8. 🥀 War & Love
La tarde se ilumina con la presencia de Aphrodite en el gimnasio.
Esta vez, el entrenador tampoco piensa endurecer su rutina de entrenamiento. Le preocupa que el joven no haya dejado de estornudar desde que llegó. Se culpa internamente de no haber corrido tras él cuando partió el lunes por la noche. Tal vez si lo hubiera detenido a tiempo, no habría enfermado.
Nam escribe los ejercicios en una pulcra pizarra acrílica e incluso el aprendiz se asombra que esta vez sean tan pocas series de cada actividad. Agradece el gesto, pues el dolor de cabeza ha regresado y eso lo pone de mal humor. Aunque intenta disimularlo cada vez que cruza miradas con su atractivo instructor.
Es divertido para el dios buscar su atención, sonreírle cada vez que se siente observado y comprobar como los colores suben por el moreno rostro. Le parece tierno cada vez que desvía la mirada, la forma en que busca ocultar sus rojas mejillas intentando parecer ocupado en algún quehacer y terminando finalmente por estropear aquello que lleve en las manos.
Sólo en aquella tarde es capaz de comprobar que el nerviosismo de Nam puede llevarle a romper botellas de agua, soltar las toallas y tropezar con varias cajas. Todo en cuestión de segundos. Aphrodite esta casi seguro que si este simple mortal hubiera vivido en el Olimpo, fácilmente podría haber sido el dios de la destrucción.
Jin ríe sin parar cuando le ve perder el control de la situación, pero lentamente se está volviendo adicto a su mirada sobre él.
Si tan sólo le sonriera, daría por sentado que todos sus planes se van cumpliendo a plenitud.
Aphrodite estaría encantado de obtener su premio cuanto antes.
No puede dejar de imaginar la magnífica sensación de ser poseído por el perfecto cuerpo sobre el suyo, obteniendo al fin nuevamente su infinita belleza.
Quizás ansía más lo primero.
¿O debería ansiar más lo segundo?
O tal vez, para su sorpresa, desea alcanzar ambas cosas por igual.
El jueves a primera hora de la mañana, un ligero malestar despierta a Aphrodite. Su garganta esta totalmente seca y tose reiteradas veces.
Bam se encuentra acostado a su lado haciéndole compañía en la cabaña, dándole calor con su suave pelaje. Si el cachorro pudiera hablarle, le diría que lo sintió temblar durante toda la noche y por ese motivo apegó aún más su cuerpo a la delgada figura del dios.
Jin intenta levantarse del desgastado colchón y un ligero mareo vuelve dejarlo sentado.
Maldita enfermedad de los humanos, ¿cómo se atreve a vulnerar su maravilloso cuerpo?
Menea un par de veces la cabeza y vuelve a ponerse de pie. Intenta despejarse lavándose el rostro y cambiándose con rapidez para acudir al gimnasio, pues prometió hacer doble turno el día hoy.
Tal vez debería quedarse en la cabaña y descansar, pero la palabra de un dios es sagrada.
Antes de salir de su improvisado hogar, coloca el reloj en su muñeca y sobre su cuerpo la sudadera que le dejó anoche su atractivo instructor. Insistió en que debía ponérsela antes de irse si no quería empeorar su resfriado. Inmediatamente las fibras su piel se regocijan al rozar la suave tela y su nariz de deleita con el varonil perfume del entrenador.
Aphrodite adora las fragancias. Solía perfumar su cuerpo e incluso su largo cabello mezclando los aromas de las flores y plantas del inmenso jardín de Zeus.
Jin toma entre sus manos la acogedora tela y la lleva a su privilegiada nariz, aspirando profundamente. Puede denotar toques de sándalo y madera, un cítrico olor a fruta, naranja tal vez, junto a delicadas gotas de vainilla y miel.
Al volver a respirar el perfume, su mente vuela mucho más allá. Puede imaginarse beber el mismo aroma del perfecto y marcado pecho ajeno. Puede figurarse incluso paseando sus dedos por los fibrosos brazos, apretando los fuertes músculos bajo su tacto. Fantasear con embriagarse de la fuerte fragancia al deslizar su caliente lengua por el moreno cuello. Llegar finalmente hasta su oído para susurrar alguna frase que lo haga estremecer, hasta enloquecerlo por completo.
