflado orgullosamente. Se sentía muy feliz de haberle dado algo que le gustara, pues bien sabía lo difícil que era que el pequeño disfrutara algo de verdad. Además, cuando lo vio aquel día mirando el libro, supo que quería ser él quien se lo diera. Cuando fue a comprarlo suplicó que sus ojos no le hubieran fallado y acabara dándole el libro incorrecto.

Pero supo que era ese por la forma en que sus manos se aferraban a él.

—Oye, vamos, ¿yo te lo regalé y él se lleva los abrazos? Voy a ponerme celoso.

Se acercó con los brazos abiertos y una cara de cachorrito suplicante, a lo que Damian rodó los ojos y dejó el libro sobre la cama. Luego le concedió el abrazo.

—Eres un dramático —dijo, pero se dejó hacer. No tardó mucho en poner sus brazos alrededor de la espalda contraria.

Ante esto, Dick lo apretó más en ese abrazo cariñoso donde le agradecía los tiernos detalles y el hecho de que lo tomó en cuenta para ese día. El niño que no le demostraba el más mínimo afecto a nadie acababa de recordarle nuevamente que por él sí era capaz de sentir algo.

Dick no estaba seguro de qué lo volvía alguien tan especial para Damian, pero tenía la certeza de que él, en ocasiones como esa, procuraba dejarle muy en claro su valor en su vida. ¡Nada podría hacerlo más feliz!

Y, como era una persona de lo más transparente con sus emociones, dejó resaltar su alegría en ese abrazo.

Damian, por su parte, seguía sin estar personalmente convencido de los regalos que había escogido, pero a Dick le gustaron. La sonrisa en su rostro y su emoción eran más que suficiente para que él quedara satisfecho y contagiado de su dicha. Siempre era así.

Dick sabía convertir el mal humor de Damian en alegría pura, sus malos presentimientos en firmes esperanzas; su personalidad insufrible en la de un chico atento y afectuoso. Sabía cómo transformarlo de una manera que seguramente no controlaba ni percibía. Él tampoco sabía cómo lograba cambiarlo de esa manera. Sólo sabía que se sentía muy bien.

Por supuesto que no tan bien como ser envuelto por sus cálidos brazos y aspirar su fresco aroma mentolado.

Normalmente, Damian no aguantaría más de tres segundos teniendo un contacto físico tan íntimo con alguien. Claro que, como no podía ser de otra manera, Grayson era la excepción a la regla. No podría sentirse más cómodo y seguro que con él.

—Vaya, no pensé que me regalarías algo hoy —reconoció Dick, sonriendo—. Y apuesto a que tú tampoco lo pensaste. Debo confesar que estaba nervioso, pero… ¡Creo que nos salió bien!

Damian sonrió, deseando provocarlo.

—Tú pudiste esforzarte más —sentenció y, aunque sonaba serio, Dick supo de inmediato que sólo se trataba de una broma. Decidió seguirle el juego.

—¡Chispas, no me esforcé lo suficiente! —exclamó, chasqueando los dedos con fingida frustración—. Tendré que compensártelo luego.

No pasaron muchos segundos antes de que a Damian se le formara una loca idea en la cabeza. Verdaderamente loca y repentina. También era arriesgada, pero la adrenalina y la creencia de que podría funcionar lo hizo hablar.

—¿Por qué no lo haces ahora? —le incitó.

Dick soltó una carcajada, encantado con la forma de ser de Damian y lo directo de su hablar. Tenía una chispa de personalidad extrovertida en ocasiones, un toque tan distinto a la hora de bromear que resultaba fascinante. Además de eso, a Richard lo ponía inmensamente feliz verlo feliz. Cuando interactuaban y Damian se soltaba, siendo él mismo sin esos altos estándares de elegancia y serenidad que habitualmente sostenía.

Y hablando de elegancia… Usando un falso acento de aristócrata bastante malo, por cierto, preguntó:

—¿Qué se le ofrece, mi señor?

A su broma no le siguió una contestación inmediata, lo cual lo confundió un poco. ¿Damian no estaba bromeando? ¿Realmente quería algo más que el libro? Bueno, de ser así Dick ya encontraría la manera de dárselo. Lo que fuera por él.

Damian se mordió el labio antes de responder.

—Un beso.

No había podido resistirlo. A pesar de que su semblante siguió tan firme como desde el momento en que tuvo la idea, en el fondo estaba arrepitiéndose. El peso del silencio en la habitación cayó sobre él como un yunque caricaturesco.

Sin embargo, Dick no se inmutó por la petición. Lo miraba con una calmada intriga, sin perder ese intimidante brillo de sus ojos océanicos. Sus labios se entreabrieron por un momento, por lo que la mirada de Damian se desvió inevitablemente hacia ellos: finos, delineados, tentadores; complementados por la firmeza de sus pómulos y el tono claro de su piel. Era un hombre agraciado, sin duda, y era difícil no perderse observándolo. Sus facciones no dejaban de ser hermosas, y cuanto Damian más lo miraba, más le gustaba lo que veía.