Jin abre la puerta de la cabaña y en el acto se sostiene del maltrecho marco de la misma.
Bam lo observa preocupado desde el colchón.
Aphrodite no sabe si el mareo que acaba de sentir es por sus calientes fantasías o por el bendito malestar que no quiere abandonarle.
Al llegar temprano al gimnasio se sorprende al encontrar en la pizarra muchos menos ejercicios que la vez anterior. Cambia su ropa por una de deporte y se dispone a ejecutarlos con prontitud. Tose de vez en cuando y cada vez que lo hace nota la mirada del entrenador sobre él. Jin intenta dejar de toser, pero el picor en la garganta persiste y termina tosiendo de igual forma. No es que intente dejar de hacerlo para no preocupar a Nam, pero odia sentirse frágil ante los demás. Es un dios después de todo y su orgullo siempre puede más.
A mediodía, Aphrodite regresa a la cabaña para alimentar a Bam. Deja la puerta abierta para que el cachorro pueda salir y dar un par de vueltas cerca del lugar, mientras él vuelve a recostarse en el viejo colchón. El aire frío se cuela en la estancia y el dios vuelve a toser. Bam cierra la puerta con el hocico rechazando el paseo y vuelve al lado de Aphrodite, posando su cabeza sobre sus piernas, angustiado al no verlo saludable.
Al llegar la tarde, ambos parten juntos nuevamente hacia el gimnasio.
Un segundo antes de entrar al lugar, el dios tose un par de veces y comprueba en su muñeca que el interesante instrumento marca quince minutos antes del horario habitual, por lo que espera al menos un halago de su atractivo entrenador por haber llegado tan temprano.
Nam oye las alegres campanillas de la puerta y se pone de pie, dejando a medio hacer una serie de pesas, acudiendo pronto a la entrada para recibirlos.
Bam se alegra de ver al entrenador y se pone de pie, posando sus largas patas delanteras en el fuerte pecho de Nam.
-Buen chico, ¿me echabas de menos?
-¿Y para mí no hay ninguna frase bonita?- pregunta el dios, -Yo también te eche de menos.
-Hablaba con el perro.
-¿Quieres que te ladre? Porque puedo hacerlo si me lo pides.
-Eres realmente imposible. No sé qué voy a hacer contigo.
-Se me ocurren muchas cosas que podríamos hacer junt... COF COF COF- nuevamente la tos lo ataca y no lo deja terminar de hablar.
-¿Te sientes bien?
No, claro que no. Siente como si mil carrozas tiradas por caballos hubieran usado su cuerpo como alfombra y aún viviera para contarlo. Pero no piensa decírselo jamás. Puede que le gustase la sensación de ser protegido o cuidado en algún momento, pero no quiere mostrarse débil ante nadie, mucho menos frente a un simple mortal.
-Por supuesto, me siento perfectamente.
-Creo que deberías descansar. Mañana podemos continuar el entrenamiento y...
-¿Y no pasar tu prueba gratuita de los cinco días?
-Yo no dije eso.
-¿Acaso quieres romper tu promesa?
-¿Por qué tendría que romperla?
-Entonces sí quieres cumplir tu promesa.
-Tampoco afirmé eso.
-¿Quieres cumplir tu trato o no?
-¿Por qué es eso tan importante para ti?
-Si no es eso, ¡¿Entonces qué quieres?!
-¡Quiero verte bien!- responde Nam irritado, antes de girarse y caminar hacia el fondo de lugar, llevando a Bam consigo y mordiéndose la lengua al casi haber pronunciado un "quiero conocerte mejor" o un "quiero que te quedes conmigo".
La afirmación deja sin palabras a Jin, de pie en medio del gimnasio.
¿Por qué el entrenador se preocupa tanto?
El dios sólo quiere que se vuelva loco por él. Quiere seducirlo, hipnotizarlo con su belleza y controlar su voluntad. Quiere tenerlo comiendo de sus manos y finalmente robarle sus años de juventud.
Pero el humano parece no estar interesado en nada de lo que pueda proponerle.
Sólo se sonroja y luce angustiado por su bienestar, intentando cuidar de él en todo momento.
Como si intentara proteger algo que realmente aprecia.
Pero Aphrodite no necesita su aprecio.
¿Sentimientos?
¿Quién los necesita?
La conducta de Nam no hace fácil lograr antes su ansiado pacto. Pero ya no piensa perder el tiempo en averiguar que es aquello a lo que no podría resistirse, su única debilidad, aquello que lo hiciera caer al instante.
Tan sólo falta un día. Un sólo día le separa de su nueva vida, de su belleza perfecta, de su nuevo y mejorado yo.
Jin realiza la rutina de entrenamiento tomando descansos cada quince minutos. El malestar no lo deja continuar y en ocasiones la tos lo invade, pero intenta disimular cuando el entrenador está cerca.
Varios usuarios se ejercitan junto a él y algunas chicas lo observan interesadas desde cerca. El simpático joven de piel clara como la luna, llama siempre la atención. Nam intenta alejar a la gente, poniendo orden en el gimnasio. Aunque la verdadera razón no sea prevenir el desorden, sino evitar que alguien se le acerque demasiado, aunque no piensa admitirlo todavía.
Tras un par de horas, el último cliente abandona el lugar y Jin termina su última serie de ejercicios.
De repente, un melodioso ruido se oye desde una esquina, pero no logra ver a al entrenador alrededor.
Jin se acerca curioso y vuelve a toser antes de percatarse del artefacto que emite tan extraño ruido.
Un teléfono celular vibra constantemente y en la pantalla observa dos símbolos, uno rojo y otro verde.
El verde es el color favorito de Aphrodite. Le recuerda a su adorado jardín y la inmensa arboleda donde le encantaba perderse. Decide pulsarlo y luego se esconde tras una cinta de andar al escuchar un fuerte grito proveniente del teléfono.
-!!!HOLAAAAA!!! ¿DÓNDE ESTÁ EL SER MÁS PRECIOSO DEL GIMNASIO?
Jin sale de su escondite y se acerca cauteloso hacia el aparato que aún sigue encendido, abriendo los ojos de par en par, sorprendido al observar otro ser tras la pantalla, moviendo los brazos y envuelto en lo que parece ser una tela o velo blanco cubriendo su cabeza.
¡OHHHHHH!
¡ES UN PORTAL MÁGICO!
¡UN ORÁCULO PORTÁTIL!
¿Será ésta la nueva divinidad de los mortales?
¡Qué avanzados están los humanos de esta época!
Pensar que en sus tiempos en Grecia, todos tenían que acudir al oráculo de la ciudad de Delfos para poder consultar su futuro.
El fatídico día que su belleza le fue arrebatada, fue el propio oráculo quién le aseguró a Aphrodite que debía huir a las profundidades del océano, garantizándole que al despertar encontraría al fin aquello que tanto anhelaba.
Jin aún sigue desconcertado por aquel vaticinio, pues si bien es cierto que emergió del mar hace varias semanas, sigue sin recobrar su perfecto rostro.
¿Será que el oráculo se refería que al despertar encontraría al atractivo entrenador?
Eso afianzaría más su necesidad de sellar al fin su pacto con él. Tal vez únicamente con sus años de juventud podría lograr aquello que tanto busca.
Sería bueno consultar también a este nuevo oráculo. Quizás entre divinidades puedan entenderse.
-'Kalimera', dios dentro del aparato. Yo soy lo más precioso del gimnasio ¿Hay algún mensaje que quieras transmitir?
Jin saluda respetuosamente en griego al supuesto ser sagrado. Kook deja de secarse el cabello con la toalla pues acaba de salir de la ducha y descubre su rostro, mostrando una extraña mueca de desconcierto al observar una persona distinta a Nam, a quien obviamente preguntaba por su cachorro, pues es para él lo más precioso de su gimnasio.
-¿Quién eres tú? ¿Dónde esta Nam?
Jin se sorprende al observar el parecido del nuevo dios con las fotos del salón del departamento, las mismas donde aparece junto a Bam.
En cuestión de segundos cae en cuenta de que se trata del jefe de Nam y una nueva duda aparece por su mente.