Así pues, cuando regresó la mirada a ese par de brillantes zafiros, se volvió a enamorar. Recayó en sus encantos como tantas veces lo había hecho ya, y tanto el golpe como la emoción de sus latidos se sentían tan fuertes como la primera vez.

Y siempre era lo mismo. Cuando se miraban mutuamente, ajenos al resto del mundo y los problemas, Damian se preguntaba si esa forma de mirarlo significaría algo. Si miraría a Jason o a Tim igual que a él. Si acaso, en el fallo más mínimo de su propio autocontrol, él notaría cuán bello le parecía y lo mucho que lo embelesaba. ¿Sería consciente de los efectos que provocaba en su pecho? Si era así, ¿qué pensaba de ello?

Su cabeza, distraída, siguió girando entre dudas y suposiciones hasta que la sonrisa avergonzada que Grayson mostró le arrebató el corazón nuevamente.

—¿Un beso de buenas noches? —inquirió—. Pero si apenas son las tres de la tarde, Damian. ¿Tan temprano te irás a dormir?

Damian endureció el gesto, borrando todo rastro de vulnerabilidad en menos de un segundo. De repente frunció el ceño y se mostró como el chico belicoso que todos conocían.

—¡No te burles de mí, Grayson! ¡Lo digo en serio!

Sus gritos casi infantiles sólo aumentaron la gracia en Dick, que reía sin control a pesar del dolor de estómago que empezaba a sentir por eso. Damian lo miró con malos ojos durante un buen rato hasta que, todavía riendo, Dick se llevó la mano a la boca y trató de explicarse.

—Ya, perdóname. Sólo quería jugar un poco contigo.

—Bien, pues ya lo hiciste.

Dick le revolvió suavemente el cabello en un acto cariñoso mientras calmaba por completo sus risas. Entonces adoptó un semblante más serio, pero igualmente feliz. Incluso se veía entusiasmado, ansioso, con una chispa intensa en sus ojos que resultaba difícil de descifrar.

Se acercó hasta quedar a pocos centímetros de Damian, haciendo creer a este que lo besaría, pero no fue así. Sonrió con un egocentrismo y coquetería raros de ver en él y sentenció:

—Si quieres un beso, dámelo tú.

Damian cambió su gesto resignado por uno de total shock. ¿Acercarse él? ¡Joder, ese no era el plan! ¡No se suponía que saliera así! Aunque, técnicamente, aun podría besarlo; Dick no se había negado a ello, sino que simplemente lo condicionó. ¿O era que estaba intentando retarlo con el fin de evitar el beso? Damian no planeaba echarse para atrás, pero que él tuviera que besar a alguien cuando no sabía hacerlo, y que ese alguien fuese una persona con experiencia… Miró su mueca triunfante.

Sabía que lo estaba disfrutando.

Suspirando con resignación al no querer dejar escapar su oportunidad, se acercó a él y puso sus manos en sus mejillas. Las acarició con tenso disfrute y lentitud. Dick se dejó hacer sin problemas, aunque eso intimidaba más a Damian. Todo estaba recayendo sobre él.

Se sostuvieron una mirada vulnerable por unos segundos, un choque entre sus miradas de zafiro y esmeralda que estremeció a ambos. Dick sabía, por la forma en que el menor lo miraba, que sería capaz de hacer cualquier cosa si se lo pidiera. Era un sentimiento extrañamente poderoso y satisfactorio, aunque de temer, pues sabía que él tampoco podría negarse a lo que el chico quisiera. Quería darle todo.

Su Damian, su Robin, su Babybat…

Pudo haberlo besado inmediatamente o sólo evitar retarlo, pero la verdad era que gozaba mucho de la timidez reflejada en el temblor de sus cejas. Damian, el niño más reacio a los sentimientos que pudiera existir, estaba ahí, buscando la forma de darle un beso. La pequeña bolita de odio lo estaba mirando con tanta devoción y ternura que a Dick le sorprendía.

Pero no era que Damian quisiera. Se le escapaba.

Después de que agarró coraje juntó sus labios. Luego se perdió, pues nunca había besado a nadie y no sabía qué hacer. Sólo sabía que las parejas se acercaban así.

Por suerte, Dick resolvió el resto. Movió sus labios de vuelta contra los suyos con dulzura y suavidad. Damian se paralizó por lo rápido que le había correspondido, pero después se tranquilizó. Es Grayson. Nada malo pasa nunca con Grayson. Realmente agradecía que el otro fuera tan considerado, tan poco egoísta, porque además de concederle su rara e inmoral petición, estaba besándolo con sencillez cuando seguramente sabía hacerlo de muchas otras maneras.

Lo suyo era un beso sin lenguas, sin presiones ni pudor. Sólo ambos estando cerca, a tal punto en que temían que el otro pudiese escuchar los frenéticos latidos que se escapaban de su interior. Era escalofriante.

Invadido de pronto por una osadía que desconocía en él, Richard tomó a Damian por la nuca y lo atrajo hacia él a la vez que le acariciaba el pelo.