¿Quizás Kook también es un dios y está detrás de su atractivo humano? ¿También ha firmado un pacto con él?
Los celos invaden su interior al sentir que no quiere compartirlo. Este humano es suyo y le ha costado cuatro sesiones de agotador esfuerzo.
¿Por qué tendría que ceder tan fácilmente?
Primero debe dejar en claro su posición. No piensa dejarle las cosas sencillas a ésta divinidad usurpadora.
La guerra del amor ha comenzado.
-Nam está conmigo y tú ya deberías saber de mi existencia. Soy lo más hermoso que podrán ver alguna vez tus ojos. Yo soy...
-¡ESTOY AQUI! ¡ESTOY AQUI!- interrumpe Nam la conversación, corriendo a toda prisa al oír la voz de Kook y arrebatando el teléfono de las manos del pelinegro.
El entrenador empuja levemente al dios y éste se queda a su lado, cruzado de brazos, con una gran mueca de disgusto en sus esponjosos labios.
-Es Jin, un cliente del gimnasio...- continúa hablando Nam hacia la pantalla, intentando distraer el tema y contándole a su jefe, cara a cara, cómo han estado los días en su ausencia.
A Jin le disgusta la familiaridad con la que se hablan ambos y la forma en que su presencia está siendo totalmente ignorada.
Necesita dejar en claro a la nueva divinidad a quién le pertenece este humano.
En medio de la conversación, Aphrodite se acerca a Nam y planta un sonoro beso en su mejilla.
-¡Oh! ¿Creo que interrumpo algo?- pregunta Kook asombrado, alzando las cejas un par de veces de forma sugerente y divertida.
El entrenador deja de hablar en el acto, cierra los ojos y no puede evitar los rojizos colores que comienzan a subir por moreno rostro.
Jin se dispone a contestar, pero en seguida la tos vuelve a apoderarse de su garganta, sintiendo ahogarse por momentos. Se sienta en la banca de una máquina cercana, intentando recuperar el aliento.
-Kook, lo siento, te tengo que colgar. Te explicaré todo la próxima vez. Prometo volver a llamarte para mostrarte a Bam.
Acto seguido deja el teléfono y se acerca preocupado con una botella de agua, sentándose junto a Jin.
-Creo que debí dejarte menos ejercicios ¿Cómo te encuentras?
-¿Ahora si me prestas atención?- espeta Jin, tomando la botella con enfado, bebiendo un gran sorbo.
-¿Por qué es todo tan difícil contigo?
-Podría haber sido fácil, pero elegiste el camino más largo.- El dios lleva sus manos hacia su sien, frotando con suavidad, intentando disipar el dolor de cabeza que vuelve a atormentarle. -Me voy- dice de repente, cogiendo sus pertenencias y caminando hacia la salida, no queriendo mostrarse endeble de nuevo. -Hoy no llevaré a Bam conmigo. No me siento bien.
-Espera- le dice Nam, poniéndose de pie y extendiéndole un paraguas cercano a la puerta -llévate esto. Según las noticias, la temporada de tormentas está por llegar.
Jin recoge el extraño objeto de sus manos y al ver el moreno rostro preocupado, todo su enfado se evapora. Hasta el momento ha visto su atractiva mirada siendo fría, seria o indiferente. Recientemente ha podido observar su semblante amable y gentil. Aunque no es la mirada que desea, su genuina preocupación por él no deja de sentirse bien.
Sus ojos cafés son siempre tan honestos.
Lástima que aún no pueda verlo sonreír.
Aphrodite dibuja una leve sonrisa y llevado por el momento, vuelve a dejar un beso en la tibia mejilla.
-Así llueva o el cielo se caiga a pedazos, vendré mañana por mi recompensa. Sólo espera por mí- afirma antes de salir por la puerta de cristal, dejando atrás un avergonzado Nam, quién tras unos minutos no puede evitar la sonrisa boba que se va formando en sus labios.
Los pronósticos del tiempo se cumplen y a primeras horas de la madrugada comienzan a caer las tímidas gotas que van empapando poco a poco los tejados de la viejas casas del pueblo.
A mediodía se hace casi imposible caminar sin mojarse. Las calles quedan casi desiertas, oyéndose sólo algunos relámpagos y el fuerte ruido de la lluvia al caer.