Sólo se detuvo cuando los brazos de Damian intentaron rodear su cuello. No debían seguir, así que, educadamente, lo apartó con suavidad. Y aunque sería mentira decir que no anhelaba más ese contacto que a ambos parecía gustarles, escogió ser sensato.

—Alto ahí, tigre —le frenó, utilizando ese clásico tono suyo de niño juguetón—. Ya me besaste suficiente. Sé que soy irresistible, pero tendrás que aguantar.

Damian rodó los ojos.

—Eres magnífico burlándote, ¿no?

—Tanto como tú besando.

No lo había dicho en tono de broma. Las orejas rojas y calientes de Damian abrieron paso a unos segundos más de silencio en la habitación, hasta que encontró voz para chillar:

—¡Maldita sea, cállate! Eres un vil mentiroso.

—Nightwing nunca miente…

—¡Grayson!

—¡Vamos, estaba jugando contigo!

—¡¿Es que tú no sabes hacer algo más que jugar?!

—¡Juego contigo porque te amo, Damian! —exclamaba, sin dejar su tono de gran felicidad. Lo envolvió entre sus brazos y se tiró al colchón a sus espaldas con libertad—. ¡Ven, déjate querer!

—¡Quita, idiota…!

Pero no hizo verdaderos esfuerzos por zafarse de su agarre. Se mantuvo ahí, en medio de los brazos de Dick, que restregaba su mejilla melosamente contra la suya. Cuando fingió que trataba de alejarlo él lo apretó más. Fue así como acabaron en una especie de cariñoso forcejeo —como cachorros jugando— por el dominio donde Damian salió vencedor.

Sonrió y levantó una ceja con egolatría, recalcando su triunfo. Dick le revolvió el cabello y evitó un nuevo forcejeo al abrazarlo contra su pecho y recostarse de nuevo.

Entonces se tranquilizaron. Sus respiraciones estaban agitadas y sus corazones corriendo, al igual que sus mejillas coloreadas de un fuerte color carmín. Ya no sabían si era por el movimiento o la emoción.

Richard se dio vuelta para mirarlo fijamente.

—Qué buen San Valentín.

—Por favor, no te pongas cursi ahora.

—¿Cursi yo? Tú eres quien pidió el beso.

Damian hizo una mueca antes de apenarse lo suficiente. Desvió la mirada con el ceño fruncido, como si estuviera molesto, pero en realidad era más un mohín de vergüenza. Dick recargó su mentón en sus manos entrelazadas, observándolo con gracia y adoración.

—Te ves adorable así —soltó.

Damian se cruzó de brazos, encogiéndose lentamente de hombros como si intentara esconderse del pudor inexistente de Dick. Soberano, declaró:

—No soy adorable.

Richard rodó los ojos con cariño. No iba a discutir eso con Damian; sabía que lo era. Sin saber qué más hacer en ese momento pero queriendo demostrarle aun más afecto, optó por darle un casto beso en la mejilla.

—De acuerdo… Quizás lo soy un poco.

Dick sonrió. No se esperaba eso.

Mientras tanto, para Damian, la sonrisa que Grayson le dio compensó todo. Esas tantas horas carcomiéndose la cabeza, el esfuerzo, las vergüenzas pasadas y por pasar. En verdad no era importante. No cuando él le demostraba que sus pensamientos negativos no tenían sentido, pues al final del día Dick estaba felizmente agradecido.

¿Quién diría que hacerle caso a Jon podría traer algo bueno?

Damian sonrió más, mostrando los dientes, ruborizándose ante los propios latidos de su corazón sin dejar de sorprenderse por lo bien que había salido todo. Por lo lindo que podía llegar a ser el bobo día de San Valentín. Por lo mucho que los pequeños detalles podían cambiar las cosas entre dos personas que se querían.

Quise hacer mi aportación a la colección de historias que seguramente se estarán subiendo hoy, ¿y qué mejor que con estos dos que me encantan tanto? Me parece que tienen muchísima química.

Por supuesto, eso no quita que sienta cierta cruda moral al escribir algo como un beso de pareja entre ellos. Si bien los veo como ship, me sentí extraña... Pido mil disculpas si incomodé a alguien.🕴🏻

Como dato extra, me gustaría aclarar lo que siente Dick por Damian aquí: atracción. Se siente atraído por su forma de ser, de sobrellevar y luchar con la vida, y claro, también por su aspecto. Es consciente de que él remueve algo en su interior. Por eso no tuvo grilletes al besarlo, pero a sabiendas de que aun es menor de edad —y sobre todo capaz de insistir hasta la muerte—, decidió parar antes de que pasaran a un ambiente donde ambos tomasen un rol de dos adultos que tienen toda la libertad para relacionarse. En el sentido romántico, claro; Dick no piensa a Damian de forma sexual.

Y bueno, eso sería todo. Me siento muy feliz con el resultado. Para haberlo escrito en tan poco tiempo, me parece que quedó bien. Espero que igualmente ustedes lo disfruten. <33

¡Feliz día de San Valentín! ❤️

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