El intenso viento se une, haciendo incluso embravecer las aguas del antes calmado mar Amarillo.
A través del cristal del gimnasio, el entrenador observa la lluvia convertirse en riachuelos de agua que corren cuesta abajo. Incluso la electricidad comienza a fallar por momentos, debido a los cortes de luz que suelen ocurrir durante la tormenta.
Unos minutos antes del horario habitual de la tarde, Nam decide colocar el cartel de 'Cerrado', pues es imposible utilizar las máquinas de ejercicios en aquella situación.
Al sonar un nuevo estruendo en el cielo, lo único que viene a su mente es que su complicado y hermoso pelinegro se encuentre bien.
Las horas pasan lentas unas tras otras y el reloj del salón marca al fin las nueve de la noche. Nam yace en el sofá y cierra el libro que intenta leer hasta hace sólo unos minutos. Lanza un gran suspiro al aire porque lleva releyendo el mismo párrafo tantas veces que ya perdió la cuenta y aún así sigue sin comprenderlo.
Le es imposible concentrarse.
Era obvio que con el temporal nadie llegaría al gimnasio esa tarde, pero una parte egoísta de su ser quería volver a ver a su impertinente pelinegro.
El de tez morena se levanta a dar de comer al pequeño cangrejo, acariciando con su dedo índice un par de veces el diminuto caparazón. Abre una lata y deja algunos bocaditos jugosos en el plato del cachorro, quien feliz corre a devorarlos.
Nam no tiene hambre, tampoco almorzó a mediodía. Suele comer sólo cuando le apetece, aunque esta tarde la preocupación parece haberle quitado el apetito.
Un nuevo relámpago hace retumbar las paredes y el perro corre asustado a su lado.
-Tranquilo, Bam, todo estará bien- le asegura Nam, acariciando su cabeza con cariño.
El instructor se abriga con una de sus sudaderas favoritas y al disponerse de nuevo a retomar su lectura sobre el sofá, el timbre del lugar llama su atención.
Un pálpito en su interior le dicta que es la persona a quien tanto espera y corre emocionado hacia la puerta del gimnasio, abriéndola de par en par.
El empapado pelinegro le sonríe débilmente, mostrando su tez desmejorada, sosteniéndose del marco de la puerta de cristal.
-Estoy aquí... como te prometí- pronuncia a duras penas, segundos antes de caer desmayado en sus brazos.
Pasando algunos minutos de las once de la noche, Nam acomoda el delgado cuerpo sobre su propia cama.
Ha cambiado sus ropas mojadas por una suave pijama suya, evitando ruborizarse al verlo nuevamente desnudo. La prenda le queda extremadamente grande y la sensación de que lleve puesto algo suyo es realmente gratificante.
Nam comprueba que la fiebre ha bajado un poco y lo cubre con una ligera sábana. Lo observa dormido sobre su propia cama y menea la cabeza un par de veces.
¿Cómo pudo aventurarse en su estado a salir de casa con la intensa lluvia? Sin duda no ha conocido persona más terca, obstinada y testaruda que él.
Pero le gusta.
Comienza a gustarle demasiado y ya no puede evitarlo más. No sabe cómo explicarlo. No sabe en qué momento ocurrió. Ni si quiera sabe nada de su vida. Tan extravagante e irreverente, pero aún así le gusta.
¿Quizás es un poco masoquista de su parte aceptarlo?
Sumido en sus pensamientos, Nam camina hacia la cocina para preparar un té frío de manzanilla y tomillo. Un remedio natural que aprendió en su ciudad natal para bajar la fiebre.
El frío se cuela por una ventana semiabierta y el instructor intenta abrigarse mejor, acomodando la capucha de la sudadera sobre su cabeza.
Al regresar a la habitación, se sorprende de encontrar a Jin de pie.
-¿Te encuentras mejor?- le pregunta Nam acercándose a él, mientras deja la bebida en un mueble cercano. Observa su tez sonrosada por la fiebre y los marrones ojos aguados.
Jin forma un puchero en sus labios e inmediatamente lo abraza, gozando de la calidez del fuerte cuerpo junto al suyo. -Pensé que estaba solo de nuevo ¿Puedes quedarte conmigo, por favor?
Nam lo observa abrazado a su pecho y cierra los ojos, cediendo finalmente al suave contacto.
¿Cómo negarse si le habla de aquella dulce forma?
¿Cómo no ceder si busca refugio entre sus brazos, como la haría un cervatillo herido?
-Me quedaré todo el tiempo que desees- afirma rodeando la fina espalda con sus manos. -Solo dime lo que necesitas y lo traeré para ti.
-Quiero... Quiero néctar.
-¿Néctar? ¿Cómo el de las flores?
-Olvídalo, nunca lo conseguirías- afirma acentuando aún más el puchero en su roja boca. -Sólo quiero... algo dulce.
-¿Fruta tal vez? Tengo algunas fresas en el refrigerador. Espera aquí.
El entrenador deshace el abrazo e intenta girarse hacia la puerta, pero su musculada figura nuevamente es atrapada por lo delgados y blancos brazos, haciéndolo perder el equilibrio, cayendo finalmente ambos sobre el suave colchón.
El gorro de la sudadera de Nam se desliza hacia adelante, llegando hasta su nariz, dejando ver sólo la mitad de su apuesto rostro.
-¿Por qué te vas? Prometiste que no te irías de mi lado- reprocha el pelinegro observándolo desde abajo.
-¿Entonces cómo voy a traerte las fresas, Jinnie?- cuestiona el rubio instructor, regalándole una suave y tierna sonrisa. -Me gustas, pero realmente te comportas como un niño caprichoso cuando estás enfermo.
Jin no presta atención al dulce apodo por el que acaba de llamarle, fascinado al contemplar los hermosos hoyuelos que al fin ve formados en su morena faz. No puede observar su rostro por completo, pero se asemeja al dulce niño que ocultaba su rostro tras un vistoso casco dorado. No sabe si es la fiebre quien lo hace delirar al punto de estar seguro de que es él a quien pertenecen esas preciosas estrellas marcadas en sus mejillas, los encantadores hoyuelos que tras milenios moría por ver una vez más.
Débil por el malestar y absorto por su posible descubrimiento, no cae en cuenta que el reloj de la habitación marca las doce de la noche.
Todo su ser se llena de una intensa luz incandescente. Finas partículas blancas rodean su figura hasta finalmente desaparecer, dejando al fin contemplar el largo cabello cobrizo desperdigado por toda la cama y los bellos ojos esmeralda que continúan observando la mejillas del entrenador con total emoción.
Nam descubre su rostro al completo, siendo primero cegado por la luz e impactado al observar después la bella imagen bajo su cuerpo.
Las lágrimas saladas brotan de los ojos cafés sin poderlo evitar, al ver la gran cicatriz surcando el hermoso rostro.
¿Cuánto dolor tuvo que soportar este precioso ser por culpa de errores que no le pertenecían?
El rubio deja que sus labios hablen sin palabras y se acerca lentamente, besando con sumo cuidado la dañada mejilla, pidiendo perdón en silencio por no haber estado a su lado cuando más lo necesitó.
Ahora entiende por qué se sentía atraído por él. No sólo era por su extraña forma de ser, su amor por los animales o su irresistible apariencia. Le atrajo la belleza de su alma, aquella que le encandiló desde la primera vez que lo vio en su tierna adolescencia.
Su única debilidad siempre tuvo nombre propio.
Aquel hombre de manos suaves, mirada hermosa y sonrisa que enamora. Él único que le trajo paz entre tanto caos y guerras. El único que lo miró de la forma en que siempre quiso que lo miraran. El único capaz de ver bajo su coraza y tras su escudo.
El único ser a quién su corazón siempre perteneció.
El dios del amor lleva una de sus delicadas manos a la tibia mejilla, acariciándola con dulzura.
-Ares, ¿realmente eres tú?
El dios de la guerra separa sus labios del rostro ajeno y regresa a observarlo de cerca, asintiendo con lágrimas en los ojos. Le sonríe mientras acaricia las blancos pómulos con sus dedos, sin poder creer que sea real estar presenciando su más anhelado sueño.
-Por fin te encontré, Aphrodite.
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